miércoles, 24 de marzo de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami




Por Roque Domingo Graciano





f) “hay sueños placenteros, alegres, risueños”


- Soy médico de catástrofe; no soy médico psiquiatra; por lo tanto, sólo puedo hablarte de los sueños como usuario. Por algún motivo que ignoro, la escena que protagonicé en el rectorado es recurrente en mis sueños. Han pasado años, he vivido aventuras, muertes, pasiones y esa escena emerge en mi mente por las noches como si estuviera agazapada detrás de mi sombra.

Para mí, los sueños son pesadillas, entuertos que viven dentro de nuestra mente; estados anómalos, conflictivos. Situaciones que angustian, que hacen sufrir. No obstante, es necesario reparar en que hay sueños placenteros, alegres, risueños, sexuales. Hay sueños locos.

- No tengo sueños placenteros; en mis sueños siempre lucho, me angustio, alcanzo la meta con esfuerzo o me despierto en medio del combate.

Cuando estuve en California, asistí a la charla de un psiquiatra, más específicamente era un médico cognitivista. Expuso una teoría de los sueños novedosa. Para C. S. Peirce, así se llama el conferencista, los sueños, tal como lo concibe el grueso de la gente, no existen. Según esa teoría, cuando dormimos, se producen impulsos nerviosos, movimientos en la corteza cerebral. Algo bastante parecido a los movimientos espasmódico de los antiguos motores a explosión cuando se los desconectaba o paraba. Según Peirce, cuando dormimos sólo tenemos esos movimientos, impulsos. Los llamados “sueños”, lo que recordamos son construcciones que se producen en la vigilia; cuando despertamos “construimos” los sueños a partir de los impulsos nerviosos que producimos mientras dormimos. Eso explicaría que siempre tengamos sueños del mismo tenor. Vestimos los movimientos de nuestra corteza cerebral con el ropaje de nuestra conciencia, de nuestra vigilia. Nuestro consciente “interpreta” desde sus pautas y criterios los impulsos nerviosos (vacíos de contenido) de nuestras horas de sueño.


domingo, 14 de marzo de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami


Por Roque Domingo Graciano




e) “se produjo una escena que me ha desgarrado en la vida”



- Por esa época, para hinchar las bolas, le escribimos a una piba (en un libro de inglés) que no queríamos judíos en la escuela. La piba era judía. Yo tenía simpatía por “los tacuaras”[1] pese a que leía a José Ingenieros, a quien se lo consideraba de izquierda, el diablo, Mefistófeles. En mi grupo, había tres o cuatro que eran militantes de tacuara. Le puse esa escritura. La piba, cuando vio la inscripción, armó un despelote. Imagináte, no hacía tantos años del holocausto. “Aquí, hay nazis”, gritaba. El padre creía que le íbamos a matar la hija. Armó quilombo. Las autoridades del colegio vinieron al aula y preguntaron quién había escrito la frase “No queremos judíos en la escuela.” Asumí la responsabilidad. Me aplicaron una suspensión que me dejó libre. Las autoridades del colegio, también llamaron a mi padre y le dijeron que yo era tacuara que andaba haciendo pintadas en las paredes: cruces esvásticas y similares.

Allí, se produjo una escena que me ha desgarrado en la vida. El Rector llamó a su despacho, simultáneamente, al padre de la piba agredida, a mi padre y a mí. Primero, habló conmigo y me hizo pasar a una sala contigua; después, habló con mi padre y sin que se retirara mi padre de su oficina, hizo pasar al padre de la piba. Yo estaba en la antesala del despacho del Rector. Imprevistamente, se abre la puerta de la oficina y sale mi padre enfurecido, el padre de la piba judía y el Rector y delante de todos los profesores, alumnos y empleados que pasaban, mi padre y el padre de la piba comenzaron a golpearme, a insultarme, a humillarme, me golpeaban y me gritaban “¡Racista!, ¡racista!, ¡hijo de puta!” y me golpeaban. Me pateaban. Me escupían. Mi padre y el otro hombre. Han pasado más de 30 años, más, más. Hasta hoy, recuerdo la escena y me perturbo. Hay noches que la sueño y me despierto transpirando, empapado de sudor, con taquicardia.

Siempre he sospechado que mi padre actuaba así, con esa violencia, con esa sevicia para diferenciarse de un antisemita, de un antijudio.

