sábado, 6 de febrero de 2010

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano




r) “me miraban distantes y especulativos, como calculando qué me podían sacar”


Hablé con el Pata por última vez. En él, predominaban su formación católica y su vocación de médico. En esa circunstancia, se sentía útil, necesario y sus estudios plenamente justificados. Decidimos separarnos buenamente pese a que él deseaba que lo acompañara. Comprendió y respetó mi decisión. Volví a Italia, Roma. Otro infierno. Me ligué a los grupos que giraban en torno al ex gobernador Bidegaín. Un espanto. Tipos que habían comido y dormido en mi casa, que se habían acostado conmigo y hasta chupado la cachucha, me miraban distantes y especulativos, como calculando qué me podían sacar. Un asco. Habían envejecido de golpe, prematuramente. También yo había envejecido, aunque no me diera cuenta. El actual diputado Domínguez me tendió una mano: me dio unos pesos y me consiguió donde vivir; a los 15 días, le puso precio a su ayuda: “Tenés que hacer de correo. Llevar una encomienda, unos paquetes, a Uruguay y Brasil. No pasa nada. Vos no estás fichada.” Boluda nunca fui. Me mandaban al matadero y no acepté. Quedé en la calle; sin un mango, indocumentada. Trabajo, no encontré. Para sobrevivir no me quedó otro camino que la prostitución. En definitiva, de alguna manera ya alguna vez me había prostituido sin apremios económicos, con la panza llena; hoy, pensé, está plenamente justificado.

Al principio, fue un éxito rotundo. Había traído un pareo de Mozambique. Me vestía con el pareo, el pelo tirante, acentuado el tamaño de mi nariz y una ajorca de oro en el tobillo izquierdo. Armaba una belleza exótica con fuerte atracción entre los gringos. ¡Un éxito! Me llovió la guita y hasta conseguí que un fulano regularizara mi documentación como exiliada política. Pero, la droga, el alcohol y algunas enfermedades me hicieron pelota. Perdí el dominio de mí misma y de mi situación. La mayoría de los clientes eran tipos piolas que buscaban un momento de placer y listo; algunos se ponían pesados, peligrosos. Un empresario contrató mis servicios por una tarde. Todo bien. Al empezar el trabajo le pedí que no me ensuciara el cabello porque tenía un lavado especial. ¿Sabés lo que me hizo ese hijo de puta? Me eyaculó sobre la cabeza. Me ensució el pelo. No lo pude resistir y comencé a llorar. Caí en un estado depresivo. El gringo, hijo de puta, se reía; me arrebató el dinero con el que me había pagado y huyó.

Contraje una enfermedad venérea y creo que eso me salvó. Estuve internada 7 días. Durante ese tiempo, reflexioné. Hablé con Juan, mi hermano, y decidí regresar a la Argentina. “Primero viajá a España y desde ahí comunicáte conmigo. Te informaré cómo está la cosa por aquí.” Muy deteriorada llegué a Barcelona. “La cosa está brava. Aguantá en España 6 meses. Papá está enfermo. Te envío una carta.” Papá tenía cáncer; yo estaba totalmente intoxicada. Juan me envió unos dólares y con eso, pobremente, fui tirando. En el ambiente de argentinos en Barcelona, conocí a Miguel, mi actual marido y padre de mis hijos. Fue mi salvación. Miguel había trabajado para López Rega y tenía aceitados contactos en los estamentos españoles; me consiguió un lugar de internación en Madrid. Estuve internada 90 días y 90 días más seguí un tratamiento ambulatorio. Ciento ochenta días y no me cobraron un mango. Todo gratis. Cuando me dieron el alta, Miguel me tenía reservada una sorpresa: una beca para estudiar análisis del discurso en la universidad de Navarra.

Papá empeoraba y la situación política no aconsejaba que viajara a la Argentina. Lo de papá me golpeó mucho. Estaba muy ligada a mi viejo por más que no estuviéramos charlando todo el día. El pensar que mañana mi padre podía no estar me golpeaba. Él era un ancla en mi vida. Una certidumbre en mi existencia. Abrigaba la esperanza de verlo antes de que muriera. Mientras tanto, mi relación con Miguel se consolidó en una pareja estable.

- En Pamplona, trabajé en una revista de divulgación científica, gracias a unos contactos que hice en la universidad. Ahí, comencé a valorar, a apreciar el ambiente universitario. Con el correr del tiempo y cuando me hube consolidado en la editorial y en la universidad, volví a relacionarme con políticos argentinos, en gran parte por Miguel. Viajamos a París y tuvimos reuniones con políticos argentinos y latinoamericanos que trotaban por “el viejo mundo”. Todo bien. Ahora, mi espacio era otro. No era una militante perseguida, una mina que flotaba a la deriva sino una comunicadora, una docente universitaria con un marido que tenía vínculos políticos. Desde ese lugar, la política se ve y se comprende de otra manera. Te miran y te tratan con otra piel: vaselina y guante de seda. Otro mundo.


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