lunes, 29 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano






f)“La cosa es ¡qué no se sienta el olor!”

- Mi infancia fue de vereda, de zanja, de campito, todo el barrio era nuestro y nosotros éramos el barrio. En nuestros juegos, llegábamos hasta la gruta de `el Bosque´, hasta la cancha del Lobo o de Estudiantes. Fue una infancia de pelotas y de honda. Se pegaba fuerte y cuando te tocaba recibir, el llanto se debía ocultar. “La cosa es ¡qué no se sienta el olor!” Yo siempre tuve bicicleta; a medida que iba creciendo mi mamá me la cambiaba por otra más grande. Con una pandilla de 5 ó 6 pibes, salíamos todas las tardes. Bicicleta y una gomera en el cuello; en una bolsita de 20 por 25 centímetros, a cuadros, cargaba semillas de paraísos, piedras, tuercas, bolitas de rulemanes y cuanto objeto sirviera como proyectil. Nos reuníamos en la esquina de 64 y 116. Hasta ahí, todo bien, todo calmo, sigilo, sin gritos, susurrando, sólo un silbido en clave para llamar a un retrasado. Cuando la barra estaba completa, salíamos en dirección a `el Bosque´ o en dirección a la 122 que era el camino de circunvalación o en dirección al Hospital. A las pocas cuadras, comenzaba el combate. Gato que veíamos le tirábamos proyectiles con la honda. A veces, como corresponde, estallaba un vidrio y se podría todo. Gritos, puteadas, policía, desbande generalizado. Otras tardes eran de “picado”.

- Eran pelotas de fútbol con tiento. Número 3 ó 5. En el barrio, siempre había pelotas de fútbol. Se jugaba hasta las 5 de la tarde. Como siempre: golpes, peleas, barro y pasto hasta el hígado. En el otoño, nos dedicábamos a pescar ranas en los zanjones del barrio, sobre todo en el de 66 y 123. Se pescaban con una caña, un hilo y una carnada. Cuando la rana mordía la carnada, pegábamos el tirón para arriba y, simultáneamente, dábamos el manotón para agarrarla. La rana no era de quien la “pescaba” sino de quien la agarraba cuando la rana estaba en el aire.

- Mamá no cocinaba ranas; yo se las cambiaba a otros chicos por bolitas, figuritas o por plata. Otras familias del barrio, sí, hacían comidas con ranas. El Hospital San Martín era otro ámbito de nuestras correrías. Nos metíamos en la morgue para ver los muertos. El acceso a la morgue era totalmente libre. Allí, había siempre 3 ó 4 cadáveres. En una oportunidad, tenía 15 años, nos corrió la policía; era de noche, nos tenían cercados; con dos flacos alcanzamos a meternos en el Hospital que tiene varios pabellones y varias manzanas. Sin dudar, nos cueveamos en la morgue con bicicleta y todo. Los policías rastrillaron el hospital íntegramente en nuestra búsqueda: jardines, pabellones, salas. Usaban perros y linternas potentes pero no entraron en la morgue que estaba con las luces encendidas y la puerta cerrada pero sin traba.

En `el Bosque´, había una gruta que nos fascinaba y un lago donde andábamos en bote y pescábamos. En ese recreo, tuve mis primeras experiencias sexuales.

Frente a la Facultad de Medicina, nace una callejuela que bordea las vías del ferrocarril. Tiene un largo de 800 metros más o menos. Allí, estacionaban los autos con parejas. Lo hacían de noche, también a la tarde, a la hora de la siesta. La callejuela se conoce en La Plata como Villa Cariño; no sé si entonces ya tenía esa denominación. La zona es arbolada y nosotros nos subíamos a los árboles para espiar a las parejas que se besaban y tenían sexo. Nos excitábamos y algunos chicos mayores se masturbaban arriba de los árboles. Después, nos sentábamos en el cordón de la vereda y nos masturbábamos para ver quién eyaculaba más lejos. Con el correr del tiempo, tuvimos sexo entre nosotros y más tarde (siempre en `el Bosque´), tuvimos sexo con homosexuales a cambio de dinero. También, había prostitutas y chicas que simplemente querían sexo. Mi barra siempre estaba lista “para todo servicio”. Con el dinero que nos daban los homosexuales, nosotros pagábamos los servicios de las prostitutas. Una ronda. ¡La vida es una ronda!

