domingo, 20 de febrero de 2011

El ostensorio

La custodia

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”










Por Roque Domingo Graciano




t) "en la cosmovisión gnóstica, ella se llamaba Alocer y él, Bernardo"[1]

- Allí, en la fotocopiadora de la Turca, en calle 12, conocí al matrimonio.

Frecuentemente, venía la pareja a encargar trabajos de fotocopias o espiralados; si eran pocas fotocopias, esperaban; si las fotocopias eran muchas, volvían más tarde a retirar el material. A veces, uno de ellos traía el material para fotocopiar y más tarde pasaba el otro a retirarlo. Vendían la imagen de una familia unida, solidaria, muy trabajadora. Federico solía intercambiar palabras conmigo; Ailín sólo me saludaba si nos chocábamos. Años después, nos encontramos en un hotel de Bariloche. Ellos estaban en un congreso de la Iglesia Universo Cristiano. Allí sí, tuve una relación cercana con el matrimonio. Les proveía videos, esposas, vibradores, prótesis y otras chucherías para el juego sexual. A través de ese vínculo, supe que en la cosmovisión gnóstica, ella se llamaba Alocer y él, Bernardo.

Cuando ella desapareció, yo estaba en Córdoba. Leí el titular del Clarín y dudé. No comprendí lo que había sucedido. Años después, un cliente que vivía en Cariló, caminando bajo los pinos, me contó lo sucedido.

“Alocer, después de su separación de Bernardo, fortaleció su relación con los euquitas (relación que había heredado de su madre) e ingresó a la secta. En su dimensión innata, fue penetrada por Azazel a quien quedó subordinada y esclavizada en la eternidad. Se le encomendó la misión de establecer contacto diario con chicos cercanos a la pubertad, “edad propiciatoria” por el Gran Arquitecto, según los paladicas.

Más tarde, siguiendo su karma se transformó en súcubo y prometió transformar en íncubo a dos de sus tres hijos. Pero este propósito lo supo la madre de Bernardo que, en la cosmovisión gnóstica, se llama Carmen (auténtico nombre y cifra que la comprende y explica en una visión de eternidad). A Carmen, en el esbats, la llamaban la lobezna por lo de “Vade retro, Satanás” dado que, si bien es cierto que había nacido y se había criado en las pampas bonaerenses, era descendiente directa de montañeses. Carmen, la lobezna, leyó las vísceras de animales y masticó una respuesta. Se puso bajo la advocación y protección de san Juan y el 24 de junio de 1984, en un rancho de las cercanías de la laguna de Monte y el arroyo Las Totoras, encendió fogatas. Hizo penitencias y ayunos. Era una criolla física y espiritualmente fuerte, madre de 3 hijos y había librado numerosas batallas pero ninguna como ésa. Mientras la fogata se mantuviera viva, ella estaba en combate con Alocer. En los primeros tres días, la fogata estaba mustia. Doña Carmen no flaqueó. Renovó sacrificios y oraciones al Todo Poderoso. Al séptimo día, un viento propicio del oeste avivó el fuego y la fogata se incrementó de manera ostensible. Vientos de distintas direcciones enloquecieron las llamas y encresparon las aguas de la laguna. Doña Carmen, como petrificada desde el comienzo de los tiempos, oraba y ayunaba. El torbellino exterior contrastaba con la serenidad de la abuela; estaba combatiendo contra Azazel y denotaba la misma tranquilidad que cuando preparaba el puchero para su familia. El combate duró 10 días. Al décimo noveno día del inicio, doña Carmen tuvo la certidumbre de su triunfo. Las llamas se aplacaron y la fogata se transformó en brasas; la vieja se concentró en una plegaria antigua y profunda como el eco de sus ancestrales montañas. Cuando se sintió purificada, sin miedos y desatada, caminó descalza sobre las brasas una y otra vez hasta que las brasas se hicieron cenizas. Dijo los conjuros para revertir maleficios, invocó a san Juan y sacrificó animales en su nombre y con la sangre de los animales regó las cenizas. Juntó las cenizas y esperó las órdenes que le serían dichas.

