domingo, 23 de enero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”







Por Roque Domingo Graciano






o) "nosotros llamábamos El Babieca criollo"

- Mi primer año en el colegio industrial de 1 y 58 fue pletórico. Fui el tercer promedio en el examen de ingreso y el mejor promedio de primer año. Mi fealdad, en un colegio de varones, se minimizó. Mi ateísmo, me dio un toque de distinción. Algunos profesores, cuando hablaban desde lo religioso, desde lo confesional, hacían una pausa y dirigiéndose a mí decían “Respetando posiciones en contrario.” Esto por supuesto me agrandaba ante mí mismo y ante mis compañeros. Al sentirme respetado y valorado, mi agresividad no tenía sentido. Además, a los profesores les gustaba el diálogo y la controversia. Incentivaban la polémica, el debate. Me sentí muy cómodo en ese colegio y si bien con el correr de los años dejé de ser “un buen alumno” no fue por causa de la institución sino porque quise experimentar la vida desde otros lugares, desde otras emociones.

- No soy un buen testimonio para hablarte sobre el folklore del colegio. Fui un alumno “normal” los dos primeros años y parte del tercer año. Los tres últimos años mi cuerpo estaba presente; mi mente y mi alma estaban en otro lado, lejos, en Berisso. Por eso no te puedo responder, porque en los primeros años el pibe no tiene un manejo de la totalidad, del conjunto. La totalidad la manejan los “grandes” quienes tienen información, poder e interactúan con los otros estamentos. No obstante, de oídas, muy de segunda o tercera mano, tengo entendido que los enfrentamientos entre los alumnos del “Industrial” y los alumnos del Colegio Nacional eran frecuentes. Cuando yo estaba en primer año se hablaba con temor de la “barra del negro Massera”. El negro Massera era un alumno del Colegio Nacional que lideraba un grupo que con cadenas y navajas se hacía temer. Nunca lo vi personalmente ni siquiera supe si era una realidad del presente o una leyenda que rondaba la cancha de Estudiantes[1]. Alguna voz temerosa me dijo que vivía en la zona de 13 y 60. Mas hablo desde la conjetura, desde la suposición.

- Desde mi perspectiva, el plantel docente era excelente y la escuela contaba con una infraestructura de excelencia para la época. Básicamente, la carrera estaba estructurada en dos pilares: los talleres que desarrollaban la parte práctica como soldadura, hojalatería, química, física, mecánica y otros y las asignaturas teóricas como matemáticas, lengua, geografía, historia y otras. Me moví con soltura en las dos áreas.

- No te puedo mencionar una cátedra como de mi predilección. Tengo un recuerdo nítido del profesor Delfino a quien conocí en el último año de la carrera, en sexto año. Era abogado y creo que había sido juez o algo así; también, era profesor del Colegio Nacional. Dictaba una materia que se llamaba Formación Humanística, la que era una mezcla de derecho, literatura, moral, historia y otras yerbas. Delfino, todos los viernes, en la última hora, nos leía un cuento. Era un lector maravilloso. Había alumnos que los viernes sólo iban a escuchar “los cuentos de Delfino”. No eran cuentos boludos; eran cuentos que impactaban al alumnado, que te daban una respuesta a lo que estabas viviendo. Correctamente elegidos para el alumno de sexto año del industrial. Ahora bien, mientras leía, se rascaba el culo; se comentaba que tenía hemorroides; en él, era un gesto recurrente el rascarse el culo. ¿Te imaginás?, los negros se cagaban de risa. El profesor Delfino era ultra católico; tenía dos hijos curas y tres hijas monjas. ¡Católico, católico hasta las pelotas! Hacia mí siempre demostró simpatía, comprensión y estima. Por mi parte, ya había pasado la etapa de la rebeldía, de la militancia atea. Esas cosas ya no me interesaban. Estaba en otra, por lo tanto, no creaba ni fomentaba ningún debate. Un día, a raíz de un cuento que leyó explicó el significado y la simbología de mis nombres. No dijo que eran nombres anarquistas; dijo que provenían de la tradición griega, por lo tanto, no cristianos y se explayó sobre distintas leyendas griegas. Todo dicho con buena onda, con simpatía. Delfino vivía en calle 2 casi 54, cerca de la escuela. Un domingo de mañana que yo caminaba por la Plaza Brown, frente a la Jefatura de Policía, encontré al profesor Delfino sentado en un banco que daba sobre calle 1. Estaba leyendo el diario La Nación, al sol. Lo saludé y él me saludó distraído; cuando me reconoció, me gritó “Helio Ural, vení para acá.” A partir de ese día, nació un diálogo que se prolongó durante varios meses, los domingos soleados en la zona de 1 y 53. Me comentó que él había sido anarquista y por lo tanto ateo, que se había convertido al catolicismo ya grande, cuando era padre de dos o tres hijos. Me hablaba con mucho tacto; procurando no herirme. Me explicó el por qué de su elección y en su charla me caracterizó no sólo al anarquismo sino también al catolicismo. Esas charlas me ayudaron, porque si bien mi vida cotidiana nunca estuvo relacionada con el anarquismo, esta ideología era la única que yo había “mamado”. Delfino me dio otra visión del anarquismo y sobre todo una nueva ideología: el catolicismo. El viejo hacía distingos precisos entre católicos y cristianos. Era un exquisito en la materia.

