domingo, 30 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”





Por Roque Domingo Graciano






p) “un personaje no captado por la historia oficial”





- El profesor Delfino nos hablaba también de instituciones vigentes en nuestra vida cotidiana, en el barrio. No lo hacía de una manera burocrática y almidonada. No. Lo hacía desde enfoques novedosos aunque hablara de cosas viejas y conocidas.

- Un día nos habló de la Biblioteca Euforión, que funcionaba a pocas cuadras de la escuela y estaba vinculada a muchos alumnos desde nuestra primera infancia.

- Según Delfino, la Biblioteca Euforión es hija de acontecimientos internacionales que en su momento no fueron evaluados en su auténtica dimensión, de la masonería como fenómeno platense y del perfil volátil de un personaje no captado por la historia oficial pero que en mi niñez lo escuché mencionar en voz baja, con misterio y respeto, en alguna reunión que se realizaba en el taller de mi madre.

Este personaje era “el polaco Scharagrodsky” quien vivió en algún lugar de la ciudad (o tal vez Berisso o Ensenada) hacia 1925.

Scharagrodsky tenía su “parada” en una ferretería de calle 50 entre 8 y 9. Nunca se supo bien si era empleado de ese comercio o simplemente un frecuentador; en definitiva, allí se lo podía encontrar. También, este personaje ubicuo y volátil, asistía a las reuniones masónicas[1], especialmente en la sede de calle 46 entre 2 y 3.

Su discurso se vertebraba en la advertencia de que los hombres amantes y combatientes de la libertad debían prepararse para vivir muchos años de autoritarismo y totalitarismo. La razón, la caridad, la fraternidad y la tolerancia serían puestas a prueba. “Los tiempos venideros serán testigos del más ominoso imperio del mal”. Hubo quienes le oyeron decir “no menos de 100 años de lucha”.

El discurso de Scharagrodsky remitía a tres acontecimientos europeos que él había vivido e investigado exhaustivamente. Según sus palabras, la ola autoritaria y antidemocrática toma cuerpo el 28 de octubre de 1922 con la denominada “marcha sobre Roma”. Después de esta “operación”, el rey de Italia Víctor Manuel III entregó el poder a Benito Mussolini y a los Fascios Italianos de Combate. Esa es la luz roja para la libertad y la democracia. Ese día (al decir del polaco Scharagrodsky) todos los hombres amantes de la vida y la libertad deben llorar. “Ese día comenzó la marea del nacionalismo autoritario, militarista, antiliberal y antisocialista.”

Asimismo, recordaba: “Antes de cumplirse el año del zarpazo de Mussolini (el 13 de septiembre de 1923), Miguel Primo de Rivera y Orbaneja[2], con el apoyo del rey de España Alfonso XIII, se erige como dictador.”

Cerraba el tríptico de acontecimientos europeos, enfatizando: “Un mes después, en noviembre de 1923, Adolfo Hitler encabezó el ´putsch de Munich´ contra la República de Weimar donde se autoproclamó jefe. Si bien el ´golpe´ fracasó, en cuanto a su concreción inmediata, los ojos menos avisados pudieron desentrañar la densa red de connivencias e intereses de empresarios y militares que tarde o temprano sostendrán al déspota.”

Persuadido de que la avalancha autoritaria era inevitable, dedicaba todas sus energías a preparar a los jóvenes en la resistencia. Se reunían en los túneles que convergen sobre 8 y 50. Allí, Scharagrodsky los exhortaba y educaba para que formaran entidades sociales que fueran verdaderas trincheras frente al avance del dogmatismo autoritario.

Fruto de esa prédica es la creación de la Biblioteca Euforión. Un grupo de alumnos del Colegio Nacional crea la institución, involucrando en su cometido a algunos docentes bonachones e inocentes.

En los planes de la muchachada dirigida por el polaco Scharagrodsky, estaba el dejar indicios, huellas, señales a las generaciones futuras. (Como una letanía se hablaba de una lucha de 100 años o “la resistencia” de los 100 años.) Así, en el propio nombre de la institución dejan el aguijón: Euforión.