La madrugada del 10 de julio, Alocer, después de departir con un comerciante vecino al que había embrujado (y a cuya hija pensaba transformar en súcubo), se vistió en forma apropiada para el esbats. Antes de transponer los límites de su jardín, se sintió atrapada. Comprendió su situación e invocó tres veces a Azazel. No ofreció resistencia. Una fuerza superior la dominaba. Cuando estaba en la calle, por segunda vez invocó tres veces a Azazel y tampoco recibió respuesta. Dudó. Se concentró y en un último esfuerzo invocó a Azazel tres veces por última vez. “¡Te llama Alocer, tu esposa, tu esclava, tu amante!” Tampoco recibió respuesta y comprendió que estaba abandonada absolutamente a sus limitadas fuerzas. Descendiente directa de la irlandesa Florence Newton, como ella dijo “Ad Majoren Satana Gloriam” y se entregó mansamente; sin un gesto, sin un ademán de resistencia; tierna y sensualmente. Doña Carmen la cercó con las cenizas que había juntado, en un movimiento análogo a las agujas del reloj y comenzó el sacrificio. El resto lo podés leer en los `Crónica´ de la época.”

- Según este vecino de Cariló, en el expediente, hay marcas suficientes que permiten leer esta historia pero jueces y policías no lo pueden decir expresamente.

- El arcano, por definición, no puede ser dicho públicamente ni comprendido por el conjunto social.

- El universo, la vida es insondable, por lo tanto, la indiferencia es una virtud.

- Sí. Dios existe pero está despreocupado[2].



[1]

CITARON A UN ALTO JERARCA POLICIAL

Caso Bowles

El juez Burlandinho, a cargo del caso del asesinato de la bella y adinerada traductora, habría citado al comisario inspector Miguel Ángel Rucci, para que explicara las versiones, presuntamente emanadas de fuente policial, que relacionan a la mujer asesinada con una secta esotérica de origen medieval.

La versión fue ampliamente tratada por medios periodísticos de la Capital Federal.

Se espera una ampliación en las próximas horas.

Pág. 26 y 27 – Crónica – Lunes 13 de agosto de 1984 – La Plata – Argentina.

[2] Últimas palabras de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez en el relato. También, estos son los postreros grafemas de esta saga. Este es el FIN, “THE END”, el cierre. (El Ordenador)

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano





s) "era virgen"


- Yo estaba haciendo un trabajito de temporada en calle 12 y la Turca, la dueña de la fotocopiadora de al lado, me empezó a relojear. Yo, discretamente, le mostraba el bulto y la Turca se excitaba, ¡algo más que entusiasmada! Una tarde, antes de abrir la fotocopiadora, ella estaba haciendo limpieza en el local. Me acerqué, la saludé y la ayudé: saqué las cajas y barrí la entrada y la vereda. La Turca estaba desarmada. Transpiraba. Tenía mareos. No podía sostenerse en pie. Me di cuenta de que en ese momento no podía hablarle y me fui a mi local. Esa noche, después de cerrar la heladería, me acerqué a la fotocopiadora. La Turca estaba con la madre. Me asomé por la puerta y las saludé. Tal como lo esperaba, a los pocos minutos se fue la vieja y ella quedó sola con la puerta cerrada. Golpee y me abrió. Se puso del otro lado del mostrador, como si yo fuera un cliente. Se esperaba una declaración de amor y yo le dije que lo mío era un negocio. No me quiso creer. Se reía histérica. Desde la puerta le dije: “Pensálo, son 50 dólares. Estoy a tus órdenes.” No lo podía creer. Pasaron unos días y me llamó. La operación se concretó. Yo tampoco lo podía creer: ¡era virgen!

martes, 15 de febrero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano




r) "Nos encontramos junto a uno de los ventanales de ´El Británico´en Defensa y Brasil, al amparo de sus luces moribundas"