Me echó de la casa para redondear su castigo, como si mi conducta fuera un emergente solitario e inexplicable, como un hongo. Como si la familia, el colegio, la sociedad no tuvieran algo que ver en mi conducta. Una sociedad que aún los que se decían liberales lo eran de manera autoritaria: bajo el pretexto de la razón se negaba la pasión y sin pasión no hay vida. Una manera de ser autoritario con uno mismo es tapando la sin razón, aquello que no es la razón.




[1] Tacuara. Corriente “nacionalista” que abarcaba distintos grupos con perfiles diferenciados entre sí. Habitualmente, se dedicaban a la acción propagandística a través de la publicación de una rudimentaria prensa gráfica. Ostentaban un discurso católico, antibritánico, antiamericano, antijudio y anticomunista que miraba con simpatía las posiciones autoritarias. Algunos de sus integrantes transitaron el delito y el crimen, en la década del sesenta. Exhibieron una cierta presencia pública en cenáculos políticos y juveniles entre 1954 y 1966, aproximadamente. (El Ordenador)


Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami




Por Roque Domingo Graciano



d) “El líder siempre zafa; caen los otros pero no el líder”



- Como líder, recuerdo a un flaco, muy pintón, que iba a la Escuela Superior de Comercio; nadaba muy bien; era uno de los mejores nadadores del Jockey. Gustaba a las mujeres. Cuando regresé de Mozambique, en una de esas charlas con viejos amigos, me enteré que ese flaco se había suicidado, un estado depresivo agudo lo llevó al suicidio. Paradojas de la vida. ¡Cuántos y cuánto lo envidiábamos!

- Los liderazgos no son homogéneos. El perfil del líder en el club es uno y el perfil del líder en la escuela es otro. En el club, gravita su rendimiento deportivo; tener buen lomo; ser de guita. También, depende del deporte que practique; entre los adolescentes, tenía mejor imagen el que hacía rugby que el que hacía tenis, básquetbol, fútbol o atletismo. Había una gradación entre los deportes. Primero, estaba el rugby, lo seguían el tenis y la natación, en un mismo nivel; después, el básquetbol, el atletismo y el fútbol.

El rugbier tenía guita, minas, contaba con apoyo familiar por lo tanto tenía “profesores particulares” y zafaba en todas las materias, como mínimo.

Los alumnos líderes eran hijos de profesionales o comerciantes poderosos de la ciudad. El dinero y el apoyo familiar se sentían.

El tipo ganador (winner) tiene buen carácter porque le va bien en todo.

Eso sí, un líder tiene que ser ganador con las minas, tanto en el club como en la escuela. O quizá, la cosa sea a la inversa: el que es ganador en una actividad determinada atrae a las mujeres de ese ámbito.

Otra característica del líder es el zafar. El líder siempre zafa; caen los otros pero no el líder. El líder se manda la chupina pero no lo suspenden, zafa.

- Era una escuela secundaria mixta. Los varones no teníamos uniforme; teníamos que ir de saco y corbata. Las mujeres tenían que llevar guardapolvo blanco. Ellas sí tenían uniforme. Tal vez para que no mostraran las tetas. Una marcada discriminación sexual que aún hoy debe estar vigente.


- Por esa época, yo era fanático de José Ingenieros; El hombre mediocre; la exaltación de la juventud creativa. Para mí, la mayoría de mis profesores eran hombres mediocres. Hablo de los profesores de la secundaria.

- Creo que la sociedad de esa época era soberanamente autoritaria. En la mesa familiar, cuando se terminaba la comida principal, para el café, los mayores armaban una conversación. En esas charlas, los chicos no podían participar. Los chicos se tenían que retirar de la mesa para no interferir la conversación de los mayores.

- Rechazaba la “contabilidad” visceralmente. ¡Paradojas de la vida! porque iba a la escuela que preparaba para entrar a la Facultad de Ciencias Económicas.

- Un edificio de principio del siglo 20. En pleno centro de Rosario, en mitad de la cuadra. Tenía escaleras de mármol blanco con barandas de bronce. Sin ascensores. Los salones eran inmensos con pisos de pino tea. Los pizarrones verdes ocupaban toda la cabecera de las aulas. Ventanas altas y grandes. Bancos de madera individuales, fijos al pino piso a través de sostenes de hierro labrado. Tenía tres plantas. Funcionaba, por aquel entonces, en el mismo edificio que la Facultad de Ciencias Económicas pero en dependencias autónomas.


sábado, 6 de marzo de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami



Por Roque Domingo Graciano



c) “un oasis inesperado, gratificante”





- Los jueves y domingos, en casa, se comían pastas. Las pastas de los domingos las amasaba mi abuela materna. Una comida entrañable: ravioles, ñoquis, “capeletis”, tallarines. Toda comida casera; absolutamente casera, desde las pastas hasta el relleno. Las pastas se acompañaban con estofado y salsa. El olor de la salsa de mi casa me ha acompañado y me acompaña en los lugares más insólitos. En los mares del sur o en las tórridas tierras africanas; los olores de la comida de mi casa paterna (a través de los años) me han abierto un oasis inesperado, gratificante.

