jueves, 31 de diciembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano


l)“¡Se van, se van y nunca volverán!”


- Yo seguía con mi riguroso tratamiento antidroga ambulatorio. “Nada de alcohol, nada de anfetaminas ni yerbas raras.” En los ambientes universitarios, lo conocí al Pata Beltrami, rosarino, hijo de un contador ligado a compañías de seguro. Noviamos un tiempo y en 1969, después de recibirme, me casé con él; “se viste de blanco, después que pecó”.

Nos fuimos a vivir (fruto del azar) a un departamento de calle 8 casi 55, en la misma manzana, a menos de 100 metros, de las oficinas del Servicio de Inteligencia del Ejército. ¡Tuvimos un culo! Eso no es nada, en el departamento de abajo, vivía un profesor de la Escuela de Periodismo que estuvo involucrado en un secuestro y muerte resonantes en la ciudad de La Plata. Después, te cuento las consecuencias que tuvo esto.

Dejé la preceptoría y comencé a dictar horas cátedra; de preceptora a “profesora”. El Pata fue terminando su carrera de medicina entre manifestación y manifestación, entre consigna y consigna, entre “toma” de facultad y “toma” de universidad.

- Mi relación con los colegas fue buena y óptima con los alumnos. Creo que pequé de “muchachismo”; fue inevitable por el clima político del país y porque no terminaba de asumirme como “profesora”; los años de preceptora condicionaban mi relación con los alumnos. Para colmo, me tocó ejercer en una de las escuelas más convulsionadas de la ciudad, la “legión extranjera” de 12 y 60. Al poco tiempo, mi departamento era un anexo de la escuela. El permanente contacto con los alumnos me ayudaba porque el Pata siempre estaba militando, de guardia, cursando las especialidades o preparando finales. En ningún momento me sentía sola. Las chicas, sobre todo, me llenaban, me colmaban. Pasábamos noches enteras conversando: sus problemas personales, familiares, lecturas, películas. Nos conversábamos todo. Todo lo charlábamos. Todavía recuerdo con claridad la historia de varias de mis alumnas. La historia personal de ellas y de sus padres. Eran historias que me conmovían, me movilizaban. Iba a dar clase con 3 ó 4 horas de sueño.

Así, entre charla y charla, entre el humo de los cigarrillos y alguna furtiva copita de ginebra se fue Onganía, llegó Levingston e irrumpió el general Lanusse. Aplaudimos y vivamos a rabiar a Paladino, delegado personal de Perón (1) y peregrinamos a Vicente López cuando el general Perón regresó al país desde España, en noviembre de 1972. Acompañamos en los actos al tío Cámpora y las elecciones de marzo de 1973 fue un combate más que un acto cívico. Miles de personas nos reunimos en las escuelas para gritarle a los milicos “¡Lo mismo vamos a votar¡” porque entregaron las urnas con 4 horas de atraso. Querían doblegar la voluntad de la ciudadanía para que desistiera de votar. El 25 de mayo de 1973 fuimos masivamente al `centro´; en Plaza de Mayo, el pueblo feliz le gritaba a los milicos “¡Se van, se van y nunca volverán!” Volvieron en marzo de 1976 y ¡cómo volvieron! No dejaron títere con cabeza. Ahora bien, la movida había empezado antes, en 1974, cuando el primero de julio murió Perón. Bombas, asesinatos, secuestros. Asesinaban boleteros de cine. Los cadáveres eran arrojados desde los autos Ford Falcon color verde. Una pesadilla.



