sábado, 20 de noviembre de 2010

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”

Por Roque Domingo Graciano


e) “Su verdadera pasión informativa era el diario El Día de La Plata”

- Televisión no había en ese entonces. Durante todo el día, en el taller, mi madre escuchaba Radio Nacional que pasaba música clásica: Rossini, Wagner, Strauss, Haydn, Mozart, entre otros. A la noche, escuchaba el informativo, el Reporter Esso, de las 7. Su verdadera pasión informativa era el diario El Día de La Plata. Mi madre era totalmente dependiente de ese diario. Lo leía exhaustivamente. Lo necesitaba. Cuando el diariero tiraba el diario por debajo de la puerta, a eso de las 5 ó 6 de la mañana, mi madre se levantaba. Miraba los titulares de primera página y se iba a la cocina con el diario debajo del brazo a preparar el mate. Después, en el comedor, leía el diario mientras tomaba mate. Fácilmente, dedicaba 2 horas a la lectura del diario. Era una lectora total. Si alguna vez el diario no llegaba, cosa rara, se levantaba y lo iba a comprar a 1 y 60. Una vez que los repartidores de diarios hicieron huelga, lo fue a buscar a diagonal 80 y calle 3. Hacía largas filas para comprarlo. Mientras leía se peleaba contra el director del diario, el doctor Kraiselburd, “un anarquista no puede escribir esto” murmuraba con voz áspera y gutural mientras golpeaba la mesa con el puño cerrado. Si había convulsión política, compraba, además, un diario de Capital Federal, La Nación o La Prensa.

- Te estoy hablando de mi niñez. La televisión se populariza a fines de los años 50 y principio de los 60. Las primeras emisiones de televisión, en la Argentina, datan del año 1952. Yo las recuerdo. Eran circuitos experimentales alrededor de la avenida de Mayo. Justamente, la primera vez que vi televisión fue en la vidriera de un negocio dedicado a la venta de instrumentos musicales de avenida de Mayo, Casa América[1]. Para la mayoría de los argentinos, la televisión era algo lejano, sin influencia aparente en la vida cotidiana; como los satélites que surcan el espacio en una oscura noche playera. Ocho años después, la cosa fue distinta. Una auténtica revolución. Yo tenía una cuadrilla de 15 operarios. Colocamos antenas en todo Berisso, Ensenada y gran parte de La Plata. Era un carnaval de guita. Los negros laburaban 15 ó 16 horas diarias para comprarse un televisor. Alayian, de la Montevideo al fondo, se hizo millonario vendiendo televisores. La gente hacía más de 2 horas de espera para comprar un aparato. Nosotros hemos llegado a colocar antenas en ranchitos cuyas paredes eran de madera de cajones de manzanas y el techo de chapas de cartón. Teníamos miedo de hundir el rancho mientras colocábamos la antena.

- Si comparás con la programación actual, con los aparatos, con la tecnología que se utiliza hoy, aquello era un pésimo servicio. La televisión era en blanco y negro. Había 4 canales, todos aéreos.

Los programas más vistos eran El club del clan (con el Palo Ortega y Violeta Rivas, entre otros) y el teleteatro Cuatro Evas y un Adán. La publicidad se hacía “en vivo”. Te entretenías más con la publicidad que con los programas. El negro Brizuela Méndez era un presentador de publicidades desfachatado y trasgresor que divertía a la audiencia.

- Los sectores populares incorporaban la televisión con espontaneidad y alegría. Los padres de clase media tenían cierta aprehensión, sobre todo en relación a la influencia que podía ejercer en la formación intelectual de los hijos. Los intelectuales de toda laya la rechazaban y vituperaban abiertamente. Un célebre profesor del Colegio Nacional la llamaba “el opio electrónico”.

- Mi madre murió sin ver “un” programa de televisión. Odiaba ese invento burgués capitalista.

¡Se teme más a la felicidad que a la muerte!

- El servicio telefónico en la Argentina fue pésimo hasta los años noventa y pico, cuando se privatizaron los teléfonos. En mi infancia, había muy pocos teléfonos. El único teléfono que recuerdo en el barrio estaba en el almacén de Bustero en 116 y 62, a varias cuadras de casa. Los vecinos, los particulares, no tenían teléfono. Había teléfono en las reparticiones públicas (hospitales, oficinas públicas), algunos comerciantes y los médicos.

La ciudad estaba dividida en varias centrales telefónicas (Tacuarí, Centro, Rocha, etcétera). Te comunicabas con una de esas centrales y le decías a la telefonista que te comunicara con tal teléfono. No necesitabas recordar el número del aparato. Simplemente, le decías: “Comuníqueme con el doctor Tal.” Si el doctor Tal pertenecía a esa central te comunicaba. Tan pocos eran los abonados que las telefonistas recordaban los números de memoria. De cualquier manera, el servicio era escaso, ineficiente y caro. Se cortaba. No había línea y mil ruidos más. Si te ibas caminado, te comunicabas más rápido.



[1] Casa América (Instrumentos Musicales, Pianos y Órganos) en Av. de Mayo nro. 959. (El Ordenador)

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