Todo se lo empujaba con vino; los mayores, por supuesto. Vino y soda era la bebida de los mayores. Las mujeres mayores sólo probaban un poco, casi no tomaban. Nadie se emborrachaba; un borracho era alguien muy despreciado en mi familia. En mi familia, no sólo no había borrachos sino que no se aceptaba la amistad de un borracho. Era una prohibición fuerte.

En la adolescencia, mi hermana comía ravioles con un vaso de leche.

Los chicos no podían mirar el vino. Tomábamos soda, Bidú y Crush. En menor medida, Indian Tonic.

Los otros días se comía pastel de papas, puchero, milanesa, papas fritas, verduras, frutas ¡y la odiada sopa de verduras con fideos moñitos! Ahora, la sopa de arroz o de fideos dedalitos me gusta. Nosotros la sopa la tomábamos al final de la comida, mientras que cuando íbamos a los hoteles, nos servían la sopa al principio. La sopa en nuestra familia era como un bajativo, como un digestivo.

El asado lo hacía, y lo hace, mi viejo que ahora tiene 89 años. El asado, con la parrillita en un rincón de la huerta, era una comida excepcional; no era como suele ser ahora, en algunas familias, comida de todos los domingos. Era una comida para las fechas patrias: 25 de mayo y 20 de junio, Día de la Bandera; una fecha cara a Rosario. Ahora, cuando nos reunimos entre amigos enseguida hacemos un asado; cuando mi viejo recibía amigos no hacía asado. No era típico hacer asado. Las costumbres han cambiado. Los fines de semana, cuando mi papá recibía a sus amigos, charlaban y tomaban un whisky; hacían una picada con arenque pero el asado no era habitual.

Cuando papá hacía asado, el abuelo me daba una costillita y me decía: “Tenés que dejarla para tocar las castañuelas.” La tenía que dejar sin una pizca de carne.

La mesa de los domingos la componían mis padres, nosotros tres (los hijos) y mis tres abuelos porque mi abuela paterna murió cuando yo tenía 6 años. Todos habbamos; las voces se superponían unas a otras. No se esperaba que el otro terminara de hablar para introducir un “bocadillo”, no. Habbamos uno encima del otro. Todos juntos. Simultáneamente.

- Hoy he llegado a llorar por un mate. Si no tengo yerba, me agarra depresión. Comencé a tomar mate de grande. El “vicio” del mate lo adquirí en La Plata, después de mi primera separación. En mi familia, el mate no era bien visto. Mi padre, mis abuelos, mi hermano y yo no tomábamos mate. Mi mamá, mi abuela materna y mi hermana sí tomaban mate. Una costumbre de mujeres. Ellas tomaban mate moderadamente, a la mañana; sin ocultamiento pero sin ostentación. Los chicos teníamos prohibido el mate. Mi hermana, cuando niña, tomaba mate de contrabando, escondida de mi papá y con la distracción cómplice de mi mamá. A la mañana, mi abuela materna se sentaba a leer el diario La Prensa, con un brasero entre las piernas, el mate y la pava; mi hermana, se ocultaba detrás del diario, entre las piernas de mi abuela y chupaba el mate. Por supuesto, que era un elemento con el que la chantajeábamos con mi hermano. Si molestaba, la amenazábamos con denunciarla ante papá.

- Preparaban el mate con yerba, cáscara de naranja y una brasita dentro del mate que sacaban del brasero. A veces, le ponían menta y otras hierbas. No era el mate amargo de los bonaerenses y de los porteños.

- Tomo mate amargo.

- El brasero se encendía con carbón vegetal. Se lo usaba como estufa en los baños y habitaciones.

- Mis vacaciones en verano, cuando niño, eran en las sierras de Córdoba: La Falda, Alta Gracia, Carlos Paz, Villa General Belgrano (donde había una importante comunidad alemana), La Cumbrecita, Tras las Sierras, Mina Clavero, Villa Dolores.

