domingo, 31 de enero de 2010

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez






Por Roque Domingo Graciano


q) “Recordé su voz suave, sus manos pequeñas, sus glúteos con pecas y lloré”


- Tal como Lita lo había previsto, salí a la semana. Eran las 9 de la mañana; el sol me golpeó el rostro sin piedad; papá y Juan me esperaban en la vereda. Misteriosamente, sentí un desgarro al separarme de Lita. Recordé su voz suave, sus manos pequeñas, sus glúteos con pecas y lloré.

Papá había hecho averiguaciones por su lado y coincidió con mi compañera de cautiverio. Tenía que salir del país. La situación del Pata había empeorado; en la Facultad de Medicina se negaban a entregarle su título de médico. Por suerte, él tenía un certificado analítico legalizado que le permitía ejercer de alguna manera. En síntesis, ni mi situación ni la del Pata aconsejaban que nos quedáramos. Seguimos viviendo separados y nos rotábamos de casa en casa, usando viviendas de familiares.

El Pata conservaba excelentes contactos con los círculos de la Iglesia Católica de Córdoba que nos facilitaron la huida. Viajamos a la ciudad de Posadas, provincia de Misiones y estuvimos 20 días en un convento. Allí, nos entregaron una documentación que acreditaba nuestro viaje a Mozambique en una misión de ayuda humanitaria. El certificado analítico del Pata fue suficiente para que lo admitieran en la comitiva.

Con un grupo de cursillistas[1], viajamos a Asunción y de Asunción, en avión, a Lima. De Lima a México. Cuando bajé en el aeropuerto Benito Juárez, abracé al Pata y lloré. Esa noche, en el hotel de la Plaza de Armas de México, recordé que en meses era la primera vez que lo besaba al Pata. Se nos abría un nuevo camino no exento de dificultades.

El Pata estaba distante; el diálogo, que nunca fue ni abundante ni fluido, tendía a ser inexistente entre nosotros. No obstante, el Pata seguía siendo un tipo leal y confiable. En un vuelo directo, llegamos a Roma y sin salir del aeropuerto de Fiumicino, volamos a Mozambique.

Fue un golpe duro. Mozambique era un rancherío poblado de restos humanos que se arrastraban en la tierra sucia y maloliente. No había un lugar donde cagar con una mínima sensación de seguridad, en una elemental situación de higiene. Se dormía entre las ratas y las cucarachas, en el suelo de tierra o sobre tablones de madera. Los hombres, las mujeres y los niños dejaban que las moscas recorrieran sus caras, sus cuerpos, sus brazos sin espantarlas. No tenían fuerza ni voluntad para espantar las moscas que los recorrían pesadamente.

Fue un infierno de 30 días. El Pata se ligó y mentalizó con un grupo de voluntaristas y estaba dispuesto a tirar para adelante. Hablé con él en varias oportunidades y los líderes del grupo hablaron conmigo pero esa situación, esa vida, no la podía soportar ni drogada; era peor que un campo de concentración. Más miseria, imposible. Para colmo, decidieron internarse en Mozambique para socorrer una tribu que estaba en extinción como consecuencia del hambre y las enfermedades.



[1] Estructura ligada al Opus Dei, instituto de la Iglesia Católica (El Ordenador)


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