domingo, 27 de septiembre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo





Por Roque Domingo Graciano



m) "Hacé tu película. Hacé tu juego. No des explicaciones. No te justifiqués."(1)

- Vestía deportivamente. Camisa blanca, holgada; pantalón corto y zapatillas náuticas con vivos azules. Tenía un bolso “de club” en la mano que armonizaba con su ropa. Lo hice pasar vagamente satisfecho con su visita. Charlamos cerca de 1 hora, sobre mis viajes, Punta del Este, el club, la práctica deportiva, los medios de transporte y varias cosas más. Era una charla amena que se deslizaba con fluidez. En un momento determinado, me pidió permiso para pasar al baño. Le indiqué un baño interno, en la planta alta y bajé al vestíbulo. Puse música y preparé algo para tomar. Fácilmente, lo esperé media hora. Preocupado, subí y lo encontré en mi dormitorio, bronceado, desnudo en mi cama como un príncipe sensual y perverso.

- Nunca pensé que el cuerpo desnudo de un hombre me atrajera como me atrajo ni me sacudiera como me sacudió. Tampoco sabía lo bien predispuesto que estaba para gozar y sentir una relación con otro hombre. Mi cuerpo se encontraba henchido, saciado, satisfecho, en una nube, cuando se fue al amanecer.

Ese verano fue nuestro. En la oficina, sólo pensaba en él (su estremecimiento de ciervo herido cuando le lamía las tetillas) y las horas no pasaban. Al anochecer, en casa, se reanudaba el combate, sin tregua, hasta las primeras horas del amanecer.

Por suerte, las cosas en la empresa estaban quietas, tranquilas. Descansaba y dormitaba en la oficina o en el laboratorio.

- Para la segunda quincena de febrero, volvió Adriana y para marzo los chicos. Los encuentros con Simón se espaciaron y nunca más fueron en casa.

Pensé que esta separación, forzada por las circunstancias, me haría bien, que la necesitaba emocionalmente. Busqué acentuar la distancia; no iba más al kiosco a comprar cigarrillos. Esperaba que el auto llegara hasta el portón de mi casa para bajar. Adelgacé varios kilos y fumaba una barbaridad. No estaba nada bien. Ahora, la relación con Simón me producía desasosiego, confusión, temor. Miedo por sobre todas las cosas; miedo de no controlar la relación, de no controlarme, de que el otro me dominara, me manejara.

Los días pasaban y, a hurtadillas, vi que Simón seguía su vida de siempre: jóvenes y jóvenes. Ahora comprendía su código. Eso me tranquilizó por un lado; por el otro, se ahondó mi confusión sobre mi conducta, sobre mis inclinaciones sexuales.

- Pensé en un viaje. En eso estaba, ya era junio, cuando Simón, previo telefonazo, me visitó en la oficina. Era la primera vez que iba a la empresa. El padre de Simón había sido despedido con indemnización del trabajo y me pedía asesoramiento en cómo debía canalizar el dinero recibido y proyectar su nueva vida laboral. Era leal y persuasivo en los motivos de su visita. Lo invité a almorzar y aceptó. Me contó unas anécdotas con unas minas del barrio, nos reímos a carcajadas y me distendí. Le conté que, si conseguía el visto bueno en la empresa, pensaba tomarme unos 10 días para viajar al exterior. Me habló de una playa en Israel, “algo diferente a lo que vos conocés” Cuando volví a la oficina, me sentía bien. Había recuperado el humor y las ganas de vivir. Esa noche, me volteé una empleada que me andaba moviendo el culito.

- El viernes fui de consulta al médico. Hacia el final de la consulta, cuando le conté al médico que pensaba tomarme unos días para hacer un viaje al exterior, aprobó la iniciativa y me comentó que el invierno pasado, él había estado en Eilat, una playa al sur de Israel. “Es una playa angosta, con palmeras como algunas playitas sobre el río Uruguay pero rodeada de montañas. Algo diferente de lo que aquí se conoce. Es muy bonita. Internacional.” Justamente, de esa playa me había hablado Simón.