Toda la familia viajaba a Córdoba. Los primeros años íbamos a hoteles; después, alquilábamos un chalet en las sierras.

- Rescato los olores de las sierras de Córdoba, los espinillos, las ondulaciones (un camino con subidas y bajadas) y, por sobre todo, la gente de Córdoba; el cordobés de las sierras, gente morocha y amable. En mi infancia, yo no estaba acostumbrado a ver gente morocha. Mi gente era blanca, “gringa”. El cordobés no sólo es morocho sino con un acento, una tonada, un modo de hablar que a mí me resultaba gracioso y grato. En mi familia, mis abuelos no eran hablantes nativos del español y en Córdoba, el español tenía una presencia contundente. Eso me sorprendía.

- En la escuela secundaria era “chupinero” [1] viejo. Comencé yendo a la Escuela Superior de Comercio, en el turno tarde, y en cuarto año me expulsaron. Era un colegio dependiente de la Universidad Nacional del Litoral. Una escuela muy estricta en cuanto a la disciplina. Insoportable lo disciplinario. Un colegio particularmente autoritario. Cuando un chico no respondía a las pautas de conducta establecidas por el colegio se lo expulsaba; no se buscaba retenerlo, integrarlo. Era un colegio expulsivo. No había gabinete psicopedagógico ni asistente escolar o social; esas variantes de la educación se ignoraban olímpicamente. Quizá, sólo la Escuela Americana las tuviera por ese entonces. Te suspendían si tenías problemas de convivencia; peleas entre compañeros, por ejemplo. También te suspendían si no estudiabas pretextando algún desvío de las pautas de convivencia. Si no estudiabas, te expulsaban del salón y te mandaban a la biblioteca con lo que acentuaban la ruptura con la asignatura y con el grupo de compañeros. Cuando alguien trasgredía el Reglamento del colegio no se preguntaba el porqué de esa trasgresión sino que se lo marginaba, como la sociedad margina a los que llama “locos”.

- Frecuentemente, el Reglamento del colegio se trasgredía con las faltas, con las inasistencias, agrediendo algún profesor sin carácter; fundamentalmente, la trasgresión habitual era el cigarrillo. Si bien el fumar era sancionado, no se lo veía como ilegítimo. Los alumnos varones fumábamos en el baño. Todos sabían que allí se fumaba pero había una suerte de tolerancia. Al baño de los varones se lo llamaba “el garito del vicio”. No obstante, si el jefe de celadores que era un morocho con cara de malo, tipo sargento de caballería, te veía fumando te aplicaba una suspensión.

Tuve un solo profesor que fumaba en el aula mientras daba clase. Era un profesor de matemáticas, anarquista; creo que judío.

Las clases eran de 45 minutos con un recreo de 10 minutos.

- El baño de las alumnas estaba al lado del baño de varones; nosotros jamás entrábamos al baño de mujeres. Había celadoras; algunas había; eran pocas. Las mujeres no fumaban. Conocí una sola alumna que fumaba. En la escuela, no; a la salida, escondiéndose. En general, las mujeres no fumaban. Tampoco había droga ni consumo de alcohol.

- No recuerdo que en la escuela hubiera homosexuales. Quizá los hubo, pero no se manifestaron. Tampoco los recuerdo en el club. La homosexualidad era muy reprimida. En mi barrio, sí había un flaco que desde chico, muy chico fue homosexual; no tenía ninguna relación con nosotros y nos referíamos a él despectivamente. Si se cruzaba en nuestro camino lo maltratábamos, lo agredíamos verbal y físicamente. Ahora, creo que nuestro maltrato se debía a que nosotros, que éramos púberes, estábamos buscando nuestra identidad sexual.

- La homosexualidad femenina no se manifestaba socialmente. En mi adolescencia, se habló de “una” chica a quien habían descubierto en el Club Provincial en conductas homosexuales. Todo era muy lejano, impreciso. Por supuesto, eran conductas que se vedaban, se consideraban inadmisibles, pecaminosas.



[1] Chupina significa rabona o rata. Hacer la chupina es no asistir al colegio. Es hacerse la rata; ser ratero con el significado de inasistir al colegio. No asistir al colegio en contra de la reglamentación y sin causa que lo justifique. No asistir por estar enfermo o por duelo no es “una chupina”. (El Ordenador)


miércoles, 3 de marzo de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami






Por Roque Domingo Graciano




b) “Las pendejas de 15 años tenían su fiesta en un club





- La formación de mi hermana fue la típica de las chicas de la época. Estudió inglés, piano y “corte y confección”. En todos los barrios de Rosario, había “academia de corte y confección”. A la mañana, al mediodía y a la tarde se veía a las “señoritas” con una carpeta y una provocativa escuadra de madera.