- El Facha Cardozo es bastante menor que yo; fácilmente, 7 años. Lo conocí en San Pablo y está ligado a una salvada y a un enigma grande de mi vida. Era a comienzo de la década del 70, cuando llegué a Plaza de la República, en San Pablo, para tomarme un micro que me llevaría al aeropuerto. En esa Plaza, tenía varios conocidos, entre otros un par de flacos que administraban a unas chicas. Uno de ellos me dice que esa tarde lo habían asaltado y golpeado feo a un “correntino[1] de La Plata”. Como algunos amigos estaban por esos días en la ciudad, me interesé en el caso. Me llevaron hasta una sala de primeros auxilios. Allí conocí al Facha. Era un moretón. Tenía fracturas en las piernas, en las costillas y en los brazos. Me dijo que lideraba una banda de rock en Los Hornos y era amigo de Benito Durante, un luchador que explotaba un boliche en Valeria del Mar con quien yo había tenido algunos negocios. El Facha había contratado los servicios de una chica (trabajadora independiente), en Plaza de la República. Ella lo llevó, en un escarabajo[2], a un departamento que ella tenía en el barrio Las Perdices. Cuando estaban en el departamento, entraron cuatro tipos que los golpearon y los robaron. La chica había perdido un ojo en la paliza. A él, le robaron todo: documentación, dinero, ropas. Algo había fallado en un negocio que está hecho para complacer al cliente, para dar placer y no dolor. Quizá, falta de controles, un ajuste de cuentas, una paliza con mensaje, un error. Mis amigos paulistas se inclinaron por la teoría de la confusión. El discurso del Facha me persuadió. Le pregunté si necesitaba algo. Me respondió que estaba solo y sin medios porque sus amigos se habían ido la semana anterior. Le dejé 300 dólares y la seguridad de que mis dos amigos paulistas lo asistirían. Me dio unos teléfonos para que comunicara la novedad en La Plata.

Tres o cuatro meses después, mi vieja me dijo que un pelirrojo carón y pelo largo me andaba buscando. Era el Facha. Nos encontramos en un boliche de calle 8 y 57, frente a los Tribunales. Estaba recuperado. Charlamos toda la mañana y me devolvió los 300 dólares. Pasaron los años y un par de veces me crucé con él. Un apretón de manos. “Todo bien”. “Todo bien”.

Hacia 1993, tuve que rajarme de La Plata. Estaba cercado, me garroneaban los talones. Como sucede en esas situaciones el mundo se vuelve una cucharita de té. Los amigos y las posibilidades se limitan al máximo. Me acordé del Facha. Era el hombre ideal porque nadie me relacionaba con él. Respondió al toque. Nos encontramos junto a uno de los ventanales de El Británico en Defensa y Brasil, al amparo de sus luces moribundas.

En Necochea no tengo nada de lo que vos buscás pero tengo una propiedad en un paraje cercano, 17 kilómetros al norte. Los lugareños son de confianza. Eso sí, es un lugar solitario. Hasta septiembre, octubre, la soledad es absoluta. Una radio es todo el contacto que tenés con el mundo.”

O.K. Un favor más, ¿podés pasar por la casa de mi vieja y retirar una valija de cuero marrón que está en mi dormitorio?”

Seis horas después me reencontré con el Facha. Me dio las llaves de la casa, un mapa minucioso de la ruta 88 en la zona de Arenas Verdes y la valija que le había solicitado. “Tu vieja me mandó este camperón y este paquete con libros, revistas y fotos. Las dos cosas te van a venir bien. El camperón para el frío y los libros para la soledad. Tu vieja estaba leyendo un diccionario Sopena de 15 volúmenes, sola, en el taller de encuadernación.”

