domingo, 6 de febrero de 2011

“Biografía Criolla (VI de VI)-El relato de Helio Ural (el Grillo) Rodríguez Valdez”








Por Roque Domingo Graciano





q) "ahí nació un romance que perduraría toda mi vida"

- Quizá, la agresividad de la infancia la volqué contra mi madre porque al finalizar el primer año en el Albert Thomas y el comienzo del segundo, estalló la peor crisis familiar. Hoy, pienso que era natural. Yo tenía 13 o 14 años y mi madre 38 ó 39. Las discusiones, de una violencia que solían llegar a lo físico, estallaban a la hora del almuerzo. Cuando salía de la escuela, a las 12 y veinte, me dolía el estómago y buscaba cualquier excusa para no regresar a casa. Me quedaba a charlar con un compañero, en los talleres de la escuela, en la biblioteca o iba a la casa de un compañero. Buscaba, en fin, cualquier pretexto para no regresar a casa y tener que enfrentar a mi vieja. Después, me agarraba hambre; me cagaba de hambre y no tenía mucho dinero. Así, un día me tomé el tranvía 25 y aparecí en la calle Nueva York de Berisso. Allí, no sólo comía opíparamente por unos centavos sino que ahí nació un romance que perduraría toda mi vida. Más tarde, después de comer en un boliche, iba a la casa de un compañero para estudiar o volvía a la escuela porque dos días a la semana tenía “taller” a la tarde y un día educación física. En definitiva, regresaba a mi casa ya de noche. Comía algo de la heladera y a la cama. Mamá no me veía, a esa hora estaba trabajando en el taller de encuadernación. Los sábados y domingos, al mediodía, también me iba a Berisso para comer y reunirme con amigos. La consigna era “mínimo contacto con mi madre”.

Poco a poco, en la calle Nueva York consolidé un grupo de conocidos y amistades que han durado toda mi vida. Algo más, allí adquirí mi primer oficio: electricista y con eso, plata fresca que me independizó.

- Un turco de la Nueva York había comprado cientos de radios eléctricas (aparatos radio receptores) que habían entrado de contrabando. El 80 % de los aparatos estaban fallados; eran pequeñas fallas como un cable desoldado o una perilla floja. Arreglé la totalidad de los aparatos y me entró buena guita y gané la fama de “técnico–electrónico”. A partir de ese día, todo trabajo delicado me lo derivaban a mí. Los aceptaba en la seguridad de que tenía el respaldo de los maestros de la escuela quienes me auxiliarían si lo necesitaba.

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