domingo, 20 de febrero de 2011

El ostensorio

La custodia

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”










Por Roque Domingo Graciano




t) "en la cosmovisión gnóstica, ella se llamaba Alocer y él, Bernardo"[1]

- Allí, en la fotocopiadora de la Turca, en calle 12, conocí al matrimonio.

Frecuentemente, venía la pareja a encargar trabajos de fotocopias o espiralados; si eran pocas fotocopias, esperaban; si las fotocopias eran muchas, volvían más tarde a retirar el material. A veces, uno de ellos traía el material para fotocopiar y más tarde pasaba el otro a retirarlo. Vendían la imagen de una familia unida, solidaria, muy trabajadora. Federico solía intercambiar palabras conmigo; Ailín sólo me saludaba si nos chocábamos. Años después, nos encontramos en un hotel de Bariloche. Ellos estaban en un congreso de la Iglesia Universo Cristiano. Allí sí, tuve una relación cercana con el matrimonio. Les proveía videos, esposas, vibradores, prótesis y otras chucherías para el juego sexual. A través de ese vínculo, supe que en la cosmovisión gnóstica, ella se llamaba Alocer y él, Bernardo.

Cuando ella desapareció, yo estaba en Córdoba. Leí el titular del Clarín y dudé. No comprendí lo que había sucedido. Años después, un cliente que vivía en Cariló, caminando bajo los pinos, me contó lo sucedido.

“Alocer, después de su separación de Bernardo, fortaleció su relación con los euquitas (relación que había heredado de su madre) e ingresó a la secta. En su dimensión innata, fue penetrada por Azazel a quien quedó subordinada y esclavizada en la eternidad. Se le encomendó la misión de establecer contacto diario con chicos cercanos a la pubertad, “edad propiciatoria” por el Gran Arquitecto, según los paladicas.

Más tarde, siguiendo su karma se transformó en súcubo y prometió transformar en íncubo a dos de sus tres hijos. Pero este propósito lo supo la madre de Bernardo que, en la cosmovisión gnóstica, se llama Carmen (auténtico nombre y cifra que la comprende y explica en una visión de eternidad). A Carmen, en el esbats, la llamaban la lobezna por lo de “Vade retro, Satanás” dado que, si bien es cierto que había nacido y se había criado en las pampas bonaerenses, era descendiente directa de montañeses. Carmen, la lobezna, leyó las vísceras de animales y masticó una respuesta. Se puso bajo la advocación y protección de san Juan y el 24 de junio de 1984, en un rancho de las cercanías de la laguna de Monte y el arroyo Las Totoras, encendió fogatas. Hizo penitencias y ayunos. Era una criolla física y espiritualmente fuerte, madre de 3 hijos y había librado numerosas batallas pero ninguna como ésa. Mientras la fogata se mantuviera viva, ella estaba en combate con Alocer. En los primeros tres días, la fogata estaba mustia. Doña Carmen no flaqueó. Renovó sacrificios y oraciones al Todo Poderoso. Al séptimo día, un viento propicio del oeste avivó el fuego y la fogata se incrementó de manera ostensible. Vientos de distintas direcciones enloquecieron las llamas y encresparon las aguas de la laguna. Doña Carmen, como petrificada desde el comienzo de los tiempos, oraba y ayunaba. El torbellino exterior contrastaba con la serenidad de la abuela; estaba combatiendo contra Azazel y denotaba la misma tranquilidad que cuando preparaba el puchero para su familia. El combate duró 10 días. Al décimo noveno día del inicio, doña Carmen tuvo la certidumbre de su triunfo. Las llamas se aplacaron y la fogata se transformó en brasas; la vieja se concentró en una plegaria antigua y profunda como el eco de sus ancestrales montañas. Cuando se sintió purificada, sin miedos y desatada, caminó descalza sobre las brasas una y otra vez hasta que las brasas se hicieron cenizas. Dijo los conjuros para revertir maleficios, invocó a san Juan y sacrificó animales en su nombre y con la sangre de los animales regó las cenizas. Juntó las cenizas y esperó las órdenes que le serían dichas.

La madrugada del 10 de julio, Alocer, después de departir con un comerciante vecino al que había embrujado (y a cuya hija pensaba transformar en súcubo), se vistió en forma apropiada para el esbats. Antes de transponer los límites de su jardín, se sintió atrapada. Comprendió su situación e invocó tres veces a Azazel. No ofreció resistencia. Una fuerza superior la dominaba. Cuando estaba en la calle, por segunda vez invocó tres veces a Azazel y tampoco recibió respuesta. Dudó. Se concentró y en un último esfuerzo invocó a Azazel tres veces por última vez. “¡Te llama Alocer, tu esposa, tu esclava, tu amante!” Tampoco recibió respuesta y comprendió que estaba abandonada absolutamente a sus limitadas fuerzas. Descendiente directa de la irlandesa Florence Newton, como ella dijo “Ad Majoren Satana Gloriam” y se entregó mansamente; sin un gesto, sin un ademán de resistencia; tierna y sensualmente. Doña Carmen la cercó con las cenizas que había juntado, en un movimiento análogo a las agujas del reloj y comenzó el sacrificio. El resto lo podés leer en los `Crónica´ de la época.”

- Según este vecino de Cariló, en el expediente, hay marcas suficientes que permiten leer esta historia pero jueces y policías no lo pueden decir expresamente.

- El arcano, por definición, no puede ser dicho públicamente ni comprendido por el conjunto social.

- El universo, la vida es insondable, por lo tanto, la indiferencia es una virtud.

- Sí. Dios existe pero está despreocupado[2].



[1]

CITARON A UN ALTO JERARCA POLICIAL

Caso Bowles

El juez Burlandinho, a cargo del caso del asesinato de la bella y adinerada traductora, habría citado al comisario inspector Miguel Ángel Rucci, para que explicara las versiones, presuntamente emanadas de fuente policial, que relacionan a la mujer asesinada con una secta esotérica de origen medieval.

La versión fue ampliamente tratada por medios periodísticos de la Capital Federal.

Se espera una ampliación en las próximas horas.

Pág. 26 y 27 – Crónica – Lunes 13 de agosto de 1984 – La Plata – Argentina.