Cuando conseguí la autorización en la empresa para poder viajar, le hablé por teléfono a Simón y lo invité para que viajara conmigo a Israel. Se prendió de inmediato. Hicimos un vuelo directo de Ezeiza a Roma y de ahí en un charter hasta Eilat. Ninguno de los dos conocíamos Israel y, en verdad, tampoco lo conocimos en esa oportunidad, porque el avión nos dejó y retiró del pequeño aeropuerto de Eilat.

Tal como nos habían comentado, era una pequeña ciudad de 30.000 habitantes más o menos, al sur de Israel, sobre el Mar Rojo; una ciudad turística; vive sólo del turismo. Cuando íbamos aterrizando nos informaron que en Eilat hacía 38 grados de temperatura ¡y estábamos en las primeras horas de la mañana!

Una vez instalados, desayunamos distendidos con jugo de frutas, masas y dulces en Playa de los Delfines, donde tienen un criadero natural de delfines. Aproveché para charlar con Simón formalmente. Le dije que no estaba obligado a estar conmigo todo el tiempo. “Vos hacé tu vida y yo la mía. No vamos a andar juntos como dos boludos.” “Esta bien, está todo bien”, me respondió. Una hora después, una banda de dinamarquesas e inglesas en pelotas lo seguían a Simón, en las aguas tranquilas, limpias y transparentes del Mar Rojo buscando corales y peces de colores. No nos separamos en ningún momento pero después del primer desayuno, no estuvimos solos tampoco un solo instante; ni en el baño. Fue una fiesta las 24 horas del día. Una turista finlandesa me metió en una pieza rarísima; “bueno, hay tantas cosas raras en el mundo”, pensé. Cuando estábamos en lo mejor del coginche, un tipo del hotel nos sacó cagando. Era una pieza “hermética” que tienen en los hoteles de Israel por si hay una guerra química. A Simón, un guardacosta lo increpó duramente y le advirtió que del otro lado está Jordania, “un país enemigo”. Te imaginás, Simón y las holandesas borrachos y desnudos en manos de los árabes.

Fueron 8 días agitadísimos. Siempre en movimiento. El calor era intenso, más de 40 grados, sin humedad y la infraestructura de carpas o sombrillas era pobre en las playas. De tal manera, o estábamos buceando en el mar o mimándonos en el hotel.

No recuerdo cuándo embarqué de regreso. En Roma, una inglesa me hablaba y despedía efusivamente. No le entendía una palabra y no tenía la menor idea de quién era. Simón se reía y se reía, aunque él tampoco comprendía.

Nos despertamos en Retiro. Me desperecé como los perros durante varios días. Ese viaje, pese a lo tumultuoso, al torbellino en que viví, marcó un hito en mi vida. Comprendí quién era. Debía asumirme como lo mandaba mi semilla.

- Charlé con Adriana. Nos separamos legalmente y de hecho. Vendimos la casa y compramos un piso para ella y los chicos y este departamento para mí.

- La cosa no fue fácil: ninguna separación es indolora, ni siquiera la nuestra donde las gastadas cartas estaban harto jugadas. De cualquier manera, había una firme e inequívoca voluntad de separación. Los chicos habían crecido como pudieron; de cualquier manera.


(1) El Sopa. (El Ordenador)


martes, 22 de septiembre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo



Por Roque Domingo Graciano



ll) "la mejor venganza de la vida es pasarla bien"



- Después, vino el exilio, la etapa de Centroamérica. En Panamá, me encontré con Bachini; fue como cerrar un círculo. Gabriel estaba en Barcelona. Poco a poco, las reuniones, las delaciones, los egoísmos me hartaron; no obstante, no me abrí inmediatamente. Primero, conocí los “revolucionarios” de otros países de América meridional. No me convencieron. Un voluntarismo desmesurado. Un machismo de sainete. Adriana y yo teníamos otras posibilidades y poco a poco nos fuimos abriendo a esas posibilidades.

