domingo, 25 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami



Por Roque Domingo Graciano




k) “No te subas nunca al viento norte, porque el viento norte trae locos y lleva muertos”[1]



- Viajé a La Plata con la Gringa Cairne que era mi pareja en ese entonces, una flaca a quien, años después, la asesinaron en La Cacha[2] .

Nuestra vida en Rosario se había agotado, necesitábamos un nuevo escenario para dar testimonio de nuestras vidas. Proseguí mis estudios en la Facultad de Medicina y realizaba talleres en la Universidad Católica de La Plata y en el Instituto Superior de Teología.

- Para mí, La Plata era una ciudad muy chica. Casi no tenía distancias. La recorría sin tomar micros. Una ciudad donde los estudiantes eran protagónicos; los vecinos miraban y escuchaban a los estudiantes. En los cines, había entrada para estudiantes. Había grupos de cine, “cine club”. Fundamentalmente, me impactó lo ordenada y limpia que era y sigue siendo. Ese orden y esa limpieza, en mi piel, la hace fría.

Otra cosa que me impactó fue la arboleda. En Rosario, hay árboles pero no armónicamente plantados como en La Plata, donde el trazado de la ciudad se hizo con árboles; después, vinieron las construcciones: calles, casas, edificios. Una plaza arbolada cada 6 cuadras; hay lugares donde hay plaza, árboles y no hay casas, ladrillos, edificación.

También, me llamó la atención la simetría de las avenidas.

Un descubrimiento maravilloso fue la Isla Paulino. La Gringa tenía como hobby hacer fotos de pájaros. Competía en certámenes nacionales e internacionales y obtuvo varios premios en el rubro. No recuerdo si por indicación de alguien o por obra de la casualidad descubrimos la isla: un paraíso para el fotógrafo de pájaros. Todos los fines de semana con sol, viajábamos en el micro 14 hasta Berisso; nos dejaba en el amarradero de lanchas; de ahí, a la isla.

La Gringa reconocía a los pájaros por su colorido, por el canto o por su comportamiento. Compuso un álbum con 176 fotografías de otros tantos pájaros por encargo de la Sociedad Ornitológica del Plata.

La isla quedó en mi alma como un espacio de calma, de paz. Un suave caminar hacia mí mismo. Una vegetación exuberante; un pedazo de trópico clavado en las costillas del Río de la Plata. Los agricultores lombardos se trasladaban entre los canales en botes impulsados con palos (tipo jabalina) no con remos[3]. Las casas de maderas construidas a tres metros de la tierra, sobre pilotes de quebrachos, y el “click” de la Gringa que me sacudía a cada rato.

- La historia de la Gringa es la de miles de asesinados durante la dictadura militar. Era hija, prácticamente única de un kiosquero y de una maestra. Digo “prácticamente única” porque tenía un hermano 15 años mayor. Era el centro de una familia con tres padres.

En la primera juventud se enamoró de la literatura. Borges, Cortázar, Sartre, Simone de Beauvoir eran sus dioses tutelares. La conocí en ese ambiente rosarino. Discusiones hasta la madrugada (entre mate, cigarrillo y ginebra) sobre Historia de una joven formal, Cien años de soledad, Rayuela, La invención de Morel, El muro, El jardín de senderos que se bifurcan y “ainda mais”.

Quería ser la Maga para cambiar y revolucionar el lenguaje.

Cuando conoció los happening de Martha Minujin en el Di Tella y el pop art, su obsesión fue venir a Buenos Aires. Participar de ese ambiente de libertad y creatividad.

Ya en La Plata, a través de Marcel Proust y de la lectura de En búsqueda del tiempo perdido se fue metiendo en el psicoanálisis. Comenzó frecuentando la clínica Sarcot de calle 1 entre 44 y 45 y después, no se perdía un curso o conferencia que dictaran Pichon de Riviere, Talagano, Blejer, Dupetit, Montenegro o Maciel. Viajaba al `centro´ o a Mar del Plata para seguir a sus maestros.