[1] Juan Domingo Perón (1895 – 1974). Presidente de la República Argentina (1946 – 1955 y 1973 – 1974). Militar en el arma de infantería. Político, fundador del “movimiento peronista” cuya estructura electoral es el Partido Justicialista. (El Ordenador)


sábado, 26 de diciembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano



k) “Después del 66, irrumpió con fuerza el peronismo en las universidades”


- Retomé mis estudios universitarios, recursé materias y rendí finales. No era el mismo ambiente universitario. Yo era muy grande para el resto de mis compañeros. Me costaba integrarme en un grupo para estudiar. La dictadura de Onganía de 1966 había intervenido las universidades pese al reclamo estudiantil: “Un solo grito: gobierno tripartito.” Aunque ilegal, había política universitaria. Después del 66, irrumpió con fuerza el peronismo en las universidades. Eso era nuevo y me alegraba. Los sindicatos eran objeto de análisis y debate por parte de la militancia estudiantil. Irrumpieron los curas tercermundistas y los curas obreros. Cualquier estudiante medianamente politizado conocía al dedillo la grilla de generales, coroneles, almirantes y comodoros de las fuerzas armadas. Los milicos, los sindicalistas y los curas eran las estrellas del espectáculo. Los políticos estaban absolutamente devaluados. En Saladillo, conocí a Alfonsín: un oscuro dirigente radical que perdía todas las elecciones internas contra Balbín. Cuando en una charla distendida, le dije que era peronista, me dijo que radicales y peronistas tenían una tarea en común y acto seguido me habló largamente del “peronismo de base”. Así, por boca de Alfonsín y por obra de la casualidad (estaba pasando unos días de descanso en casa de Clara, una compañera de estudios) me enteré que existía una corriente interna del peronismo que se llamaba peronismo de base (P.B.). En ese momento, no pensé que me casaría, tiempo después, con un militante de esa corriente ni que mi informante sería Presidente de la República al restaurarse las instituciones de la Constitución.

- Vietnam era el telón de fondo de nuestra generación. Veíamos esa guerra como una lucha de los buenos contra los malos. Nos construimos una visión esquematizada. No se hablaba de la guerra desde el dolor o el amor sino desde la ideología. La guerra nos justificaba y nos explicaba. El discurso bélico nos manipulaba y nos servía para manipular. Mi solidaridad con el pueblo vietnamita la sigo sosteniendo. No obstante, hoy, aquella construcción, la veo mezquina, estructurada a través de los cables de noticias de las agencias informativas. En este contexto histórico, en mayo de 1968 un grupo armado copó el Regimiento de Patricios(1) en Campo de Mayo. Antes, se habían escuchado unos petardos extraños en Santa Fe: un banco fue asaltado por delincuentes limpios y correctos en el trato que lucían uniforme policial. “Me di cuenta inmediatamente de que no eran policías porque hablaban correctamente y tenían buenos modales”, dijo una empleada del banco asaltado. El patio se fue poniendo cada vez más caliente. Con el “cordobazo”(2) el patio se recalentó. “Rapidito, rapidito que ya e’tamos calentito/ más ligero más ligero que nos ‘tamos calentado/ apurando, apurando el expediente que ya ‘tamos recaliente.”



[1] Regimiento escolta del Comandante en Jefe del Ejército. (El Ordenador)

[2] Rebelión popular que irrumpió en la ciudad de Córdoba derivando en incendios y saqueos. Posteriormente, las fuerzas de seguridad reprimieron con éxito. El general Juan Carlos Onganía, Presidente no constitucional, debió renunciar. Mayo de 1969. (El Ordenador)

domingo, 20 de diciembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez



Por Roque Domingo Graciano



j) “Viajamos a Europa”


- El Turco se separó de su mujer y se fue a vivir a un departamento de plaza España. Estaba dolorido, confundido. Durante una semana dejé de verlo. No quise presionarlo. “¡Qué se lama las heridas!” Después, reiniciamos la relación, con el mismo furor e ímpetu de antes. Cogíamos de claro en claro y de turbio en turbio. Había recuperado su confianza y su rendimiento era óptimo. Jamás acepté jugar el papel de esposa o cosa que se le pareciera. Nunca lavé un vaso ni hice un huevo duro. Me hacía servir como lo que era, su amante. Lo único que hacía en el departamento era arreglar las flores que las compraba a cuenta del Turco. Eso lo confundía al Turco. Conjeturaría con que yo iba a especular con un concubinato o matrimonio ahora que él estaba solo. ¡Jamás! Yo era su amante, su querida y no tenía otro proyecto que ése: ser su amante. Llegó a hacer, discretamente, ostentación de riqueza. Era el anzuelo. Supongo que a cambio de una posición más estable me exigiría fidelidad y honestidad. Mi atrevimiento en el sexo lo excitaba. Lo buscaba y lo temía. Me deseaba atrevida aunque a la vez, veía en mi conducta un impedimento para una relación estable, socialmente aceptable.