sábado, 20 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”

Por Roque Domingo Graciano


e) “Su verdadera pasión informativa era el diario El Día de La Plata”

- Televisión no había en ese entonces. Durante todo el día, en el taller, mi madre escuchaba Radio Nacional que pasaba música clásica: Rossini, Wagner, Strauss, Haydn, Mozart, entre otros. A la noche, escuchaba el informativo, el Reporter Esso, de las 7. Su verdadera pasión informativa era el diario El Día de La Plata. Mi madre era totalmente dependiente de ese diario. Lo leía exhaustivamente. Lo necesitaba. Cuando el diariero tiraba el diario por debajo de la puerta, a eso de las 5 ó 6 de la mañana, mi madre se levantaba. Miraba los titulares de primera página y se iba a la cocina con el diario debajo del brazo a preparar el mate. Después, en el comedor, leía el diario mientras tomaba mate. Fácilmente, dedicaba 2 horas a la lectura del diario. Era una lectora total. Si alguna vez el diario no llegaba, cosa rara, se levantaba y lo iba a comprar a 1 y 60. Una vez que los repartidores de diarios hicieron huelga, lo fue a buscar a diagonal 80 y calle 3. Hacía largas filas para comprarlo. Mientras leía se peleaba contra el director del diario, el doctor Kraiselburd, “un anarquista no puede escribir esto” murmuraba con voz áspera y gutural mientras golpeaba la mesa con el puño cerrado. Si había convulsión política, compraba, además, un diario de Capital Federal, La Nación o La Prensa.

- Te estoy hablando de mi niñez. La televisión se populariza a fines de los años 50 y principio de los 60. Las primeras emisiones de televisión, en la Argentina, datan del año 1952. Yo las recuerdo. Eran circuitos experimentales alrededor de la avenida de Mayo. Justamente, la primera vez que vi televisión fue en la vidriera de un negocio dedicado a la venta de instrumentos musicales de avenida de Mayo, Casa América[1]. Para la mayoría de los argentinos, la televisión era algo lejano, sin influencia aparente en la vida cotidiana; como los satélites que surcan el espacio en una oscura noche playera. Ocho años después, la cosa fue distinta. Una auténtica revolución. Yo tenía una cuadrilla de 15 operarios. Colocamos antenas en todo Berisso, Ensenada y gran parte de La Plata. Era un carnaval de guita. Los negros laburaban 15 ó 16 horas diarias para comprarse un televisor. Alayian, de la Montevideo al fondo, se hizo millonario vendiendo televisores. La gente hacía más de 2 horas de espera para comprar un aparato. Nosotros hemos llegado a colocar antenas en ranchitos cuyas paredes eran de madera de cajones de manzanas y el techo de chapas de cartón. Teníamos miedo de hundir el rancho mientras colocábamos la antena.

- Si comparás con la programación actual, con los aparatos, con la tecnología que se utiliza hoy, aquello era un pésimo servicio. La televisión era en blanco y negro. Había 4 canales, todos aéreos.

Los programas más vistos eran El club del clan (con el Palo Ortega y Violeta Rivas, entre otros) y el teleteatro Cuatro Evas y un Adán. La publicidad se hacía “en vivo”. Te entretenías más con la publicidad que con los programas. El negro Brizuela Méndez era un presentador de publicidades desfachatado y trasgresor que divertía a la audiencia.

- Los sectores populares incorporaban la televisión con espontaneidad y alegría. Los padres de clase media tenían cierta aprehensión, sobre todo en relación a la influencia que podía ejercer en la formación intelectual de los hijos. Los intelectuales de toda laya la rechazaban y vituperaban abiertamente. Un célebre profesor del Colegio Nacional la llamaba “el opio electrónico”.

- Mi madre murió sin ver “un” programa de televisión. Odiaba ese invento burgués capitalista.

¡Se teme más a la felicidad que a la muerte!

