lunes, 27 de diciembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”








Por Roque Domingo Graciano






k)“la tiró por el balcón”

- Eso no me sorprendió para nada. La visión que me dio esta mina sobre los cómicos y los payasos en cuanto a su vida familiar es la que yo tenía. Te aclaro dos cosas. Primero, la vida privada es privada. Segundo, te hablo de payasos, cómicos no humoristas. Todos los cómicos que he conocido han tenido una conducta privada aberrante: celos enfermizos, autoritarios, golpeadores y violadores “familiares” (no sociales sino en el seno de la familia), alcohólicos o drogones. En fin, una mierda de tipos en su vida familiar. Recuerdo un cómico que se hospedaba en nuestro mismo hotel, en Mar del Plata. Todas las noches, cuando volvía de actuar, de hacer reír a miles de personas, le pegaba una paliza a la mujer que la dejaba para el hospital. Un día, la tiró por el balcón de la habitación, desde un tercer piso, mientras la castigaba. Alguien que la vio caer como una bolsa de papas, ensangrentada, gritó: “¡Llamen una ambulancia! ¡Una ambulancia!” y este loco de la guerra, desde el balcón del tercer piso, les gritó: “! Mejor llamen a la funeraria!”

- A mí, nunca una mujer me pidió que le consiguiera otra mujer. Esto no implica que ese mercado no existiera. Más aún, me consta que ese rubro lo explotaban algunos colegas.

- En ese orden de cosas, toda generalización puede ser equivocada; no obstante, mi impresión es que el varón le teme a la sexualidad de la mujer dentro del matrimonio; teme desatar, liberar el sexo de la mujer. También, la mujer teme abrir toda su sexualidad dentro del matrimonio. Algo así como un sexo con límites, “hasta ahí”. De alguna manera y parcialmente, el precepto católico “sexo para la procreación” se cumple.

Era frecuente que tipos que me pedían que les consiguiera una chica, me comentaran, a manera de justificación: “El sexo en el matrimonio es aburrido.” o “Si es decente, la mujer no te puede dar placer.”

Asimismo, hubo mujeres que me comentaron después del encuentro con el primer cliente: “Yo sabía que me faltaba algo pero nunca imaginé que fuera tanto, tan fascinante y envolvente.” tres meses después me decían. “Basta, por el momento no más clientes. Hago una pausa. Cuando tenga ganas de volver, te aviso.” Nunca más me lo pedían.

- Hacia principios de la década del 70, en un boliche en el cual tenía participación (si bien yo no lo atendía ni administraba) que funcionaba en calle 11 y diagonal 78 bajo el nombre de Er gitano, se reunía un grupo de travestis. Tengo entendido que ahí comenzaron a incursionar en locales públicos, en la ciudad de La Plata. Según mis socios, los travestis eran de buena posición social y económica; tenían óptima relación con la clientela. Ese era el dibujo que me vendieron por aquel entonces.

domingo, 19 de diciembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”






Por Roque Domingo Graciano






j) "un caso pintoresco"


- Tengo un caso pintoresco. Te lo contaré con algunas elusiones porque no quiero enlodar una figura entrañable de los argentinos con anécdotas de fondo de cacerola.

En el barrio (en la 116), desde siempre, vivía una familia de portugueses. Una de las pibas de los portugueses se casó con un cómico que con el correr de los años se hizo famosísimo trabajando en parques de diversiones, revistas, cabarets, radio y televisión. Un día, este payaso cayó enfermo y la mujer (la hija de los portugueses) volvió a la casa de sus padres con sus tres hijos. Diariamente, iba a visitar a su marido que estaba internado en una clínica de la ciudad de Buenos Aires, con una enfermedad terminal: cáncer de próstata con metástasis en el cerebro. En esos viajes, establecimos una cierta amistad y me habló largamente de su vida junto a este cómico famoso. Entre otras cosas, me comentó que esta figura del espectáculo, que hacía reír a grandes y chicos sin distinción social ni de género, era un golpeador. Le pegaba a ella y a sus hijos y, quizá, algo más, aunque esto último es una inferencia mía.

- Sí. Posiblemente eso, aunque ella no me lo dijo sino que lo conjeturé a partir de sus palabras.

Continúo. Cuando nuestra relación era firme, me pidió que le consiguiera clientes porque ella necesitaba dinero dado que la enfermedad del marido la dejaba sin recursos económicos. “Los gastos son muchos y los ingresos cero.”

La asesoré minuciosamente sobre los pliegues y repliegues del oficio y la instalé en el hotel del sindicato de Luz y Fuerza en Mar del Plata para que trabajara los viernes, sábado y domingo. Todo bien. Tenía un ingreso de acuerdo a lo previsto. Los lunes, ella viajaba directamente a Retiro para visitar a su marido que seguía internado. Así, pasó casi un año. Cuando murió el marido, cobró buen dinero en concepto de seguro de vida. Pensé que dejaría el oficio, por eso me sorprendieron sus palabras: “Ni loca lo pienso dejar. Ahora que él murió, lo pienso ejercer aquí, en Capital. Me alojaré en el Sheraton. Eso sí, a partir de hoy, el gerenciamiento de mi trabajo lo hago yo misma. Discutamos cuánto te debo y cerremos las cuentas.”

¡No se puede avivar giles!

lunes, 13 de diciembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”




Por Roque Domingo Graciano



i) "la ecuación diferencial de la prostitución es: placer sexual igual dinero"


- Como en nuestra infancia, los papeles de “ladrones” y “policías” se intercambian. Las fronteras son débiles e imprecisas.

- Una prostituta cayó en cana por un crimen que se había cometido en el camino a Punta Lara. Quedó detenida en la Brigada Femenina de calle 1. El jefe de la Brigada me llamó al mes de la detención de la flaca y me dijo: “A Leticia (ese era el nombre de guerra de la profesional), la empaquetaron y le quieren endilgar el crimen. Para zafar necesita buenos abogados, buenos peritos y guita para los jueces y secretarios. En dos palabras: necesita ‘plata’. Quiero salvarla porque es una piba buena e inteligente; los asesinos son unos hijos de puta a los que, si puedo, los voy a cagar. Está sana. Se le hicieron todos los análisis. Lo tuyo es conseguirle clientes sanos y con dólares; controlarla y manejarte en una ambiente discreto. Yo la dejo salir todas las noches a partir de las 22 horas. De 22 a 6 de la mañana. La retirás vos y la devolvés vos. Si necesitás un ladero, me lo pedís.”

Le observé: “Pongo dos condiciones. Primero, cobro el 10 %. Segundo, ella debe aceptarlo con agrado; necesito charlar ‘a solas’ con ella.” El comisario me dijo que él cobraba el 15 % y que charlara cuanto quisiera con Leticia.

Todo bien. La flaca estaba de acuerdo. Con absoluta facilidad, te hacía 500 dólares la noche. Juntó el dinero. Pagó a jueces y abogados y salió libre.

