lunes, 31 de agosto de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo



Por Roque Domingo Graciano



i) "Esto se acaba"(1)


- La tensa relación y disputa duró meses. Lo sacaron al Gato Canet de la jefatura y pusieron como responsable al Buda Cardozo. Un estructurado. Estaba casado con una mina de la conducción nacional, Elvira, y se creía todas las consignas que venían de arriba. Total y absolutamente acrítico. Llegamos a tener enfrentamientos durísimos. Si la cosa no pasó a mayores (si no terminamos a los balazos), fue porque el Buda era de naturaleza pacífica y acuerdista, dentro de su esquematismo mental e ideológico. Por otro lado, algunos hechos nos amigaron. Cuando Elvira (la mujer del Buda) iba a parir su primer y único hijo, el Pepe Firmenichi le pasó una factura y no permitió que los médicos de la organización la atendieran. El Buda se desesperó. A Elvira, la buscaban los milicos para reventarla (se la tenían jurada) y la organización montoneros le pijoteaba apoyo. Casi a punto de dar a luz, Elvira carecía de atención médica y deambulaba de aguantadero en aguantadero. El Buda me preguntó si tenía un equipo médico para atenderla y le dije que sí y exigí una zona liberada para garantizar la seguridad del servicio sanitario, en caso de que se lo utilizara. Al principio, no aceptó y exigió hablar él con el equipo médico. Me negué con una 9 milímetros sobre la mesa. Dos días después, me volvió a llamar. Estaba descompuesto. Me informó que a través de Federico había establecido un acuerdo con Patricio (conducción de la C.N.U.(2) que tiempo después perdió un brazo, mientras transportaba una bomba) para liberar la zona de Villa Argüello y El Mondongo hasta detrás de la Facultad de Medicina. El pacto se había realizado sin el conocimiento de la conducción de montoneros. Asimismo, me asignó el control militar de la zona. La inspeccioné minuciosamente. Cuando estuve satisfecho, hablé con el Pata, un médico que colaboraba, quien, no muy satisfecho, aceptó la propuesta.

El parto fue un éxito. Nació una nena. El Buda lloraba de alegría. Me abrazaba y lloraba. Cuando dejaba de llorar, reía. Estaba sacado. A partir de entonces, en la medida de sus posibilidades, contuvo las presiones que bajaban sobre mí.

- “Responsable” era un eufemismo que usaba la organización montoneros para no decir “jefe”. De la misma manera, al robo lo llamaban “expropiación” y a la exacción “socialización”. Una mascarada.

En noviembre del 75, se repudrieron de mí y consideraron que no era digno de la organización. Me expulsaron. Eso sí, me permitieron seguir colaborando con la organización. Mensualmente, debía entregar mi sueldo (descontando mis gastos) al Buda y debía colaborar con él en la búsqueda de casas para reunirse, guardar armas, combatientes y materiales.

Un delirio absoluto. A todo esto, lo milicos te degollaban con latas de sardinas. Al Gato, también lo expulsaron. La última vez que lo vi fue en 13 y 48, a media cuadra de su departamento. Estaba destruido, no obstante, no perdía la gracia ni la chispa. Su preocupación era qué radio de acción tenía el ametralladorista del coche que lo seguía.

Más allá de anécdotas y bromas, se presentía un cercano final de algo.



(1)Últimas palabras del general Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974, a las 10 y 30 horas, al desplomarse de espalda en su cama, después de dar un paseo por los jardines de “la quinta de Olivos”. (El Ordenador)

(2)C.N.U siglas correspondientes a la concentración nacional universitaria; organización “de derecha” surgida hacia fines de la década del 60. Según versiones y rumores de la época, sus militantes tenían formación militar; católicos, anti-judios, anti-comunistas y estrictamente heterosexuales. Se los relacionaba con la triple a (o tres a), con José López Rega, con ciertos sectores del ejército y de las fuerzas de seguridad. Produjeron y padecieron sangrientos hechos de sangre. Notas periodísticas afirmaron que un centro operativo de la C.N.U., en la década del 70, era la comisaría segunda de La Plata, en calle 38 entre Plaza Olazábal y calle 8. (El Ordenador)


domingo, 23 de agosto de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo

Por Roque Domingo Graciano

h) "los jefes disponían de tus bienes"

- Comencé militando en la JUP (juventud universitaria peronista). Eran años en que el peronismo había irrumpido con todo en la Universidad. Entre guitarreada y guitarreada, asamblea y asamblea; mate va y mate viene me fui metiendo de a poco en la política. Por entonces, cursaba y preparaba parciales con Bachini, el hijo de un pizzero de la zona. Con él, nos fuimos metiendo en la militancia y, a los años, terminamos en Centroamérica con la cola entre las patas.

