martes, 26 de enero de 2010

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano



p) “lo esperaba con toda la pasión de una mujer virgen de 45 años”


- Compartí la celda con Lita Kolodgny. Para el momento histórico que se vivía en la Argentina, la pasamos muy bien. Entablamos una relación fuerte y me ayudó mucho. Después del último interrogatorio me dijo: “en una semana o diez días te largan; no obstante, no te quedés en el país porque la situación de las fuerzas armadas es cambiante. Lo que hoy lo ven de un color, dentro de un mes pueden verlo de otro. Hacé kilómetros.”

- Lita Kolodgny estaba detenida por una causa penal. Todos los días, recibía la visita de sus abogados, médicos y otros profesionales que la atendían. Era de una familia de clase media bien alta, plus; tenían propiedades importantes cerca de la Catedral, en plaza Moreno. El padre, que murió joven (cuando Lita y su hermano Fernando andaban por los 25 años), había sido gerente de un grupo financiero que controlaba frigoríficos, fábricas de alimentos, empresas constructoras y explotaciones agroganaderas.

Los Kolodgny habían educado a sus dos hijos dentro de parámetros estrictos, represores. Con la muerte del padre y la residencia de Fernando (el hermano de Lita) en la provincia de San Juan, la madre se concentró en “vigilar” a la hija.

Fernando, con el paso de los años, tuvo 6 hijos (¡castito el nene!), mientras Lita iba de la oficina a la casa y de la casa a la oficina. Recién a los 30 años, por un compromiso familiar y ¡acompañada por una amiga de la madre! hizo un viaje a Israel. Después, se liberó un poco de la vieja y por inexcusables obligaciones laborales viajó a Brasil, Europa y Estados Unidos aunque la coraza forjada por la familia no la pudo romper. A todo esto, para desgracia de Lita (y de la madre, por supuesto), la vieja sufrió de un cáncer feo: metástasis, cobalto, rayos, silla de rueda. Lita, cuarentona, siguió con la oficina y con la atención de la madre.

- El hermano se borró, como suelen hacerlo los varones.

Por una cuestión de herencia, Lita viajó por segunda vez en su vida a Israel. Un viaje breve, 7 días para arreglar y firmar papeles. En Tel Aviv, una situación bélica la detuvo más de lo previsto. En su estadía forzada, conoció un francés, Jon Candau, quien no sólo se alojaba en el mismo edificio que Lita sino que también, como ella, realizaba trámites en el Ministerio del Interior israelí.

Candau oficiaba, en ese momento, de gestor: por poder y mandato de otros. El caso que diligenciaba el francés era el siguiente. Un danés, Louis Hjemslev, había muerto en Jerusalén y los familiares del danés querían que fuera enterrado en Jerusalén de manera laica, exento de cualquier rito religioso. Ahora bien, como en Israel el nacimiento, el casamiento y la inhumación de personas, sólo se puede realizar en el marco de alguna religión, la tarea de Candau era lograr la pertinente autorización para hacerlo “por civil”. Hacía más de un mes que el cadáver de Hjemslev “descansaba” en una cámara frigorífica.

Una noche, entre las calles oscuras y prohibidas de Tel Aviv, Lita le enseñó a Candau algo que en su larga e inquieta vida Candau no conocía. (Lo que es decir bastante en un cincuentón, viajero impenitente desde los 15: marinero, inspector de vuelos, camarero en el tren París/Moscú, entre otros oficios y quehaceres diversos). Lita le enseña a hacer milanesas, le enseña a comer sándwich de milanesas. Cómo se elige y se corta la carne para milanesa; cómo se baten los huevos, sal, ajo, pimienta, perejil; cómo se calienta el pan para el sándwich. “La milanesa, una vez que se la retira de la sartén, se la sumerge en una olla de agua hirviendo. Así. Se la quita, rápidamente. Se abre el pan caliente. Medio ají asado y ¡buen provecho! ” Candau comió con fruición. Pensó, mientras masticaba, que eso y una botella de cerveza hubieran hecho más feliz su adolescencia en su rocosa tierra natal; y también, que esa comida era la que había deseado, una noche, entre los lagos de Alaska. La envolvió a Lita con una mirada de agradecimiento.

Lita regresó a la Argentina virgen como había llegado en su segundo viaje a Israel, sin haber visto el pene de un hombre, (sin haberlo tocado y acariciado, sin haberlo besado: su obsesión) sin que un hombre le acariciara el clítoris, sin que un hombre le hubiera acariciado los senos, ni besado la nuca. Sin una promesa ni un gesto que la hiciera abrigar una esperanza. No obstante, se sintió transformada, emocionalmente convulsionada. Cuando cruzaba el Atlántico, tuvo la certidumbre de que había seducido a Candau. Aunque no se lo hubiera manifestado, lo poseía; no sólo sería el hombre que la besaría, la acariciaría y la penetraría sino algo más, un algo más que no podía comprender en ese momento.