- La riqueza y la pobreza dan presentaciones diferentes al fenómeno. No obstante, la ecuación diferencial de la prostitución es: placer sexual igual dinero.

- Mujeres insospechadas con familias constituidas (marido, hijos), sin problemas económicos, me han pedido que les buscara clientes. Trabajaban durante una etapa y después se retiraban; como si se hubieran probado a sí mismas que eran capaces, como poseedoras de un poder secreto. Llevaban el chico al colegio, lo dejaban en la puerta de la escuela y de ahí, sin hiato, se iban al encuentro del cliente. A las 17 horas, estaban nuevamente en la puerta del colegio para retirar el niño.

Alguna me comentó que a partir de esa experiencia “mi matrimonio funcionó mejor.”

También, los hombres casados con matrimonios armoniosos me pedían que les consiguiera chicas para satisfacer su sexo. Eso era lo clásico. Asimismo, tenía clientes que me pedían muchachos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano






h) "El trabajo es el camino más fácil para obtener dignidad y respeto"[1]

Un denso anochecer de verano, fui a buscar a Cacho a su casa. El jardín en penumbras estaba húmedo, impregnado de agua. Ella estaba sentada en un sillón del jardín, debajo de una palta. “Cacho se fue a rendir el final de violín. Pasá. Sentáte. ¿Querés ensalada de frutas?” Mientras comíamos ensalada de frutas me contó que a ella le hubiera gustado ser violinista. “Yo soñaba con ser violinista. Hasta el día de hoy, muchas noches, me duermo con la imagen de que estoy ejecutando el violín.” Cuando chica, entre los 8 y 10 años, había estudiado violín en la Biblioteca Euforión[2]; lo hacía a escondidas de su padre, un calabrés bruto y violento; una tarde, el padre descubrió el violín que la madre le había comprado subrepticiamente y lo rompió entre sus manos. La oscuridad de la noche había cubierto totalmente el jardín. Su cuerpo estaba en un espacio de sombra; no distinguía sus rasgos y su voz emergía de un bulto fantasmal que me hablaba y, a la vez, me ignoraba. “Yo no sentí que rompió el violín; me partía a mí; me astillaba en mil pedazos. Diez o doce años después, lo descubrí muerto en el catre donde dormía la siesta. Una embolia cerebral. En mi mente, no estaba ese cuerpo muerto, inerte, sino el hijo de puta que destrozaba mi violín.” No era la única perrada que le había hecho el padre. Tampoco le permitía estudiar porque para el calabrés la mujer que estudiaba era una puta. No obstante, secretamente, con el apoyo de su madre ella había estudiado en la Escuela Superior de Comercio de calle 46 y diagonal 80. “Éramos 3 ó 4 mujeres. La carrera era de 4 años.” “A la noche, en un galponcito que había detrás de la cocina (entre escobas, palas, azadas y rastrillos) mi madre me alumbraba con una vela para que yo pudiera estudiar. Tenía terror de gastar energía eléctrica o de que mi padre descubriera que yo estudiaba. La paliza sería terrible.” “Cuando me recibí de Perito Mercantil, una vecina me cortó el pelo ‘a la garzón’ y mamá, con un clavo calentado en una hornalla, me hizo rulitos. Quería estar paqueta para recibir mi diploma. El despelote fue al otro día, cuando mi padre descubrió mi nuevo ‘look’. Estalló en una crisis de violencia. Nos pegó con una pala y después manoteó un machete. Mi madre y yo huimos a la calle. Rompió todas mis cosas: mis libros, mi cama, mi ropa, a los gritos de ‘¡prostitutas!; ¡mal paridas!; ¡reventadas!; ¡hijas del diablo!’ Los vecinos se acercaban aterrados. Sólo tu abuelo tuvo cojones para entrar a la casa. Lo calmó con 4 gritos y se lo llevó hasta la cantina del club Everton. Nosotras no dormimos en toda la noche. Apareció a la 5 ó 6 de la mañana. Se acostó y durante semanas no nos dirigió la palabra; nunca más tuvo accesos de violencia y las agresiones disminuyeron ostensiblemente.” Tuvo palabras elogiosas hacia mi familia. Me sorprendió que ella pensara que mi familia era culta y criteriosa. Veía a mi madre como una mujer firme e independiente.

La magia del momento se rompió con la llegada de Cacho y el señor Capelletti. “Todo bien. El miércoles próximo tiene que rendir ‘armonía’; lo más bravo ya está.” Esa noche cené con mi hembra inalcanzable, mi hembra cósmica. Secretamente, estaba contento, satisfecho porque me había contado historias íntimas que no divulgaría diariamente y porque ella, justamente ella, tenía una imagen positiva de mi familia.

- Yo era muy chico e indefenso para tamaña mujer. Cuando comenzamos el secundario, Cacho fue a la Normal 3 y nuestros caminos se bifurcaron. A ella, la veía fugazmente, me saludaba siempre amable, con un beso “Hola, Helio Ural.” Siempre me llamaba por mis dos nombres, jamás me decía Grillo. Trabajaba mucho. Me sacudía su cercanía, la sospecha de su sombra.



[1] Labuela. (El Ordenador)

[2] Tradicional institución del barrio El Mondongo (diagonal 79 nro. 367) , fundada el 2 de agosto de 1927. (El Ordenador)

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”











Por Roque Domingo Graciano





g) “Yo adoraba ese cuerpo”

- Mi primera gran calentura fue la madre de un compañero de la barra, Cacho Capelletti. Cacho era hijo único, como yo y vivía a 50 metros de casa pero tenía padre. El padre y la madre trabajaban en el Ministerio de Economía, en la Dirección de Rentas. La madre de Cacho me enloquecía, podía llegar a matar, a robar, a hacer cualquier cosa por esa mujer. Ya había tenido relaciones sexuales con otras mujeres, de cualquier manera, fantaseaba con esa mujer de manera sórdida. La mina trabajaba de mañana en el Ministerio, volvía a la casa al mediodía y regresaba a la tarde para hacer “horas extras”. Cuando ella volvía a la casa, frecuentemente, estábamos con Cacho. La mina nos saludaba, nos daba un beso y entraba al dormitorio, se quitaba la ropa, se ponía una suerte de cofia en la cabeza (para que no le tomara olor el cabello) y en corpiño, bombacha y tacos altos pasaba para la cocina o el baño. Yo adoraba ese cuerpo. A veces, yo entraba a la casa y ella estaba en la cama, leyendo una revista, en bombacha y sin corpiño: “Pasá, Cacho enseguida vuelve, me fue a comprar cigarrillos.” Me sentaba en el vestíbulo e intentaba leer una revista pero no podía; esa mujer desnuda me obsesionaba. Llegué a masturbarme, ahí, en el sillón a pocos metros de ella.

lunes, 29 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano






f)“La cosa es ¡qué no se sienta el olor!”