- Con Bachini y el hermano de un cura guerrillero, Gabriel, armamos una estructura política importante en la Facultad y una noche nos habló Gonzalo (un guerrillero entrenado en Cuba, que militaba con el nombre de Luis) para que nos incorporáramos a la organización montoneros. Nada compulsivo. Una invitación. Nosotros aceptamos. A los pocos meses nos dividieron a los tres. A mí me dieron cierta instrucción militar y me mandaron “al frente barrial”. Eso quiere decir que dejé de hacer política en la Facultad para hacer política en los barrios. Yo era el jefe de la zona barrial de Ringuelet y Tolosa. Mi tarea consistía en mantener unidades sanitarias (salitas) que daban asistencia médica primaria a la población del barrio, Unidades Básicas peronistas (los comités peronistas), así como establecer relaciones con instituciones que funcionaran en la zona: iglesias, clubes, centros de fomento, uniones vecinales, cooperadoras, escuelas y otras instituciones similares. El objetivo era la captación política de la comunidad. El objetivo militar era reclutar guerrilleros para la organización y lugares donde los jefes guerrilleros pudieran vivir, reunirse, así como guardar armas y material de propaganda.

- La organización montoneros tuvo muchas estructuras organizativas porque se fue fusionando con otras organizaciones, ampliando y achicando. Básicamente, era una estructura celular. Lo de “celular” (en el sentido de “tabicamiento”, no conocimiento entre los miembros que componían distintas células) era medio cuento. Todos nos conocíamos o nos sospechábamos. Más que una realidad era un criterio. La célula en la que yo funcionaba estaba compuesta por 4 combatientes: 1 responsable del frente barrial, 1 del frente gremial, 1 del frente estudiantil y 1 jefe. El jefe nuestro era el Gato que a la vez formaba una célula de jefes cuyo jefe era Luis.

- En realidad, yo pertenecía al nivel más bajo de montoneros; mis subordinados no eran montoneros sino “aspirantes” a combatientes, a montoneros. También los “aspirantes” tenían una estructura celular. Después, venían los colaboradores, simpatizantes y aliados. “Aspirantes”, colaboradores y simpatizantes no pertenecían a la organización. Daban pero no recibían nada a cambio.

- En noviembre de 1975, me echaron de la organización. Quedé “fichado” por la taquería y por los servicios y sin ningún apoyo.

- No me echaron por razones políticas, por discrepancias políticas sino por razones “ideológicas”. La cosa fue así. Al principio, cuando nosotros armamos todo un aparato en la Facultad, los jefes estaban satisfechos. Conmigo estaban más que contentos. Les agradaba que guitarreara y tuviera entrada desde un convento hasta una casa paqueta. Eso era positivo para ellos. Favorecía los planes de la organización. Después, vinieron los conflictos.

- Ante todo, debo hacerte una aclaración. En la organización montoneros, los bienes e ingresos personales se “socializaban”. Un eufemismo para decir que los bienes e ingresos personales se debían entregar a los jefes. Los jefes disponían de tus bienes; habitualmente, los vendían y ellos se agarraban la plata. A mí, me usaban el departamentito; no lo podían vender porque no era mío; era alquilado. Terminé dejándoselos junto con un Peugueot 403 que tenía. Me fui a vivir a un departamento que había comprado Adriana, en Plaza Italia. El despelote se armó cuando se enteraron que mi vieja tenía campos. Exigieron que “socializara” mi parte de los campos. Imposible. Aún hoy, todo está a nombre de mi vieja. No obstante, presionaron una y otra vez. Cuando no lo consiguieron, exigieron que cediera los campos a los efectos de utilizarlos para entrenamiento militar, disfrazando la maniobra como caza de animales. Imposible. En los campos de mi madre, hay gente que hace tres generaciones que vive y trabaja ahí, te imaginás que ningún movimiento, absolutamente ninguno, les puede pasar desapercibido. Además, yo conozco muy poco los campos. He ido a ellos desde siempre pero mi estadía nunca superó los 3 días. La relación se puso tensa. Lo presionaron al Gato para que me hiciera trabajar y me sacara el dinero que ganara. Accedí a realizar algunas changuitas por el Gato y porque no quería romper la relación. Todavía creía en montoneros.