Este nombre, casi desconocido, remite a un bibliotecario y escritor de raza negra de la histórica Biblioteca de Alejandría. Euforión, desconocido por el gran público, es un ícono para los hombres amantes de la libertad, la paz, la fraternidad y la justicia. Vivió durante el gobierno del emperador romano Aureliano (restituto orbis) y fue quien por primera vez implementó la metodología de dejar mensajes (que contenían consignas de lucha en aras de la dignidad humana) a las generaciones futuras, a través de los libros, de la escritura.

Delfino (envuelto ya en una densa emoción, con voz gutural y metálica) terminaba exhortándonos para que valoráramos la obra del polaco Scharagrodsky: “¡Una biblioteca popular, una entidad netamente cultural en el barrio El Mondongo (en ese entonces, un populoso suburbio con calles de barro donde los carros que venían de Los Talas no podían pasar los días de lluvia) era la trinchera ígnea de la lucha de la inteligencia y el amor contra la barbarie!”



[1] Por ese entonces, las reuniones de los grupos masónicos en la ciudad de La Plata eran prácticamente públicas y a las mismas asistían también adherentes, allegados y simpatizantes (no miembros plenos de la masonería). (El Ordenador)

[2] Su hijo, José Antonio Primo de Rivera (1903-1936), fundó la Falange Española, parte integrante de la Unión Monárquica Nacional. Exhibió un discurso totalitario de perfil nacionalista. Lo fusilaron el 20 de noviembre de 1936, en la prisión de Alicante. (El Ordenador)

domingo, 23 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano






o) "nosotros llamábamos El Babieca criollo"

- Mi primer año en el colegio industrial de 1 y 58 fue pletórico. Fui el tercer promedio en el examen de ingreso y el mejor promedio de primer año. Mi fealdad, en un colegio de varones, se minimizó. Mi ateísmo, me dio un toque de distinción. Algunos profesores, cuando hablaban desde lo religioso, desde lo confesional, hacían una pausa y dirigiéndose a mí decían “Respetando posiciones en contrario.” Esto por supuesto me agrandaba ante mí mismo y ante mis compañeros. Al sentirme respetado y valorado, mi agresividad no tenía sentido. Además, a los profesores les gustaba el diálogo y la controversia. Incentivaban la polémica, el debate. Me sentí muy cómodo en ese colegio y si bien con el correr de los años dejé de ser “un buen alumno” no fue por causa de la institución sino porque quise experimentar la vida desde otros lugares, desde otras emociones.

- No soy un buen testimonio para hablarte sobre el folklore del colegio. Fui un alumno “normal” los dos primeros años y parte del tercer año. Los tres últimos años mi cuerpo estaba presente; mi mente y mi alma estaban en otro lado, lejos, en Berisso. Por eso no te puedo responder, porque en los primeros años el pibe no tiene un manejo de la totalidad, del conjunto. La totalidad la manejan los “grandes” quienes tienen información, poder e interactúan con los otros estamentos. No obstante, de oídas, muy de segunda o tercera mano, tengo entendido que los enfrentamientos entre los alumnos del “Industrial” y los alumnos del Colegio Nacional eran frecuentes. Cuando yo estaba en primer año se hablaba con temor de la “barra del negro Massera”. El negro Massera era un alumno del Colegio Nacional que lideraba un grupo que con cadenas y navajas se hacía temer. Nunca lo vi personalmente ni siquiera supe si era una realidad del presente o una leyenda que rondaba la cancha de Estudiantes[1]. Alguna voz temerosa me dijo que vivía en la zona de 13 y 60. Mas hablo desde la conjetura, desde la suposición.

- Desde mi perspectiva, el plantel docente era excelente y la escuela contaba con una infraestructura de excelencia para la época. Básicamente, la carrera estaba estructurada en dos pilares: los talleres que desarrollaban la parte práctica como soldadura, hojalatería, química, física, mecánica y otros y las asignaturas teóricas como matemáticas, lengua, geografía, historia y otras. Me moví con soltura en las dos áreas.

- No te puedo mencionar una cátedra como de mi predilección. Tengo un recuerdo nítido del profesor Delfino a quien conocí en el último año de la carrera, en sexto año. Era abogado y creo que había sido juez o algo así; también, era profesor del Colegio Nacional. Dictaba una materia que se llamaba Formación Humanística, la que era una mezcla de derecho, literatura, moral, historia y otras yerbas. Delfino, todos los viernes, en la última hora, nos leía un cuento. Era un lector maravilloso. Había alumnos que los viernes sólo iban a escuchar “los cuentos de Delfino”. No eran cuentos boludos; eran cuentos que impactaban al alumnado, que te daban una respuesta a lo que estabas viviendo. Correctamente elegidos para el alumno de sexto año del industrial. Ahora bien, mientras leía, se rascaba el culo; se comentaba que tenía hemorroides; en él, era un gesto recurrente el rascarse el culo. ¿Te imaginás?, los negros se cagaban de risa. El profesor Delfino era ultra católico; tenía dos hijos curas y tres hijas monjas. ¡Católico, católico hasta las pelotas! Hacia mí siempre demostró simpatía, comprensión y estima. Por mi parte, ya había pasado la etapa de la rebeldía, de la militancia atea. Esas cosas ya no me interesaban. Estaba en otra, por lo tanto, no creaba ni fomentaba ningún debate. Un día, a raíz de un cuento que leyó explicó el significado y la simbología de mis nombres. No dijo que eran nombres anarquistas; dijo que provenían de la tradición griega, por lo tanto, no cristianos y se explayó sobre distintas leyendas griegas. Todo dicho con buena onda, con simpatía. Delfino vivía en calle 2 casi 54, cerca de la escuela. Un domingo de mañana que yo caminaba por la Plaza Brown, frente a la Jefatura de Policía, encontré al profesor Delfino sentado en un banco que daba sobre calle 1. Estaba leyendo el diario La Nación, al sol. Lo saludé y él me saludó distraído; cuando me reconoció, me gritó “Helio Ural, vení para acá.” A partir de ese día, nació un diálogo que se prolongó durante varios meses, los domingos soleados en la zona de 1 y 53. Me comentó que él había sido anarquista y por lo tanto ateo, que se había convertido al catolicismo ya grande, cuando era padre de dos o tres hijos. Me hablaba con mucho tacto; procurando no herirme. Me explicó el por qué de su elección y en su charla me caracterizó no sólo al anarquismo sino también al catolicismo. Esas charlas me ayudaron, porque si bien mi vida cotidiana nunca estuvo relacionada con el anarquismo, esta ideología era la única que yo había “mamado”. Delfino me dio otra visión del anarquismo y sobre todo una nueva ideología: el catolicismo. El viejo hacía distingos precisos entre católicos y cristianos. Era un exquisito en la materia.

- Por entonces, yo tenía 18 ó 19 años; estaba metido en un río de mierda. Las palabras de Delfino me ayudaron a comprenderme, a aceptar mi destino, aceptarme. Me dio una cifra, una clave de la existencia, de la vida en su plenitud tal cual nuestra mente la concibe.

- Recuerdo varios cuentos leídos por Delfino. En este momento, me viene a la mente uno que nosotros llamábamos El Babieca criollo.

Un naturalista e investigador europeo, probablemente inglés, llega al Río de la Plata a bordo de un bergantín para estudiar los pueblos, costumbres y lenguas de la región.

Al año se instala en la provincia de San Luis, en las cercanías del arroyo Leuvucó entre médanos de arena, montes de chañares, caldenes y algarrobos.

Un mediodía, unos indios comerciantes lo toman prisionero (cuando recuperaba muestras de la lengua de los nativos) y lo llevan a la zona de Trenel.

Allí, un chamán, trepanándole el cráneo, le clava agujas y le quita el don del lenguaje.

Posteriormente, lo inserta en el cuero de un potrillo transformándolo en un ser nuevo que los ranqueles llamaban caballo – hombre.

Le enseña a hacer piruetas, acrobacias y pantomimas obscenas.

Los mercaderes indígenas le regalan el caballo – hombre a Calvain III (tataranieto de Calvain, primogénito del legendario Painé[2]), para obtener la autorización de comerciar en sus tierras.

El cacique observa con agrado el espectáculo de ese ser exótico, en compañía de sus 32 concubinas.

Las mujeres también se divierten. Una noche, descubren que pueden utilizarlo para satisfacer sus apetititos sexuales.

El cacique, sospechando el uso que hacían sus mujeres del caballo – hombre en sus tolderías privadas, ordena a su hijo Pixuen que lo venda.

Pixuen lo vende a un estanciero de Esquina de Ballesteros, que tenía un hijo endemoniado.

El caballo - hombre lo entretiene pero el chico, enfermo, lo golpeaba y lo quemaba con troncos encendidos que tomaba del hogar. Cuando el caballo – hombre lloraba de dolor, el endemoniado lo acariciaba hasta calmarlo y una vez recuperado, volvían los castigos.

Cuando su hijo murió, Baigorria (tal era el nombre del estanciero) vendió el caballo – hombre a un turco buhonero.

En manos de este propietario, el científico europeo sufre un acontecimiento inesperado: su bautismo como nuevo ser. Ya no será sustantivos comunes: caballo – hombre o viceversa. No. A partir de entonces, tendrá un nombre propio.

Fue por lo siguiente. La primera vez que lo hizo actuar en la plaza de Henderson, los vecinos atraídos por el espectáculo y la curiosidad, le preguntaron cómo se llamaba el caballo. El turco vaciló. No había pensado en ese detalle. En su mente, se agolparon varios nombres y escogió Babieca[3], en primer lugar, porque lo asoció a algún caballo famoso que él era incapaz de precisar y también, porque era de fácil pronunciación para su español marginal.

Así, comienza la vida pública de este Babieca criollo que durante 5 años recorre todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba y sur de Santa Fe.

El turco buhonero llegaba a un pueblo y pedía autorización para vender en la plaza. Para atraer a los vecinos y transeúntes, hacía actuar a Babieca que para entonces, no sólo realizaba acrobacias y piruetas, sino también un sofisticado juego de acertijos y habilidades. Si la concurrencia era adulta y la circunstancia lo aconsejaba, el turco ordenaba a Babieca las pantomimas obscenas que hacían estallar en carcajadas a la concurrencia.

Una vez que obtenía la simpatía del público, el turco ofrecía sus mercancías a los presentes.

También actuaba en carreras cuadreras, kermés, fiestas patronales y en cuanto acontecimiento y lugar fuera apropiado para las ventas de su dueño.

El penúltimo destino de la dupla fue la ciudad de Campana. Para ese entonces, el turco terminó de consolidar una fortuna respetable en sociedad con un comisario del lugar, un tal Contreras.

El dinero ahorrado le permitió al turco planificar su residencia en San Diego (California). A tal fin, contrató una barcaza arenera que lo llevó hasta el puerto de Ensenada. Desde allí, se embarcaría hacia América del Norte.

En Ensenada, antes de partir, el turco vendió a Babieca a unos marineros europeos (ingleses, tal vez) quienes lo llevan a los barcos amarrados en el puerto y, de noche, a los prostíbulos. Lo hacían mantener relaciones sexuales públicamente con prostitutas para regocijo de la concurrencia y a cumplir con todas las piruetas, acrobacias y habilidades adquiridas.

Una madrugada lo abandonaron en un baldío de Ensenada, de donde lo recogieron unos obreros municipales que no sabían qué era eso. Murió en el corralón municipal como consecuencia de una septicemia, originada en los nidos de piojos alojados en su cuerpo.

Lo enterraron en Boca Cerrada[4] donde sepultaban los caballos municipales cuando morían.