- Por entonces, yo tenía 18 ó 19 años; estaba metido en un río de mierda. Las palabras de Delfino me ayudaron a comprenderme, a aceptar mi destino, aceptarme. Me dio una cifra, una clave de la existencia, de la vida en su plenitud tal cual nuestra mente la concibe.

- Recuerdo varios cuentos leídos por Delfino. En este momento, me viene a la mente uno que nosotros llamábamos El Babieca criollo.

Un naturalista e investigador europeo, probablemente inglés, llega al Río de la Plata a bordo de un bergantín para estudiar los pueblos, costumbres y lenguas de la región.

Al año se instala en la provincia de San Luis, en las cercanías del arroyo Leuvucó entre médanos de arena, montes de chañares, caldenes y algarrobos.

Un mediodía, unos indios comerciantes lo toman prisionero (cuando recuperaba muestras de la lengua de los nativos) y lo llevan a la zona de Trenel.

Allí, un chamán, trepanándole el cráneo, le clava agujas y le quita el don del lenguaje.

Posteriormente, lo inserta en el cuero de un potrillo transformándolo en un ser nuevo que los ranqueles llamaban caballo – hombre.

Le enseña a hacer piruetas, acrobacias y pantomimas obscenas.

Los mercaderes indígenas le regalan el caballo – hombre a Calvain III (tataranieto de Calvain, primogénito del legendario Painé[2]), para obtener la autorización de comerciar en sus tierras.

El cacique observa con agrado el espectáculo de ese ser exótico, en compañía de sus 32 concubinas.

Las mujeres también se divierten. Una noche, descubren que pueden utilizarlo para satisfacer sus apetititos sexuales.

El cacique, sospechando el uso que hacían sus mujeres del caballo – hombre en sus tolderías privadas, ordena a su hijo Pixuen que lo venda.

Pixuen lo vende a un estanciero de Esquina de Ballesteros, que tenía un hijo endemoniado.

El caballo - hombre lo entretiene pero el chico, enfermo, lo golpeaba y lo quemaba con troncos encendidos que tomaba del hogar. Cuando el caballo – hombre lloraba de dolor, el endemoniado lo acariciaba hasta calmarlo y una vez recuperado, volvían los castigos.

Cuando su hijo murió, Baigorria (tal era el nombre del estanciero) vendió el caballo – hombre a un turco buhonero.

En manos de este propietario, el científico europeo sufre un acontecimiento inesperado: su bautismo como nuevo ser. Ya no será sustantivos comunes: caballo – hombre o viceversa. No. A partir de entonces, tendrá un nombre propio.

Fue por lo siguiente. La primera vez que lo hizo actuar en la plaza de Henderson, los vecinos atraídos por el espectáculo y la curiosidad, le preguntaron cómo se llamaba el caballo. El turco vaciló. No había pensado en ese detalle. En su mente, se agolparon varios nombres y escogió Babieca[3], en primer lugar, porque lo asoció a algún caballo famoso que él era incapaz de precisar y también, porque era de fácil pronunciación para su español marginal.

Así, comienza la vida pública de este Babieca criollo que durante 5 años recorre todos los pueblos de la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba y sur de Santa Fe.

El turco buhonero llegaba a un pueblo y pedía autorización para vender en la plaza. Para atraer a los vecinos y transeúntes, hacía actuar a Babieca que para entonces, no sólo realizaba acrobacias y piruetas, sino también un sofisticado juego de acertijos y habilidades. Si la concurrencia era adulta y la circunstancia lo aconsejaba, el turco ordenaba a Babieca las pantomimas obscenas que hacían estallar en carcajadas a la concurrencia.

Una vez que obtenía la simpatía del público, el turco ofrecía sus mercancías a los presentes.

También actuaba en carreras cuadreras, kermés, fiestas patronales y en cuanto acontecimiento y lugar fuera apropiado para las ventas de su dueño.

El penúltimo destino de la dupla fue la ciudad de Campana. Para ese entonces, el turco terminó de consolidar una fortuna respetable en sociedad con un comisario del lugar, un tal Contreras.

El dinero ahorrado le permitió al turco planificar su residencia en San Diego (California). A tal fin, contrató una barcaza arenera que lo llevó hasta el puerto de Ensenada. Desde allí, se embarcaría hacia América del Norte.

En Ensenada, antes de partir, el turco vendió a Babieca a unos marineros europeos (ingleses, tal vez) quienes lo llevan a los barcos amarrados en el puerto y, de noche, a los prostíbulos. Lo hacían mantener relaciones sexuales públicamente con prostitutas para regocijo de la concurrencia y a cumplir con todas las piruetas, acrobacias y habilidades adquiridas.

Una madrugada lo abandonaron en un baldío de Ensenada, de donde lo recogieron unos obreros municipales que no sabían qué era eso. Murió en el corralón municipal como consecuencia de una septicemia, originada en los nidos de piojos alojados en su cuerpo.

Lo enterraron en Boca Cerrada[4] donde sepultaban los caballos municipales cuando morían.



[1] El colegio industrial Albert Thomas está situado en calle 1 entre 57 y 58. El estadio del club Estudiantes de La Plata es vecino al colegio, está construido en calle 1 entre 55 y 57. (El Ordenador)

[2] Cacique ranquel. (El Ordenador)

[3] Nombre del caballo del Cid Campeador, héroe español de nombre Rodrigo Díaz de Vivar (1030-1099). (El Ordenador)

[4] Formación selvática a orillas del Río de la Plata, en la localidad de Punta Lara, partido de Ensenada provincia de Buenos Aires. (El Ordenador)

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