[2] Últimas palabras de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez en el relato. También, estos son los postreros grafemas de esta saga. Este es el FIN, “THE END”, el cierre. (El Ordenador)

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano





s) "era virgen"


- Yo estaba haciendo un trabajito de temporada en calle 12 y la Turca, la dueña de la fotocopiadora de al lado, me empezó a relojear. Yo, discretamente, le mostraba el bulto y la Turca se excitaba, ¡algo más que entusiasmada! Una tarde, antes de abrir la fotocopiadora, ella estaba haciendo limpieza en el local. Me acerqué, la saludé y la ayudé: saqué las cajas y barrí la entrada y la vereda. La Turca estaba desarmada. Transpiraba. Tenía mareos. No podía sostenerse en pie. Me di cuenta de que en ese momento no podía hablarle y me fui a mi local. Esa noche, después de cerrar la heladería, me acerqué a la fotocopiadora. La Turca estaba con la madre. Me asomé por la puerta y las saludé. Tal como lo esperaba, a los pocos minutos se fue la vieja y ella quedó sola con la puerta cerrada. Golpee y me abrió. Se puso del otro lado del mostrador, como si yo fuera un cliente. Se esperaba una declaración de amor y yo le dije que lo mío era un negocio. No me quiso creer. Se reía histérica. Desde la puerta le dije: “Pensálo, son 50 dólares. Estoy a tus órdenes.” No lo podía creer. Pasaron unos días y me llamó. La operación se concretó. Yo tampoco lo podía creer: ¡era virgen!

martes, 15 de febrero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano




r) "Nos encontramos junto a uno de los ventanales de ´El Británico´en Defensa y Brasil, al amparo de sus luces moribundas"





- El Facha Cardozo es bastante menor que yo; fácilmente, 7 años. Lo conocí en San Pablo y está ligado a una salvada y a un enigma grande de mi vida. Era a comienzo de la década del 70, cuando llegué a Plaza de la República, en San Pablo, para tomarme un micro que me llevaría al aeropuerto. En esa Plaza, tenía varios conocidos, entre otros un par de flacos que administraban a unas chicas. Uno de ellos me dice que esa tarde lo habían asaltado y golpeado feo a un “correntino[1] de La Plata”. Como algunos amigos estaban por esos días en la ciudad, me interesé en el caso. Me llevaron hasta una sala de primeros auxilios. Allí conocí al Facha. Era un moretón. Tenía fracturas en las piernas, en las costillas y en los brazos. Me dijo que lideraba una banda de rock en Los Hornos y era amigo de Benito Durante, un luchador que explotaba un boliche en Valeria del Mar con quien yo había tenido algunos negocios. El Facha había contratado los servicios de una chica (trabajadora independiente), en Plaza de la República. Ella lo llevó, en un escarabajo[2], a un departamento que ella tenía en el barrio Las Perdices. Cuando estaban en el departamento, entraron cuatro tipos que los golpearon y los robaron. La chica había perdido un ojo en la paliza. A él, le robaron todo: documentación, dinero, ropas. Algo había fallado en un negocio que está hecho para complacer al cliente, para dar placer y no dolor. Quizá, falta de controles, un ajuste de cuentas, una paliza con mensaje, un error. Mis amigos paulistas se inclinaron por la teoría de la confusión. El discurso del Facha me persuadió. Le pregunté si necesitaba algo. Me respondió que estaba solo y sin medios porque sus amigos se habían ido la semana anterior. Le dejé 300 dólares y la seguridad de que mis dos amigos paulistas lo asistirían. Me dio unos teléfonos para que comunicara la novedad en La Plata.

Tres o cuatro meses después, mi vieja me dijo que un pelirrojo carón y pelo largo me andaba buscando. Era el Facha. Nos encontramos en un boliche de calle 8 y 57, frente a los Tribunales. Estaba recuperado. Charlamos toda la mañana y me devolvió los 300 dólares. Pasaron los años y un par de veces me crucé con él. Un apretón de manos. “Todo bien”. “Todo bien”.

Hacia 1993, tuve que rajarme de La Plata. Estaba cercado, me garroneaban los talones. Como sucede en esas situaciones el mundo se vuelve una cucharita de té. Los amigos y las posibilidades se limitan al máximo. Me acordé del Facha. Era el hombre ideal porque nadie me relacionaba con él. Respondió al toque. Nos encontramos junto a uno de los ventanales de El Británico en Defensa y Brasil, al amparo de sus luces moribundas.

En Necochea no tengo nada de lo que vos buscás pero tengo una propiedad en un paraje cercano, 17 kilómetros al norte. Los lugareños son de confianza. Eso sí, es un lugar solitario. Hasta septiembre, octubre, la soledad es absoluta. Una radio es todo el contacto que tenés con el mundo.”

O.K. Un favor más, ¿podés pasar por la casa de mi vieja y retirar una valija de cuero marrón que está en mi dormitorio?”

Seis horas después me reencontré con el Facha. Me dio las llaves de la casa, un mapa minucioso de la ruta 88 en la zona de Arenas Verdes y la valija que le había solicitado. “Tu vieja me mandó este camperón y este paquete con libros, revistas y fotos. Las dos cosas te van a venir bien. El camperón para el frío y los libros para la soledad. Tu vieja estaba leyendo un diccionario Sopena de 15 volúmenes, sola, en el taller de encuadernación.”