Me bajé del ómnibus en la ruta 88. Para llegar a la casa debí caminar 15 kilómetros por un camino de tierra. Inesperadamente, dos perros aparecieron entre un campo sembrado de papas; me ladraron un largo trecho, cuando hice un alto para descansar se acercaron; los llamé y las hostilidad se transformó en amistad. Ahora éramos tres. Llegué a Arenas Verdes a las 10 de la mañana. Era un paraje de médanos gigantescos fijados por el pasto y un pinar en donde la luz del sol no penetraba. El mar salvaje y el viento tenían dimensiones cósmicas. La casa era confortable. Un lugareño que explotaba un colmenar en las cercanías, me traía comida, diarios y otras vituallas, 1 ó 2 veces por semana. Los perros cazaban cuises y liebres. A la mañana, en la puerta de la casa, encontraba cuises y liebres que los perros habían cazado de noche y me traían como ofrenda. Se lo comenté al lugareño, Carlos Schulz, que me auxiliaba y muy atinado me comentó que los perros cuando estaban cazando no cuidaban la casa. Es decir, no me cuidaban a mí. Por su indicación, los encerré a la noche en el galpón y les daba de comer en la puerta de la casa. A la semana siguiente, Carlos Schulz me trajo un cachorro. “A éste téngalo siempre dentro de la casa; que duerma al pie de su cama; debajo de la mesa cuando usted está comiendo. A la noche, átelo al macho dentro del galpón y deje la hembra suelta.” Con los tres perros, tenía un sistema de alarma preciso y una compañía valiosa las 24 horas del día. Los primeros 15 días no me podía dormir; cabeceaba un rato y me despertaba. Tenía un miedo profundo en un medio que desconocía. Con el paso de los días, fui conociendo todos los detalles de la casa y revisé minuciosamente el paraje. Caminaba 3 horas diarias. A veces, llegaban pescadores a la playa. Los perros los detectaban con kilómetros de anticipación. También, solían merodear cazadores. El carácter de los perros se transformaba porque los cazadores venían con perros y un horizonte de conflictos se avecinaba. Con el correr de los meses, establecí una buena relación tanto con cazadores como pescadores. Aprendí mucho de ellos. Creo que llegado el caso, hubiera podido sobrevivir con mis tres perros sin el auxilio de Carlos Schulz. Llegué a dormir 10 horas diarias profundamente. Engordé y recuperé la paz y la tranquilidad con mis tres amigos entrañables. Durante el año que duró mi reclusión en Arenas Verdes, gracias a los perros, soporté la soledad.

- Estuve guardado un año y pico. Me lo banqué. Qué vas a hacer: “Si estás en una cagada, quedáte quieto.[3]

Cuando ya habían pasado 4 meses de mi estadía en Arenas Verde, comencé a mirar perezosamente los libros y papeles que me había enviado mi madre. Era un paquete en un sentido amplio y generoso: libros de ficción, de filosofía, de política, revistas de deportes, de actualidad, de espectáculo, fotos de la ciudad de La Plata y fotos de cuando yo iba a la escuela primaria. Todas las noches, después de cenar, si no había transmisión de fútbol, leía algo. Preferentemente, leía las revistas. Una noche, mientras el mar salvaje golpeaba en las rocas, descubrí dentro de una revista Siete Días una fotografía donde estamos mamá y yo. La fotografía me sorprendió porque no recordaba que nos hubiéramos fotografiado y tampoco haber visto la foto en casa. La contemplé detenidamente mientras las olas golpeaban incesantes y enojadas. A la izquierda de la fotografía estaba yo, con un pantalón náutico, zapatillas, remera y anteojos. A la derecha, casi rozándome, mamá: sandalias, pantalón azul largo, camisa blanca arremangada por arriba del codo; cabello blanco. Observé su cuerpo alto y delgado, levemente inclinado hacia adelante. “Como un signo de interrogación”, pensé. De repente, el fondo de la fotografía me sacudió. Nosotros estábamos en la playa y, en un segundo plano, estaban el casino de Mar del Plata y la rambla. Yo jamás había estado en Mar del Plata con mamá; pero la fotografía lo negaba. La fotografía decía que sí, que yo en algún momento había estado en Mar del Plata con mamá. Creo que me descompuse. Estaba solo en una casa sola en kilómetros a la redonda, con un mar embravecido y una revelación que me conmocionaba. Hice entrar a los dos perros que dormían en el galpón y busqué tranquilizarme. Todo era muy extraño, muy raro. Intenté olvidarme de la fotografía y me puse a cocinar; hablaba con los perros y también cociné para ellos. Afuera, el frío del Atlántico se hacía sentir. Alimentando la salamandra y escuchando la radio se hizo la madrugada. No podía apartar la fotografía de mi mente. Una foto que decía lo que yo sabía que no era, que no había sido nunca. Gracias a Dios, ya era de día cuando volví al cuarto donde estaba la valija con la fotografía porque, observándola nuevamente, reparé en un detalle que me quitó el sueño por semanas y que me impidió trabajar por largo tiempo. En un primer plano, como dije, estaba mamá y yo. En un segundo plano, nítido, detrás de mí: el casino de Mar del Plata y a la derecha, detrás de mamá, la rambla pero la rambla era de madera. Se distinguen claramente los caballetes, la balaustrada (formada por tres líneas de vigas de madera) y una rampa de madera para bajar a la playa. Ahora bien, cuando yo nací, la rambla ya era de cemento.