Viajamos a Europa: Madrid, Roma y París. De ahí a Nueva York y, por último, Río de Janeiro. Yo era una diosa. Acariciaba el universo con mis manos, con mis dedos. Pasado el tiempo, mi relación con el Turco se pudrió; no obstante, le debo días de gloria en mi vida. Me sentía eterna, inmortal, todo el planeta cabía en mis manos.

Madrid fue nuestra primera estadía. Todo bien. Magnífico. Comedores de lujo, cubiertos de oro. Una magnificencia imperial. En Roma, el Turco se descontroló por primera vez. Bebió dos o tres veces en exceso. Eso no era lo jodido. Lo embromado era que él, después, se sentía mal. Me miraba con desconfianza como pensando que yo lo llevaba a esos excesos. O que esos excesos lo ponían en inferioridad frente a mí, lo debilitaban. En esas circunstancias, tenía que trabajar para devolverle seguridad, confianza en sí mismo. En París, tuvimos un encuentro con gente de su colectividad y entre joda y joda fumó una hierba que ellos traían del Medio Oriente. Fumó fuerte y lo tuve 4 días descompuesto. De nuevo, un bajón anímico y ¡a levantarle el ánimo! En Nueva York, no bebió ni fumó en exceso. Fue un disloque inesperado. Fuimos a un club privado en donde, entre otros números, había un tipo que levantaba una botella de champagne con el pene. Era una pareja; la mina se desnudaba y lo excitaba; cuando el tipo estaba excitado venía el momento culminante: el levantamiento de la botella. Elogié el tamaño y la templanza del pene del tipo. El Turco, picado, me desafió a que me acostara con el tipo. Algo borracha, acepté el desafío. Llamamos al mozo y le enviamos la propuesta. El artista se excusó: “No es parte de su trabajo.” De alguno de los involucrados, salió la contrapropuesta de que podía tener sexo con otro tipo “mejor provisto” que el artista. En definitiva, no importaba el tipo sino la apuesta que teníamos con el Turco y acepté la oferta. En un apartamento privado, tuve el encuentro con el tipo. Realmente, cuando lo vi quedé horrorizada. Creía imposible que un ser humano tuviera un miembro tan grande: grueso y largo como el de un burro. Bueno, tuvimos nuestra relación y gocé. El tipo no sólo tenía tamaño sino también oficio. El Turco fue testigo de todo a través de unos vidrios colocados en la habitación. Cuando llegamos al hotel, el Turco estaba muy excitado. Con pequeños intervalos, tuvimos sexo hasta pasada la tarde, sin dormir y sin comer. Cuando ya anochecía, nos bañamos y nos dispusimos a bajar para comer algo. Me bañé primero y cuando me estaba cambiando escucho un golpe seco en el baño: el Turco se había caído. Llamé una emergencia médica y la misma situación anterior: deshidratación, cansancio muscular, arritmia cardíaca. Cuatro días en la pieza del hotel como unos boludos y, posteriormente, el mismo bajón anímico. Quería verme como una puta y cuando actuaba como tal, él se excitaba y en la excitación y goce, se quebraba. ¡Laberintos de la vida!