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo



Por Roque Domingo Graciano



g)“La Plata, para mí, fue una fiesta”

- Mi madre me indujo para que fuera a estudiar a La Plata. Creo que estaba repodrida de las peleas entre mi hermana y yo. No nos dábamos cuartel y la vieja habrá pensado, correctamente, que si yo estaba lejos tendríamos menos posibilidades de pelearnos. Estudiar en Rosario hubiera significado que todos los fines de semana estuviera en Paraná. Pudo tener otras razones para alejarme; las ignoro. Lo cierto es que con suavidad y seducción me alejó de Paraná.

- La Plata, para mí, fue una fiesta. Alquilé un departamento en 116, a 4 cuadras de la Facultad. En cuanto nos acomodamos a las cursadas empezaron las churrasquedas y las guitarreadas. Íbamos a las cursadas con la guitarra y el equipo de mate; entre cursada y cursada guitarreábamos todo el día. Cuando terminaban las cursadas, a eso de las 6 de la tarde, seguíamos guitarreando en la casa de alguno de los muchachos; ahora, en lugar de mate, le dábamos a la ginebra. La Bols era la preferida. Si no había Bols le pegábamos a la ginebra Llave.

- Al principio, alquilé un monoambiente, de 28 metros cuadrados, donde vivía solo. En otros departamentos del edificio (vertebrado en un largo pasillo de 80 metros con entrada por calle 116), vivían muchos estudiantes de ambos sexos. La mayoría eran varones aunque había algunos departamentos ocupados por chicas. Ahora bien, el reservorio de mujeres estaba en los colegios mayores. Los colegios mayores eran casas antiguas de 7 ó 9 habitaciones refaccionadas, en donde vivían chicas que habían venido del interior de la provincia de Buenos Aires o de otros lugares a estudiar en La Plata. Eran instituciones organizadas por monjas católicas; en esas casas, no vivían monjas; una estudiante, la más antigua, era la “jefa”. En esos colegios vivían no menos de 25 gurisas.

- Ellas estudiaban distintas carreras en la Universidad Nacional. Ahora, si un solo vago de la barra lograba la entrada en un colegio, significaba que entrábamos todos. A la vez, ellas traían compañeras de otros colegios. Era un paraíso. La única desgracia era que de vez en cuando teníamos que estudiar.

- La Facultad no era expulsiva para nada. Te hablo de la Facultad de Veterinaria; por ahí, otras facultades como Medicina o Exactas, sí, tenían problemas. Creo que Astronomía era muy dura. Mi Facultad era contenedora, “como una buena madre”.

- Adriana no vivía en un colegio mayor. Ella, sí, vivía en un convento de monjas. La biché un día que fuimos a guitarrear al convento. Después, me la presentó una entrerriana.









lunes, 17 de agosto de 2009

El ostensorio

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo



Por Roque Domingo Graciano







f) El señor Haramboure llegaba a casa todos los días hábiles a las 15 horas



- En mi casa paterna, se recibían dos diarios: el local y La Nación de Buenos Aires. Mamá los leía a la mañana en la oficina y a la noche los seguía leyendo en la cama.

- Mi madre no se volvió a casar ni formó pareja estable. Más tarde, me di cuenta que tuvo algunas parejas: un médico rosarino y un empresario local, estoy seguro. Pudo haber otros. Fue muy recatada, al menos a los ojos de sus hijos. Conjeturo que pretendientes no le habrán faltado; ella eligió manejar sola sus negocios y, supongo, se sentía a gusto.