La pareja, como pareja, se fue a la mierda; no obstante, consolidamos una amistad que dura hasta hoy. Gran parte de mi transformación se la debo a Adriana. Ella me enseñó a volar de otra manera; a no rasparme el culo contra el suelo.

- Terminé la carrera en México, en la Universidad Autónoma y Adriana se fue a Ecuador con los chicos. Consiguió un buen trabajo en un conglomerado de empresas francesas.

En Ecuador, hicimos dinero suficiente como para comprarnos una buena casa y si bien cuando estábamos en Quito soñábamos con La Plata, cuando estuvimos en La Plata nos asaltaron los fantasmas del pasado: muertos, desaparecidos, ausentes, metidas de cuernos y otras yerbas. A Adriana, le salió un buen trabajo en Capital Federal y yo enganché uno en la zona de Campana. La suerte estaba echada. Compramos una casa en Villa Urquiza, una mansión. Los chicos iban a un buen colegio privado y cada vez nos fuimos desentendiendo más de ellos. Poco a poco, fuimos comprendiendo que la mejor venganza de la vida es pasarla bien. Primero, fueron tímidos viajes a Brasil, después a Miami, el Caribe, Europa. Las escapadas eran a Punta del Este. De Villa Gesell, nos olvidamos.

- Dejé de trabajar en Campana e ingresé a un laboratorio en la avenida Alem, dedicado, principalmente, a la investigación de fármacos para equinos.

Los días transcurrían. Mi situación profesional y la de Adriana se consolidaban satisfactoriamente.

Ella tenía una pareja virtualmente estable y yo picoteaba con algunas empleadas no muy convencido de que me gustaran. Habitábamos la misma casa, amplia y generosa, por conveniencia y necesidad pero básicamente por inercia. Pese a que la pareja como tal no existía, no faltaron los roces y alguna escena fuerte, si bien la cosa no pasó a mayores.

Por ese entonces, tenía 45 años y traté de no achancharme físicamente y de proveerme de un modelo ético religioso que me sostuviera. En lo que hace al cuidado de mi físico, a mi estado atlético, lo logré plenamente. Dedicaba 3 horas diarias al cuidado de mi cuerpo.

Los frutos eran elocuentes: las mujeres me miraban. Sencillamente, les gustaba, les atraía. En cuanto a lo otro, a lo espiritual: un desastre. Tenía la sensación de que me hundía, como cuando el mar te “chupa”. No hacía pie. Incluso, las distintas parejas me vanalizaban y pervertían. No tenía discurso ni autoridad ante los otros ni ante mí mismo. A los chicos, les huía.

Un auto contratado por la empresa me pasaba a buscar todas las mañanas; previamente, recogía a un ingeniero que vivía no lejos de casa. Yo salía a la vereda puntualmente a las 9 horas y caminaba una cuadra hasta el kiosco donde compraba cigarrillos. Habitualmente, el auto me encontraba en el kiosco o en sus cercanías.

Al kiosco, lo atendía un joven muy pintón, muy atento en su manera de vestir, en el cuidado de su figura. Como cliente diario, pude observar que trataba a los clientes de manera desenvuelta y simpática pero hacia mí guardaba una marcada distancia, cercana a la indiferencia. Pensé que alguna vez, rayado, había sido brusco o insolente con él y traté, en algunas oportunidades, de armar una charla pero reboté. Marcado por su indiferencia o quizá por algún motivo subconsciente que ignoro, en una ocasión, inquirí sobre él. “Simón es único hijo; hace vida de club (pileta, tenis, pesas) y tiene un harén a su disposición (entre cuarentonas y adolescentes) al que atiende en un pequeño departamento que hay entre su casa y el kiosco.”

La información no me sorprendió. Más o menos era la imagen que me había hecho.

En una oportunidad, a propósito de una clienta que acababa de atender, le hice una broma sutil sobre el departamento de atrás. Se puso colorado. Me desconcertó. “¿Un flaco con tanta confitería sentirse molesto por eso?”