En Río, lo mimé. Me sentía triste porque tres meses de vacaciones llegaban a su fin. Paseamos por la rua do Branco como un matrimonio cuarentón. La llegada a Ezeiza me bajoneó. Sentía como que había perdido algo fundamental de mi vida. El Turco también estaba caído. En La Plata, durante la primera semana de nuestro regreso no nos vimos. Yo estaba muy bajoneada y no me alcanzaba a ordenar. Por consejo de una amiga, terminé yendo a un psiquiatra. Fue mi primer tratamiento de desintoxicación. “Nada de psicofármacos; nada de alcohol; nada de yerbas raras; sólo puede fumar tabaco. La cosa es seria y sería mejor que se internara 15 días”. Charlé con mamá y me interné 15 días. Cuando salí de la internación, estuve mucho con mis viejos, con mi hermano que andaba noviando fuerte y con otros parientes. El Turco pasó a un segundo plano; era consciente de que nos debíamos una charla. La charla se dio en un carrito de la costanera con una tira de asado, ensalada de lechuga, tomates y ¡agua mineral! El padre del Turco lo había apretado en forma: “Si seguís con la Gurisa Martínez no tenés más nada que ver en la sociedad. Si tu decisión es seguir con esa ‘bendeja’, te vas de la empresa y en lo posible te vas de La Plata. Nosotros nos hacemos cargo de tu mujer y tus hijos; vos, para nosotros, moriste.” Lo escuchaba lejano, lo veía en el medio del río aunque estaba a 80 centímetros de mis ojos. Sólo atiné a decirle “¡Andá a cagar!” Recogí mi abrigo, me subí a un taxi y volví a La Plata. Cuando cruzaba el parque Pereyra Iraola, en una hermosa tarde otoñal en la que se destacaba el amarillo de las hojas y el verde húmedo, decidí: “El ‘Turco’ murió”. Efectivamente, nunca más lo vi. Casi veinticinco años después, cuando asumí como subsecretaria en la provincia, me envió un fax felicitándome por mi cargo e informándome que se había retirado de los negocios y que tenía residencia permanente en Punta del Este. Le hice contestar su mensaje de salutación con una nota de rutina.


Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano



i) “Mataba un cóndor en las alturas”



- Lo del Turco. Un día, me desperté tarde para llegar a horario al colegio. Salí a calle 7 a buscar un taxi. ¡No pasaba un taxi! Cuando estaba desesperada apareció el Torino del Turco y él, muy gentil, se ofreció para llevarme. “Voy a Tolosa, a la escuela de Tolosa”, le dije. Pese a que él se dirigía en sentido inverso, insistió en acercarme hasta el colegio en el que yo trabajaba. Lo primero que me dijo es que conocía a mi padre, que le había vendido no sé qué maquinarias para la fábrica. A los 30 segundos de estar sentada en el auto, supe todo lo que iba a pasar entre nosotros aunque nunca imaginé que fuera tanto y tan bueno. En esa primera oportunidad, nos despedimos formal y distantes; los dos estábamos transpirados. Durante 15 días me dejé ver y me oculté. Me desesperaba por tener sexo con el Turco y a la vez, por primera vez, demoraba en concretarlo. Sentía un deleite en la certidumbre de un futuro previsto, clavado, inexorable, como dicho por Dios.

Entre mis amistades corría la versión de que un hombre casado no te aceptaba una cita el “sábado a la noche”. Jugué fuerte y, llegada la ocasión, le dije si me acompañaba el sábado a la noche al `centro´. “Hay una competencia de moto en Ferro; corren amigos de mi hermano.” Él aceptó aunque “Pelea Goyo Peralta[1] y quería verlo.” “Lo decidimos el sábado. Me gusta Goyo.” Me vestí, me arreglé, me perfumé para una batalla a muerte. Dormí una siesta robusta y fui discreta en mi dieta. No descuidé detalle. Mataba un cóndor en las alturas. A las 21, cuando tocó el timbre de casa salí vestida de guerra. Cuando me vio, vaciló un instante y se recuperó enseguida. Había sentido el golpe. Ni Goyo ni motos. Comimos y tomamos algo en La Biela de Junín y Quintana y antes de que el reloj diera las 12 de la noche, nuestros cuerpos se trenzaron en un combate que duraría más de lo que preví aunque menos de lo que deseé. Por dos años, nuestros genitales no se separarían. Por primera vez, no tuve fantasías con otro hombre.