- Mi infancia fue de vereda, de zanja, de campito, todo el barrio era nuestro y nosotros éramos el barrio. En nuestros juegos, llegábamos hasta la gruta de `el Bosque´, hasta la cancha del Lobo o de Estudiantes. Fue una infancia de pelotas y de honda. Se pegaba fuerte y cuando te tocaba recibir, el llanto se debía ocultar. “La cosa es ¡qué no se sienta el olor!” Yo siempre tuve bicicleta; a medida que iba creciendo mi mamá me la cambiaba por otra más grande. Con una pandilla de 5 ó 6 pibes, salíamos todas las tardes. Bicicleta y una gomera en el cuello; en una bolsita de 20 por 25 centímetros, a cuadros, cargaba semillas de paraísos, piedras, tuercas, bolitas de rulemanes y cuanto objeto sirviera como proyectil. Nos reuníamos en la esquina de 64 y 116. Hasta ahí, todo bien, todo calmo, sigilo, sin gritos, susurrando, sólo un silbido en clave para llamar a un retrasado. Cuando la barra estaba completa, salíamos en dirección a `el Bosque´ o en dirección a la 122 que era el camino de circunvalación o en dirección al Hospital. A las pocas cuadras, comenzaba el combate. Gato que veíamos le tirábamos proyectiles con la honda. A veces, como corresponde, estallaba un vidrio y se podría todo. Gritos, puteadas, policía, desbande generalizado. Otras tardes eran de “picado”.

- Eran pelotas de fútbol con tiento. Número 3 ó 5. En el barrio, siempre había pelotas de fútbol. Se jugaba hasta las 5 de la tarde. Como siempre: golpes, peleas, barro y pasto hasta el hígado. En el otoño, nos dedicábamos a pescar ranas en los zanjones del barrio, sobre todo en el de 66 y 123. Se pescaban con una caña, un hilo y una carnada. Cuando la rana mordía la carnada, pegábamos el tirón para arriba y, simultáneamente, dábamos el manotón para agarrarla. La rana no era de quien la “pescaba” sino de quien la agarraba cuando la rana estaba en el aire.

- Mamá no cocinaba ranas; yo se las cambiaba a otros chicos por bolitas, figuritas o por plata. Otras familias del barrio, sí, hacían comidas con ranas. El Hospital San Martín era otro ámbito de nuestras correrías. Nos metíamos en la morgue para ver los muertos. El acceso a la morgue era totalmente libre. Allí, había siempre 3 ó 4 cadáveres. En una oportunidad, tenía 15 años, nos corrió la policía; era de noche, nos tenían cercados; con dos flacos alcanzamos a meternos en el Hospital que tiene varios pabellones y varias manzanas. Sin dudar, nos cueveamos en la morgue con bicicleta y todo. Los policías rastrillaron el hospital íntegramente en nuestra búsqueda: jardines, pabellones, salas. Usaban perros y linternas potentes pero no entraron en la morgue que estaba con las luces encendidas y la puerta cerrada pero sin traba.

En `el Bosque´, había una gruta que nos fascinaba y un lago donde andábamos en bote y pescábamos. En ese recreo, tuve mis primeras experiencias sexuales.

Frente a la Facultad de Medicina, nace una callejuela que bordea las vías del ferrocarril. Tiene un largo de 800 metros más o menos. Allí, estacionaban los autos con parejas. Lo hacían de noche, también a la tarde, a la hora de la siesta. La callejuela se conoce en La Plata como Villa Cariño; no sé si entonces ya tenía esa denominación. La zona es arbolada y nosotros nos subíamos a los árboles para espiar a las parejas que se besaban y tenían sexo. Nos excitábamos y algunos chicos mayores se masturbaban arriba de los árboles. Después, nos sentábamos en el cordón de la vereda y nos masturbábamos para ver quién eyaculaba más lejos. Con el correr del tiempo, tuvimos sexo entre nosotros y más tarde (siempre en `el Bosque´), tuvimos sexo con homosexuales a cambio de dinero. También, había prostitutas y chicas que simplemente querían sexo. Mi barra siempre estaba lista “para todo servicio”. Con el dinero que nos daban los homosexuales, nosotros pagábamos los servicios de las prostitutas. Una ronda. ¡La vida es una ronda!

sábado, 20 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”

Por Roque Domingo Graciano


e) “Su verdadera pasión informativa era el diario El Día de La Plata”

- Televisión no había en ese entonces. Durante todo el día, en el taller, mi madre escuchaba Radio Nacional que pasaba música clásica: Rossini, Wagner, Strauss, Haydn, Mozart, entre otros. A la noche, escuchaba el informativo, el Reporter Esso, de las 7. Su verdadera pasión informativa era el diario El Día de La Plata. Mi madre era totalmente dependiente de ese diario. Lo leía exhaustivamente. Lo necesitaba. Cuando el diariero tiraba el diario por debajo de la puerta, a eso de las 5 ó 6 de la mañana, mi madre se levantaba. Miraba los titulares de primera página y se iba a la cocina con el diario debajo del brazo a preparar el mate. Después, en el comedor, leía el diario mientras tomaba mate. Fácilmente, dedicaba 2 horas a la lectura del diario. Era una lectora total. Si alguna vez el diario no llegaba, cosa rara, se levantaba y lo iba a comprar a 1 y 60. Una vez que los repartidores de diarios hicieron huelga, lo fue a buscar a diagonal 80 y calle 3. Hacía largas filas para comprarlo. Mientras leía se peleaba contra el director del diario, el doctor Kraiselburd, “un anarquista no puede escribir esto” murmuraba con voz áspera y gutural mientras golpeaba la mesa con el puño cerrado. Si había convulsión política, compraba, además, un diario de Capital Federal, La Nación o La Prensa.

- Te estoy hablando de mi niñez. La televisión se populariza a fines de los años 50 y principio de los 60. Las primeras emisiones de televisión, en la Argentina, datan del año 1952. Yo las recuerdo. Eran circuitos experimentales alrededor de la avenida de Mayo. Justamente, la primera vez que vi televisión fue en la vidriera de un negocio dedicado a la venta de instrumentos musicales de avenida de Mayo, Casa América[1]. Para la mayoría de los argentinos, la televisión era algo lejano, sin influencia aparente en la vida cotidiana; como los satélites que surcan el espacio en una oscura noche playera. Ocho años después, la cosa fue distinta. Una auténtica revolución. Yo tenía una cuadrilla de 15 operarios. Colocamos antenas en todo Berisso, Ensenada y gran parte de La Plata. Era un carnaval de guita. Los negros laburaban 15 ó 16 horas diarias para comprarse un televisor. Alayian, de la Montevideo al fondo, se hizo millonario vendiendo televisores. La gente hacía más de 2 horas de espera para comprar un aparato. Nosotros hemos llegado a colocar antenas en ranchitos cuyas paredes eran de madera de cajones de manzanas y el techo de chapas de cartón. Teníamos miedo de hundir el rancho mientras colocábamos la antena.

- Si comparás con la programación actual, con los aparatos, con la tecnología que se utiliza hoy, aquello era un pésimo servicio. La televisión era en blanco y negro. Había 4 canales, todos aéreos.