Meses después, cuando me encontré con mi madre le pregunté si ella me había enviado la foto. “No”, respondió. “Además, yo no conozco Mar del Plata.” Era verdad.

A través de un vecino, hice una consulta en el Laboratorio Fotográfico de la Policía de la Provincia. Me atendió el subcomisario Luis Soto. Después del peritaje me informó: “No hay ninguna posibilidad de que esta fotografía sea adulterada, trucada o montada” y a continuación en un papel oficio, con membrete de la repartición y su firma, me dio las características técnicas de la foto y su antigüedad: 10 años. Así, se abría un enigma inexplicable para mi mente, una confusión cósmica que emergió de esa valija; un caos temporal y espacial. Quizá, un mensaje para un alguien que ignoro o un imperativo de un alguien que desconozco.



[1] En algunos sectores dialectales del estado de Río Grande del Sur (Brasil), “correntino” es sinónimo de “argentino”. (El Ordenador)

[2] Automóvil Volkswagen. (El Ordenador)

[3] Alude al siguiente relato del folklore urbano. “La maestra solicita a sus alumnos que para el otro día traigan un cuento con moraleja (mensaje o enseñanza). Al día siguiente, los alumnos leen las narraciones seleccionadas, obteniendo la aprobación u observación de la maestra. Cuando le toca el turno a Jaimito (personaje del folklore urbano de la ciudad de Buenos Aires), cuenta el siguiente relato. ´Un pequeño y débil gorrión estaba en el nido. En ausencia de su madre y alentado por el sol de la mañana, comenzó a trepar de rama en rama. Se sentía feliz y fuerte. Confiando en sus fuerzas intentó alcanzar la rama más alta y se cayó al suelo. El golpe fue durísimo. Moribundo, perdió el conocimiento sobre la helada superficie pedregosa. En ese momento, pasó una vaca y lo cagó. . Una deposición verde, viscosa y chirle. El calor de la bosta lo reanimó. El gorrioncito volvió en sí y comenzó a moverse. Al principio, se movió suavemente; después, se sacudió. Entonces, un gato saltó sobre él y se lo comió.´ La maestra, con el seño fruncido, las manos crispadas y dolor de estómago, exclamó: ´¡Basta! Eso es un asco. No tiene consistencia como relato y tampoco tiene moraleja.´ Jaimito, como corresponde al personaje, no arrugó y retrucó: ´Es un relato porque tiene introducción, nudo y final. En cuanto a la moraleja, no tiene una sino tres.´ A continuación, con sus pequeños dedos, su mirar pícaro y su voz segura, enumeró: ´Primera moraleja: el que trepa se puede caer. Segunda: el que te caga no siempre te hace daño. Tercera: si estás en una cagada, quedáte quieto´.” (El Ordenador)

domingo, 6 de febrero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”