En una ocasión, fuimos a un hotel alojamiento del Parque Pereyra Iraola. Estuvimos toda la tarde haciendo un sexo fuerte, sin inhibiciones, sin frenos. Cuando volvíamos para La Plata, me dice: “¿Comemos un choripán?” Estacionó el auto junto a un puesto de choripán. Pedimos sándwich y Coca Cola. Mientras comíamos, caminábamos por el pasto, alrededor del auto, a 15 metros del puesto de chorizos. El Turco iba tres pasos delate de mí, de repente, gira sobre sí mismo, hace un ademán, un gesto como que quiere decirme algo y cae de cara, como una bolsa de papas, tirando el sándwich y la Coca a la mierda. Me pegué un cagazo terrible. Grité. Los muchachos del puesto vinieron en nuestro auxilio. Llamaron una ambulancia de los bomberos de Villa Elisa. Intervino la policía. Lo internaron en Villa Elisa y tuve que llevar el Torino a la comisaría. Un despelote total. Un quemo absoluto. Resultado, el Turco estaba totalmente deshidratado, agotamiento muscular y arritmia cardíaca. Por supuesto, la familia fue informada. Apareció la mujer del Turco, el padre, los hermanos. Se pudrió todo. En La Plata, rodaron las versiones más antojadizas: que la amante había intentado matarlo, que la mujer había intentado matarlo, que había un envenenamiento. La gente dio rienda suelta a su imaginación y a sus deseos reprimidos. Por un mes, en la escuela, me miraban con un dejo de temor y curiosidad. Nadie, absolutamente nadie, me dijo algo aunque todos murmuraban. Me sentía muy mal, sola, aislada, diferente. Si no hubiera sido por las pibas y los pibes de quinto año, hubiera renunciado. Las chicas y chicos me esperaban y, antes de que pasara lista, me daban todos un beso, absolutamente todos. Nunca hablaron del asunto; me hacían reír, me contenían, me daban charla, me contaban sus cosas y sus anécdotas.



[1] Boxeador argentino (peronista) que en los años 60 hizo una camptaña en EEUU que el periodismo porteño denominó “exitosa” y enardeció a la muchachada del tablón. (El Ordenador)

domingo, 6 de diciembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano



h)“una juventud politizada”



- Mi relación con el Buda Cardozo se vertebró en la admiración que yo sentía por el militante. Estábamos inmersos en una juventud politizada. Mi politización comenzó en la lucha de la enseñanza “libre” contra la enseñanza “laica”. O la lucha libre / laica, como se la llamó. Yo estaba en el secundario en los años 57, 58 y participaba de manifestaciones y actos callejeros. Hacíamos fogatas en las calles. Nos enfrentábamos a la policía. Las obras en construcción, el empedrado de las calles y los calcáreos de las veredas eran nuestras armas de combate. La ciudad ardía de las 17 horas a las 21; se libraban decenas de enfrentamientos. No sólo era la lucha de los laicistas contra la policía sino de los laicistas contra los “clericales”[1]. Abundaban los garrotazos y pedreas. Con ese telón de fondo, ingresé a la universidad.

- Mis padres eran peronistas aunque la política jamás tuvo la menor injerencia ni presencia en mi familia. Cuando digo mi familia, no sólo abarco mi casa sino también la de mis abuelos, que vivían al lado. Se vivía con más fervor un partido de fútbol que una elección general.

Pese a esos antecedentes familiares, comencé a militar en la facultad. Venía motivada desde el secundario y seguí. De mi promoción de la Normal 3, he llegado a contar doce compañeros, de distintos partidos, que han sido diputados, secretarios, ministros y otros cargos.

En esas luchas, conocí al Buda Cardozo y me gustó. Era un tipo leal, discreto, inteligente, pero como marido, un desastre. No sólo tenía eyaculación precoz sino que no se preocupaba o no sabía cómo complacer genitalmente a una mujer. Se iba en seco (sin penetrarme) y sacaba un Colorado sin filtro y se ponía a hablar de política. ¡Andá a cagar! Eso no te lo aguanta ni una Carmelita Descalza. Además, teníamos tiempos distintos. Él buscaba una relación estable y yo, en esa etapa de mi vida, no estaba dispuesta a dejar de vivir para quedarme al lado de un tipo. Llegó a llevarme a Necochea y presentarme a sus padres como la “novia oficial”. ¡Me quería morir! Además, los viejos eran más aburridos que él. Tenían una empresa de pompas fúnebres, una funeraria. Una tarde, el Buda, estando en la funeraria, me agarró del brazo y me llevó hasta un galpón oscuro. Quería tener sexo conmigo en ese momento. Acepté. Cuando mis ojos se fueron adecuando a la oscuridad, descubrí que estábamos en un depósito de cajones para muertos. Fue la única vez que grité teniendo sexo con el Buda.