Los programas más vistos eran El club del clan (con el Palo Ortega y Violeta Rivas, entre otros) y el teleteatro Cuatro Evas y un Adán. La publicidad se hacía “en vivo”. Te entretenías más con la publicidad que con los programas. El negro Brizuela Méndez era un presentador de publicidades desfachatado y trasgresor que divertía a la audiencia.

- Los sectores populares incorporaban la televisión con espontaneidad y alegría. Los padres de clase media tenían cierta aprehensión, sobre todo en relación a la influencia que podía ejercer en la formación intelectual de los hijos. Los intelectuales de toda laya la rechazaban y vituperaban abiertamente. Un célebre profesor del Colegio Nacional la llamaba “el opio electrónico”.

- Mi madre murió sin ver “un” programa de televisión. Odiaba ese invento burgués capitalista.

¡Se teme más a la felicidad que a la muerte!

- El servicio telefónico en la Argentina fue pésimo hasta los años noventa y pico, cuando se privatizaron los teléfonos. En mi infancia, había muy pocos teléfonos. El único teléfono que recuerdo en el barrio estaba en el almacén de Bustero en 116 y 62, a varias cuadras de casa. Los vecinos, los particulares, no tenían teléfono. Había teléfono en las reparticiones públicas (hospitales, oficinas públicas), algunos comerciantes y los médicos.

La ciudad estaba dividida en varias centrales telefónicas (Tacuarí, Centro, Rocha, etcétera). Te comunicabas con una de esas centrales y le decías a la telefonista que te comunicara con tal teléfono. No necesitabas recordar el número del aparato. Simplemente, le decías: “Comuníqueme con el doctor Tal.” Si el doctor Tal pertenecía a esa central te comunicaba. Tan pocos eran los abonados que las telefonistas recordaban los números de memoria. De cualquier manera, el servicio era escaso, ineficiente y caro. Se cortaba. No había línea y mil ruidos más. Si te ibas caminado, te comunicabas más rápido.



[1] Casa América (Instrumentos Musicales, Pianos y Órganos) en Av. de Mayo nro. 959. (El Ordenador)

sábado, 13 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”





Por Roque Domingo Graciano





d) “Soy hijo único y quedé huérfano de padre siendo muy chico”

- Soy hijo único y quedé huérfano de padre siendo muy chico. Mi padre era un empleado “no docente” de la Facultad de Ingeniería. Trabajaba en el laboratorio de física; era una especie de ordenanza jerarquizado. Era el encargado de lavar el instrumental y preparar el material para la enseñanza y los experimentos. Tengo una imagen muy borrosa de él. Mi madre jamás me habló de mi padre ni me mostró una foto de él. Conocí a mi padre a través de unas fotos que me dio el doctor Poyio (un físico que cuando era estudiante asistía al laboratorio donde trabajaba papá). Tenía tres fotos en las que estaba mi padre, dentro del laboratorio de física. Mi padre vestía un guardapolvo blanco, era delgado, flaco, narigón de piel blanca y cabellos oscuros. Según el doctor Poyio, y otros testimonios, era “cabizbajo y callado, muy callado con una voz fina y metálica que pocas veces usaba.” Murió a los 28 años. Cáncer de pulmón o tuberculosis. ¡Vaya a saber! Estaba ligado a los grupos anarquistas; asistía a reuniones semanalmente y era un lector empecinado no sólo de política. Leía todo, absolutamente todo: ciencia, literatura, libros de viajes. Mi madre también era anarquista. Cuando yo era chico, ella tenía reuniones y otras actividades políticas. Después, se alejó de la militancia; las amistades de esa época siempre la visitaban y ella los visitaba. Creo que las únicas amistades de mi madre eran anarquistas o anarquistas “en retiro efectivo”.

Mi madre siempre trabajó de encuadernadora. En mi casa, había un taller de encuadernación en una habitación de 40 metros cuadrados. Cuando murió mi padre, las autoridades de la Facultad de Ingeniería le entregaban las actas, legajos, fichas de contabilidad y planillas patrimoniales para encuadernar. Era una manera de darle trabajo. En ese entonces, estar relacionado con la Universidad era un privilegio porque no te abandonaban. Mi madre, además, recibía una pensión por mi padre. Recuerdo que en algunas oportunidades fue a casa el ingeniero Bianci que era Decano de la Facultad.

- Vivíamos sin lujo pero sin privaciones. La casa era de mi madre, heredada de sus padre y ella siempre tenía trabajo. Cuando el trabajo la excedía la ayudaban compañeros del movimiento. El trabajo era cooperativo. Por ideología, ella no podía obtener beneficios del trabajo de otro. Ahora, pienso que ella debía donar algo de sus ganancias al “partido” aunque no tengo constancia de eso. Es una suposición.

- Mi madre me hablaba mucho desde el punto de vista ideológico; nunca me hablaba del funcionamiento, de la operatoria de su grupo. Cuando yo era chico se reunían en el taller de encuadernación, a puertas cerradas, algo menos de diez personas. Las reuniones duraban muchas horas. Habitualmente, un chico o chica (hijo de otro militante) mayor que yo, me cuidaba, me daba de comer y me acostaba. A medida que fui creciendo las reuniones se hicieron más y más esporádicas. Cuando llegué a la adolescencia, más que reuniones políticas eran encuentros entre amigos que se celebraban dos o tres veces por año. En ese entonces, se reunían en el taller un rato y después pasaban al comedor y a la cocina. Aderezaban la comida, charlaban, se reían y cantaban canciones de “la resistencia española” en donde ellos estaban “en primera línea de fuego” y los monárquicos eran débiles y timoratos.

- Jamás detecté ninguna relación amorosa de mi madre. Ella, en el decir, estaba por el amor libre, por el coger sin inhibiciones aunque jamás le conocí una pareja o algo que se le pareciera. Jamás. Mi madre no se pintaba los labios ni los ojos. No usaba maquillaje. Su única coquetería era lavarse los dientes con dentífrico y peinarse. Se lavaba el pelo con jabón y no usaba crema. Un día, le pregunté por qué no se acicalaba; me respondió que eso era “una desviación burguesa”. Era una mujer seca y miope; dura, amargada; sólo cantaba canciones políticas y esto, cuando se reunía con sus compañeros. En las canciones, ellos eran buenos y triunfadores; en la realidad, los cagaron a palos a lo largo y a lo ancho del planeta y les atribuyeron crímenes aberrantes.

sábado, 6 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”






Por Roque Domingo Graciano






c)“La gente bacana de Buenos Aires viajaba a la Nueva York como una excursión obligada”

- No recuerdo haber visto gente de raza negra. Te aclaro que en la zona de La Plata, Berisso y Ensenada, prácticamente, no hay comunidades de raza negra. El único grupo de negros que recuerdo es una pequeña comunidad de Cabo Verde que residía en Ensenada, por la calle Cantilo. El club Náutico de Ensenada tenía un negro en su equipo de básquet; un negro ensenadense, un caboverdeano. También, conocí una profesora de Geografía que era de esa comunidad. Los negros no eran numerosos en la zona. No recuerdo que hubiera negros en la Nueva York o en los frigoríficos. Te hablo de mi experiencia personal y desde mi recuerdo. Los provincianos, los “cabecitas negras”, en la década del 40 y 50 era un ínfima minoría en la zona. Algún correntino o entrerriano, muy a las perdidas. El aluvión de gente del interior se dio en la década del 60. En los años 60, la Nueva York perdió su look multirracial y se hizo una extensión de Santiago del Estero, del Chaco; un imperio de provincianos.

Te hablo de la otra Nueva York, de la cosmopolita, donde las casas de comidas funcionaban las 24 horas. Eso no lo encontrás, aún hoy, ni en Buenos Aires ni en San Pablo ni en ninguna de las grandes capitales y ciudades del mundo. No eran bolichitos donde te comías un pancho o un choripán. Eran restaurantes de nivel. En una cuadra, tenías para elegir: comida italiana, china, griega, turca, árabe. Por supuesto, que también tenías el puesto donde por unos centavos, de pie, te comías la mejor carne del mundo, una ensalada de lechuga y un vaso de vino blanco.

La gente bacana de Buenos Aires viajaba a la Nueva York como una excursión obligada. “Los chicos y las chicas bien”, se les llamaba. Eran muy respetados y atendidos. Viajaban en autos negros. En esa época, todos los autos eran negros. A veces, tenían choferes que se quedaba en el auto, fumando; en ocasiones, ocupaban un rincón en la mesa con los ricachones.

- Los hombres usaban esmoquin o traje (pantalón, chaleco y saco) azul o algún color oscuro. El color oscuro predominaba en la vestimenta de los hombres. Zapatos de cuero (marrón o negro) y medias oscuras con ligas. Sombrero, y en invierno, sobretodo o perramus (un abrigo largo, por debajo de las rodillas, que servía indistintamente para el frío y la lluvia).

Las mujeres eran hermosas. Yo las veía como adultas; en realidad (lo comprendí más tarde), eran hombres y mujeres jóvenes, en su mayoría. Más cerca de los 20 que de los 30. También, estaba la barra de veteranos, mayores de 40; esos no traían mujeres. Eran hombres solos. También venían familias.

- Un caso típico era el siguiente. Un hacendado de Tandil, de Balcarce, de Pehuajó o del interior del país, un día, la invita a su mujer a pasar unas vacaciones en Buenos Aires. ¿Qué era Buenos Aires en ese entonces, décadas del 40, 50? Buenos Aires era la noche. Se instalaban en un hotel bacán de la zona de Congreso o Retiro y, a la noche, al Maipo, al Chanteclair, al Richmond, al Tabarís de calle Corrientes. Si ya conocían varios teatros y teatros de revista, las excursiones se alejaban de la zona del `centro´. Una segunda etapa era la Boca, algún boliche de la zona de Retiro, de Olivo y la Nueva York de Berisso. Con un agregado, La Plata tenía el hipódromo como gancho; por esos años, no había carreras nocturnas. A la mañana, recorrían la ciudad: parque Pereyra, `el Bosque´, la catedral, el edificio de la universidad, los edificios de los ministerios, el museo de ciencias naturales; almorzaban en Las Malvinas de calle 50, se instalaban en el Hotel Provincial de 8 y 51, a la tarde “burros” y reventaban la noche en la Nueva York. La excusa para ir a la Nueva York era las comidas típicas: griega, ucraniana, polaca, china y otras.

Aquí viene la vueltita; en esta salida, el matrimonio viene con la hija que está terminando el bachillerato en algún colegio católico y el hijo que está en primero o segundo año de abogacía o medicina. Después, ella (la nena) traerá a sus amigos ingleses, uruguayos, paraguayos o norteamericanos; el flaco vendrá con su barra de la facultad y el viejo, después de gestionar en la Capital Federal un préstamo blando concedido por el Banco de la Nación para nuestros castigados hombres de campo, se hará una escapadita hasta la Nueva York con un puñado de amigos para saborear platos típicos y prostitutas excitantes.

- Hoy cuando me preguntaste sobre la gente negra me abriste la cabeza. En este momento, ahora, me doy cuenta de que en los años 40, 50 la “negritud” no era un valor estético ni erótico. A ningún bacán se le hubiera ocurrido pedir una prostituta negra. Jamás vi en la Nueva York una prostituta negra. Había prostitutas criollas, provincianas, “chinitas”, le decían. Esas prostitutas eran para quienes no tenían dinero: obreros del frigorífico, marineros rasos, la muchachada de la zona. La gente bacana, los cogotudos, exigían las “polacas”, mujeres de piel blanca como la leche, cabellos amarillos como barba de choclo, huesudas. La mayoría era de origen polaco pero las había hebreas, rusas, ucranianas, la “papusa”[1].

- Jamás vi un policía en la Nueva York, jamás. La Nueva York era una tierra de nadie; una calle empedrada en donde todo estaba permitido excepto el uniforme policial. Había una leyenda que decía que era una jurisdicción en conflicto; por un lado, la policía provincial decía que era jurisdicción nacional, de la prefectura; por el otro, la prefectura decía que era jurisdicción provincial. Como consecuencia de esa disputa, no había “autoridad de aplicación”.



[1] Prostitutas caucásicas que pedían o consumían un “cigarrillo” (en idioma ruso ПАПИРОСА). Ese es el origen etimológico del término “papusa”, presente en la literatura tanguera. (El Ordenador)

lunes, 1 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”




Por Roque Domingo Graciano




b) "Era una calle empedrada, húmeda, con una permanente llovizna por la que reptaba un río blanco de obreros y obreras"


- La calle Nueva York de los años 40 y 50 era un centro comercial único en la Argentina y, según gente que había viajado por todos los continentes, sin parangón en Occidente. En la calle Nueva York, se abastecían los 25.000 operarios que trabajaban en los dos frigoríficos, los obreros y marineros del puerto La Plata y ainda mais. He charlado con marineros que conocían con precisión Berisso y la emblemática calle Nueva York y no sabían exactamente en qué país estaba Berisso.

- Exactamente. Era un centro internacional al estilo del siglo 19, de la era industrial, de las grandes factorías que utilizaban gran cantidad de mano de obra, de obreros, operarios.

- Supongo que trabajarían más hombres que mujeres; no obstante, la cantidad de mujeres era importante. En mi barrio, durante mi infancia, veía bajar del tranvía 25 hombres y mujeres que venían de trabajar de los frigoríficos, en cantidades parejas.

- Tengo una idea de ciertas características de los operarios del frigorífico. Había familias enteras que trabajaban permanentemente, tanto el hombre como la mujer; cuando crecían, se agregaban los hijos. Otro tipo de operario era el hombre que trabajaba en el frigorífico y en otro lugar: el comedor universitario, policía, ordenanza de un ministerio y así.