Después de la muerte de mi padre, contrató como contador al señor Haramboure que era funcionario del ferrocarril. El señor Haramboure llegaba a casa todos los días hábiles a las 15 horas y se encerraba en la oficina con mi madre una o dos horas. Era un hombre gordo, calmo, de manos pequeñas y regordetas, de piel blanca como la leche y cabellos oscuros. Habitualmente, el contador, después de trabajar con mi madre, se quedaba una hora más, hasta las cinco y media o seis de la tarde. Si mi madre había ido al campo o estaba de viaje, el señor Haramboure lo mismo concurría a la oficina, puntualmente, a las 15 horas; trabajaba un rato y llamaba al casero (que hacía los trámites por la mañana) a quien le daba algunas instrucciones y se retiraba.

Un día en que mi madre se había ido al campo (imprevistamente, con Aguirre y el encargado de Las Palmitas), el contador Haramboure me llamó a mí y me dejó varios sobres: uno para entregar en la escribanía Saralegui, otro sobre con la boleta de depósito y el cheque para Rentas; el otro, con un cheque para la firma Electrohogar, otro con dinero en efectivo para depositar en el Banco de la Nación. Todo estaba minuciosamente ordenado y las indicaciones estaban en los sobres de “papel madera”, con tinta negra y trazos firmes. Me llamó la atención el contraste entre la escritura firme y su voz suave. Me trataba de “Adolfo” con naturalidad y afecto. Me sentí importante porque me encomendaba “gestiones de la firma”. Mi hermana, que estaba afuera de la oficina, hervía de envidia y celos. Cuando el contador se retiró, le indiqué a mi hermana que no eran cosas para “mocosas”, que tomara distancia y que se ubicara.

Ese pedido de colaboración me abrió la puerta para que, periódicamente, cuando mi madre se había retirado de la oficina, yo ingresara y charlara con el señor Haramboure. También me iba a charlar con él cuando mi madre no estaba, para bronca de mi hermana. Me hablaba como a un adulto. Me indicaba dónde podía leer temas que a mí me interesaban y me contó minuciosamente la Segunda Guerra Mundial. Por él, supe distinguir a Mussolini de Hitler y por primera vez escuché el nombre de Primo de Rivera. Me habló del Ejército Rojo, de las diferencias entre EEUU y Europa, de la importante corriente nazista en el seno de la corona inglesa y de los vínculos de Perón con los conservadores de Londres.

Haramboure me contó la historia del duque de Windsor1, “quien tenía ´simpatías´ entre los nazistas y, después de una guerra palaciega, abdicó al trono del Reino Unido en 1936 y se casó con Wallis Simpson”2.

Además de un amante de la ópera (gusto que compartía con mi madre) y de un exhaustivo administrador, era un atento lector de lo social.

Recuerdo con recogimiento y gratitud aquellas charlas que tienen otro componente, además de la bronca de mi hermana que se moría por saber qué hablaba el señor Haramboure conmigo. Fue una cuestión de vida, en el estricto sentido, que me ayudó en un momento difícil.

El señor Haramboure tenía dos hijos de nuestra edad. Íbamos al mismo colegio y también frecuentaban el “Rowing Club”. Mi hermana los odiaba y les hizo mala prensa entre sus amigas; ellos eran dos seres pacíficos como su padre, muy parecidos a él físicamente y en sus temperamentos. Siempre amables, atentos al otro, poco y nada afectos a los deportes, amantes de la lírica y de los juegos de mesa. Estudiaron en la Universidad de Rosario e hicieron maestrías en los EEUU. Cuando en 1976, yo andaba disparando, me encontré en Capital Federal con el mayor de los Haramboure, el Pilo. Fue como encontrar un sombreado río con pájaros en medio del desierto. Toda una tarde, charlamos de Paraná, de sus padres, de tiempos idos. Llegado el momento le hablé de mi situación que, como no podía ser de otra forma en un círculo tan pequeño, él conocía. Me habló con la misma suavidad y persuasión que su padre. “Los militantes son ‘carne de cañón’. Los dirigentes de la guerrilla están dispuestos a entregar a sus compañeros por cuatro pesos. En la Escuela Mecánica de la Armada, se reúnen los dirigentes ‘montoneros’3 con los hombres de Massera. Lo de Monte Chingolo4 es un ejemplo: por un puñado de dólares y un pasaporte, entregaron a cientos de jóvenes y se verán cosas peores. No está dicha la última palabra en el enfrentamiento capitalismo / comunismo pero aquí, la guerra está perdida para los comunistas; las conducciones no tienen convicción ni moral. Arturo Leuinger, ´Felipe’5, negocia con la policía provincial cuánto le dan por cada militante. El ‘cabezón’ Norberto Jabegger (‘Alfredo’) comercia con distintos estamentos del Ejército y del poder económico y el tema central es el mismo: ¿cuánto me pagan por cada militante que entrego?