Mi hermana viajaba al centro para estudiar inglés y piano. No recuerdo que hubiera instituto para estudiar piano en el barrio. Tampoco, inglés.

Piano, corte e inglés eran, para mí, tres atributos femeninos. Particularmente, odiaba el piano porque en las siestas de verano me tenía que bancar a mi hermana ejercitando “escalas”. Ese sonido monótono y repetitivo puede llevar al suicidio al varón más equilibrado. Creo que también la odiaban los vecinos.

- Para las adolescentes como mi hermana, la fiesta de 15 años era de una importancia superlativa. Se “graduaban” de señoritas. Significaba entrar en otro círculo, otro nivel, otra categoría; aspirar a tener un novio con quien bailar. Se sentían “mujer”. Por ese entonces, en nuestro segmento social, no se usaba el viaje al sur, al Caribe, a Norteamérica o Europa. Las pendejas de 15 años tenían su fiesta en un club o en la casa con traje blanco, largo, abundantes tules y el vals que bailaban con el padre.

- El varón no tenía un equivalente a la fiesta de 15 de las mujeres. Decir que el uso de los pantalones largos equivalía a la fiesta de 15 me parece, desde mi perspectiva, una exageración. La fiesta de 15 de mi hermana fue un terremoto en mi familia; un despelote, una histeria. Por primera vez en mi vida, odié a mi hermana y a la inestabilidad emocional de esos días. Meses antes de la fiesta de 15, se pintó y refaccionó la casa. Se requirió los servicios de un jardinero. Se compraron muebles y ropa nueva para toda la familia. Para la fiesta, se contrató un conjunto musical, servicio de confitería y, seguramente, me estoy olvidando de muchas cosas; entre otras, del trabajo de mi madre y de mi abuela, asistidas por 1 ó 2 mujeres. De la guita, ¡ni hablemos!

Todo eso estaba muy lejos de los pantalones largos del varón. No te estoy hablando sólo de mi familia sino de lo que era una costumbre arraigada en nuestra comunidad.

- El conjunto musical era lo que por aquel entonces se llamaba “característica” en oposición a la típica. La orquesta típica (bandoneón, bajo, guitarra y violín) ejecutaba tangos y milongas. La característica ejecutaba fox-trot como Pobre mariposa, Comienza el begin, Night and day y otros. También, pasodobles y algunas composiciones musicales derivadas de la tarantela italiana, como La raspa. Los instrumentos de las orquestas características eran la acordeona a piano, el piano, maracas (y otros instrumentos de percusión) e instrumentos de viento.

- No era muy compinche de mi hermana, si bien (ocasionalmente) la llevaba y la iba a buscar a clubes, hoteles o casas donde ella iba a bailar. No era una tarea que prioritariamente se me asignara o que yo hubiera asumido. El encargado de acompañar a mi hermana era mi padre. Se levantaba a la 1 ó 2 de la mañana, se tomaba un taxi e iba a traer a “la nena”. Esa tarea era de él y, básicamente, la cumplía. Si mi padre no podía ir, iba mi hermano y sólo en última instancia estaba yo, ¡si me agarraban!

Por lo tanto, no te puedo reconstruir la situación desde “adentro”; los enamoramientos de las adolescentes de entonces eran bastante boludos; metejones más bien platónicos, idealizados, fugaces. Un besito furtivo y un bailar “mejilla a mejilla” era lo más atrevido. De sexo, no se hablaba y las caricias eran casi evangélicas. Recuerdo que una noche la pasé a buscar, a mi hermana, por un cumpleaños de 15, dado que me quedaba en el camino hacia casa. Entré al vestíbulo profusamente iluminado, saludé y cuando iba acostumbrando la vista a la concurrencia, capté que una compañera de mi hermana, algo mayor, le pegó un tirón de pelo a mi hermana que usaba “cola de caballo” y que estaba bailando con un flaco. Al principio, no entendí el porqué del tirón de pelo; después, me di cuenta: la compañera le avisaba que estaba yo, su hermano, y que por lo tanto no podía bailar arrimadita al flaco. Te imaginás, si había tal reacción frente al hermano lo que sería frente al padre o la madre. La represión sexual hacia las adolescentes era fuerte, fuertísimo. El golpe más duro que podía sufrir una familia de mi área social era el embarazo de la hija soltera. Era una lápida difícil de levantar. En la custodia de “la nena”, concurríamos todos los familiares. Particularmente, los padres y los hermanos. Yo también contribuía a guardar la virginidad de mi hermana, sin embargo, como tenía mis propios fantasmas que me distraían y aturdían no podía cumplir la misión con eficacia.