Me bajé del ómnibus en la ruta 88. Para llegar a la casa debí caminar 15 kilómetros por un camino de tierra. Inesperadamente, dos perros aparecieron entre un campo sembrado de papas; me ladraron un largo trecho, cuando hice un alto para descansar se acercaron; los llamé y las hostilidad se transformó en amistad. Ahora éramos tres. Llegué a Arenas Verdes a las 10 de la mañana. Era un paraje de médanos gigantescos fijados por el pasto y un pinar en donde la luz del sol no penetraba. El mar salvaje y el viento tenían dimensiones cósmicas. La casa era confortable. Un lugareño que explotaba un colmenar en las cercanías, me traía comida, diarios y otras vituallas, 1 ó 2 veces por semana. Los perros cazaban cuises y liebres. A la mañana, en la puerta de la casa, encontraba cuises y liebres que los perros habían cazado de noche y me traían como ofrenda. Se lo comenté al lugareño, Carlos Schulz, que me auxiliaba y muy atinado me comentó que los perros cuando estaban cazando no cuidaban la casa. Es decir, no me cuidaban a mí. Por su indicación, los encerré a la noche en el galpón y les daba de comer en la puerta de la casa. A la semana siguiente, Carlos Schulz me trajo un cachorro. “A éste téngalo siempre dentro de la casa; que duerma al pie de su cama; debajo de la mesa cuando usted está comiendo. A la noche, átelo al macho dentro del galpón y deje la hembra suelta.” Con los tres perros, tenía un sistema de alarma preciso y una compañía valiosa las 24 horas del día. Los primeros 15 días no me podía dormir; cabeceaba un rato y me despertaba. Tenía un miedo profundo en un medio que desconocía. Con el paso de los días, fui conociendo todos los detalles de la casa y revisé minuciosamente el paraje. Caminaba 3 horas diarias. A veces, llegaban pescadores a la playa. Los perros los detectaban con kilómetros de anticipación. También, solían merodear cazadores. El carácter de los perros se transformaba porque los cazadores venían con perros y un horizonte de conflictos se avecinaba. Con el correr de los meses, establecí una buena relación tanto con cazadores como pescadores. Aprendí mucho de ellos. Creo que llegado el caso, hubiera podido sobrevivir con mis tres perros sin el auxilio de Carlos Schulz. Llegué a dormir 10 horas diarias profundamente. Engordé y recuperé la paz y la tranquilidad con mis tres amigos entrañables. Durante el año que duró mi reclusión en Arenas Verdes, gracias a los perros, soporté la soledad.

- Estuve guardado un año y pico. Me lo banqué. Qué vas a hacer: “Si estás en una cagada, quedáte quieto.[3]

Cuando ya habían pasado 4 meses de mi estadía en Arenas Verde, comencé a mirar perezosamente los libros y papeles que me había enviado mi madre. Era un paquete en un sentido amplio y generoso: libros de ficción, de filosofía, de política, revistas de deportes, de actualidad, de espectáculo, fotos de la ciudad de La Plata y fotos de cuando yo iba a la escuela primaria. Todas las noches, después de cenar, si no había transmisión de fútbol, leía algo. Preferentemente, leía las revistas. Una noche, mientras el mar salvaje golpeaba en las rocas, descubrí dentro de una revista Siete Días una fotografía donde estamos mamá y yo. La fotografía me sorprendió porque no recordaba que nos hubiéramos fotografiado y tampoco haber visto la foto en casa. La contemplé detenidamente mientras las olas golpeaban incesantes y enojadas. A la izquierda de la fotografía estaba yo, con un pantalón náutico, zapatillas, remera y anteojos. A la derecha, casi rozándome, mamá: sandalias, pantalón azul largo, camisa blanca arremangada por arriba del codo; cabello blanco. Observé su cuerpo alto y delgado, levemente inclinado hacia adelante. “Como un signo de interrogación”, pensé. De repente, el fondo de la fotografía me sacudió. Nosotros estábamos en la playa y, en un segundo plano, estaban el casino de Mar del Plata y la rambla. Yo jamás había estado en Mar del Plata con mamá; pero la fotografía lo negaba. La fotografía decía que sí, que yo en algún momento había estado en Mar del Plata con mamá. Creo que me descompuse. Estaba solo en una casa sola en kilómetros a la redonda, con un mar embravecido y una revelación que me conmocionaba. Hice entrar a los dos perros que dormían en el galpón y busqué tranquilizarme. Todo era muy extraño, muy raro. Intenté olvidarme de la fotografía y me puse a cocinar; hablaba con los perros y también cociné para ellos. Afuera, el frío del Atlántico se hacía sentir. Alimentando la salamandra y escuchando la radio se hizo la madrugada. No podía apartar la fotografía de mi mente. Una foto que decía lo que yo sabía que no era, que no había sido nunca. Gracias a Dios, ya era de día cuando volví al cuarto donde estaba la valija con la fotografía porque, observándola nuevamente, reparé en un detalle que me quitó el sueño por semanas y que me impidió trabajar por largo tiempo. En un primer plano, como dije, estaba mamá y yo. En un segundo plano, nítido, detrás de mí: el casino de Mar del Plata y a la derecha, detrás de mamá, la rambla pero la rambla era de madera. Se distinguen claramente los caballetes, la balaustrada (formada por tres líneas de vigas de madera) y una rampa de madera para bajar a la playa. Ahora bien, cuando yo nací, la rambla ya era de cemento.

Meses después, cuando me encontré con mi madre le pregunté si ella me había enviado la foto. “No”, respondió. “Además, yo no conozco Mar del Plata.” Era verdad.

A través de un vecino, hice una consulta en el Laboratorio Fotográfico de la Policía de la Provincia. Me atendió el subcomisario Luis Soto. Después del peritaje me informó: “No hay ninguna posibilidad de que esta fotografía sea adulterada, trucada o montada” y a continuación en un papel oficio, con membrete de la repartición y su firma, me dio las características técnicas de la foto y su antigüedad: 10 años. Así, se abría un enigma inexplicable para mi mente, una confusión cósmica que emergió de esa valija; un caos temporal y espacial. Quizá, un mensaje para un alguien que ignoro o un imperativo de un alguien que desconozco.



[1] En algunos sectores dialectales del estado de Río Grande del Sur (Brasil), “correntino” es sinónimo de “argentino”. (El Ordenador)

[2] Automóvil Volkswagen. (El Ordenador)