Posteriormente, se calentó con el cine. Iba dos o tres veces por semana. Llevaba una manta y una bolsa de agua caliente porque las salas no tenían calefacción. En invierno, el frío era intenso; en verano, ponían ventiladores y el calor se soportaba. Eran salas inmensas para 600 ó 1.000 personas. Los “continuados” de los martes del cine Mayo eran obligatorios y por supuesto: “Sábado de noche, cine.” Durante algún otro día de la semana, encontraba una excusa para ir al cine: calor, frío, una cita no cumplida, una cursada negada. En fin, algún motivo encontraba.

Después de la proyección de las películas, salía a caminar, a pensar, a reflexionar. Era como si quedara descentrada, ida, de la nuca. Horas después, se reunía con “sus” amigos en los bares (El Parlamento, El Cabildo, La Modelo, El Teutonia) para discutir y debatir sobre la última película proyectada. En verano, deambulaba por las arboladas diagonales platenses o por `el Bosque´. “Sólo con el crujir de las hojas, se puede penetrar el arcano de Bergman.” ¡Un delirio!

Rechazaba el cine de Hollywood y la comedia italiana. Bergman, Fellini y Antonioni eran la “santísima trinidad” ante la que se inmolaba. Hiroshima mon amour o El Silencio, dos íconos cósmicos sobre los que derramó millones de energía, suficiente como para erradicar el hambre del planeta.

Debatía, lloraba, discutía, imitaba esos productos cinematográficos. Veía y sentía la vida a través del cine, de “ese” cine.

- Me refiero a la Gringa y “su” círculo de intelectuales. En Ringuelet, se iba poco al cine y cuando así sucedía era para ver una del Palo Ortega o de Sandrini. La muchachada de los barrios iba al cine Roca[4] a ver tres de Isabel Sarli por un peso.

Aún, dentro del ambiente universitario la actitud de la Gringa y los suyos no era hegemónica. Yo estudiaba con un flaco de Pehuajó, Juan Sebastián, que tenía una relación espontánea, no problematizada con el cine. Para él, el cine era un entretenimiento y punto. Una noche fue a ver Vivir su vida, una película que la apasionaba a la Gringa. Cuando la Gringa le preguntó qué le había parecido, qué opinión tenía, Juan Sebastián le dijo: “Una mierda. Una puta que filosofa.” Fue un torpedo en la línea de flotación. La Gringa, herida, replicó: “Claro, para apreciar el cine hay que estudiar.” Sebastián que era un joven provinciano no se achicó: “!Andá a cagar! Lo único que falta es que tenga que estudiar para ir al cine.”

Una madrugada que con Sebastián, íbamos en moto a Melchor Romero para cursar Neuro, me comenta:

- “Anoche fui a ver la película del culo.”

- “¿Qué película?”

- “Ésa, en la que le echan sal y le hacen la colita a la mina. ¡Lindo culo! Bien doradito por fuera y jugoso por dentro. Yo lo hubiera probado, primero, con la lengua[5].”

- Esos grupos no sólo que no hacían deporte sino que no tomaban sol. Tenían la piel pálida y enferma como las gallinas. Jamás ibas a ver a esos “intelectuales” en `el Bosque´ peloteando o simplemente caminando. ¡Jamás! Se la pasaban charlando hasta el amanecer en boliches y departamentos. De día, dormían.

Me refiero a los estudiantes de Humanidades o Bellas Artes. Los flacos de Ingeniería o Medicina, cuando podíamos, nos íbamos a una plaza a pelotear, andar en bicicleta o nadar en la pileta térmica del club Estudiantes. Era otro mundo; otra gente.

- La Gringa siguió con su camino y en esa dinámica, comenzó a frecuentar un grupo que se reunía en calle 115, a media cuadra de la Facultad de Ingeniería, a leer marxismo. Después, siguieron estudiando reflexología marxista, un tal Rubinstein[6]. Más tarde, se enganchó con un fenómeno llamativo que emerge hacia fines de la década del 60 y principio de los años 70: Silo, conocido en tierras cuyanas como el Araña Rodríguez. Un personaje que amalgamaba el hippismo con ciertas filosofías o cosmovisiones hindúes y orientales, sin dejar de escuchar el discurso marxista e interpolar (con audacia y eficacia) a los gnósticos del catolicismo, según teólogos como monseñor Ruda (“manos de carpintero”) y el doctor Pausa. Todo un aparato. Mezclador de lo irreductible y confundidor de lo sagrado y lo profano. Ahora, conocemos la new age, la cocina étnica y mil mentiras más. En la década del 60, eso no era frecuente.