[1] La enseñanza “libre” estuvo fuertemente motorizada por los sacerdotes católicos. (El Ordenador)



jueves, 3 de diciembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez



Por Roque Domingo Graciano




g)“He tenido orgasmos con tipos que jamás me miraron y que he visto una sola vez en mi vida”



- Mientras tanto, seguía cursando la escuela secundaria. Asistía a la Normal 3, de 8 y 58. Durante el secundario tuve mucho novios; ninguno de la escuela. La escuela era mixta aunque había muy pocos varones. Me gustaban los hombres y me los bancaba. Para mí, un hombre no podía tener menos de 23 años. ¡Ya no me pasó lo del cementerio! Las relaciones las manejaba yo y me gustaba. Paralelamente a los novios, tuve amantes. También me los bancaba. Sentía necesidad de ser infiel, de tener otro hombre. He sido una mujer muy genital. Para mí, en mi juventud, las caricias debían comenzar en los genitales. Necesitaba el orgasmo primero, después la caricia, el elogio, el halago, el regalo. Mi cuerpo exigía sexo y cuando digo sexo digo genitalidad. Ser penetrada. Necesitaba y necesito el macho émbolo: el que penetra.

Mis amigas se enamoraban de la representación de la pareja; de cómo ella y él escenificarían, desfilarían; de qué imagen “venderían” en la confitería, en la peatonal o en el club. Yo me calentaba del tipo. En mi mente, no construía una pareja para un desfile social sino para tener sexo. El sólo pensar cómo me penetraría me producía un orgasmo. Cuanto más intensa era mi fantasía sexual, más gozaba y hacía gozar cuando se concretaba. No importaba que el tipo de mi fantasía fuera el mismo que el de la realidad. He tenido orgasmos con tipos que jamás me miraron y que he visto una sola vez en mi vida, en un negocio o en un bar.

Cuando me enamoré del Turco, por primera vez, tuve una vuelta sobre mí misma. Reflexioné sobre mi imagen, sobre la imagen que la pareja (el Turco y yo) proyectaríamos. Por primera vez, busqué “vender” una imagen. En ese momento, comprendí a mis compañeras; me sentí “mujer” en una definición clásica, tradicional.

- Conocí al Turco Habba, cuando yo trabajaba de preceptora en una escuela de Tolosa y cursaba el segundo año de la facultad; tenía 19 años. Siempre me levantaba tarde para ir a la escuela y tenía una directora que era una bruja. Encima, no tenía medios de transporte fluidos. Era costoso llegar hasta la escuela si bien estaba a 15 cuadras. La mayoría de las mañanas, me llevaba Juan, mi hermano, en moto. A veces, me tenía que ir caminando o en taxi. A esa hora de la mañana, siempre, me cruzaba con el Turco. Él iba en sentido contrario, hacia calle 12 donde tenía el negocio y yo hacia Tolosa, donde estaba la escuela. Los dos nos teníamos fichados. Reconocía su Torino plateado desde lejos. Sabía dónde tenía sus negocios, dónde vivía, quién era su mujer y los hijos que tenía.

Pese a que el Turco me interesaba nunca había charlado con él, ni siquiera lo había visto de cuerpo entero. Siempre lo veía conduciendo el Torino. Todo era de ojito, de mirada. Apenas un saludo, una inclinación de cabeza que yo no siempre contestaba. Así, pasó el tiempo.

- Por entonces, yo noviaba con el Buda Cardozo. En el plano de la genitalidad, la relación era un verdadero desastre. Vivía total y absolutamente insatisfecha y necesitaba vivir en plenitud mi cuerpo, sentir sexual, genitalmente.