lunes, 4 de enero de 2010

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez





Por Roque Domingo Graciano






ll) "Fue un brusco despertar"



- Una noche nos reventaron el departamento a las 3 de la mañana. El Pata estaba durmiendo en el dormitorio y yo estaba corrigiendo unos trabajos de los alumnos en el comedor. Habíamos dejado la puerta del departamento sin llave, desaprensivamente. La puerta se abrió violentamente y antes de que alcanzara a ver algo, me encajaron una bolsa de arpillera en la cabeza. Me golpearon y me ordenaron que me quedara quieta. Escuché que abrían la puerta del dormitorio. Un golpe y un grito. “Mataron al ‘Pata’”, pensé. Habían transcurrido 30 segundos desde que ingresaron. Nuevamente, “sentí” que se abrió la puerta del departamento y una voz de damajuana gritó: “¡Pelotudos, este es el noveno! ¡Abajo, boludos, abajo!” Salieron en tropel ¿Era realidad o una fantasía producto de nuestros miedos, de nuestros temores? Yo tenía la boca reseca. Sentía que en el estómago me hurgaban con tenazas calientes, me apretaban, me retorcían. No atinaba a ponerme de pie ni a quitarme la arpillera de la cabeza. No escuchaba ningún ruido. Venciendo todos lo temores me quité la capucha. El comedor estaba más o menos como antes, salvo unas sillas caídas en el piso. En eso estaba, cuando del dormitorio, desnudo y con una bolsa de arpillera en la mano, apareció el Pata. Sabía menos que yo. Se despertó ahogado por una mano. Pensó que era una pesadilla. Deambulábamos por el comedor como dos muñecos de estopa. Al rato, comprendimos que habían cometido un error. Estaban en el departamento de abajo, en el departamento del profesor de la Escuela de Periodismo. No escuchábamos voces ni gritos. Sólo se escuchaba el zumbido de máquinas pequeñas como taladros eléctricos o amoladoras. Cerramos la puerta con llave. Apagamos las luces y permanecimos despiertos hasta el amanecer. El Pata tenía un ataque de hígado y yo no podía respirar. Me ahogaba. Antes de las siete de la mañana, cesaron los ruidos en el departamento del octavo piso. Lentamente, comenzó a funcionar el ascensor del edificio. La gente salía rumbo a sus obligaciones matutinas. A media mañana, nos dormimos.

Fue un brusco despertar. Charlé la cosa con mi viejo y me aconsejó que me fuera de La Plata. El Pata sufrió otros encuentros similares. Teníamos la sensación de que nos seguían. Al poco tiempo, una alumna mía apareció acribillada a balazos en el camino que une Villa Elisa con Punta Lara. Tenía 30 tiros de 9 milímetros. Había dormido en mi departamento la semana anterior. Con el Pata, decidimos abandonar el departamento; estaba muy quemado. Meses antes era como la “casa del pueblo”. En la calle, me crucé con Adolfo. Le conté el proyecto. “Si te vas, es por algo”, me dijo. No encontraba salida. Dormíamos algunas noches en el departamento y otras no; eso sí, todos los días pasábamos y habbamos con el encargado del edificio para dar una imagen de normalidad. “Hay que minimizar riesgos, sin despertar sospechas”, dijo Adolfo. Volví a los psicofármacos. Sabía que perdía años de sacrificio pero no podía vivir “sin muletas”.

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