- El mensaje de paz y amor está presente. Es verdad. También hay que ver qué manipulación se hace de ese mensaje. Detrás de grandes banderas, se pueden ocultar grandes crímenes. Si bien éste, es un caso de moneditas. No debo magnificar.

Reconozco, sí, que fue un adelantado. En plena guerra fría, intuyó un mundo ligh, descafeinado. Hizo escuela y ainda mais.

- Antes de Silo, incursionó en el hippismo.

Una tarde, regresé a nuestro departamento después de tres días de ausencia. (Había estado de guardia, cursadas y un final). La puerta del departamento estaba adornada con flores e íconos. Pensé que me había confundido de piso. Verifiqué: ¡era mi departamento! Entro y la encuentro a la Gringa, en el suelo, haciendo trabajos de artesanías en cuero. Vestía túnica larga, sandalias, tatuajes, aros, pulseras y un peinado con reminiscencia gitana o india (de los indios de Hollywood). Yo no entendía nada.

Se había incorporado a un grupo de “artesanos” que tenía su centro operativo en las cercanías del Hospital Gutiérrez.

- El marxismo, el hippismo, el psicoanálisis y los curas obreros eran un tetraedro explosivo. Calentaba las mentes y revolucionaba las hormonas. No sólo trastocaba la sociedad sino que se metía, de alguna manera, en espacios insospechados, como en las estructuras rígidas y vigiladas de los institutos de la iglesia católica. Costaba desprenderse de la acepción, enfoque o definición que estas corrientes daban a determinados fenómenos sociales.

Se hablaba de “liberación” con ligereza. Uno de los más destacados teólogos de La Plata nos explicaba que el evangelio era incomprensible sin el lexema “liberación”. Por supuesto, estaba todo el rollo del llamado “evangelio de la liberación”.

Hoy, la Unión Soviética implosionó. Cayó el “muro de Berlín”. En los años 60, la guerra fría estaba en todo su esplendor. Los límites eran confusos e imprecisos. Evita bailaba con el Che y se homologaban improntas que se repugnan entre sí, como el marxismo y el psicoanálisis freudiano[7], en una simplificación escalofriante que años después retomaría el general Camps[8].



[1] El Sopa. (El Ordenador)

[2] Centro de detención clandestino de la dictadura militar (1976-1983) en la localidad de Lisandro Olmos, partido de La Plata. A 20 kilómetros del centro de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)

[3] El palo es de 3 metros aproximadamente. Se clava a izquierda y derecha para darle al bote la dirección deseada, en un movimiento armónico que compromete al bote y al botero que está de pie sobre la embarcación. (El Ordenador)

[4] Sala cinematográfica instalada en calle 1 entre 43 y 44, frente a la estación del ferrocarril Roca. (El Ordenador)

[5] Alude, aparentemente, a El Silencio, película en la que se ofrece un coito anal; fenómeno infrecuente en la cinematografía de la época. (El Ordenador)

[6] Sergei Leodonovich Rubinstein, rudimentario cognitivista de índole positivista. (El Ordenador)

[7] Este estado de cosas engendra un tipo interesantísimo: el psicobolche. Término compuesto derivado de psiquis más bolcheviquismo. Asimismo, se etiquetaba a novelistas como Moravia de “marxistas freudianos”. (El Ordenador)

[8] Jefe de la policía bonaerense durante la dictadura militar (1976-1983). (El Ordenador)


miércoles, 21 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami




Por Roque Domingo Graciano



j) "los fenicios vendían hierro"




- Me relacioné con la venta de libros desde muy jovencito, tenía 14 años. Por ese entonces, a raíz de un conflicto del gobierno con las editoriales, varios textos escolares desaparecieron del mercado: no se vendían en las librerías. La mayoría eran textos relacionados con la enseñaza del inglés y francés, también estaban agotados textos de otras asignaturas. Papá me los consiguió a través de un antiguo promotor de seguros que también vendía libros. El señor Manuel Murgía, así se llamaba el promotor, me dijo que si necesitaba más libros él me los vendía y yo obtendría una comisión. Vendí libros en mi división, en otras divisiones y a los pocos días los profesores me mandaban compradores, incluso de otras escuelas. En ese entonces, la enseñanza se vertebraba en textos, en libros, tinta y papel. Se corrió el rumor de que mi viejo era librero. Mentí. Dije que mi viejo era contador de una librería importante de Buenos Aires y los conseguía de ahí. La mentira tenía sus fundamentos. El señor Murgía, el primer día en que lo conocí, cuando fui a buscar mis libros, me contó varias anécdotas. Entre otras anécdotas y relatos, me dijo que los fenicios vendían hierro a todos los pueblos del mediterráneo pero nunca revelaron el secreto de dónde lo obtenían. La reserva sobre la fuente del hierro, de dónde salía, era su fortaleza porque si no les pagaban o los hacían prisioneros, ellos limitaban o cortaban la provisión de hierro, el que, ahora se sabe, provenía del archipiélago británico.

Al año siguiente, vendía textos escolares en escuelas primarias y en otras escuelas secundarias. Facturábamos un 15 % por debajo de las librerías. Así, me fui haciendo una interesante red de clientes. A partir del mes de abril, vendía libros en los kioscos de diarios y revistas. Por ese entonces, no había una política editorial para la venta callejera, ni siquiera en Buenos Aires. En ese sentido, el gallego Murgía fue un precursor.

Con el tiempo, lo acompañaba a Buenos Aires a buscar libros. Compraba en un mayorista e importador que residía en las inmediaciones del Hospital de Clínicas. También, viajaba a Santa Fe y Córdoba. Los viajes deterioraban mi rendimiento escolar por lo que no abusaba. Un mes de noviembre, Murgía me hizo una propuesta que me fascinó: “He pensado que vos y Sbatella pueden vender libros en Mar del Plata y ciudades balnearias cercanas, durante el mes de enero y febrero. Eso no dificultará tus estudios.” Sbatella era un vendedor experimentado y funcionaría como mi jefe en esa expedición mercantil. Para movilizarnos, contábamos con una “familiar” Di Tella 1500, color verde.

El 29 de diciembre instalamos nuestro cuartel general en un hotel de Mar del Plata, frente a plaza Mitre. Llegamos con la 1500 cargada de libros hasta las verijas. En la ruta, los elásticos de la “familiar” rozaban el pavimento si acelerábamos. Un éxito de ventas. El gallego nos abastecía con un cargamento semanal de libros.

También, en esto de vender libros en el verano, Murgía fue un visionario. Por entonces, se pensaba que los libros no se vendían en verano. Para nada. Vendimos en Pinamar, Villa Gesell, Miramar y por sobre todo en Mar del Plata.

- Mar del Plata es una ciudad que me hizo cosquilla, como rosarino. La Mar del Plata de entonces no era la de hoy. La avenida Colón no tenía los edificios de ahora sino que eran mansiones con tejas coloniales y madera de primera calidad. Veraneaban familias enteras con cuatro o cinco hijos más dos sirvientas y una cocinera. Todo bacán, todo de primera.

- Había edificios de departamentos pero eran muy pocos; no eran ostensibles. La clase media se hospedaba en hoteles y los pobres no veraneaban. Como yo, iban a Mar del Plata a trabajar.

Volví a Mar del Plata en el mes de junio, con Murgía porque nos habían quedado algunas facturas para cobrar. Cuando entré a Mar del Plata, creía que estaba en otra ciudad. En la zona de la catedral (entonces se llamaba basílica de San Pedro) y plaza San Martín, no había más de 3 personas y todos, absolutamente todos los negocios estaban cerrados. Los de calle San Martín, los de Independencia, los de Alem. Todos. Las vidrieras y las puertas tapiadas con madera de pino y clavos, como en Miami cuando se avecina un huracán. Me entró una sensación rara de soledad y temor. Había conocido una ciudad joven, llena de alegría, vida y sexo y ahora, me encontraba con una ciudad cerrada, clausurada donde el viento del mar y la arena danzaban como únicos dueños.

