miércoles, 21 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami




Por Roque Domingo Graciano



j) "los fenicios vendían hierro"




- Me relacioné con la venta de libros desde muy jovencito, tenía 14 años. Por ese entonces, a raíz de un conflicto del gobierno con las editoriales, varios textos escolares desaparecieron del mercado: no se vendían en las librerías. La mayoría eran textos relacionados con la enseñaza del inglés y francés, también estaban agotados textos de otras asignaturas. Papá me los consiguió a través de un antiguo promotor de seguros que también vendía libros. El señor Manuel Murgía, así se llamaba el promotor, me dijo que si necesitaba más libros él me los vendía y yo obtendría una comisión. Vendí libros en mi división, en otras divisiones y a los pocos días los profesores me mandaban compradores, incluso de otras escuelas. En ese entonces, la enseñanza se vertebraba en textos, en libros, tinta y papel. Se corrió el rumor de que mi viejo era librero. Mentí. Dije que mi viejo era contador de una librería importante de Buenos Aires y los conseguía de ahí. La mentira tenía sus fundamentos. El señor Murgía, el primer día en que lo conocí, cuando fui a buscar mis libros, me contó varias anécdotas. Entre otras anécdotas y relatos, me dijo que los fenicios vendían hierro a todos los pueblos del mediterráneo pero nunca revelaron el secreto de dónde lo obtenían. La reserva sobre la fuente del hierro, de dónde salía, era su fortaleza porque si no les pagaban o los hacían prisioneros, ellos limitaban o cortaban la provisión de hierro, el que, ahora se sabe, provenía del archipiélago británico.

Al año siguiente, vendía textos escolares en escuelas primarias y en otras escuelas secundarias. Facturábamos un 15 % por debajo de las librerías. Así, me fui haciendo una interesante red de clientes. A partir del mes de abril, vendía libros en los kioscos de diarios y revistas. Por ese entonces, no había una política editorial para la venta callejera, ni siquiera en Buenos Aires. En ese sentido, el gallego Murgía fue un precursor.

Con el tiempo, lo acompañaba a Buenos Aires a buscar libros. Compraba en un mayorista e importador que residía en las inmediaciones del Hospital de Clínicas. También, viajaba a Santa Fe y Córdoba. Los viajes deterioraban mi rendimiento escolar por lo que no abusaba. Un mes de noviembre, Murgía me hizo una propuesta que me fascinó: “He pensado que vos y Sbatella pueden vender libros en Mar del Plata y ciudades balnearias cercanas, durante el mes de enero y febrero. Eso no dificultará tus estudios.” Sbatella era un vendedor experimentado y funcionaría como mi jefe en esa expedición mercantil. Para movilizarnos, contábamos con una “familiar” Di Tella 1500, color verde.

El 29 de diciembre instalamos nuestro cuartel general en un hotel de Mar del Plata, frente a plaza Mitre. Llegamos con la 1500 cargada de libros hasta las verijas. En la ruta, los elásticos de la “familiar” rozaban el pavimento si acelerábamos. Un éxito de ventas. El gallego nos abastecía con un cargamento semanal de libros.

También, en esto de vender libros en el verano, Murgía fue un visionario. Por entonces, se pensaba que los libros no se vendían en verano. Para nada. Vendimos en Pinamar, Villa Gesell, Miramar y por sobre todo en Mar del Plata.

- Mar del Plata es una ciudad que me hizo cosquilla, como rosarino. La Mar del Plata de entonces no era la de hoy. La avenida Colón no tenía los edificios de ahora sino que eran mansiones con tejas coloniales y madera de primera calidad. Veraneaban familias enteras con cuatro o cinco hijos más dos sirvientas y una cocinera. Todo bacán, todo de primera.

- Había edificios de departamentos pero eran muy pocos; no eran ostensibles. La clase media se hospedaba en hoteles y los pobres no veraneaban. Como yo, iban a Mar del Plata a trabajar.

Volví a Mar del Plata en el mes de junio, con Murgía porque nos habían quedado algunas facturas para cobrar. Cuando entré a Mar del Plata, creía que estaba en otra ciudad. En la zona de la catedral (entonces se llamaba basílica de San Pedro) y plaza San Martín, no había más de 3 personas y todos, absolutamente todos los negocios estaban cerrados. Los de calle San Martín, los de Independencia, los de Alem. Todos. