domingo, 25 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami



Por Roque Domingo Graciano




k) “No te subas nunca al viento norte, porque el viento norte trae locos y lleva muertos”[1]



- Viajé a La Plata con la Gringa Cairne que era mi pareja en ese entonces, una flaca a quien, años después, la asesinaron en La Cacha[2] .

Nuestra vida en Rosario se había agotado, necesitábamos un nuevo escenario para dar testimonio de nuestras vidas. Proseguí mis estudios en la Facultad de Medicina y realizaba talleres en la Universidad Católica de La Plata y en el Instituto Superior de Teología.

- Para mí, La Plata era una ciudad muy chica. Casi no tenía distancias. La recorría sin tomar micros. Una ciudad donde los estudiantes eran protagónicos; los vecinos miraban y escuchaban a los estudiantes. En los cines, había entrada para estudiantes. Había grupos de cine, “cine club”. Fundamentalmente, me impactó lo ordenada y limpia que era y sigue siendo. Ese orden y esa limpieza, en mi piel, la hace fría.

Otra cosa que me impactó fue la arboleda. En Rosario, hay árboles pero no armónicamente plantados como en La Plata, donde el trazado de la ciudad se hizo con árboles; después, vinieron las construcciones: calles, casas, edificios. Una plaza arbolada cada 6 cuadras; hay lugares donde hay plaza, árboles y no hay casas, ladrillos, edificación.

También, me llamó la atención la simetría de las avenidas.

Un descubrimiento maravilloso fue la Isla Paulino. La Gringa tenía como hobby hacer fotos de pájaros. Competía en certámenes nacionales e internacionales y obtuvo varios premios en el rubro. No recuerdo si por indicación de alguien o por obra de la casualidad descubrimos la isla: un paraíso para el fotógrafo de pájaros. Todos los fines de semana con sol, viajábamos en el micro 14 hasta Berisso; nos dejaba en el amarradero de lanchas; de ahí, a la isla.

La Gringa reconocía a los pájaros por su colorido, por el canto o por su comportamiento. Compuso un álbum con 176 fotografías de otros tantos pájaros por encargo de la Sociedad Ornitológica del Plata.

La isla quedó en mi alma como un espacio de calma, de paz. Un suave caminar hacia mí mismo. Una vegetación exuberante; un pedazo de trópico clavado en las costillas del Río de la Plata. Los agricultores lombardos se trasladaban entre los canales en botes impulsados con palos (tipo jabalina) no con remos[3]. Las casas de maderas construidas a tres metros de la tierra, sobre pilotes de quebrachos, y el “click” de la Gringa que me sacudía a cada rato.

- La historia de la Gringa es la de miles de asesinados durante la dictadura militar. Era hija, prácticamente única de un kiosquero y de una maestra. Digo “prácticamente única” porque tenía un hermano 15 años mayor. Era el centro de una familia con tres padres.

En la primera juventud se enamoró de la literatura. Borges, Cortázar, Sartre, Simone de Beauvoir eran sus dioses tutelares. La conocí en ese ambiente rosarino. Discusiones hasta la madrugada (entre mate, cigarrillo y ginebra) sobre Historia de una joven formal, Cien años de soledad, Rayuela, La invención de Morel, El muro, El jardín de senderos que se bifurcan y “ainda mais”.

Quería ser la Maga para cambiar y revolucionar el lenguaje.

Cuando conoció los happening de Martha Minujin en el Di Tella y el pop art, su obsesión fue venir a Buenos Aires. Participar de ese ambiente de libertad y creatividad.

Ya en La Plata, a través de Marcel Proust y de la lectura de En búsqueda del tiempo perdido se fue metiendo en el psicoanálisis. Comenzó frecuentando la clínica Sarcot de calle 1 entre 44 y 45 y después, no se perdía un curso o conferencia que dictaran Pichon de Riviere, Talagano, Blejer, Dupetit, Montenegro o Maciel. Viajaba al `centro´ o a Mar del Plata para seguir a sus maestros.

Posteriormente, se calentó con el cine. Iba dos o tres veces por semana. Llevaba una manta y una bolsa de agua caliente porque las salas no tenían calefacción. En invierno, el frío era intenso; en verano, ponían ventiladores y el calor se soportaba. Eran salas inmensas para 600 ó 1.000 personas. Los “continuados” de los martes del cine Mayo eran obligatorios y por supuesto: “Sábado de noche, cine.” Durante algún otro día de la semana, encontraba una excusa para ir al cine: calor, frío, una cita no cumplida, una cursada negada. En fin, algún motivo encontraba.

Después de la proyección de las películas, salía a caminar, a pensar, a reflexionar. Era como si quedara descentrada, ida, de la nuca. Horas después, se reunía con “sus” amigos en los bares (El Parlamento, El Cabildo, La Modelo, El Teutonia) para discutir y debatir sobre la última película proyectada. En verano, deambulaba por las arboladas diagonales platenses o por `el Bosque´. “Sólo con el crujir de las hojas, se puede penetrar el arcano de Bergman.” ¡Un delirio!

Rechazaba el cine de Hollywood y la comedia italiana. Bergman, Fellini y Antonioni eran la “santísima trinidad” ante la que se inmolaba. Hiroshima mon amour o El Silencio, dos íconos cósmicos sobre los que derramó millones de energía, suficiente como para erradicar el hambre del planeta.

Debatía, lloraba, discutía, imitaba esos productos cinematográficos. Veía y sentía la vida a través del cine, de “ese” cine.

- Me refiero a la Gringa y “su” círculo de intelectuales. En Ringuelet, se iba poco al cine y cuando así sucedía era para ver una del Palo Ortega o de Sandrini. La muchachada de los barrios iba al cine Roca[4] a ver tres de Isabel Sarli por un peso.

Aún, dentro del ambiente universitario la actitud de la Gringa y los suyos no era hegemónica. Yo estudiaba con un flaco de Pehuajó, Juan Sebastián, que tenía una relación espontánea, no problematizada con el cine. Para él, el cine era un entretenimiento y punto. Una noche fue a ver Vivir su vida, una película que la apasionaba a la Gringa. Cuando la Gringa le preguntó qué le había parecido, qué opinión tenía, Juan Sebastián le dijo: “Una mierda. Una puta que filosofa.” Fue un torpedo en la línea de flotación. La Gringa, herida, replicó: “Claro, para apreciar el cine hay que estudiar.” Sebastián que era un joven provinciano no se achicó: “!Andá a cagar! Lo único que falta es que tenga que estudiar para ir al cine.”

Una madrugada que con Sebastián, íbamos en moto a Melchor Romero para cursar Neuro, me comenta:

- “Anoche fui a ver la película del culo.”

- “¿Qué película?”

- “Ésa, en la que le echan sal y le hacen la colita a la mina. ¡Lindo culo! Bien doradito por fuera y jugoso por dentro. Yo lo hubiera probado, primero, con la lengua[5].”

- Esos grupos no sólo que no hacían deporte sino que no tomaban sol. Tenían la piel pálida y enferma como las gallinas. Jamás ibas a ver a esos “intelectuales” en `el Bosque´ peloteando o simplemente caminando. ¡Jamás! Se la pasaban charlando hasta el amanecer en boliches y departamentos. De día, dormían.

Me refiero a los estudiantes de Humanidades o Bellas Artes. Los flacos de Ingeniería o Medicina, cuando podíamos, nos íbamos a una plaza a pelotear, andar en bicicleta o nadar en la pileta térmica del club Estudiantes. Era otro mundo; otra gente.