Al ingresar el avión a la bahía de Guanabara, Lita repasó en su mente (para que se fijara en la de él) la noche que, mientras sonaban las sirenas de alarma y los carros de combate se aprestaban en la oscuridad de la ciudad asfixiante, le contó a Candau cómo era la ciudad de La Plata. Dibujó un plano de la ciudad con sus calles, sus plazas y diagonales. “La diagramó Pedro Benoit, un masón francés, como vos.” Candau con su anillado dedo meñique señaló Plaza Italia y dijo:

- “Este es el centro de la ciudad”.

Lita, tercera generación de platenses, lo corrigió:

- “No, el centro de la ciudad es plaza Moreno[1], la plaza de mi barrio; es ésta”.

- “¡Qué raro!”, exclamó el francés.

Lita, programando el futuro, le explicó con minucia y detalle cada lugar de la ciudad de La Plata, sus costumbres y cómo llegar con precisión a su casa, a la puerta de su habitación. Vehemente, sabía que Candau no le fallaría.

Habían pasado 72 días, con sus noches, después de su llegada. La madre dormía medicamentada. Lita, acostada en su cama, desnuda, con los ojos abiertos ya no pensaba en el trabajo de la oficina. Estaba distante de sus tareas laborales por primera vez en su vida. “La contadora anda mal.” “La madre está muy enferma, en silla de ruedas, la asisten 3 enfermeras permanentemente.” “El viaje a Israel la trastornó. Para nosotros, la guerra es una noticia periodística; para quien la debe vivir es bravo; te deja de la nuca.” “Ya lo va a superar.” Ella sólo esperaba lo que sucedería minutos después: que alguien desde afuera moviera el picaporte de la puerta de su dormitorio.

No por esperado, no por anhelado, el movimiento del picaporte careció de sorpresa. Un terremoto sacudió su pecho. Un volcán de sangre golpeó su rostro. Sin vacilar, sin dudar, sin aliento, con las manos empapadas de sudor, abrió la puerta: era Candau y Lita lo esperaba con toda la pasión de una mujer virgen de 45 años, una pasión con atraso, enriquecida en noches de insomnio y anhelo. No hubo palabras, sólo dos cuerpos que, lentamente, se enroscaron, se lamieron, se bebieron, se consumieron con un rito milenario. A la mañana, sumergida en la bañadera, mientras Jon dormía en su generosa cama, Lita se sorprendió de cuánto sabía en materia de sexo y con cuánta facilidad aprendía. “Por la mierda, es más fácil que una conciliación bancaria y más gratificante.”

Así, empezó todo y las visitas de Jon, a la noche, cuando el personal de enfermería se había retirado, se hicieron habituales. Una picada frugal; una copita y el combate sexual comenzaba, siempre, en el baño. Baños de inmersión, caricias, masajes y continuaba en el dormitorio, hasta que, sistemáticamente, Jon, con su español gutural pedía:

- “La vieja, la vieja”.

Entonces, Lita (desnuda, envuelta en besos y semen) traía a su madre en la silla de ruedas: arrugada, pequeña como un niño de 6 años, calva y destruida por la aplicación de rayos y la instalaba en su dormitorio, frente a su cama donde ella y Jon practicaban un sexo sin límites. La vieja, desde la nebulosa de su mente, “veía” cómo Jon penetraba a su hija y Lita (mientras le succionaba el glande a Jon, henchido como una gigantesca frutilla a punto de estallar) sospechaba su mirada de agradecimiento y satisfacción como cuando por primera vez le hizo probar milanesas.

Una mañana, cuando Lita fue a retornar a su madre al dormitorio, descubrió que la madre estaba muerta. Una pegajosa baba era su último mensaje. Lita se descompuso. Jon no actuó con la premura necesaria y el personal de enfermería constató lo que era una vehemente sospecha entre ellos, los vecinos y algunos familiares. El resto fue incontenible. Familiares y vecinos, deseosos de hacerle pagar caro sus éxitos económicos, calentaron los oídos del Obispo de la ciudad. Satanizaron el caso; elementos no faltaban. Fernando, el hermano de Lita, vio el negocio y coadyuvó en la denuncia, la diatriba y la difamación. Los jueces, humanos como la señora de la feria del Parque Saavedra, caratularon el caso como “crueldad mental seguida de muerte y abandono de persona.” Sólo algunos directivos de la empresa donde trabajaba Lita la bancaron. Ella tardó un mes en “despertar”, en articular una defensa y si bien los propios policías le aconsejaban que no declarara sin asesoramiento legal, la inexperiencia y la indefensión anímica en la que estaba en los primeros días, inmediatamente después de la muerte de su madre, la llevaron a la cárcel. “Aquí, en esta celda, en este rincón me reencontré conmigo misma y comprendí la inmensidad y profundidad de la miseria humana.” “También hubo manos que me ayudaron.” “Jon me dio una felicidad inmensa pero extranjero, sin relaciones, no podía colaborar en estas circunstancias.” “Es sonsa la mujer enamorada.” “No importa, hoy estoy más fuerte y dispuesta a ser feliz. Seré feliz, soy feliz en esta celda.” “Mi felicidad será un castigo para los enanos.” “De aquí saldré y viviré a mil, hacia adentro, emocionalmente.”

Salió a los tres años y se instaló en Nueva York. Me comunico con ella 2 veces por año. Está espléndida, seductora: una diosa.



[1] Indica el centro “geográfico” de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)


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