Durante los meses de diciembre y enero, yo viajaba a Punta del Este los viernes (o jueves) y regresaba los lunes o martes. Un lunes, cuando acababa de llegar de aeroparque, llamaron a la puerta. No había personal de servicio en ese momento y miré por la ventana del vestíbulo. Era Simón, el kiosquero, quien llamaba. Bajé a atenderlo, me saludó y me dijo si podía conversar conmigo, si tenía tiempo disponible.


lunes, 14 de septiembre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo




Por Roque Domingo Graciano



l) Bajáte de esa nube de pedo (1)


- La infiltración la practicaban todas las estructuras políticas ilegales o semilegales. El P.C.R.(2), por ejemplo, infiltró militantes en la zona de Salta y Jujuy porque estudios realizados indicaban que la “revolución” iba a ingresar a la Argentina por el norte. Los militantes del P.C.R. militaban en la superficie, en la legalidad; trabajaban en su oficio o profesión por eso tienen líderes sindicales como Santillani o José María.

Los montos y los perros, también infiltraban; lo hacían preferentemente en sindicatos, barrios del conurbano y en el movimiento estudiantil. Sin embargo, el objetivo de una y otra organización era distinto. Los perros buscaban la captación del individuo para incorporarlo a “su” ejército; los montos tenían como objetivo el copamiento de la estructura sindical, estudiantil o barrial. Por eso, los montos protagonizaban luchas sindicales y barriales que solían terminar con el asesinato de sindicalistas o dirigentes barriales o estudiantiles. Los perros no se metían en la interna de las organizaciones.

- La infiltración en organismos policiales o de seguridad, creo que la practicaban. Eso era una cuestión delicada, altamente peligrosa. Existir, existía pero, personalmente, jamás tuve un indicio cierto. Era una tarea muy hermética. Tengo la impresión de que la dirigían miembros de la conducción nacional. También, se infiltraban militantes para trabajos de inteligencia en otros estamentos sociales como en el empresariado o sectores pudientes de la sociedad. El objetivo era, generalmente, el secuestro y el rescate subsiguiente.

- Recuerdo dos anécdotas. La primera es la de Celia, una estudiante de arquitectura que tenía familiares en la zona de San Isidro. Celia era “combatiente”, mi graduación; es decir, monto, monto. Como la compañera tenía familiares en “la burguesía” de San Isidro y no estaba fichada, le encomendaron el seguimiento de un empresario americano de origen holandés, Van Dik. En esa tarea, Celia comenzó a frecuentar clubes, círculos y familias paquetas. Todo iba a pedir de boca hasta que tuvo la oportunidad de asistir a una fiesta. Una fiesta con 400 invitados en una residencia de película, con piscina y un lago artificial en la planta baja, alrededor del cual bailaban, comían y departían los invitados. Una residencia tipo Hollywood. Todo bien. No sólo estaba Van Dik sino sus dos hijos mayores que eran la presa apetecida.

Para redondear una noche exitosa, un multimillonario húngaro, cincuentón, se calentó con Celia y bailó con ella toda la noche. Le hizo mil propuestas, desde coger en el jardín hasta ponerla al frente de una empresa de construcción que tenía en EEUU.

A eso de las 4 de la madrugada, Celia subió a la planta alta para ir al baño, donde departió con otras minas más de media hora, mientras se distendía y se ordenaba mental y emocionalmente. Cuando salió del baño, quedaron tres mujeres totalmente alcoholizadas que intentaban recuperarse con anfetaminas y cocaína. En el pasillo, cuando buscaba la escalera para bajar, se cruzó con un gigantón de 2 metros, saco blanco y un vaso de whisky en la mano; la saludó con un gesto de cabeza y Celia respondió con una sonrisa. Jamás imaginó la avezada montonera lo que le sucedería fracciones de segundo después. El gigantón la tomó de la cintura como si fuera un bebé de dos meses. La introdujo en una habitación cercana y sobre una cama matrimonial la violó por la vagina y por el ano en reiteradas oportunidades. Celia se desmayó. Cuando recuperó el conocimiento, la orquesta de Mariano Mores, en la planta baja, tocaba Cuartito Azul. El violador había desaparecido como un sueño al despertarnos. Como pudo, llegó hasta el baño. Tenía la cara y todo el cuerpo como si la hubiera aplastado un camión. Más que una mujer era un moretón. Otras señoras la ayudaron dándole elementos para que se higienizara y maquillara. Las borrachas de antes ya no estaban. “Lo peor del caso es que no tengo ni idea de cómo era ese hijo de puta. Salvo que tenía saco blanco, un vaso de whisky en la mano derecha y 2 litros en el cuerpo.”