- Adriana, por ese entonces, estaba virtualmente escondida en General Pirán, un pueblo al norte de Mar del Plata. Yo, como alma que lleva el diablo. No me quedaba otra que seguir el consejo del Pilo. “Quedarte es un suicido que sólo beneficia a la conducción de ‘montoneros’ que tiene otro muerto para cobrar. Por Paraná, no asomés la nariz; te están esperando. Viajá a Mar del Plata en transporte público, nunca en auto particular; tren u ómnibus. Desde Mar del Plata, hacéte una excursión a Bariloche con Adriana y los gurises. Hospedáte en buenos hoteles. No pijotees plata, en ello va tu vida y la de los tuyos. En Bariloche, hablá con el gerente del casino, te dará plata y papeles para que sigas viaje. Por plata, no hay problema, contá con nosotros. Distancia, distancia, distancia.”



1Eduardo VIII (1894-1972) rey de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y emperador de la India. (El Ordenador)

2 Wallis Warfield Simpson sufría del síndrome de insensibilidad andrógina (S.I.A) por lo que genéticamente era un varón, desarrollado como mujer, sin ovarios y con vagina corta, según versiones médicas de la época. (El Ordenador)


3 Montoneros: banda armada que apareció a la luz pública a mediados de 1969, con el secuestro y posterior asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu. Por ese entonces, aparecía como jefe de montoneros Fernando Abal Medina que murió en un confuso enfrentamiento en la localidad de Willams Morris. Versiones de la época indicaban la fuerte relación de este grupo con estamentos de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. Montoneros organizó numerosos robos y asesinatos pero su especialidad fue el secuestro de personas para obtener dinero. (El Ordenador)


4 Alude al asalto del llamado ejército revolucionario del pueblo (E.R.P., erpios o los perros en el decir de la militancia de la época) al Batallón de Arsenales ‘Viejo Bueno’, ubicado en la localidad de Monte Chingolo en el Gran Buenos Aires. En la ocasión, un grupo selecto de tiradores “esperó” a la banda guerrillera y la diezmó. Ese golpe significó el eclipse militar del E.R.P. (El Ordenador)


5 Jefe guerrillero muerto en la ciudad de Mar del Plata. Según la información “oficial” de la época, el jefe terrorista murió cuando intentó, en soledad, tomar por asalto una unidad policial que estaba vallada en 200 metros a la redonda, minada y fuertemente custodiada. Versiones callejeras de esos días hablaron de un ajuste de cuentas entre los laderos o guardaespaldas de Felipe, en connivencia con jefes policiales. (El Ordenador)

jueves, 6 de agosto de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo

Por Roque Domingo Graciano

e) un flaco, Famularo, le pegaba duro a un desafinado piano con "Moliendo Café"

- Las reuniones adolescentes (escenario para la socialización) comenzaron a los 13 ó 14 años, con los pantalones largos y la escuela secundaria. Ahí, comenzó el juego sucio y sabroso como la pasta con tuco. Las más lejanas reuniones que recuerdo fueron en el segundo piso del Rowing Club. El salón estaba en penumbra porque los grandes ventanales estaban encortinados y un flaco, Famularo, le pegaba duro a un desafinado piano con Moliendo café. Las gurisas usaban el pelo tirante con una cola para atrás; “cola de caballo”, se le decía a ese peinado; mocasines sin medias; pollera escocesa; camisa y una campera liviana de tela sintética y algodón. “Por entre la camisa, se adivinan las anheladas tetitas que se ofrecen y se niegan en su grito de libertad y pavor”.