- Correcto. Tenían dos trabajos. Otros operarios del frigorífico eran los temporarios. El hombre o la mujer que se quería comprar un televisor, un electrodoméstico, ampliar la casa o techar una pieza, trabajaban unos meses en el frigorífico, que pagaba por quincena y, simultáneamente, seguía con su trabajo permanente. Un vecino mío, Guerrero, trabajaba en la Biblioteca de la Universidad como ordenanza y hacía “una temporadita” en el frigorífico cuando quería reforzar su patrimonio. Gracias a él, conocí los frigoríficos de Berisso. Era un tipo bastante mayor que yo; unos 15 años más o menos.

- Conocí la calle Nueva York cuando tenía pantalones cortos. Me causó una impresión fuerte. La conocí de noche. Me golpeó la iluminación, las luces. La Plata no era una ciudad tan iluminada; además, La Plata es una ciudad arbolada por lo que las luces se minimizan. En la Nueva York, no había árboles. Era una calle empedrada, húmeda, con una permanente llovizna por la que reptaba un río blanco de obreros y obreras. Veredas angostas y un negocio al lado del otro en un orden difícil de comprender para el visitante.

Otra característica de la Nueva York era que durante las 24 horas del día, todos los días del año, había 2 ó 3 barrenderos limpiando las cunetas. Los barrenderos, los escobillones y los carritos amarillos de hierro, a cualquier hora del día y sobre todo a la noche, me llamaban la atención. Barrían entre los autos, bajo la lluvia o el sol.

Lo que me sobrecogió, lo que me dejó de la nuca fue la gente, la gente que pasaba; era como un hormiguero; cientos de hombres y mujeres que caminaban, que iban; hombres y mujeres de distintas razas, idiomas. No entendía nada. “¿Qué dicen?; ¿en qué hablan?” Rusos, franceses, árabes, turcos, chinos, polacos. He conocido, con el paso de los años, calles más pobladas, más transitadas, nunca más cosmopolitas (¿multirracial?) que la Nueva York de los años 40 y 50. Yo tenía la sensación de que el devenir de la Nueva York era la vida misma.

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”




Por Roque Domingo Graciano




a) "Antes, el tranvía había atravesado la exótica y excitante calle Nueva York"


- Nací en la ciudad de La Plata, en uno de sus barrios más tradicionales: el barrio de “El Mondongo”. Es el barrio que se extiende de 60 a 70 y de calle 1 a 122, más o menos.

- Con certeza, no sé el porqué del nombre. Hay una tradición que dice que en ese barrio (hacia 1920, 1930) vivían muchas familias que trabajaban en los grandes frigoríficos de Berisso. El alimento central de esas familias era el mondongo de los animales. De ahí, el nombre del barrio, por expansión del alimento principal o diferencial de sus habitantes. El mondongo es un corte barato y poco nutritivo. No es descabellado que ese sea el origen del nombre porque la calle 60 es el camino directo a Berisso. Recuerdo que en mi niñez, por la avenida 60, pasaba el histórico tranvía 25 que unía La Plata con Berisso. El tranvía 25 pasaba frente al frigorífico Swift y terminaba su recorrido frente al frigorífico Armour; allí, estaba el amarradero de las lanchas que llevaban a la isla Paulino. Antes, el tranvía había atravesado la exótica y excitante calle Nueva York.

martes, 26 de octubre de 2010

“Biografía Criolla (V de VI)-El cuento chino de Celeste “Peky” Cardozo”

Por Roque Domingo Graciano





rr)“fue un trámite necesario”


- Aborté en dos oportunidades. No fue una tarea sencilla; fue un trámite necesario. Me cuido mucho, no obstante, “al mejor cazador se le escapa la liebre”.

- A veces, la muerte es la vida y, en otras oportunidades, la vida es la muerte.

La semana pasada, dos borregos asesinaron, a cadenazos, a un farmacéutico y su esposa, en Los Hornos[1]. Era un matrimonio estrictamente católico, antiabortista. Fue un crimen gratuito para sacarles unas chirolas. Uno de los tantos crímenes que suceden diariamente en la Capital y el conurbano.

La madre de uno de los criminales tiene 12 hijos y afirmó “yo no los puedo criar; se crían en la calle y las malas compañías hacen el resto.” Sin desperdicio: las prohibiciones vuelven a entrar por la puerta que salieron.

- Leo poco, poquísimo. No obstante, siguiendo los consejos del Facha, mi magra biblioteca está compuesta por tres obras: la Biblia, las “obras teatrales” de Shakespeare y Cien Años de Soledad de García Márquez. He comenzado por la Biblia. Las otras dos deberán esperar algunos años.

- Según el tío, son los escritos que fundamentan y sintetizan la cosmovisión atlántica y la explican.

- ¿Una palabra emblemática, una frase...?: “You’re probably rigth”[2]



[1] Viernes a la tarde. El Corcho y el Cartucho eran dos muchachos del barrio de Los Hornos. Querían divertirse el fin de semana y no tenían dinero. Planificaron la manera de obtenerlo. La farmacia de don Leiva les proveería de lo necesario.

Dos horas después, cerca de las 19 de una tarde otoñal, el dúo observaba, acechaba la farmacia. Un cliente se retiró, subió a su bicicleta y lentamente pedaleó. La farmacia quedó sin clientes; adentro, don Leiva y su mujer. El Corcho y el Cartucho irrumpieron. “¡La plata!”, gritó el Cartucho mientras amenazaba con un fierro de 50 centímetros. Don Leiva, sorprendido, levantó la cabeza; su mujer, confundida, se puso de pie y dejó caer una revista al suelo. Don Leiva giró sobre sí mismo e intentó huir hacia la trastienda. Fue un intento vano. Un golpe en medio del cráneo se lo impidió; un segundo golpe, mientras caía de espalda, le rompió la clavícula izquierda en un ruido seco de madera astillada. Aprovechando los movimientos, doña Elsa, la mujer del farmacéutico, huyó en sentido opuesto; ganó la vereda pero sólo pudo dar dos pasos porque el Corcho la alcanzó de un cadenazo en el pulmón derecho; se tambaleó en un grito de dolor; otro golpe en la espalda la terminó de derrumbar; el tercer cadenazo fue gratuito: le estalló sobre la barbilla y la boca fracturando huesos y dientes en mil pedazos. El Corcho retrocedió unos pasos y tomó posición en la puerta de la farmacia; desde allí, veía al Cartucho sacando el dinero de la caja registradora y hurgando debajo del mostrador, al viejo Leiva tendido boca arriba, inmóvil, con los ojos quietos y vidriosos, a la vieja tendida en la vereda que se retorcía en convulsiones de dolor y tos. Todo fue en 58 segundos.

El Corcho y el Cartucho ganaron una calle paralela a la avenida 60; en la semioscuridad, contaron el botín: “es buena guita”; caminaron rumbo al centro de La Plata; imaginaron que con ese dinero podrían rematar el fin de semana en algún boliche de la Calchaquí o quizá en la Boca.

Respiraban, ahora, pausadamente y fumaban.