[1] El colegio industrial Albert Thomas está situado en calle 1 entre 57 y 58. El estadio del club Estudiantes de La Plata es vecino al colegio, está construido en calle 1 entre 55 y 57. (El Ordenador)

[2] Cacique ranquel. (El Ordenador)

[3] Nombre del caballo del Cid Campeador, héroe español de nombre Rodrigo Díaz de Vivar (1030-1099). (El Ordenador)

[4] Formación selvática a orillas del Río de la Plata, en la localidad de Punta Lara, partido de Ensenada provincia de Buenos Aires. (El Ordenador)

lunes, 17 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”










Por Roque Domingo Graciano



n) "creo que fui inmensamente feliz"


- No fui buen alumno ni estimado en la escuela primaria. No me expulsaron porque era competente en todas las disciplinas pero me amonestaban fuerte. Básicamente, tenía tres “culpas”. Primero, soy feo y cuando chico era más feo: heredé la fealdad de mis padres. Segundo, era agresivo; agresivo con los superiores como buen hijo de anarquistas y agresivo con mis compañeros porque yo formaba parte de “los vagos del barrio”. Tercero, no era católico y en ese entonces se enseñaba religión; los que no éramos católicos teníamos “Moral”, que era una asignatura para los no católicos. Pero, ¿qué sucedía? En toda la escuela, al menos en el turno mañana, sólo había tres alumnos no católicos: Susana, una rubia que se ponía colorada por cualquier cosa, que era judía; un chico que ignoré siempre su nombre y no sé qué era; sospecho que era cristiano no católico y yo. Los tres estábamos en distintos grados y divisiones. Entonces, la asignatura “Moral” consistía en que cuando comenzaba la clase de religión me mandaran a la biblioteca. Ese hecho era una segregación que dolía aunque por ahí uno no era muy consciente. La maestra–bibliotecaria me daba un libro para leer y yo me enganchaba pero, a veces, la bibliotecaria no estaba, estaba ocupada en tareas administrativa o yo estaba rayado. Ahí, se podría todo. Me iba a jugar con los chicos que tenían educación física o sacaba del aula algún amigo del barrio para charlar y hacer travesuras. Cuando me descubrían que había salido de la biblioteca, me sancionaban. Una mañana obstruí con borradores, cuadernos, libros y otros papeles todos los retretes de los baños y abrí todas las canillas. La inundación fue cinematográfica. Más de 400 alumnos sin baños, la escuela inundada. Un despelote y un caos que sólo el hijo de anarquistas lo puede hacer. Me expulsaron. Mi vieja puso abogados: yo no tenía carpeta de Moral; la materia no era dictada; saltó que la maestra encargada de darla era afectada a tareas administrativa; yo no era atendido en ese módulo. Se pudrió todo. Mi vieja y sus tres abogados amenazaron con dar trascendencia periodística al hecho, politizaron mi expulsión y la inspectora entendió que lo más prudente era reincorporarme y aquí no pasó nada. Por supuesto, que mi madre y sus tres abogados (anarquistas) no se retiraron agradecidos. Jamás. Patearon las puertas, golpearon los escritorios. Le dijeron a la directora y a la inspectora que eran nazis, responsables del holocausto y que iban a realizar la denuncia ante los organismos internacionales por racismo y discriminación y los derechos del niño y todo un discurso que las pobres viejas no entendieron pero se cagaron en las patas. No comprendían cómo una viuda pobre y fea movilizaba tres abogados en un periquete. ¡Ignoraban el poder de las sectas!

- Mi madre nunca me habló de mi padre. Nunca me mostró una foto de él o un objeto de mi padre. En la casa, donde mi padre, calculo, vivió como mínimo 5 años (murió cuando yo tenía 3) no encontré un objeto que lo recordara. Ella actuaba como si fuera soltera, no viuda aunque recibía una pensión y teníamos asistencia social de la Universidad por mi padre. Se habían casado legalmente y lo habían hecho dos años antes de mi nacimiento.

Previo al comienzo de la escuela primaria, hice cursos preescolares (canto, dibujo, destrezas) en la Biblioteca Euforión de diagonal 79. Después, seguí yendo a la Biblioteca a leer y a buscar material de lectura y de estudio. Cuando tenía 10 u 11 años, encontré un directivo de la Biblioteca, también empleado de la Universidad, que me habló de mi padre. Lo recordaba con afecto, me preguntó por mi madre y me dijo: “Cualquier cosa me ves; esa es mi oficina; estoy todos los días después de las 6 de la tarde.”

También, algunos vecinos y gente que lo conoció en la Facultad me hablaron de mi padre. Mi madre sólo me respondía lacónicamente cuando le preguntaba sobre él y me dijo que no quería hablar del tema. Me cortó de un golpe.

Ahora, mi madre está muerta. O sea, no está en la configuración que ocupamos vos y yo. Se llevó los motivos de su silencio con respecto a mi padre. Durante muchos años, muchos días y noches, abrigué la esperanza de que un hecho, una señal me permitiera desentrañar el enigma, el interrogante. Me gustaría saber si se casaron amándose o al menos deseándose. Desearía saber si fui hijo de la casualidad o de una búsqueda consciente, voluntaria.

Hoy, pienso que la conducta de mi madre, en este aspecto como en tantos otros, fue motivada por un esquematismo ideológico dogmático y ciego. Aunque esto sólo es una presunción.

- Si por infancia se entiende desde el nacimiento hasta los 12 ó 13 años, creo que fui inmensamente feliz. Muchas veces deseaba tener un padre, tener un padre en la casa, muchas veces sentía como en una cierta soledad las sombras silenciosas de mi madre y la mía. Pero eran momentos. Después, tenía mi barra, mis actividades y la presencia comprensiva y protectora de mamá.

domingo, 9 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”






Por Roque Domingo Graciano





m) "No te olvidés de las llaves, el dinero y los preservativos.
No pierdas las llaves; no gastés el dinero y usá los preservativos"(1)





- Fui a la escuela primaria número 43, en diagonal 79 y 115. Mi madre me llevó el primer día, a las 8 de la mañana y me dejó. A las 12, cuando salí, me estaba esperando. Nunca más me volvió a llevar ni a esperarme. Me levantaba a las 7 y 20 de la mañana, me higienizaba, me daba un suculento desayuno de café con leche, tostadas con manteca, dulce de leche, miel y me ponía, en la cartera, una bolsa pequeña de lino blanco que contenía una manzana colorada junto con un vaso plegable para que comiera y bebiera en los recreos. Me despedía en la puerta de casa. Yo, a la escuela y ella, a trabajar en el taller. Cuando volvía a las 12 y pico, almorzábamos los dos en el comedor. Le contaba, mientras comíamos, lo que habíamos estudiado y lo que me había acontecido o qué había sucedido en la escuela.

- Habitualmente era puchero: carne, zapallo, cebolla, verduras y papas hervidas. También hacía croquetas de acelga, milanesas con puré de papas y carne al horno con papas.

- Era fuerte la presencia de la papa.

A la tarde, después de la leche, me hacía un engrudo con harina y azúcar quemado que compartía con mis amigos de andanzas. Los fines de semana, hacía tortas y empanadas rellenas con las sobras de la semana o de verduras. También, en épocas de abundancia, empanadas de carne o de pescado.

- Las verduras, las traían los vendedores ambulantes que venían desde Los Talas[2].

Los vendedores venían por la llamada prolongación de calle 66[3] e ingresaban a la ciudad por diagonal 79 hacia plaza San Martín.

Eran 100 carros y jardineras, aproximadamente, tirados por caballos. No sólo vendían hortalizas sino también gallinas, pavos y huevos de gallinas. La clientela principal de esos vendedores estaba en el centro de la ciudad; a partir de 1 y 60, porque en mi barrio todas las casas tenían en el fondo una huerta, gallinas y frutales.