[3] Alude al siguiente relato del folklore urbano. “La maestra solicita a sus alumnos que para el otro día traigan un cuento con moraleja (mensaje o enseñanza). Al día siguiente, los alumnos leen las narraciones seleccionadas, obteniendo la aprobación u observación de la maestra. Cuando le toca el turno a Jaimito (personaje del folklore urbano de la ciudad de Buenos Aires), cuenta el siguiente relato. ´Un pequeño y débil gorrión estaba en el nido. En ausencia de su madre y alentado por el sol de la mañana, comenzó a trepar de rama en rama. Se sentía feliz y fuerte. Confiando en sus fuerzas intentó alcanzar la rama más alta y se cayó al suelo. El golpe fue durísimo. Moribundo, perdió el conocimiento sobre la helada superficie pedregosa. En ese momento, pasó una vaca y lo cagó. . Una deposición verde, viscosa y chirle. El calor de la bosta lo reanimó. El gorrioncito volvió en sí y comenzó a moverse. Al principio, se movió suavemente; después, se sacudió. Entonces, un gato saltó sobre él y se lo comió.´ La maestra, con el seño fruncido, las manos crispadas y dolor de estómago, exclamó: ´¡Basta! Eso es un asco. No tiene consistencia como relato y tampoco tiene moraleja.´ Jaimito, como corresponde al personaje, no arrugó y retrucó: ´Es un relato porque tiene introducción, nudo y final. En cuanto a la moraleja, no tiene una sino tres.´ A continuación, con sus pequeños dedos, su mirar pícaro y su voz segura, enumeró: ´Primera moraleja: el que trepa se puede caer. Segunda: el que te caga no siempre te hace daño. Tercera: si estás en una cagada, quedáte quieto´.” (El Ordenador)

domingo, 6 de febrero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”








Por Roque Domingo Graciano





q) "ahí nació un romance que perduraría toda mi vida"

- Quizá, la agresividad de la infancia la volqué contra mi madre porque al finalizar el primer año en el Albert Thomas y el comienzo del segundo, estalló la peor crisis familiar. Hoy, pienso que era natural. Yo tenía 13 o 14 años y mi madre 38 ó 39. Las discusiones, de una violencia que solían llegar a lo físico, estallaban a la hora del almuerzo. Cuando salía de la escuela, a las 12 y veinte, me dolía el estómago y buscaba cualquier excusa para no regresar a casa. Me quedaba a charlar con un compañero, en los talleres de la escuela, en la biblioteca o iba a la casa de un compañero. Buscaba, en fin, cualquier pretexto para no regresar a casa y tener que enfrentar a mi vieja. Después, me agarraba hambre; me cagaba de hambre y no tenía mucho dinero. Así, un día me tomé el tranvía 25 y aparecí en la calle Nueva York de Berisso. Allí, no sólo comía opíparamente por unos centavos sino que ahí nació un romance que perduraría toda mi vida. Más tarde, después de comer en un boliche, iba a la casa de un compañero para estudiar o volvía a la escuela porque dos días a la semana tenía “taller” a la tarde y un día educación física. En definitiva, regresaba a mi casa ya de noche. Comía algo de la heladera y a la cama. Mamá no me veía, a esa hora estaba trabajando en el taller de encuadernación. Los sábados y domingos, al mediodía, también me iba a Berisso para comer y reunirme con amigos. La consigna era “mínimo contacto con mi madre”.

Poco a poco, en la calle Nueva York consolidé un grupo de conocidos y amistades que han durado toda mi vida. Algo más, allí adquirí mi primer oficio: electricista y con eso, plata fresca que me independizó.

- Un turco de la Nueva York había comprado cientos de radios eléctricas (aparatos radio receptores) que habían entrado de contrabando. El 80 % de los aparatos estaban fallados; eran pequeñas fallas como un cable desoldado o una perilla floja. Arreglé la totalidad de los aparatos y me entró buena guita y gané la fama de “técnico–electrónico”. A partir de ese día, todo trabajo delicado me lo derivaban a mí. Los aceptaba en la seguridad de que tenía el respaldo de los maestros de la escuela quienes me auxiliarían si lo necesitaba.

domingo, 30 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”





Por Roque Domingo Graciano






p) “un personaje no captado por la historia oficial”





- El profesor Delfino nos hablaba también de instituciones vigentes en nuestra vida cotidiana, en el barrio. No lo hacía de una manera burocrática y almidonada. No. Lo hacía desde enfoques novedosos aunque hablara de cosas viejas y conocidas.

- Un día nos habló de la Biblioteca Euforión, que funcionaba a pocas cuadras de la escuela y estaba vinculada a muchos alumnos desde nuestra primera infancia.

- Según Delfino, la Biblioteca Euforión es hija de acontecimientos internacionales que en su momento no fueron evaluados en su auténtica dimensión, de la masonería como fenómeno platense y del perfil volátil de un personaje no captado por la historia oficial pero que en mi niñez lo escuché mencionar en voz baja, con misterio y respeto, en alguna reunión que se realizaba en el taller de mi madre.

Este personaje era “el polaco Scharagrodsky” quien vivió en algún lugar de la ciudad (o tal vez Berisso o Ensenada) hacia 1925.

Scharagrodsky tenía su “parada” en una ferretería de calle 50 entre 8 y 9. Nunca se supo bien si era empleado de ese comercio o simplemente un frecuentador; en definitiva, allí se lo podía encontrar. También, este personaje ubicuo y volátil, asistía a las reuniones masónicas[1], especialmente en la sede de calle 46 entre 2 y 3.

Su discurso se vertebraba en la advertencia de que los hombres amantes y combatientes de la libertad debían prepararse para vivir muchos años de autoritarismo y totalitarismo. La razón, la caridad, la fraternidad y la tolerancia serían puestas a prueba. “Los tiempos venideros serán testigos del más ominoso imperio del mal”. Hubo quienes le oyeron decir “no menos de 100 años de lucha”.

El discurso de Scharagrodsky remitía a tres acontecimientos europeos que él había vivido e investigado exhaustivamente. Según sus palabras, la ola autoritaria y antidemocrática toma cuerpo el 28 de octubre de 1922 con la denominada “marcha sobre Roma”. Después de esta “operación”, el rey de Italia Víctor Manuel III entregó el poder a Benito Mussolini y a los Fascios Italianos de Combate. Esa es la luz roja para la libertad y la democracia. Ese día (al decir del polaco Scharagrodsky) todos los hombres amantes de la vida y la libertad deben llorar. “Ese día comenzó la marea del nacionalismo autoritario, militarista, antiliberal y antisocialista.”

Asimismo, recordaba: “Antes de cumplirse el año del zarpazo de Mussolini (el 13 de septiembre de 1923), Miguel Primo de Rivera y Orbaneja[2], con el apoyo del rey de España Alfonso XIII, se erige como dictador.”