- El servicio telefónico en la Argentina fue pésimo hasta los años noventa y pico, cuando se privatizaron los teléfonos. En mi infancia, había muy pocos teléfonos. El único teléfono que recuerdo en el barrio estaba en el almacén de Bustero en 116 y 62, a varias cuadras de casa. Los vecinos, los particulares, no tenían teléfono. Había teléfono en las reparticiones públicas (hospitales, oficinas públicas), algunos comerciantes y los médicos.

La ciudad estaba dividida en varias centrales telefónicas (Tacuarí, Centro, Rocha, etcétera). Te comunicabas con una de esas centrales y le decías a la telefonista que te comunicara con tal teléfono. No necesitabas recordar el número del aparato. Simplemente, le decías: “Comuníqueme con el doctor Tal.” Si el doctor Tal pertenecía a esa central te comunicaba. Tan pocos eran los abonados que las telefonistas recordaban los números de memoria. De cualquier manera, el servicio era escaso, ineficiente y caro. Se cortaba. No había línea y mil ruidos más. Si te ibas caminado, te comunicabas más rápido.



[1] Casa América (Instrumentos Musicales, Pianos y Órganos) en Av. de Mayo nro. 959. (El Ordenador)

sábado, 13 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”





Por Roque Domingo Graciano





d) “Soy hijo único y quedé huérfano de padre siendo muy chico”

- Soy hijo único y quedé huérfano de padre siendo muy chico. Mi padre era un empleado “no docente” de la Facultad de Ingeniería. Trabajaba en el laboratorio de física; era una especie de ordenanza jerarquizado. Era el encargado de lavar el instrumental y preparar el material para la enseñanza y los experimentos. Tengo una imagen muy borrosa de él. Mi madre jamás me habló de mi padre ni me mostró una foto de él. Conocí a mi padre a través de unas fotos que me dio el doctor Poyio (un físico que cuando era estudiante asistía al laboratorio donde trabajaba papá). Tenía tres fotos en las que estaba mi padre, dentro del laboratorio de física. Mi padre vestía un guardapolvo blanco, era delgado, flaco, narigón de piel blanca y cabellos oscuros. Según el doctor Poyio, y otros testimonios, era “cabizbajo y callado, muy callado con una voz fina y metálica que pocas veces usaba.” Murió a los 28 años. Cáncer de pulmón o tuberculosis. ¡Vaya a saber! Estaba ligado a los grupos anarquistas; asistía a reuniones semanalmente y era un lector empecinado no sólo de política. Leía todo, absolutamente todo: ciencia, literatura, libros de viajes. Mi madre también era anarquista. Cuando yo era chico, ella tenía reuniones y otras actividades políticas. Después, se alejó de la militancia; las amistades de esa época siempre la visitaban y ella los visitaba. Creo que las únicas amistades de mi madre eran anarquistas o anarquistas “en retiro efectivo”.

Mi madre siempre trabajó de encuadernadora. En mi casa, había un taller de encuadernación en una habitación de 40 metros cuadrados. Cuando murió mi padre, las autoridades de la Facultad de Ingeniería le entregaban las actas, legajos, fichas de contabilidad y planillas patrimoniales para encuadernar. Era una manera de darle trabajo. En ese entonces, estar relacionado con la Universidad era un privilegio porque no te abandonaban. Mi madre, además, recibía una pensión por mi padre. Recuerdo que en algunas oportunidades fue a casa el ingeniero Bianci que era Decano de la Facultad.

- Vivíamos sin lujo pero sin privaciones. La casa era de mi madre, heredada de sus padre y ella siempre tenía trabajo. Cuando el trabajo la excedía la ayudaban compañeros del movimiento. El trabajo era cooperativo. Por ideología, ella no podía obtener beneficios del trabajo de otro. Ahora, pienso que ella debía donar algo de sus ganancias al “partido” aunque no tengo constancia de eso. Es una suposición.