- Después de almorzar, ¡la calle hasta las cinco de la tarde! A esa hora, me bañaba y me llevaba al taller; mientras ella seguía trabajando, yo hacía los deberes o practicaba lectura o cálculo. Eran 3 horas de estudio. Durante toda la escuela primaria tuve un seguimiento riguroso de mis estudios. Cuando terminé la primaria, leía y escribía con idoneidad y resolvía cálculos y problemas matemáticos. Por ese entonces, había un manual de ingreso a primer año; creo que era de editorial Estrada; tenía tapas amarillas. Contenía lengua, matemáticas, física y química. Durante el último año de la escuela primaria, cumplimenté íntegramente el manual con el apoyo de mi vieja. Si ella algo no podía resolver, lo consultaba en el círculo de sus amistades, los anarcos, y alguien lo resolvía. Por ese entonces, un viejo militante me dio 10 clases de física y química; cuando estaba en cuarto año de la Escuela Técnica, seguía usando esos conocimientos para resolver problemas, sobre todo de química. Los anarcos son dogmáticos, tristes y perdedores natos pero algo les reconozco: su pasión por la cultura, por la ciencia. Amaban la letra impresa, el libro, la palabra, la inteligencia.

- Esa fue una etapa de armonía entre mi madre y yo. Después, todo cambió; si nos mirábamos era para insultarnos. Pero en esos años de la escuela primaria, mi madre me dio afecto, contención y seguridad.


[1] Labuela. (El Ordenador)

[2] Localidad de Berisso (sobre el Río de La Plata), a 37 kilómetros de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)

[3] Se trata de una lonja de tierra de 18 kilómetros de largo y 20 metros de ancho, que se extiende desde calle 122 y 66 hasta el Río de La Plata. Por debajo de esa lonja de tierra pasan las cloacas de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)

domingo, 2 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”








Por Roque Domingo Graciano





l)"los padres son divorciados"


- En las décadas del 50, 60 y 70, el casamiento era un mandato social duro para la mujer. Era un mandato social y cultural muy fuerte y abarcativo. Tanto la hija de un hogar de obreros como una de profesionales o empresarios, que en La Plata eran numerosos, sufría la presión del casamiento. Las mujeres, en Berisso o en mi barrio, se casaban a los 16 ó 18 años. En La Plata, las hijas de los profesionales, comerciantes fuertes y empresarios se casaban algo después de los 20.

- El divorcio no existió en la Argentina hasta 1985, más o menos. Durante el gobierno de Alfonsín, se legalizó la posibilidad del divorcio. Entre 1954 y 1955, estuvo vigente una ley que permitía el divorcio. Fue a raíz de un conflicto que tuvo Perón con las jerarquías eclesiásticas, con la iglesia católica; cuando quemaron las iglesias en Buenos Aires y metieron presos a los curas del Seminario Mayor de calle 66 y 24.

Una vecina del barrio, empleada administrativa del Policlínico General San Martín, aprovechó esa legislación y se divorció. Era mal vista por los vecinos. Se la criticaba, también, porque se teñía el pelo de rubio, cuando su pelo originario era oscuro. Tenía doble estigma: divorciada y pelo teñido. La sombra no sólo envolvía a la mujer sino que se proyectaba a su hijo, Titilo. Se hablaba del “hijo de la divorciada” y, en la escuela, los problemas se atribuían a que “los padres son divorciados”.

Si bien no éramos amigos, solíamos charlar en el club Gimnasia, en la plaza o cuando nos cruzábamos en la vereda. Eran conversaciones fugaces y circunstanciales. Siempre tuve la sospecha de que yo también era visto por los vecinos como distinto, tal como lo era Titilo. Teníamos un no sé qué en común.

Una tarde de primavera, pasó frente a casa en una moto Gilera; nos saludamos. En la avenida 60, dejó pasar un tranvía 25 y se dirigió hacia calle 1. Nunca más lo vi. Se mató en el camino a Ensenada. Se tragó un camión de la Petroquímica General Mosconi. Muchos no fueron al velorio. Una vecina me comentó: “No es un castigo de Dios porque Dios no castiga pero qué querés: ¡los padres son divorciados!”