- Exactamente, “cazador cazado”.

- Lo de Van Dik no se pudo concretar. En primer lugar, porque Celia quedó de la nuca. Oscilaba del temor más incontrolado (de pronto, deseaba huir a Europa o África) a la furia homicida: quería dinamitar todo San Isidro. Asimismo, lo de la violación bien podía ser un mensaje. En esas condiciones, no podés lanzar una operación. No tiene un sustento mínimo.

- Yo no la vi. Los compañeros que la vieron dicen que era un machucón. “Ni la Brigada de Bánfield te deja así.”

- El segundo caso es el de Tony, un “aspirante” que militaba en la “villa”(3) de 15 y 530. Tony, a través de su militancia en Tolosa, tomó contacto con una empresa que seleccionaba personal doméstico para familias de Capital y el conurbano. La organización montoneros le ordenó que a través de la empresa se infiltrara como personal de servicio doméstico en familias acaudaladas. Tony, que era un “aspirante” bien calificado (próximo a ascender a combatiente, montonero o guerrillero), comenzó a trabajar en casas de familia de Capital y a los pocos meses era visto como un empleado eficiente. Así, fue a trabajar a la casa de un gerente de la empresa Shell en Vicente López, Jaime Montemorelos, un mexicano que residía en la Argentina desde hacía 3 años. La familia de Montemorelos estaba compuesta, además de su esposa, por tres hijas de 18, 16 y 14 años.

Ahora bien, Tony era un flaco de 22 años; de 1 metro 80, espalda y brazos trabajados, frente espaciosa, tez blanca, cabello castaño y bastante narigón que era lo único que afeaba su rostro aunque, por ahí, era lo que erotizó a las chinitas de Montemorelos porque al poco tiempo, las tres estaban recalientes con el mucamo que era de carácter suave y, aparentemente, sumiso.

Desde un punto de vista “bélico”, la posición conquistada por Tony era excelente porque no sólo le permitía vigilar a la familia de un gerente de la Shell sino también a otros líderes de la empresa petrolera y allegados. En consecuencia, la organización montoneros lo ascendió a combatiente, es decir, miembro de la organización.

A todo esto, los Montemorelos padres captaron la movilización que Tony producía en sus hijas y también observaron la distancia y discreción con que les respondía Tony quien tenía vedado, terminantemente, involucrarse con las mujeres. Como suele suceder, la indiferencia encendió más la pasión de las chiquilinas y la observación sagaz de la madre se intensificó al punto de despertar en ella un interés vaginal.

Con el correr de los días, la situación en Vicente López se hacía insostenible para Tony que era un pibe de barrio, lleno de ideales y buenas intenciones, absolutamente convencido de que lo “suyo” era una causa justa, casi sagrada y justificada por la historia. Sólo esa convicción le permitió resistir el embate absolutamente descarado de las cuatro mujeres que no sólo se paseaban desnudas delante de él sino que se mostraban cuando se depilaban el pubis o le ordenaban que les alcanzara el toallón cuando salían de la bañadera.

Lo que le dio un corte definitivo a esa situación fue el secuestro del jefe de Montemorelos, Mr. Fergunson, planificado con la información brindada por Tony. Un comando guerrillero lo esperó al señor Fergunson en su camino al `centro´(4), en la prolongación de la avenida Libertador, disfrazado de operarios que fijaban carteles en la vía pública. La operación duró 20 segundos y quedaron como testimonio del hecho la escalera, los carteles, una camioneta de los guerrilleros y el auto del gerente de la petrolera.