Cerraba el tríptico de acontecimientos europeos, enfatizando: “Un mes después, en noviembre de 1923, Adolfo Hitler encabezó el ´putsch de Munich´ contra la República de Weimar donde se autoproclamó jefe. Si bien el ´golpe´ fracasó, en cuanto a su concreción inmediata, los ojos menos avisados pudieron desentrañar la densa red de connivencias e intereses de empresarios y militares que tarde o temprano sostendrán al déspota.”

Persuadido de que la avalancha autoritaria era inevitable, dedicaba todas sus energías a preparar a los jóvenes en la resistencia. Se reunían en los túneles que convergen sobre 8 y 50. Allí, Scharagrodsky los exhortaba y educaba para que formaran entidades sociales que fueran verdaderas trincheras frente al avance del dogmatismo autoritario.

Fruto de esa prédica es la creación de la Biblioteca Euforión. Un grupo de alumnos del Colegio Nacional crea la institución, involucrando en su cometido a algunos docentes bonachones e inocentes.

En los planes de la muchachada dirigida por el polaco Scharagrodsky, estaba el dejar indicios, huellas, señales a las generaciones futuras. (Como una letanía se hablaba de una lucha de 100 años o “la resistencia” de los 100 años.) Así, en el propio nombre de la institución dejan el aguijón: Euforión.

Este nombre, casi desconocido, remite a un bibliotecario y escritor de raza negra de la histórica Biblioteca de Alejandría. Euforión, desconocido por el gran público, es un ícono para los hombres amantes de la libertad, la paz, la fraternidad y la justicia. Vivió durante el gobierno del emperador romano Aureliano (restituto orbis) y fue quien por primera vez implementó la metodología de dejar mensajes (que contenían consignas de lucha en aras de la dignidad humana) a las generaciones futuras, a través de los libros, de la escritura.

Delfino (envuelto ya en una densa emoción, con voz gutural y metálica) terminaba exhortándonos para que valoráramos la obra del polaco Scharagrodsky: “¡Una biblioteca popular, una entidad netamente cultural en el barrio El Mondongo (en ese entonces, un populoso suburbio con calles de barro donde los carros que venían de Los Talas no podían pasar los días de lluvia) era la trinchera ígnea de la lucha de la inteligencia y el amor contra la barbarie!”



[1] Por ese entonces, las reuniones de los grupos masónicos en la ciudad de La Plata eran prácticamente públicas y a las mismas asistían también adherentes, allegados y simpatizantes (no miembros plenos de la masonería). (El Ordenador)

[2] Su hijo, José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundó la Falange Española, parte integrante de la Unión Monárquica Nacional. Exhibió un discurso totalitario de perfil nacionalista. Lo fusilaron el 20 de noviembre de 1936, en la prisión de Alicante. (El Ordenador)

domingo, 23 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano






o) "nosotros llamábamos El Babieca criollo"

- Mi primer año en el colegio industrial de 1 y 58 fue pletórico. Fui el tercer promedio en el examen de ingreso y el mejor promedio de primer año. Mi fealdad, en un colegio de varones, se minimizó. Mi ateísmo, me dio un toque de distinción. Algunos profesores, cuando hablaban desde lo religioso, desde lo confesional, hacían una pausa y dirigiéndose a mí decían “Respetando posiciones en contrario.” Esto por supuesto me agrandaba ante mí mismo y ante mis compañeros. Al sentirme respetado y valorado, mi agresividad no tenía sentido. Además, a los profesores les gustaba el diálogo y la controversia. Incentivaban la polémica, el debate. Me sentí muy cómodo en ese colegio y si bien con el correr de los años dejé de ser “un buen alumno” no fue por causa de la institución sino porque quise experimentar la vida desde otros lugares, desde otras emociones.

- No soy un buen testimonio para hablarte sobre el folklore del colegio. Fui un alumno “normal” los dos primeros años y parte del tercer año. Los tres últimos años mi cuerpo estaba presente; mi mente y mi alma estaban en otro lado, lejos, en Berisso. Por eso no te puedo responder, porque en los primeros años el pibe no tiene un manejo de la totalidad, del conjunto. La totalidad la manejan los “grandes” quienes tienen información, poder e interactúan con los otros estamentos. No obstante, de oídas, muy de segunda o tercera mano, tengo entendido que los enfrentamientos entre los alumnos del “Industrial” y los alumnos del Colegio Nacional eran frecuentes. Cuando yo estaba en primer año se hablaba con temor de la “barra del negro Massera”. El negro Massera era un alumno del Colegio Nacional que lideraba un grupo que con cadenas y navajas se hacía temer. Nunca lo vi personalmente ni siquiera supe si era una realidad del presente o una leyenda que rondaba la cancha de Estudiantes[1]. Alguna voz temerosa me dijo que vivía en la zona de 13 y 60. Mas hablo desde la conjetura, desde la suposición.

- Desde mi perspectiva, el plantel docente era excelente y la escuela contaba con una infraestructura de excelencia para la época. Básicamente, la carrera estaba estructurada en dos pilares: los talleres que desarrollaban la parte práctica como soldadura, hojalatería, química, física, mecánica y otros y las asignaturas teóricas como matemáticas, lengua, geografía, historia y otras. Me moví con soltura en las dos áreas.

- No te puedo mencionar una cátedra como de mi predilección. Tengo un recuerdo nítido del profesor Delfino a quien conocí en el último año de la carrera, en sexto año. Era abogado y creo que había sido juez o algo así; también, era profesor del Colegio Nacional. Dictaba una materia que se llamaba Formación Humanística, la que era una mezcla de derecho, literatura, moral, historia y otras yerbas. Delfino, todos los viernes, en la última hora, nos leía un cuento. Era un lector maravilloso. Había alumnos que los viernes sólo iban a escuchar “los cuentos de Delfino”. No eran cuentos boludos; eran cuentos que impactaban al alumnado, que te daban una respuesta a lo que estabas viviendo. Correctamente elegidos para el alumno de sexto año del industrial. Ahora bien, mientras leía, se rascaba el culo; se comentaba que tenía hemorroides; en él, era un gesto recurrente el rascarse el culo. ¿Te imaginás?, los negros se cagaban de risa. El profesor Delfino era ultra católico; tenía dos hijos curas y tres hijas monjas. ¡Católico, católico hasta las pelotas! Hacia mí siempre demostró simpatía, comprensión y estima. Por mi parte, ya había pasado la etapa de la rebeldía, de la militancia atea. Esas cosas ya no me interesaban. Estaba en otra, por lo tanto, no creaba ni fomentaba ningún debate. Un día, a raíz de un cuento que leyó explicó el significado y la simbología de mis nombres. No dijo que eran nombres anarquistas; dijo que provenían de la tradición griega, por lo tanto, no cristianos y se explayó sobre distintas leyendas griegas. Todo dicho con buena onda, con simpatía. Delfino vivía en calle 2 casi 54, cerca de la escuela. Un domingo de mañana que yo caminaba por la Plaza Brown, frente a la Jefatura de Policía, encontré al profesor Delfino sentado en un banco que daba sobre calle 1. Estaba leyendo el diario La Nación, al sol. Lo saludé y él me saludó distraído; cuando me reconoció, me gritó “Helio Ural, vení para acá.” A partir de ese día, nació un diálogo que se prolongó durante varios meses, los domingos soleados en la zona de 1 y 53. Me comentó que él había sido anarquista y por lo tanto ateo, que se había convertido al catolicismo ya grande, cuando era padre de dos o tres hijos. Me hablaba con mucho tacto; procurando no herirme. Me explicó el por qué de su elección y en su charla me caracterizó no sólo al anarquismo sino también al catolicismo. Esas charlas me ayudaron, porque si bien mi vida cotidiana nunca estuvo relacionada con el anarquismo, esta ideología era la única que yo había “mamado”. Delfino me dio otra visión del anarquismo y sobre todo una nueva ideología: el catolicismo. El viejo hacía distingos precisos entre católicos y cristianos. Era un exquisito en la materia.

- Por entonces, yo tenía 18 ó 19 años; estaba metido en un río de mierda. Las palabras de Delfino me ayudaron a comprenderme, a aceptar mi destino, aceptarme. Me dio una cifra, una clave de la existencia, de la vida en su plenitud tal cual nuestra mente la concibe.

- Recuerdo varios cuentos leídos por Delfino. En este momento, me viene a la mente uno que nosotros llamábamos El Babieca criollo.

Un naturalista e investigador europeo, probablemente inglés, llega al Río de la Plata a bordo de un bergantín para estudiar los pueblos, costumbres y lenguas de la región.

Al año se instala en la provincia de San Luis, en las cercanías del arroyo Leuvucó entre médanos de arena, montes de chañares, caldenes y algarrobos.

Un mediodía, unos indios comerciantes lo toman prisionero (cuando recuperaba muestras de la lengua de los nativos) y lo llevan a la zona de Trenel.

Allí, un chamán, trepanándole el cráneo, le clava agujas y le quita el don del lenguaje.

Posteriormente, lo inserta en el cuero de un potrillo transformándolo en un ser nuevo que los ranqueles llamaban caballo – hombre.

Le enseña a hacer piruetas, acrobacias y pantomimas obscenas.

Los mercaderes indígenas le regalan el caballo – hombre a Calvain III (tataranieto de Calvain, primogénito del legendario Painé[2]), para obtener la autorización de comerciar en sus tierras.

El cacique observa con agrado el espectáculo de ese ser exótico, en compañía de sus 32 concubinas.

Las mujeres también se divierten. Una noche, descubren que pueden utilizarlo para satisfacer sus apetititos sexuales.

El cacique, sospechando el uso que hacían sus mujeres del caballo – hombre en sus tolderías privadas, ordena a su hijo Pixuen que lo venda.

Pixuen lo vende a un estanciero de Esquina de Ballesteros, que tenía un hijo endemoniado.

El caballo - hombre lo entretiene pero el chico, enfermo, lo golpeaba y lo quemaba con troncos encendidos que tomaba del hogar. Cuando el caballo – hombre lloraba de dolor, el endemoniado lo acariciaba hasta calmarlo y una vez recuperado, volvían los castigos.

Cuando su hijo murió, Baigorria (tal era el nombre del estanciero) vendió el caballo – hombre a un turco buhonero.

En manos de este propietario, el científico europeo sufre un acontecimiento inesperado: su bautismo como nuevo ser. Ya no será sustantivos comunes: caballo – hombre o viceversa. No. A partir de entonces, tendrá un nombre propio.

Fue por lo siguiente. La primera vez que lo hizo actuar en la plaza de Henderson, los vecinos atraídos por el espectáculo y la curiosidad, le preguntaron cómo se llamaba el caballo. El turco vaciló. No había pensado en ese detalle. En su mente, se agolparon varios nombres y escogió Babieca[3], en primer lugar, porque lo asoció a algún caballo famoso que él era incapaz de precisar y también, porque era de fácil pronunciación para su español marginal.

Así, comienza la vida pública de este Babieca criollo que durante 5 años recorre todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba y sur de Santa Fe.

El turco buhonero llegaba a un pueblo y pedía autorización para vender en la plaza. Para atraer a los vecinos y transeúntes, hacía actuar a Babieca que para entonces, no sólo realizaba acrobacias y piruetas, sino también un sofisticado juego de acertijos y habilidades. Si la concurrencia era adulta y la circunstancia lo aconsejaba, el turco ordenaba a Babieca las pantomimas obscenas que hacían estallar en carcajadas a la concurrencia.

Una vez que obtenía la simpatía del público, el turco ofrecía sus mercancías a los presentes.

También actuaba en carreras cuadreras, kermés, fiestas patronales y en cuanto acontecimiento y lugar fuera apropiado para las ventas de su dueño.

El penúltimo destino de la dupla fue la ciudad de Campana. Para ese entonces, el turco terminó de consolidar una fortuna respetable en sociedad con un comisario del lugar, un tal Contreras.

El dinero ahorrado le permitió al turco planificar su residencia en San Diego (California). A tal fin, contrató una barcaza arenera que lo llevó hasta el puerto de Ensenada. Desde allí, se embarcaría hacia América del Norte.

En Ensenada, antes de partir, el turco vendió a Babieca a unos marineros europeos (ingleses, tal vez) quienes lo llevan a los barcos amarrados en el puerto y, de noche, a los prostíbulos. Lo hacían mantener relaciones sexuales públicamente con prostitutas para regocijo de la concurrencia y a cumplir con todas las piruetas, acrobacias y habilidades adquiridas.

Una madrugada lo abandonaron en un baldío de Ensenada, de donde lo recogieron unos obreros municipales que no sabían qué era eso. Murió en el corralón municipal como consecuencia de una septicemia, originada en los nidos de piojos alojados en su cuerpo.

Lo enterraron en Boca Cerrada[4] donde sepultaban los caballos municipales cuando morían.



[1] El colegio industrial Albert Thomas está situado en calle 1 entre 57 y 58. El estadio del club Estudiantes de La Plata es vecino al colegio, está construido en calle 1 entre 55 y 57. (El Ordenador)

[2] Cacique ranquel. (El Ordenador)

[3] Nombre del caballo del Cid Campeador, héroe español de nombre Rodrigo Díaz de Vivar (1030-1099). (El Ordenador)

[4] Formación selvática a orillas del Río de la Plata, en la localidad de Punta Lara, partido de Ensenada provincia de Buenos Aires. (El Ordenador)

lunes, 17 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”










Por Roque Domingo Graciano



n) "creo que fui inmensamente feliz"


- No fui buen alumno ni estimado en la escuela primaria. No me expulsaron porque era competente en todas las disciplinas pero me amonestaban fuerte. Básicamente, tenía tres “culpas”. Primero, soy feo y cuando chico era más feo: heredé la fealdad de mis padres. Segundo, era agresivo; agresivo con los superiores como buen hijo de anarquistas y agresivo con mis compañeros porque yo formaba parte de “los vagos del barrio”. Tercero, no era católico y en ese entonces se enseñaba religión; los que no éramos católicos teníamos “Moral”, que era una asignatura para los no católicos. Pero, ¿qué sucedía? En toda la escuela, al menos en el turno mañana, sólo había tres alumnos no católicos: Susana, una rubia que se ponía colorada por cualquier cosa, que era judía; un chico que ignoré siempre su nombre y no sé qué era; sospecho que era cristiano no católico y yo. Los tres estábamos en distintos grados y divisiones. Entonces, la asignatura “Moral” consistía en que cuando comenzaba la clase de religión me mandaran a la biblioteca. Ese hecho era una segregación que dolía aunque por ahí uno no era muy consciente. La maestra–bibliotecaria me daba un libro para leer y yo me enganchaba pero, a veces, la bibliotecaria no estaba, estaba ocupada en tareas administrativa o yo estaba rayado. Ahí, se podría todo. Me iba a jugar con los chicos que tenían educación física o sacaba del aula algún amigo del barrio para charlar y hacer travesuras. Cuando me descubrían que había salido de la biblioteca, me sancionaban. Una mañana obstruí con borradores, cuadernos, libros y otros papeles todos los retretes de los baños y abrí todas las canillas. La inundación fue cinematográfica. Más de 400 alumnos sin baños, la escuela inundada. Un despelote y un caos que sólo el hijo de anarquistas lo puede hacer. Me expulsaron. Mi vieja puso abogados: yo no tenía carpeta de Moral; la materia no era dictada; saltó que la maestra encargada de darla era afectada a tareas administrativa; yo no era atendido en ese módulo. Se pudrió todo. Mi vieja y sus tres abogados amenazaron con dar trascendencia periodística al hecho, politizaron mi expulsión y la inspectora entendió que lo más prudente era reincorporarme y aquí no pasó nada. Por supuesto, que mi madre y sus tres abogados (anarquistas) no se retiraron agradecidos. Jamás. Patearon las puertas, golpearon los escritorios. Le dijeron a la directora y a la inspectora que eran nazis, responsables del holocausto y que iban a realizar la denuncia ante los organismos internacionales por racismo y discriminación y los derechos del niño y todo un discurso que las pobres viejas no entendieron pero se cagaron en las patas. No comprendían cómo una viuda pobre y fea movilizaba tres abogados en un periquete. ¡Ignoraban el poder de las sectas!

- Mi madre nunca me habló de mi padre. Nunca me mostró una foto de él o un objeto de mi padre. En la casa, donde mi padre, calculo, vivió como mínimo 5 años (murió cuando yo tenía 3) no encontré un objeto que lo recordara. Ella actuaba como si fuera soltera, no viuda aunque recibía una pensión y teníamos asistencia social de la Universidad por mi padre. Se habían casado legalmente y lo habían hecho dos años antes de mi nacimiento.

Previo al comienzo de la escuela primaria, hice cursos preescolares (canto, dibujo, destrezas) en la Biblioteca Euforión de diagonal 79. Después, seguí yendo a la Biblioteca a leer y a buscar material de lectura y de estudio. Cuando tenía 10 u 11 años, encontré un directivo de la Biblioteca, también empleado de la Universidad, que me habló de mi padre. Lo recordaba con afecto, me preguntó por mi madre y me dijo: “Cualquier cosa me ves; esa es mi oficina; estoy todos los días después de las 6 de la tarde.”

También, algunos vecinos y gente que lo conoció en la Facultad me hablaron de mi padre. Mi madre sólo me respondía lacónicamente cuando le preguntaba sobre él y me dijo que no quería hablar del tema. Me cortó de un golpe.

Ahora, mi madre está muerta. O sea, no está en la configuración que ocupamos vos y yo. Se llevó los motivos de su silencio con respecto a mi padre. Durante muchos años, muchos días y noches, abrigué la esperanza de que un hecho, una señal me permitiera desentrañar el enigma, el interrogante. Me gustaría saber si se casaron amándose o al menos deseándose. Desearía saber si fui hijo de la casualidad o de una búsqueda consciente, voluntaria.

Hoy, pienso que la conducta de mi madre, en este aspecto como en tantos otros, fue motivada por un esquematismo ideológico dogmático y ciego. Aunque esto sólo es una presunción.

- Si por infancia se entiende desde el nacimiento hasta los 12 ó 13 años, creo que fui inmensamente feliz. Muchas veces deseaba tener un padre, tener un padre en la casa, muchas veces sentía como en una cierta soledad las sombras silenciosas de mi madre y la mía. Pero eran momentos. Después, tenía mi barra, mis actividades y la presencia comprensiva y protectora de mamá.

domingo, 9 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”






Por Roque Domingo Graciano





m) "No te olvidés de las llaves, el dinero y los preservativos.
No pierdas las llaves; no gastés el dinero y usá los preservativos"(1)





- Fui a la escuela primaria número 43, en diagonal 79 y 115. Mi madre me llevó el primer día, a las 8 de la mañana y me dejó. A las 12, cuando salí, me estaba esperando. Nunca más me volvió a llevar ni a esperarme. Me levantaba a las 7 y 20 de la mañana, me higienizaba, me daba un suculento desayuno de café con leche, tostadas con manteca, dulce de leche, miel y me ponía, en la cartera, una bolsa pequeña de lino blanco que contenía una manzana colorada junto con un vaso plegable para que comiera y bebiera en los recreos. Me despedía en la puerta de casa. Yo, a la escuela y ella, a trabajar en el taller. Cuando volvía a las 12 y pico, almorzábamos los dos en el comedor. Le contaba, mientras comíamos, lo que habíamos estudiado y lo que me había acontecido o qué había sucedido en la escuela.

- Habitualmente era puchero: carne, zapallo, cebolla, verduras y papas hervidas. También hacía croquetas de acelga, milanesas con puré de papas y carne al horno con papas.

- Era fuerte la presencia de la papa.

A la tarde, después de la leche, me hacía un engrudo con harina y azúcar quemado que compartía con mis amigos de andanzas. Los fines de semana, hacía tortas y empanadas rellenas con las sobras de la semana o de verduras. También, en épocas de abundancia, empanadas de carne o de pescado.

- Las verduras, las traían los vendedores ambulantes que venían desde Los Talas[2].

Los vendedores venían por la llamada prolongación de calle 66[3] e ingresaban a la ciudad por diagonal 79 hacia plaza San Martín.

Eran 100 carros y jardineras, aproximadamente, tirados por caballos. No sólo vendían hortalizas sino también gallinas, pavos y huevos de gallinas. La clientela principal de esos vendedores estaba en el centro de la ciudad; a partir de 1 y 60, porque en mi barrio todas las casas tenían en el fondo una huerta, gallinas y frutales.

- Después de almorzar, ¡la calle hasta las cinco de la tarde! A esa hora, me bañaba y me llevaba al taller; mientras ella seguía trabajando, yo hacía los deberes o practicaba lectura o cálculo. Eran 3 horas de estudio. Durante toda la escuela primaria tuve un seguimiento riguroso de mis estudios. Cuando terminé la primaria, leía y escribía con idoneidad y resolvía cálculos y problemas matemáticos. Por ese entonces, había un manual de ingreso a primer año; creo que era de editorial Estrada; tenía tapas amarillas. Contenía lengua, matemáticas, física y química. Durante el último año de la escuela primaria, cumplimenté íntegramente el manual con el apoyo de mi vieja. Si ella algo no podía resolver, lo consultaba en el círculo de sus amistades, los anarcos, y alguien lo resolvía. Por ese entonces, un viejo militante me dio 10 clases de física y química; cuando estaba en cuarto año de la Escuela Técnica, seguía usando esos conocimientos para resolver problemas, sobre todo de química. Los anarcos son dogmáticos, tristes y perdedores natos pero algo les reconozco: su pasión por la cultura, por la ciencia. Amaban la letra impresa, el libro, la palabra, la inteligencia.

- Esa fue una etapa de armonía entre mi madre y yo. Después, todo cambió; si nos mirábamos era para insultarnos. Pero en esos años de la escuela primaria, mi madre me dio afecto, contención y seguridad.


[1] Labuela. (El Ordenador)

[2] Localidad de Berisso (sobre el Río de La Plata), a 37 kilómetros de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)

[3] Se trata de una lonja de tierra de 18 kilómetros de largo y 20 metros de ancho, que se extiende desde calle 122 y 66 hasta el Río de La Plata. Por debajo de esa lonja de tierra pasan las cloacas de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)

domingo, 2 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”








Por Roque Domingo Graciano





l)"los padres son divorciados"


- En las décadas del 50, 60 y 70, el casamiento era un mandato social duro para la mujer. Era un mandato social y cultural muy fuerte y abarcativo. Tanto la hija de un hogar de obreros como una de profesionales o empresarios, que en La Plata eran numerosos, sufría la presión del casamiento. Las mujeres, en Berisso o en mi barrio, se casaban a los 16 ó 18 años. En La Plata, las hijas de los profesionales, comerciantes fuertes y empresarios se casaban algo después de los 20.

- El divorcio no existió en la Argentina hasta 1985, más o menos. Durante el gobierno de Alfonsín, se legalizó la posibilidad del divorcio. Entre 1954 y 1955, estuvo vigente una ley que permitía el divorcio. Fue a raíz de un conflicto que tuvo Perón con las jerarquías eclesiásticas, con la iglesia católica; cuando quemaron las iglesias en Buenos Aires y metieron presos a los curas del Seminario Mayor de calle 66 y 24.

Una vecina del barrio, empleada administrativa del Policlínico General San Martín, aprovechó esa legislación y se divorció. Era mal vista por los vecinos. Se la criticaba, también, porque se teñía el pelo de rubio, cuando su pelo originario era oscuro. Tenía doble estigma: divorciada y pelo teñido. La sombra no sólo envolvía a la mujer sino que se proyectaba a su hijo, Titilo. Se hablaba del “hijo de la divorciada” y, en la escuela, los problemas se atribuían a que “los padres son divorciados”.

Si bien no éramos amigos, solíamos charlar en el club Gimnasia, en la plaza o cuando nos cruzábamos en la vereda. Eran conversaciones fugaces y circunstanciales. Siempre tuve la sospecha de que yo también era visto por los vecinos como distinto, tal como lo era Titilo. Teníamos un no sé qué en común.

Una tarde de primavera, pasó frente a casa en una moto Gilera; nos saludamos. En la avenida 60, dejó pasar un tranvía 25 y se dirigió hacia calle 1. Nunca más lo vi. Se mató en el camino a Ensenada. Se tragó un camión de la Petroquímica General Mosconi. Muchos no fueron al velorio. Una vecina me comentó: “No es un castigo de Dios porque Dios no castiga pero qué querés: ¡los padres son divorciados!”