- Las cuentas las fuimos a cobrar al domicilio particular de los comerciantes porque los locales comerciales estaban cerrados bajo madera.

- Tengo entendido, aunque no me consta, que con las ganancias de la temporada (enero, febrero y marzo), los comerciantes vivían durante todo el año. Los comerciantes a quienes nosotros le fiábamos eran conocidos de Murgía; gente experimentada; varios de ellos tenían comercios en Córdoba, Tucumán, Mendoza y en las termas de Río Hondo.

Así, poco a poco y desde temprana edad, conocí el negocio de los libros en la Argentina; muy relacionado, en ese entonces, con la comunidad española y el devenir de la peseta española.

- Mientras viví en la Argentina siempre me mantuve relacionado, en alguna medida, con el negocio del libro. Tenía contactos; conocía el circuito. Siempre, alguna venta anual hacía.

- Espontáneamente, te diría que sí, que se ganaba buena guita para “esa” época, para “esa” sociedad. Una sociedad pobre, en donde una heladera era un lujo para pocos. Rosario tenía un puñado de televisores. No recuerdo más de 10 antenas de televisión; eran antenas gigantes, de 15 metros para captar “un” canal con neblinas e interferencias. Una porquería. Si veías 5 autos en una cuadra, era un velorio o un casamiento. Un viaje a Mar del Plata o Córdoba, una vez cada 2 ó 3 años, era lo máximo que un argentino de clase media podía aspirar. Dejemos de lado a quien viajaba por razones laborales o de negocio. Murgía era considerado de clase media alta: buena casa, auto, mujer, tres hijos, promotor de seguros con 3 ó 4 empleados; vendedor de libros con otros tantos dependientes. No obstante, jamás me enteré que se fuera de vacaciones con la familia. Jamás. Murgía tenía un ingreso similar o superior a un médico consolidado en su profesión, a un médico de 15 años de ejercicio profesional. La gente no gastaba dinero en vacaciones ni en esparcimiento; tampoco, en salud. El entretenimiento popular era el fútbol y el cine. Viajar a Nueva York o Europa era una fantasía que sólo la podían realizar los cogotudos, los bien cogotudos. En “ese” contexto, se puede afirmar que, en el último lustro de la década de 1950, la venta de libros dejaba guita.







miércoles, 14 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami



Por Roque Domingo Graciano




i) “Yo sí me acuerdo de la primera




- Como dijo Pugliese: “¿Qué me voy acordar de la primera, si no me acuerdo de la última.? ¡Qué sentido del humor que tenía ese viejo! ¡Un talento! Yo sí me acuerdo de la primera; puedo olvidarme de la última, no de la primera vez. Fue en un hotel del centro de Rosario. Tenía 15 años, próximo a cumplir 16. Con un amigo del club, Andrés Rugollotto, que tenía un hermano mayor que lo había guiado, llegamos una tarde a un hotel de calle San Martín. En el recibidor del hotel, le preguntamos por María Rosa a un tipo con cara de malo. “No se encuentra.” Respondió secamente. Volvimos 3 horas después y “la chica” nos atendió en el primer piso. Estas visitas se hicieron, con el tiempo, una rutina. Me terminé enamorando de María Rosa. Fantaseaba. Pensaba que ella era maestra, que el tipo de la entrada me perseguía, que la tenía sometida. Dinero que obtenía era para ella. La venta de los libros era para pagar sus servicios. Si alguna mujer me tuvo sometido, fue María Rosa. Me quería casar con ella. Hoy, te puedo decir que era una prostituta; ahora bien, para objetivar esa realidad pasaron muchos, muchos años. Me desenamoré de ella cuando transitaba mi segundo matrimonio.

Hoy la veo como una provinciana, una campesina, probablemente analfabeta; morocha con el pelo teñido de amarillo y las uñas pintadas de rojo, las axilas afeitadas, los ojos pintados. Una piba que en ese entonces tendría 3 ó 4 años más que yo: 18, 19 años.