- Mi madre me hablaba mucho desde el punto de vista ideológico; nunca me hablaba del funcionamiento, de la operatoria de su grupo. Cuando yo era chico se reunían en el taller de encuadernación, a puertas cerradas, algo menos de diez personas. Las reuniones duraban muchas horas. Habitualmente, un chico o chica (hijo de otro militante) mayor que yo, me cuidaba, me daba de comer y me acostaba. A medida que fui creciendo las reuniones se hicieron más y más esporádicas. Cuando llegué a la adolescencia, más que reuniones políticas eran encuentros entre amigos que se celebraban dos o tres veces por año. En ese entonces, se reunían en el taller un rato y después pasaban al comedor y a la cocina. Aderezaban la comida, charlaban, se reían y cantaban canciones de “la resistencia española” en donde ellos estaban “en primera línea de fuego” y los monárquicos eran débiles y timoratos.

- Jamás detecté ninguna relación amorosa de mi madre. Ella, en el decir, estaba por el amor libre, por el coger sin inhibiciones aunque jamás le conocí una pareja o algo que se le pareciera. Jamás. Mi madre no se pintaba los labios ni los ojos. No usaba maquillaje. Su única coquetería era lavarse los dientes con dentífrico y peinarse. Se lavaba el pelo con jabón y no usaba crema. Un día, le pregunté por qué no se acicalaba; me respondió que eso era “una desviación burguesa”. Era una mujer seca y miope; dura, amargada; sólo cantaba canciones políticas y esto, cuando se reunía con sus compañeros. En las canciones, ellos eran buenos y triunfadores; en la realidad, los cagaron a palos a lo largo y a lo ancho del planeta y les atribuyeron crímenes aberrantes.

sábado, 6 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”






Por Roque Domingo Graciano






c)“La gente bacana de Buenos Aires viajaba a la Nueva York como una excursión obligada”

- No recuerdo haber visto gente de raza negra. Te aclaro que en la zona de La Plata, Berisso y Ensenada, prácticamente, no hay comunidades de raza negra. El único grupo de negros que recuerdo es una pequeña comunidad de Cabo Verde que residía en Ensenada, por la calle Cantilo. El club Náutico de Ensenada tenía un negro en su equipo de básquet; un negro ensenadense, un caboverdeano. También, conocí una profesora de Geografía que era de esa comunidad. Los negros no eran numerosos en la zona. No recuerdo que hubiera negros en la Nueva York o en los frigoríficos. Te hablo de mi experiencia personal y desde mi recuerdo. Los provincianos, los “cabecitas negras”, en la década del 40 y 50 era un ínfima minoría en la zona. Algún correntino o entrerriano, muy a las perdidas. El aluvión de gente del interior se dio en la década del 60. En los años 60, la Nueva York perdió su look multirracial y se hizo una extensión de Santiago del Estero, del Chaco; un imperio de provincianos.

Te hablo de la otra Nueva York, de la cosmopolita, donde las casas de comidas funcionaban las 24 horas. Eso no lo encontrás, aún hoy, ni en Buenos Aires ni en San Pablo ni en ninguna de las grandes capitales y ciudades del mundo. No eran bolichitos donde te comías un pancho o un choripán. Eran restaurantes de nivel. En una cuadra, tenías para elegir: comida italiana, china, griega, turca, árabe. Por supuesto, que también tenías el puesto donde por unos centavos, de pie, te comías la mejor carne del mundo, una ensalada de lechuga y un vaso de vino blanco.

La gente bacana de Buenos Aires viajaba a la Nueva York como una excursión obligada. “Los chicos y las chicas bien”, se les llamaba. Eran muy respetados y atendidos. Viajaban en autos negros. En esa época, todos los autos eran negros. A veces, tenían choferes que se quedaba en el auto, fumando; en ocasiones, ocupaban un rincón en la mesa con los ricachones.

- Los hombres usaban esmoquin o traje (pantalón, chaleco y saco) azul o algún color oscuro. El color oscuro predominaba en la vestimenta de los hombres. Zapatos de cuero (marrón o negro) y medias oscuras con ligas. Sombrero, y en invierno, sobretodo o perramus (un abrigo largo, por debajo de las rodillas, que servía indistintamente para el frío y la lluvia).