El secuestro no sólo tensó la cúpula de la empresa sino que disciplinó a las mujeres de Montemorelos. Tony suspiró con alivio; el respiro no le duró mucho porque debió acompañar a su patrón, Montemorelos, en diversas tratativas con los secuestradores, lo que lo hacía totalmente vulnerable a las investigaciones policiales. Lo ponía en el centro de la observación policial. Como para huir era tarde, se resignó a aguantar lo que viniera. Por suerte para Tony, sus jefes montoneros, en esta ocasión, habían preservado con rigor la fuente de información y Tony pasó sin lesiones el filtro policial. El pago millonario del secuestro extorsivo se hizo en 3 ó 4 entregas. Una de ellas la debió hacer el propio Montemorelos que debía arrojar un bolso repleto de dólares desde un tren en marcha cuando recibiera determinada señal desde afuera del tren. Montemorelos debía viajar solo en la ventanilla de la izquierda del tren que unía Constitución con La Plata, cuando viera una camioneta y sobre ella tres hombres agitando una bandera de Boca Juniors, una bandera argentina y una bandera de Rosario Central debía arrojar el bolso. Si llegaba a La Plata y la señal no se había producido, debía volver a Constitución, en el tren siguiente, esta vez sentado sobre la ventanilla de la derecha. La consigna indicaba que debía repetir la operación tantas veces como fuera necesario.

Como la entrega del dinero en esas circunstancias le producía temores fundados, Montemorelos le pidió a Tony que lo acompañara, junto con 2 hombres de seguridad de la empresa que vigilarían desde una distancia prudencial. Tony debió aceptar.

El día y la hora señalada tomaron el tren rumbo a La Plata. En su trayecto, Montemorelos no vio las banderas ni la camioneta por lo tanto, tal como se lo habían ordenado, tomó el siguiente tren a Constitución. Tony se mantenía a cierta distancia tratando de pasar desapercibido. Cuando el tren arrancó en la estación de Bernal, una pareja que había subido en Berazategui se le acercó a Montemorelos y le dijeron que no habría camioneta ni banderas. Le arrancaron el bolso y se arrojaron del tren en marcha. Tony, desde la ventanilla, vio los autos que los esperaban. “Son los muchachos”, pensó.

Liberado el señor Fergunson, la empresa Shell cambió toda la cúpula de la filial en la Argentina y Montemorelos y su familia debieron tomarse unas vacaciones obligatorias en España, antes de recibir nuevo destino. Quisieron llevarlo a Tony y a otros servidores; Tony no aceptó. “Mis padres me necesitan y tengo un hermano estudiando medicina que no sólo requiere mi apoyo económico sino también afectivo. Gracias.” Decididamente, no dejaba de sorprenderlos gratamente. “Es distinto.” “Los argentinos son educados y familieros.”

La guerra continuó y a Tony se le asignaron otras tareas que cumplió con suerte diversa hasta que la diáspora guerrillera lo llevó a México. Era un Tony descreído de sus dioses de juventud, amargado y herido por la venalidad de sus antiguos jefes. Se acordó de Montemorelos y se entrevistó con él. “Fui guerrillero y participé del secuestro del señor Fergunson y, posteriormente, de muchas cosas más. La guerrilla y la política para mí es pasado.” Evidentemente, Tony no terminaba de sorprenderlo.

- “Gasté miles de dólares para que se estudiaran los antecedentes de ‘todos’ los que trabajaban en mi casa y los tuyo siempre daban OK, sólo me hablaban de los coqueteos que te hacían las mujeres.”

- “En ese entonces, yo era muy joven e inexperto, hoy sí cumpliría con ellas.”

Montemorelos estalló en una carcajada y le abrió la puerta para que ingresara a la empresa.