- Un sexo clásico, totalmente: pene / vagina. Habitualmente, usaba preservativo, a veces, no. Una caricia furtiva, una breve charla y “andáte que puede venir Juan Carlos.” Juan Carlos era el portero del hotel. Pensar que no me daba cuenta de que todo era un negocio que involucraba a Juan Carlos, al dueño del hotel, a la taquería y a muchos más. El único inocente de ese circo era yo ¡y lo fui por muchos años!

- Desde mi llegada a África y la ruptura de mi último matrimonio, sólo he mantenido relaciones sexuales con prostitutas. No he formado pareja estable y en una sola oportunidad tuve un sexo fugaz con una “no prostituta”; fue en Pretoria, con una sudafricana caucásica.

- Ya no tengo 15 años; he vivido, he sufrido y he visto sufrir mucho, mucho. Lo mío, hoy, es una elección. Te advierto que las prostitutas que contrato hoy, están lejos, muy lejos de María Rosa. Son prostitutas de lujo. Ellas también eligieron, eligieron vivir “up grade”.



sábado, 3 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami





Por Roque Domingo Graciano



h) Tenía el alma, el corazón y el estómago curtidos

- Lo político no era importante en mi familia. La caída de Perón se vio como un alivio porque había amenazas: obligación de colaborar con la Unidad Básica peronista, afiliaciones compulsivas, presión para que se usara ciertos emblemas peronistas (luto, escudo, bandera).

En mi casa se hablaba poco de política. No había discusiones políticas ni jamás hubo militantes políticos en la familia. Papá tenía un amigo que había sido funcionario peronista, sin embargo jamás habló de política en casa.

- Mi padre era un lector de novelas, raramente leía algo de política. Le gustaba la novelística norteamericana: William Faulkner, Ernest Hemingway, John dos Passos. Básicamente, era indiferente a la política y al fútbol. Mis abuelos sí, ellos eran futboleros. Mi abuelo paterno había jugado en Central entre los años 1918 y 25. Cuando yo era chico, mi abuelo me llevaba a la cancha; él tenía platea. Los domingos “a la cancha”; íbamos con dos o tres amigos de mi abuelo. Toda una vida ligada a “los canallas”.

Creo que el fútbol es un hecho social medular. Hace a la alegría, a la magia y es una ovación a la belleza física, al esfuerzo y a la destreza corporal. Es un hecho mágico donde mente y cuerpo brindan al unísono. Cuando llego a la Argentina, lo primero que hago es ver cuándo juega Rosario. Generalmente, en el avión ya me entero y programo mi vida a partir de dónde y cuándo juegan “los canallas.”

- A mi madre no le gustaba el fútbol y si le preguntaban de qué cuadro era decía “de Newell´s”, para llevarnos la contra.

- Como corresponde a una familia de origen italiano mi madre era católica y mi viejo, sin dejar de ser católico, era medio rebelde. En la vejez , va a misa regularmente. Por supuesto, tomé la comunión y todos los sacramentos. Soy católico.

- Tengo la fotografía con un gran brazalete blanco y riguroso traje azul, pantalón corto, zapatos negros y medias “Carlitos”, marrones.

- La parroquia estaba a 7 u 8 cuadras de casa y ahí teníamos una profesora de catecismo que nos enseñaba el camino hacia Dios y nos excitaba sexualmente con el par de tetas que calzaba.

Para la confirmación, teníamos al padre Tito, un cura gordo. Ahí comenzó mi experiencia de chupinero. Me iba a la plaza, a jugar al fútbol, a charlar con los vagos.

A misa, fui entre los 12 y los 15 años. En esa etapa, asistía a misa con regularidad, llegué a ser monaguillo y ahí me hice amigo de varios curas. A los 18 años, sí, me integré a la iglesia; no en la parroquia del barrio sino en la catedral de Rosario. Allí, comencé a estudiar documentos que después, en los medios de comunicación, se llamaron tercermundistas y documentos que vertebraron el Concilio Vaticano. Me empapé mucho de esa literatura; dediqué mucho tiempo y energía a esa problemática. Ese círculo de gente me marcó para toda mi vida. Gente que había hecho una opción por los pobres, a la luz de Juan XXIII. Desde ese haz de pensamiento, hice una lectura de la historia y la realidad social y política de la Argentina.