Por Roque Domingo Graciano





q) "ahí nació un romance que perduraría toda mi vida"

- Quizá, la agresividad de la infancia la volqué contra mi madre porque al finalizar el primer año en el Albert Thomas y el comienzo del segundo, estalló la peor crisis familiar. Hoy, pienso que era natural. Yo tenía 13 o 14 años y mi madre 38 ó 39. Las discusiones, de una violencia que solían llegar a lo físico, estallaban a la hora del almuerzo. Cuando salía de la escuela, a las 12 y veinte, me dolía el estómago y buscaba cualquier excusa para no regresar a casa. Me quedaba a charlar con un compañero, en los talleres de la escuela, en la biblioteca o iba a la casa de un compañero. Buscaba, en fin, cualquier pretexto para no regresar a casa y tener que enfrentar a mi vieja. Después, me agarraba hambre; me cagaba de hambre y no tenía mucho dinero. Así, un día me tomé el tranvía 25 y aparecí en la calle Nueva York de Berisso. Allí, no sólo comía opíparamente por unos centavos sino que ahí nació un romance que perduraría toda mi vida. Más tarde, después de comer en un boliche, iba a la casa de un compañero para estudiar o volvía a la escuela porque dos días a la semana tenía “taller” a la tarde y un día educación física. En definitiva, regresaba a mi casa ya de noche. Comía algo de la heladera y a la cama. Mamá no me veía, a esa hora estaba trabajando en el taller de encuadernación. Los sábados y domingos, al mediodía, también me iba a Berisso para comer y reunirme con amigos. La consigna era “mínimo contacto con mi madre”.

Poco a poco, en la calle Nueva York consolidé un grupo de conocidos y amistades que han durado toda mi vida. Algo más, allí adquirí mi primer oficio: electricista y con eso, plata fresca que me independizó.

- Un turco de la Nueva York había comprado cientos de radios eléctricas (aparatos radio receptores) que habían entrado de contrabando. El 80 % de los aparatos estaban fallados; eran pequeñas fallas como un cable desoldado o una perilla floja. Arreglé la totalidad de los aparatos y me entró buena guita y gané la fama de “técnico–electrónico”. A partir de ese día, todo trabajo delicado me lo derivaban a mí. Los aceptaba en la seguridad de que tenía el respaldo de los maestros de la escuela quienes me auxiliarían si lo necesitaba.

domingo, 30 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”





Por Roque Domingo Graciano






p) “un personaje no captado por la historia oficial”





- El profesor Delfino nos hablaba también de instituciones vigentes en nuestra vida cotidiana, en el barrio. No lo hacía de una manera burocrática y almidonada. No. Lo hacía desde enfoques novedosos aunque hablara de cosas viejas y conocidas.

- Un día nos habló de la Biblioteca Euforión, que funcionaba a pocas cuadras de la escuela y estaba vinculada a muchos alumnos desde nuestra primera infancia.

- Según Delfino, la Biblioteca Euforión es hija de acontecimientos internacionales que en su momento no fueron evaluados en su auténtica dimensión, de la masonería como fenómeno platense y del perfil volátil de un personaje no captado por la historia oficial pero que en mi niñez lo escuché mencionar en voz baja, con misterio y respeto, en alguna reunión que se realizaba en el taller de mi madre.

Este personaje era “el polaco Scharagrodsky” quien vivió en algún lugar de la ciudad (o tal vez Berisso o Ensenada) hacia 1925.

Scharagrodsky tenía su “parada” en una ferretería de calle 50 entre 8 y 9. Nunca se supo bien si era empleado de ese comercio o simplemente un frecuentador; en definitiva, allí se lo podía encontrar. También, este personaje ubicuo y volátil, asistía a las reuniones masónicas[1], especialmente en la sede de calle 46 entre 2 y 3.