Los varones usábamos mocasines, pantalón tiro corto, camisa y pulóver. El vaquero de jean no era una prenda conocida en Paraná. Nuestra trasgresión era usar pantalón sin calzoncillos para escándalo de nuestras madres que solían sorprenderse con nuestros pantalones cagados.

Se bailaba abrazado. Los muchachos tratábamos de apretar y las chicas te separaban con el brazo. Cuando una pareja bailaba apretadita era porque había algo más que una simple amistad. Los cruzamientos eran frecuentes pero las flacas no se zarpaban porque cuidaban su reputación, la imagen; aunque muchas veces, las hormonas se imponían al “deber ser”.

Una flaca muy relajada perdía “handicap”, siempre y cuando el viejo no fuera miembro de la Corte Suprema, en cuyo caso imponía un estilo a imitar.

En el Rowing, bailábamos foxtrots y boleros. En bailes familiares, con personas adultas, se bailaba rumba, conga o La Raspa. Estos eran bailes sueltos; los bailarines no establecían contacto corporal. Nuestra generación detestaba el tango aunque los viejos lo bailaban.

Cuando las reuniones de adolescentes para bailar, se realizaban en casas de familia, se llamaban asaltos. En los asaltos, las mujeres llevaban tortas y dulces para comer y los varones bebidas: gaseosas y alguna Coca-Cola. Por ese entonces, la Coca-Cola estaba prohibida en Entre Ríos; la traíamos de Santa Fe y era una mezcla de trasgresión y de ostentación de poder. La primera vez que tomé Coca-Cola, me pareció un medicamento; fue en Buenos Aires; después, mi paladar se acostumbró y la tomábamos mezclada con whisky.

Como un derivado de los asaltos, se armaron los mate cocido. Los mate cocido en su apariencia externa eran como un asalto pero eran cualitativa y cuantitativamente diferentes. Se hacían, también, en casas de familia, en grupos más pequeños. Ya no iba el que quería sino a quien personalmente se invitaba. No se bailaba sino que se guitarreaba y se cantaba. Ya no era el foxtrot sino la López Pereyra la que reinaba. No se tomaba gaseosa sino mate y ginebra; se fumaba fuerte. Ya no se anhelaba un par de tetitas sino que se acariciaba un clítoris arisco y querendón. Era otra cosa. Nosotros tampoco éramos los de 3 años atrás. Estábamos para mayores y muchos se quebraron en el intento.

- Mi romance con la guitarra me viene desde la infancia; en los mate cocido de la ciudad de Paraná, le daba fuerte a la “escoba” aunque la época gloriosa fue en La Plata. El folklore en Paraná era casi de culto o secta, por lo menos en mi primera juventud. Hacíamos folklore en casas de familia o en alguna playita discretamente olvidada.

En La Plata, en cambio, el folklore tenía una presencia contundente en todos los sectores sociales. ¡Era una gloria! Multitudinario y singular. Frecuentaba la Escuela de Danzas Tradicionales donde se estudiaba danza y guitarra. A esa Escuela, iban familias enteras a aprender y practicar zambas y chacareras. Madres e hijas guitarreando, bailando y cantando. No sabías con quién quedarte si con la madre o la hija. Seducía que tanto la madre como la hija se vistieran iguales: mocasines marrones y pollera-pantalón de jean azul; blusas similares e idénticos peinados.

Desde la Vizcachera del Chango Nieto, brotaban las canciones protestatarias como el agua de un surtidor y Mercedes Sosa, desde lo alto del escenario del Club Atenas de calle 13, gritaba “!Qué vivan los estudiantes!” y nos mimaba con canciones de Violeta Parra y la Juana Azurduy.

- El movimiento hippy era, también, muy fuerte. Tuve escaso contacto con el universo hippy; recuerdo las flores dibujadas en las puertas de los departamentos y casas en manifiesta adhesión al movimiento de la paz y el amor. Un contingente importante de los adherentes al hippismo se fue a vivir a El Bolsón, al sur de Bariloche. Los llamaban “los bolsoneros[1]; no conozco otros matices.



[1] Del sustantivo propio El Bolsón, deviene la designación de “bolsonero/s” para quienes resisten el “orden social” establecido y son, simultáneamente, indiferentes a la política. Adjetivo despectivo usado frecuentemente por la militancia política de los años 60 y 70. (El Ordenador)