(1) El Labuelo. (El Ordenador)


(2) Partido Comunista Revolucionario. Un desprendimiento del P.C. línea URSS. (El Ordenador)


(3) “Villa” deviene de “villa miseria”. Asentamiento precario, paupérrimo, sin servicios elementales. Habitualmente, en terrenos fiscales y/o usurpados. Sus habitantes (con altísima ocurrencia) son desocupados o sub-ocupados. De estos términos, deriva el despectivo “villero/s”. (El Ordenador)


(4)`Centro´ señala a la ciudad de Buenos Aires. Puntualmente, Plaza de Mayo, calle Florida, Rivadavia, Entre Ríos, San Martín, avenida de Mayo, Santa Fe, el Obelisco. Los lugares más concurridos y donde se asienta el poder político, financiero y comercial de Argentina. (El Ordenador)


martes, 8 de septiembre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo



Por Roque Domingo Graciano



k) Se le zafó el cuchillo y se limpió un ojo


- El Tuerto Arvarello(1) era un cuchillero de campaña. Puede ser que haya trabajado “con” Esteban Bird Climber pero no “para” él. Cuando Esteban se consolida como hombre fuerte del pago, el Tuerto ya era propietario de una chacra, de un tambo y de propiedades frente al hipódromo de Navarro. Incluso, llegó a tener varios parejeros que corrieron en La Plata. Para ese entonces, era un hombre de más de 60 años, consolidado económicamente.

Ya en los años 70, era propietario de un bar, El remanso, donde podías jugar a la bolita, al metegol, a la lotería de Nueva York o boletear algún pingo para la sexta de San Francisco.

Quedó tuerto en su adolescencia, depostando un cuarto trasero en la carnicería del rengo Núñez. Se le zafó el cuchillo y se limpió un ojo.

A partir de ese accidente, trabajó como “rayero” en las carreras cuadreras y comenzó a incursionar en el delito: cuatrerismo, juego, prostitución y algo más; siempre tenía “amigos” dentro de la policía.

Un robo que protagonizó en su juventud dibuja sus vinculaciones. Unos vagones de un tren de carga con 20.000 kilos de yerba mate, fueron “olvidados” en una vía muerta de la estación de Brandsen, a pocos metros de un camino vecinal. A la noche, el Tuerto y sus “muchachos” trasbordaron la carga a camiones que la llevaron a Mar del Plata, Bahía y Neuquén donde la vendieron.

Lo llamativo del caso es que (papeles van y papeles vienen, burocracia más burocracia) se denunció el robo “tres” años después de consumado.

Unos años después, el Tuerto Arvarello asesinó a un ladero que se le había quedado con un vuelto, “para escarmiento y ejemplaridad”. La policía de Lobos dibujó un sumario por el cual, el Tuerto lo habría matado en defensa propia, después de un asado donde “abundaron las libaciones”. Estuvo 12 días preso.

Como esas, tiene una ristra.

La acusación contra el Tuerto así como las versiones sobre una serie de crímenes en cadena(2) que, de alguna manera, emanaron del juzgado, revelan la desorientación de los investigadores. Marchaban al garete, sin rumbo, de conjetura en conjetura y de sospecha en sospecha. Nada concreto.



[1]

CRIMEN DE LA TRADUCTORA BOWLES

Presentación de un sospechoso

Patrocinado por los abogados Pedro Antonio Lanussetti y Estela Cerasone, efectuó una presentación espontánea ante el juez, Julio Argentino Arvarello quien, según versiones, era buscado por su íntima amistad con Esteban Bird Climber, relación que negó si bien admitió que lo conocía por su condición de suboficial de la policía bonaerense. No obstante, Arvarello reconoció que estuvo detenido hace 30 años “por haber dado muerte a un hombre en duelo criollo.” Estuvo algunos días preso y “recobré la libertad por legítima defensa.” Agregando: “fue un duelo, es decir, a matar o morir.”

Actualmente se dedica al tambo y a la explotación agraria y fue hasta hace 3 años propietario de un bar en las inmediaciones del hipódromo de Navarro.

Según fuentes del juzgado, deslindó toda responsabilidad en el caso.

Pág. 40 y 41 – Crónica – Martes 25 de noviembre de 1984 – La Plata – Argentina.

[2]

¿Crímenes en cadena en el caso Bowles?