Su discurso se vertebraba en la advertencia de que los hombres amantes y combatientes de la libertad debían prepararse para vivir muchos años de autoritarismo y totalitarismo. La razón, la caridad, la fraternidad y la tolerancia serían puestas a prueba. “Los tiempos venideros serán testigos del más ominoso imperio del mal”. Hubo quienes le oyeron decir “no menos de 100 años de lucha”.

El discurso de Scharagrodsky remitía a tres acontecimientos europeos que él había vivido e investigado exhaustivamente. Según sus palabras, la ola autoritaria y antidemocrática toma cuerpo el 28 de octubre de 1922 con la denominada “marcha sobre Roma”. Después de esta “operación”, el rey de Italia Víctor Manuel III entregó el poder a Benito Mussolini y a los Fascios Italianos de Combate. Esa es la luz roja para la libertad y la democracia. Ese día (al decir del polaco Scharagrodsky) todos los hombres amantes de la vida y la libertad deben llorar. “Ese día comenzó la marea del nacionalismo autoritario, militarista, antiliberal y antisocialista.”

Asimismo, recordaba: “Antes de cumplirse el año del zarpazo de Mussolini (el 13 de septiembre de 1923), Miguel Primo de Rivera y Orbaneja[2], con el apoyo del rey de España Alfonso XIII, se erige como dictador.”

Cerraba el tríptico de acontecimientos europeos, enfatizando: “Un mes después, en noviembre de 1923, Adolfo Hitler encabezó el ´putsch de Munich´ contra la República de Weimar donde se autoproclamó jefe. Si bien el ´golpe´ fracasó, en cuanto a su concreción inmediata, los ojos menos avisados pudieron desentrañar la densa red de connivencias e intereses de empresarios y militares que tarde o temprano sostendrán al déspota.”

Persuadido de que la avalancha autoritaria era inevitable, dedicaba todas sus energías a preparar a los jóvenes en la resistencia. Se reunían en los túneles que convergen sobre 8 y 50. Allí, Scharagrodsky los exhortaba y educaba para que formaran entidades sociales que fueran verdaderas trincheras frente al avance del dogmatismo autoritario.

Fruto de esa prédica es la creación de la Biblioteca Euforión. Un grupo de alumnos del Colegio Nacional crea la institución, involucrando en su cometido a algunos docentes bonachones e inocentes.

En los planes de la muchachada dirigida por el polaco Scharagrodsky, estaba el dejar indicios, huellas, señales a las generaciones futuras. (Como una letanía se hablaba de una lucha de 100 años o “la resistencia” de los 100 años.) Así, en el propio nombre de la institución dejan el aguijón: Euforión.

Este nombre, casi desconocido, remite a un bibliotecario y escritor de raza negra de la histórica Biblioteca de Alejandría. Euforión, desconocido por el gran público, es un ícono para los hombres amantes de la libertad, la paz, la fraternidad y la justicia. Vivió durante el gobierno del emperador romano Aureliano (restituto orbis) y fue quien por primera vez implementó la metodología de dejar mensajes (que contenían consignas de lucha en aras de la dignidad humana) a las generaciones futuras, a través de los libros, de la escritura.

Delfino (envuelto ya en una densa emoción, con voz gutural y metálica) terminaba exhortándonos para que valoráramos la obra del polaco Scharagrodsky: “¡Una biblioteca popular, una entidad netamente cultural en el barrio El Mondongo (en ese entonces, un populoso suburbio con calles de barro donde los carros que venían de Los Talas no podían pasar los días de lluvia) era la trinchera ígnea de la lucha de la inteligencia y el amor contra la barbarie!”



[1] Por ese entonces, las reuniones de los grupos masónicos en la ciudad de La Plata eran prácticamente públicas y a las mismas asistían también adherentes, allegados y simpatizantes (no miembros plenos de la masonería). (El Ordenador)

[2] Su hijo, José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundó la Falange Española, parte integrante de la Unión Monárquica Nacional. Exhibió un discurso totalitario de perfil nacionalista. Lo fusilaron el 20 de noviembre de 1936, en la prisión de Alicante. (El Ordenador)