Cuando llegaron al camino de Circunvalación, un largo y perezoso tren de carga que había salido de los talleres ferroviarios de Los Hornos los detuvo; miraron el tren con indiferencia y comentaron la rareza del caso dado que los talleres estaban virtualmente desmantelados y ese tramo de las vías era escasamente usado uno o dos veces al mes pero siempre de día. La débil luz de la casilla de las barreras del paso a nivel de la avenida 60 se veía a pocos metros; reconocieron al viejo Leiva con botines de goma negra, pantalón y camisa de azulina tela rústica que miraba el paso del tren mientras agitaba con profesionalidad una antigua linterna ferroviaria; a unos metros del viejo, sentada en un sillón de mimbre, Elsa exhibía profundas y antiguas heridas, giró el torso hacia los muchachos y con un ademán cansado y lejano pero inexcusable les dijo "vamos" y ellos se sintieron envueltos en un ruido de hierros, de luces, de tierra, en un círculo de pesadas ruedas. El Corcho, desesperado, intentó salvarse, buscó una disculpa, una coartada:

- “Yo no fui, gritó.”

- “Vamos, vos también tenés que morir”, dijo la vieja y el Corcho rodó entre las ruedas, unos metros detrás del Cartucho. (El Ordenador)

[2] Últimas palabras de Celeste “Peky” Cardozo en el relato. (El Ordenador)

“Biografía Criolla (V de VI)-El cuento chino de Celeste “Peky” Cardozo”

Por Roque Domingo Graciano




r) “Jesús está en todo hombre


- Mi relación con la Iglesia católica fue amarga. Mi tía Juana me llevaba a la iglesia y tomé la comunión el 19 de marzo, “día de San José Carpintero Fino”. Usé un vestido que había lucido mi bisabuela, la abuela materna del Buda y el Facha. Un vestido inserto en la tradición familiar con flores blancas y amarillas[1]. Toda la familia, excepto el Facha, insistía mucho en que fuera a la iglesia. Hoy, pienso que la insistencia estaba motivada en que, como mis padres biológicos eran guerrilleros, ellos querían protegerme y a la vez alejarme de toda ruptura o trasgresión que me perjudicara. Buscaban protegerme a través de la iglesia.

Pese a la presión familiar mi relación con los curas fue un desastre. No sólo porque tienen un discurso acartonado, burocrático, administrativo sino porque sufrí una experiencia fea en el confesionario, cuando tenía 7 años.

- El cura me preguntó: “¿Jugás con varones?” Le respondí que sí. El muy guacho me repreguntó “¿Al oscuro? “, también al oscuro.” Volvió a la carga: “¿Se tocan?” “, nos tocamos.” le respondí. Me reprendió con dureza y perversión : ¡a una nena de 7 años! Volví llorando a casa y se lo conté a mamá. El Facha montó en cólera y prohibió que me confesara aunque admitió que siguiera yendo a la parroquia porque era un medio de socialización apropiado en el barrio de Los Hornos.

Después, cuando comencé a leer la Biblia comprendí muchas cosas, sobre todo que Jesús está en todo hombre, también en el miserable.



[1] Colores papales. (El Ordenador)

domingo, 17 de octubre de 2010

“Biografía Criolla (V de VI)-El cuento chino de Celeste “Peky” Cardozo”



Por Roque Domingo Graciano




q) “lo conocí en Arenas Verdes”

- A Ural lo conocí en Arenas Verdes. Llegué un mes de enero y encontré la casa limpia, brillante, funcional. Casi no la reconocí. Había un par de amigos y Ural (el Grillo) con tres perros, pese a lo cual no había un solo pelo en la casa. Después, mucho después, me enteré que Ural había estado en casa desde el otoño anterior. La había pintado, refaccionado; arregló el sistema de iluminación y de calefacción. Un chiche.

Accidentalmente, volví a Arenas Verdes para el mes de abril. Cuando iba caminando hacia la casa, pensé que quizá todavía estaba “el viejo” flaco y feo. Exactamente, allí estaba Ural con sus tres perros. Salió a mi encuentro varios kilómetros antes de que llegara a la casa. Estaba alerta. Me ayudó con la mochila y comenzó un largo silencio en compañía. Con el paso del tiempo, en pareja, nos bañábamos y hacíamos fuego y, mientras él cocinaba, yo hacía mis ejercicios de danza. A la noche, solíamos charlar sobre unos libros que había en la casa y que él había leído exhaustivamente o escuchábamos radio. Una noche, le dije que necesitaba sexo y que estábamos los dos solos en varios kilómetros a la redonda. Él aceptó. Sirvió dos copas de cognac y les dio fuego. Abrió “Cien años de soledad” y me leyó un fragmento erótico. El cognac y el relato me excitaron todavía más. Así comenzó y así siguió mi sexo con Ural: sin urgencias.

Al año siguiente, nos reencontramos en La Plata. Lo visité aquí, en esta casa. Hacía poco que había muerto su madre y él estaba solo. Mis visitas se hicieron cada vez más frecuentes y al fin me quedé a vivir aquí. Ural refaccionó el frente de la casa y este salón para que yo pusiera la escuela de danzas.

martes, 12 de octubre de 2010

“Biografía Criolla (V de VI)-El cuento chino de Celeste “Peky” Cardozo”



Por Roque Domingo Graciano





p) “un compañero manso y comprensivo”

- Esta casa la heredó Ural de su madre que, a su vez, la había heredado de los padres de ella. En este salón, la madre de Ural tenía el taller de encuadernación. Ahora, doy clases de danza.

- [1]Con Mariano, solemos encontrarnos. No muy seguido pero suelo verlo. Hace 20 días, yo estaba esperando el micro frente a la Facultad de Agronomía, pasó él en una Ford F 100. Subí y tuvimos sexo en el camino a Magdalena. Me encanta la “chuchería” de Mariano. Cuando subí a la camioneta fui consciente de que lo excitaba y su excitación me enloquece. Me aturde su sudor, su taquicardia. Cuando me penetra pierdo la noción del tiempo, del espacio, de mí misma. Es un vacío. Una droga que necesita mi cuerpo.

- Hoy, pienso que Mariano siente un fuerte atractivo sexual hacia mí, no obstante, creo que lo nuestro sólo puede quedar en encuentros ocasionales. Está casado, con hijos, una profesión en crecimiento. Tendría mucho que perder si acepta mi pasión, mi vida. Por otro lado, no estoy dispuesta a dejar lo que he construido: mi taller, la danza, esta casa, Ural. Aquí y ahora, me siento feliz, reconocida.

- Le cuento minuciosamente todas mis relaciones sexuales a Ural porque el relato de mis aventuras, mis emociones y sentimientos es una fuente de nueva sexualidad. Me vuelvo a excitar y también Ural se excita y me acompaña en el orgasmo. El Grillo (Ural) es divino. No hay otro hombre igual.