Ayer cobró vigor la versión según la cual la adinerada y bella traductora Ailín C. Bowles fue asesinada por un delincuente profesional por encargo de “alguien”. A su vez, el asesino habría sido muerto, en una casa de veraneo de un distinguido balneario de la costa atlántica, por otro asesino quien habría fugado al exterior.

El cuerpo del occiso habría sido fondeado en el mar.

Trascendió que efectivos de la policía bonaerense realizan, por estas horas, procedimientos en los corralones proveedores de materiales para la construcción, siguiendo una pista relacionada con lo anterior pero que el hermetismo policial no ha permitido precisar.

Esta versión arroja luz sobre la enigmática declaración de la hermana de Ailín, la doctora Diana Bowles, quien dijo en el momento de la inhumación: “Temo un desenlace más escalofriante, todavía.”

Pág. 37 – Crónica - Jueves 09 de agosto de 1984 – La Plata – Argentina.








domingo, 6 de septiembre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo


Por Roque Domingo Graciano>

j) La gloria o Devoto


- Cuando ocurrió el crimen, yo estaba en plena mudanza de La Plata a la Capital, año 1984. Durante días y días fue el motivo de conversación en la ciudad. Por ese entonces, viajaba diariamente a la Capital desde La Plata en la empresa Río de La Plata. Tanto en el ómnibus como en la terminal, con cualquier acompañante (accidental o no), el tema de conversación era ese: el crimen de la traductora. Evidentemente, movilizó, removió. También pudo haber sido utilizado como pantalla o velo para otras cosas.

- Personalmente, nunca lo traté a Federico, si bien lo teníamos minuciosamente estudiado. Se sabía que era oficial de policía y que trabajaba en la jefatura con los altos jerarcas policiales. Nunca se lo vio con uniforme ni se tomó conocimiento de que actuara en algún procedimiento. Me inclino a pensar que estaba en algún trabajo de coordinación, planificación o inteligencia. Incluso, manejaba contactos personales con cierta autonomía. De hecho, el Buda tenía relación con él.

- Estaba en el corazón, en las entrañas de la violencia, de la mentira, de la trampa, de la traición, del negocio y del negociado de los años 70. Tenía background suficiente como para hacerla matar y quedar impune. Lo cual no significa que lo hiciera.

No hay que olvidarse que la vida es dinámica. Quien tuvo poder en el año 78 puede no tenerlo en el año 84.

- Exactamente, “La gloria o Devoto.” Somos un pueblo proteico. Lo que hoy aplaudimos, mañana puteamos. Federico no está exento de esta norma.

- A la doctora Vusettichi(1), jamás la traté. Sí, al marido, el Flaco Laner, cuando era estudiante de derecho. Por los años 70, estuvo relacionado con la Juventud Peronista. En diciembre del 82, charlamos en dos oportunidades. Había hecho buena guita y exhibía un discurso “nacionalista”. Algo en su decir me llevó a conjeturar que estaba relacionado con “la inteligencia aeronáutica”.

Tranquilamente, pudo figurar en la agenda de Federico.



[1]

CRIMEN DE LA TRADUCTORA

Ignota declaración

Según afirmó uno de los abogados defensores de la familia Bird Climber, en el expediente judicial obra la declaración de la doctora Jorgelina A. Vusettichi quien –oportunamente- habría declarado que vio, en el microcentro platense, a la traductora Ailín C. Bowles, el día martes 10 de julio en horas de la mañana. Ailín Bowles viajaba, a tenor de esas afirmaciones, en un automóvil Fiat, en el asiento del acompañante.

La traductora asesinada realizó trabajos regularmente para el estudio de la doctora Vusettichi, lo que da verosimilitud e importancia a dicha declaración.

Llama la atención, a observadores judiciales, que no haya trascendido hasta el momento la declaración en cuestión, porque, de corroborarse, se “caería” la hipótesis del secuestro que, según analistas imparciales, no tendría asidero legal.

Lacónico, el fiscal afirmó que la doctora Vusettichi sería citada en las próximas horas.

Pág. 28 y 29 – Crónica – Lunes 17 de noviembre de 1984 – La Plata – Argentina.