Las mujeres eran hermosas. Yo las veía como adultas; en realidad (lo comprendí más tarde), eran hombres y mujeres jóvenes, en su mayoría. Más cerca de los 20 que de los 30. También, estaba la barra de veteranos, mayores de 40; esos no traían mujeres. Eran hombres solos. También venían familias.

- Un caso típico era el siguiente. Un hacendado de Tandil, de Balcarce, de Pehuajó o del interior del país, un día, la invita a su mujer a pasar unas vacaciones en Buenos Aires. ¿Qué era Buenos Aires en ese entonces, décadas del 40, 50? Buenos Aires era la noche. Se instalaban en un hotel bacán de la zona de Congreso o Retiro y, a la noche, al Maipo, al Chanteclair, al Richmond, al Tabarís de calle Corrientes. Si ya conocían varios teatros y teatros de revista, las excursiones se alejaban de la zona del `centro´. Una segunda etapa era la Boca, algún boliche de la zona de Retiro, de Olivo y la Nueva York de Berisso. Con un agregado, La Plata tenía el hipódromo como gancho; por esos años, no había carreras nocturnas. A la mañana, recorrían la ciudad: parque Pereyra, `el Bosque´, la catedral, el edificio de la universidad, los edificios de los ministerios, el museo de ciencias naturales; almorzaban en Las Malvinas de calle 50, se instalaban en el Hotel Provincial de 8 y 51, a la tarde “burros” y reventaban la noche en la Nueva York. La excusa para ir a la Nueva York era las comidas típicas: griega, ucraniana, polaca, china y otras.

Aquí viene la vueltita; en esta salida, el matrimonio viene con la hija que está terminando el bachillerato en algún colegio católico y el hijo que está en primero o segundo año de abogacía o medicina. Después, ella (la nena) traerá a sus amigos ingleses, uruguayos, paraguayos o norteamericanos; el flaco vendrá con su barra de la facultad y el viejo, después de gestionar en la Capital Federal un préstamo blando concedido por el Banco de la Nación para nuestros castigados hombres de campo, se hará una escapadita hasta la Nueva York con un puñado de amigos para saborear platos típicos y prostitutas excitantes.

- Hoy cuando me preguntaste sobre la gente negra me abriste la cabeza. En este momento, ahora, me doy cuenta de que en los años 40, 50 la “negritud” no era un valor estético ni erótico. A ningún bacán se le hubiera ocurrido pedir una prostituta negra. Jamás vi en la Nueva York una prostituta negra. Había prostitutas criollas, provincianas, “chinitas”, le decían. Esas prostitutas eran para quienes no tenían dinero: obreros del frigorífico, marineros rasos, la muchachada de la zona. La gente bacana, los cogotudos, exigían las “polacas”, mujeres de piel blanca como la leche, cabellos amarillos como barba de choclo, huesudas. La mayoría era de origen polaco pero las había hebreas, rusas, ucranianas, la “papusa”[1].

- Jamás vi un policía en la Nueva York, jamás. La Nueva York era una tierra de nadie; una calle empedrada en donde todo estaba permitido excepto el uniforme policial. Había una leyenda que decía que era una jurisdicción en conflicto; por un lado, la policía provincial decía que era jurisdicción nacional, de la prefectura; por el otro, la prefectura decía que era jurisdicción provincial. Como consecuencia de esa disputa, no había “autoridad de aplicación”.



[1] Prostitutas caucásicas que pedían o consumían un “cigarrillo” (en idioma ruso ПАПИРОСА). Ese es el origen etimológico del término “papusa”, presente en la literatura tanguera. (El Ordenador)

lunes, 1 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”




Por Roque Domingo Graciano




b) "Era una calle empedrada, húmeda, con una permanente llovizna por la que reptaba un río blanco de obreros y obreras"


- La calle Nueva York de los años 40 y 50 era un centro comercial único en la Argentina y, según gente que había viajado por todos los continentes, sin parangón en Occidente. En la calle Nueva York, se abastecían los 25.000 operarios que trabajaban en los dos frigoríficos, los obreros y marineros del puerto La Plata y ainda mais. He charlado con marineros que conocían con precisión Berisso y la emblemática calle Nueva York y no sabían exactamente en qué país estaba Berisso.