El sexo que tengo con Mariano es explosivo, en tanto que el sexo que tengo con Ural es pausado, lento, con caricias que duran una tarde entera. Las caricias suelen comenzar al mediodía y terminan a la medianoche. A veces, es como si me volcara un pote de dulce de leche en mi cuerpo y me lamiera toda, lentamente, hasta quitar todo rastro de dulce. A veces, me duermo mientras él me acaricia y tengo orgasmos en el sueño. ¡Fantástico! ¡Me alucina!

- Con Ural, no sólo tengo un sexo placentero sino también un compañero manso y comprensivo. Jamás tiene un gesto de agresión, de violencia. Sospecho que su mansedumbre lo ayudó a sobrevivir. Vive mis triunfos laborales y emocionales como propios. Es feliz cuando le cuento que he sido sexualmente dichosa con otra persona.



[1] Este segmento del material procesado (así como el anterior) está dañado y contiene “ruidos”. Se infiere que el entrevistador interroga a la entrevistada (Celeste Cardozo) sobre sus prácticas sexuales. La profesora de danzas abunda sobre su vida sexual y en su relato emerge, insistentemente, la figura de “Mariano”, un joven profesional a quien la profesora conoció en un festival de rock en la cancha del club Estudiantes de La Plata, cuando ambos eran adolescentes. A través de los años, con intermitencia, recrean una intensa sexualidad. (El Ordenador)

lunes, 4 de octubre de 2010

“Biografía Criolla (V de VI)-El cuento chino de Celeste “Peky” Cardozo”

Por Roque Domingo Graciano




o) “La historia del padre de Juana, el Juancho, es color sangre”


- La historia del padre de Juana, “el Juancho”, es color sangre. Juancho tenía un hermano menor, al que llamaban el Manco porque tenía el brazo derecho tullido. Los dos eran hijos de unos obreros agrícolas (de origen provinciano, chaqueños) que trabajaban en la zona de Etcheverry. La madre del Juancho y del Manco murió de cáncer de mama, en el Hospital de Melchor Romero, cuando los hijos eran pequeños: 2 y 4 años. El padre de los muchachos, pobre y borracho, los entregó al matrimonio Palacios, que por ese entonces vivía enfrente de la antigua estación ferroviaria de Etcheverry, al lado de donde hoy funciona una enfermería municipal. El matrimonio Palacios no tenía hijos y ya rondaban los 40 años. Aceptaron a los chicos como hijos propios y no se preocuparon cuando el padre desapareció de la zona. A los 2 años de la adopción, los Palacios compraron una chacra en Vieytes, unos 25 kilómetros al sudeste, donde criaban aves y cultivaban legumbres y verduras. Allí, siguieron creciendo Juancho y el Manco, en la tranquilidad de la chacra rodeada de paraísos y en donde hasta algún peso sobraba. Los muchachos eran conscientes de todo lo que debían a “los viejos” y así se lo manifestaban en las tareas del campo y de la casa, en el afecto y en la obediencia. Juancho se fue haciendo un hombre de carácter decidido y circunspecto. Era el primero en hacer y el último en hablar. El Manco, en cambio, era bullanguero, alegre y cariñoso.

La señora de Palacios falleció de cáncer de útero y, con su muerte, se llevó el equilibrio y la armonía familiar.

El viejo Palacios no se acostumbraba a la ausencia femenina: probó con varias “damas” de la zona, con suerte diversa, mientras la chacra se hacía más próspera y apetecible; dejó de realizar directamente las tareas rurales que recayeron en los muchachos y él se encargó de la “administración” y venta.

Un sábado temprano, don Palacios cargó en la chata varios cajones con las mejores ponedoras y 5 lechones de óptima cotización. El Manco malició que también llevaba un buen puñado de dólares en los bolsillos. A eso de las 8 de la mañana, enfiló rumbo a Bavio. El domingo no regresó. Volvió el lunes al mediodía. Ya no traía ni las gallinas ni los lechones, tampoco los dólares; sí, traía a su lado, en la cabina de la chata, una joven mujer de 17 años que había comprado y a quien presentó simplemente como Martha. Al principio, Martha era la muchacha que se encargaría de las tareas de la casa e incluso se le asignó una habitación especial; a los pocos días, se puso en evidencia que el lugar de Martha era el dormitorio matrimonial, junto al viejo Palacios. A las primeras extrañezas e incomodidades, le siguió un cierto orden querido y aceptado por todos. En definitiva, “Martha vino a reemplazar a la vieja’”.

Un día, para asombro de propios y extraños, Juancho huyó con Martha, la mujer del viejo.

Don Palacios lo interrogó al Manco quien sin mentir ni perder la sonrisa le contestó que él era el primer sorprendido. “Está bien. No los voy a buscar pero si se me cruzan, los mato.” A partir de ese día, el viejo Palacios y el Manco era anverso y reverso de la misma moneda. Si el Manco conducía la chata, el acompañante era el viejo. Si Palacios manejaba, en el asiento de al lado, iba el Manco. Con el paso de los días y los meses, un nuevo orden se instaló en la chacra. Ostensiblemente, se descuidaron las tareas productivas porque el Manco no abandonaba al viejo Palacios en ninguna circunstancia y con frecuencia el viejo se dejaba estar abúlico, envuelto en vahos de alcohol. En esas ocasiones, el Manco se quedaba en la casa; limpiaba, cocinaba, cosía y con una armónica ejecutaba alegres canciones.

Mientras tanto, Juancho y Martha trabajaban en distintas chacras y quintas de los partidos de La Plata y Magdalena. De esa relación, nació Juana. Todo hubiera sido más o menos normal y anónimo si no hubiera mediado la siguiente circunstancia. Una mañana, antes del amanecer, el viejo Palacios y el Manco estaban descargando unos cajones de rúcula y tomates en el mercado de 3 y 48. En el playón, apenas si se distinguían las siluetas de los hombres y vehículos. El destino quiso que Juancho estacionara al lado del viejo Palacios que lo reconoció de inmediato. Todo duró un par de minutos. El viejo le descerrajó 3 tiros; ninguno dio en el cuerpo de Juancho quien se defendió con una llave cruz dándole un golpe en la cabeza. El viejo trastabilló y se preparó para disparar de nuevo. Juancho, para atacar. En ese momento, el Manco, el único hermano de Juancho, casi de atrás, con una cuchilla de trabajo le partió el corazón a su propio hermano.

Cuando el comisario Alberto Nitti le preguntó por qué lo había hecho, el Manco respondió suavemente, casi sin énfasis: “Era uno de los dos y yo con el viejo tenía una deuda de vida. La pagué.” Estuvo menos de un año preso; el viejo lo visitaba todos los días. Cuando salió en libertad, gracias a que tipificaron el asesinato como “defensa propia”, siguió viviendo en la chacra de Vieytes invadida ahora por la maleza y la desidia. El viejo, totalmente destruido por el alcohol, murió unos años más tarde. El Manco lo sobrevivió bastante. Lo alcancé a conocer andrajoso y sombrío; ejecutaba melodías con la armónica en las cercanías del cementerio. Vivía de la caridad de la gente.