- La Gringa siguió con su camino y en esa dinámica, comenzó a frecuentar un grupo que se reunía en calle 115, a media cuadra de la Facultad de Ingeniería, a leer marxismo. Después, siguieron estudiando reflexología marxista, un tal Rubinstein[6]. Más tarde, se enganchó con un fenómeno llamativo que emerge hacia fines de la década del 60 y principio de los años 70: Silo, conocido en tierras cuyanas como el Araña Rodríguez. Un personaje que amalgamaba el hippismo con ciertas filosofías o cosmovisiones hindúes y orientales, sin dejar de escuchar el discurso marxista e interpolar (con audacia y eficacia) a los gnósticos del catolicismo, según teólogos como monseñor Ruda (“manos de carpintero”) y el doctor Pausa. Todo un aparato. Mezclador de lo irreductible y confundidor de lo sagrado y lo profano. Ahora, conocemos la new age, la cocina étnica y mil mentiras más. En la década del 60, eso no era frecuente.

- El mensaje de paz y amor está presente. Es verdad. También hay que ver qué manipulación se hace de ese mensaje. Detrás de grandes banderas, se pueden ocultar grandes crímenes. Si bien éste, es un caso de moneditas. No debo magnificar.

Reconozco, sí, que fue un adelantado. En plena guerra fría, intuyó un mundo ligh, descafeinado. Hizo escuela y ainda mais.

- Antes de Silo, incursionó en el hippismo.

Una tarde, regresé a nuestro departamento después de tres días de ausencia. (Había estado de guardia, cursadas y un final). La puerta del departamento estaba adornada con flores e íconos. Pensé que me había confundido de piso. Verifiqué: ¡era mi departamento! Entro y la encuentro a la Gringa, en el suelo, haciendo trabajos de artesanías en cuero. Vestía túnica larga, sandalias, tatuajes, aros, pulseras y un peinado con reminiscencia gitana o india (de los indios de Hollywood). Yo no entendía nada.

Se había incorporado a un grupo de “artesanos” que tenía su centro operativo en las cercanías del Hospital Gutiérrez.

- El marxismo, el hippismo, el psicoanálisis y los curas obreros eran un tetraedro explosivo. Calentaba las mentes y revolucionaba las hormonas. No sólo trastocaba la sociedad sino que se metía, de alguna manera, en espacios insospechados, como en las estructuras rígidas y vigiladas de los institutos de la iglesia católica. Costaba desprenderse de la acepción, enfoque o definición que estas corrientes daban a determinados fenómenos sociales.

Se hablaba de “liberación” con ligereza. Uno de los más destacados teólogos de La Plata nos explicaba que el evangelio era incomprensible sin el lexema “liberación”. Por supuesto, estaba todo el rollo del llamado “evangelio de la liberación”.

Hoy, la Unión Soviética implosionó. Cayó el “muro de Berlín”. En los años 60, la guerra fría estaba en todo su esplendor. Los límites eran confusos e imprecisos. Evita bailaba con el Che y se homologaban improntas que se repugnan entre sí, como el marxismo y el psicoanálisis freudiano[7], en una simplificación escalofriante que años después retomaría el general Camps[8].



[1] El Sopa. (El Ordenador)

[2] Centro de detención clandestino de la dictadura militar (1976-1983) en la localidad de Lisandro Olmos, partido de La Plata. A 20 kilómetros del centro de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)

[3] El palo es de 3 metros aproximadamente. Se clava a izquierda y derecha para darle al bote la dirección deseada, en un movimiento armónico que compromete al bote y al botero que está de pie sobre la embarcación. (El Ordenador)

[4] Sala cinematográfica instalada en calle 1 entre 43 y 44, frente a la estación del ferrocarril Roca. (El Ordenador)

[5] Alude, aparentemente, a El Silencio, película en la que se ofrece un coito anal; fenómeno infrecuente en la cinematografía de la época. (El Ordenador)

[6] Sergei Leodonovich Rubinstein, rudimentario cognitivista de índole positivista. (El Ordenador)

[7] Este estado de cosas engendra un tipo interesantísimo: el psicobolche. Término compuesto derivado de psiquis más bolcheviquismo. Asimismo, se etiquetaba a novelistas como Moravia de “marxistas freudianos”. (El Ordenador)

[8] Jefe de la policía bonaerense durante la dictadura militar (1976-1983). (El Ordenador)


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