- Exactamente. Era un centro internacional al estilo del siglo 19, de la era industrial, de las grandes factorías que utilizaban gran cantidad de mano de obra, de obreros, operarios.

- Supongo que trabajarían más hombres que mujeres; no obstante, la cantidad de mujeres era importante. En mi barrio, durante mi infancia, veía bajar del tranvía 25 hombres y mujeres que venían de trabajar de los frigoríficos, en cantidades parejas.

- Tengo una idea de ciertas características de los operarios del frigorífico. Había familias enteras que trabajaban permanentemente, tanto el hombre como la mujer; cuando crecían, se agregaban los hijos. Otro tipo de operario era el hombre que trabajaba en el frigorífico y en otro lugar: el comedor universitario, policía, ordenanza de un ministerio y así.

- Correcto. Tenían dos trabajos. Otros operarios del frigorífico eran los temporarios. El hombre o la mujer que se quería comprar un televisor, un electrodoméstico, ampliar la casa o techar una pieza, trabajaban unos meses en el frigorífico, que pagaba por quincena y, simultáneamente, seguía con su trabajo permanente. Un vecino mío, Guerrero, trabajaba en la Biblioteca de la Universidad como ordenanza y hacía “una temporadita” en el frigorífico cuando quería reforzar su patrimonio. Gracias a él, conocí los frigoríficos de Berisso. Era un tipo bastante mayor que yo; unos 15 años más o menos.

- Conocí la calle Nueva York cuando tenía pantalones cortos. Me causó una impresión fuerte. La conocí de noche. Me golpeó la iluminación, las luces. La Plata no era una ciudad tan iluminada; además, La Plata es una ciudad arbolada por lo que las luces se minimizan. En la Nueva York, no había árboles. Era una calle empedrada, húmeda, con una permanente llovizna por la que reptaba un río blanco de obreros y obreras. Veredas angostas y un negocio al lado del otro en un orden difícil de comprender para el visitante.

Otra característica de la Nueva York era que durante las 24 horas del día, todos los días del año, había 2 ó 3 barrenderos limpiando las cunetas. Los barrenderos, los escobillones y los carritos amarillos de hierro, a cualquier hora del día y sobre todo a la noche, me llamaban la atención. Barrían entre los autos, bajo la lluvia o el sol.

Lo que me sobrecogió, lo que me dejó de la nuca fue la gente, la gente que pasaba; era como un hormiguero; cientos de hombres y mujeres que caminaban, que iban; hombres y mujeres de distintas razas, idiomas. No entendía nada. “¿Qué dicen?; ¿en qué hablan?” Rusos, franceses, árabes, turcos, chinos, polacos. He conocido, con el paso de los años, calles más pobladas, más transitadas, nunca más cosmopolitas (¿multirracial?) que la Nueva York de los años 40 y 50. Yo tenía la sensación de que el devenir de la Nueva York era la vida misma.

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”




Por Roque Domingo Graciano




a) "Antes, el tranvía había atravesado la exótica y excitante calle Nueva York"


- Nací en la ciudad de La Plata, en uno de sus barrios más tradicionales: el barrio de “El Mondongo”. Es el barrio que se extiende de 60 a 70 y de calle 1 a 122, más o menos.

- Con certeza, no sé el porqué del nombre. Hay una tradición que dice que en ese barrio (hacia 1920, 1930) vivían muchas familias que trabajaban en los grandes frigoríficos de Berisso. El alimento central de esas familias era el mondongo de los animales. De ahí, el nombre del barrio, por expansión del alimento principal o diferencial de sus habitantes. El mondongo es un corte barato y poco nutritivo. No es descabellado que ese sea el origen del nombre porque la calle 60 es el camino directo a Berisso. Recuerdo que en mi niñez, por la avenida 60, pasaba el histórico tranvía 25 que unía La Plata con Berisso. El tranvía 25 pasaba frente al frigorífico Swift y terminaba su recorrido frente al frigorífico Armour; allí, estaba el amarradero de las lanchas que llevaban a la isla Paulino. Antes, el tranvía había atravesado la exótica y excitante calle Nueva York.