Ahí, comencé mi trabajo barrial y mi trabajo en “las villas”. Cuando mi ex mujer, la Gurisa Martínez, me decía en Mozambique que ella no se explicaba cómo yo podía aguantar “eso” (refiriéndose a la pobreza y miseria de la población), la comprendía. Yo había trabajado la miseria humana 15 años antes y no en África sino en la Argentina, en Rosario. Tenía el alma, el corazón y el estómago curtidos y un amor inquebrantable hacia el sufriente. Eso lo construí allá, en Rosario, lavando heridas infectadas y salvando mujeres que se habían hecho un aborto con una aguja de tejer.


Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami




Por Roque Domingo Graciano



g) “Fue una defensa heroica, adolescente”

- Al golpe de 1955, lo tengo muy presente porque lo he ido reconstruyendo en el tiempo, a través de relatos orales, indicios y testimonios, más allá de lo que viví personalmente.

Córdoba era el foco antiperonista y Rosario era leal a Perón. Calle Córdoba (que en su prolongación es la ruta que une Rosario con Córdoba) estaba cerca de casa, a menos de 5 kilómetros. Sobre esta calle - ruta, los rosarinos salieron con revólveres, escopetas de caza y pistolas calibre 22 a enfrentar las tropas que venían de Córdoba. Los aviones bombardeaban a la gente del barrio que no tomaba conciencia de que podía morir. Tiraban bombas y ráfagas de metralletas y los pobladores, con pequeños revólveres, de forma anárquica, enfrentaban los aviones.

Cuando llegaron las tropas de Córdoba, pasó un hecho curioso. Los oficiales ordenaron que los soldados ingresaran al barrio y reprimieran pero los soldados cordobeses tiraban para arriba para no matar a nadie y sí engañar a los oficiales haciéndoles creer que cumplían con la orden de reprimir. Entonces, la gente del barrio quedó desconcertada porque cómo iban a matar a los soldados si ellos no querían matar a los vecinos del barrio.

Sobre calle Córdoba, había dos cafés. Uno reo (“El Indio”), con mesas de billar y vagos que se pasaban jugando a los naipes todo el día. El otro era decente (“El cacique”), donde se reunía la gente que trabajaba; aquellos que tenían trabajo estable y familia constituida. Allí, en “la esquina de los dos bares”, se parapetaron grupos peronistas dispuestos a impedir el avance de las tropas del ejército que venían de Córdoba. La gente estaba motorizada por los líderes de las Unidades Básicas peronistas, muchos de ellos, mujeres que también eran las encargadas de las tareas de asistencialismo, afiliación y gestoría.

A esos grupos, de manera desordenada, se le unieron, en la resistencia, soldados del Regimiento 11 de Rosario. Fue una defensa heroica, adolescente. Las veredas y paredes de “la esquina de los dos bares” testimoniaron, durante semanas y meses, lo desgarrador del combate: impactos de municiones de grueso calibre, rastros de cuerpos arrastrados, vestigios de masa encefálica, cabellos, uñas, dentadura y pedazos de telas ensangrentadas de camisas y pantalones.

Dada la cercanía del combate, mi familia decidió abandonar la casa en tres grupos y con un intervalo de 30 minutos para no llamar la atención. Huimos a pie, hacia el centro de Rosario, a través de barrios pobres y ahí, en esa huida (yo iba con mi abuelo y un perro callejero que nos siguió) vi muertos con uniforme y sin uniforme. Hasta el día de hoy, tengo la imagen de un soldado muerto: estaba tendido boca arriba con casco y tenía la mano derecha reventada como si le hubiera estallado una granada; unos jirones de carne por mano; no tenía otra herida. Yo le buscaba otra herida y no la encontraba, ni en el pecho, ni en la cabeza, ni en las piernas. Estaba rígido, muerto, en una zanja de aguas servidas. Más allá, detrás de los cercos de las casas había otros cadáveres. La mayoría con rústicas camisas beiges, pantalones de un algodón ordinario y alpargatas.