- Hice natación y tenis hasta los 16 años. Iba con mis hermanos y otros amigos, la barra del club. Años después, en el centro, hice yudo. La única pileta techada de Rosario, por esa época, era la de Gimnasia y Esgrima de Rosario, año 1959. La de mi barrio era una pileta de verano de 37 metros de largo y seis andariveles.

- Para jugar al fútbol, cuando tenía 10 u 11 años, usábamos zapatillas Pampero. Las zapatillas Pampero eran de lona y suela de goma. También tenías las zapatillas Flecha que eran de lona y tenían puntera. En la punta, las zapatillas estaban reforzadas por una goma en forma de serrucho, con canaletas. Esta puntera te permitía patear mejor la pelota. Había unas zapatillas muy ordinarias: las Boyero.

Para ir a la escuela usaba los Gomicuer de Grimoldi. Era una zapatería elegante que tenía juegos para chicos en sus locales, lo que no era habitual. A mí me encantaba ir a Grimoldi. Tenía zapatos de calidad para chicos y para grandes. Los Gomicuer eran zapatos que se las bancaban. Eran zapatos negros, abotinados, con suela de goma.

- ¡Sí! ¡Sí! Había números para mí. Te advierto que jamás necesité zapatos a medida; siempre usé calzado estándar; medidas grandes pero estándar; tanto en calzados para salir, deportivos o de trabajo.

- Lo de “Pata” comenzó en la universidad; hasta el secundario me decían Tono. Cuando ingresé a la universidad, se usaba el pantalón vaquero[1]bombilla”, ajustado a las piernas. Estos pantalones acentuaban el tamaño de mis pies. Alguien, alguna vez, me llamó “patón” y así la cosa fue derivando en “el Pata” y terminé siendo “el Pata Beltrami”.

- Hasta los 12 años usábamos, religiosamente, pantalón corto. Además, camisa, pulóver, gabán, guantes y pasa-montaña. Para ir a la escuela, usábamos guardapolvo blanco. El gabán era azul (una especie de sacón grueso o sobretodo corto), cruzado; tenía solapas amplias que te abrigaban con generosidad, si las levantabas. Una ropa de marineros, creo. Ahora, no se la ve.

Abajo, zapatos y medias tres cuarto que te llegaban hasta debajo de las rodillas. Medias Carlitos ¡Lindo abrigo!

- Iba a una escuela de la comunidad que estaba en el centro. Privada y cara; te arrancaban la cabeza. Viajaba en tranvía. Tenía media hora o 40 minutos de viaje. El 17, la desgracia, tardaba menos; el 14, el borracho, como corresponde, tardaba más. Nos acompañaba mi viejo a la escuela. Él iba a su trabajo, en el centro.

El regreso del colegio lo hacíamos con algún vecino. Los padres se rotaban para ir a buscar a los chicos, tres o cuatro. Una vez un padre, otra vez, otro padre. En el tranvía, solos, viajábamos a partir de sexto grado, que era el último año de la escuela primaria.

Era una escuela bilingüe. Estábamos más de 6 horas en la escuela. Entrábamos temprano, a las 7 de la mañana. El tranvía estaba vacío los primeros 10 ó 15 minutos y se iba llenando a medida que nos acercábamos al centro. Hacía mucho frío.

- Los chicos en esa época tenían muchos sabañones en las orejas y en las manos y nuestros padres nos abrigaban para que no tuviéramos sabañones.

- La escuela era laica y tenía, como profesores, algunos intelectuales fascistas que habían emigrado de Italia a la caída del fascismo. El fascismo no es lo mismo que el nazismo. Mussolini era un hombre de una sólida formación; era anticlerical. Encendió una vela cuando tuvo que firmar el pacto de Letrán, porque así se lo exigían los intereses políticos. Los cuadros fascistas con formación intelectual eran ateos.



[1] Jeans. Pantalones de algodón; tela rústica, habitualmente de color azul. Los diseños habituales eran: bombilla, recto y oxford, este último con botamanga amplia, volada, cubriendo todo el pie. (El Ordenador)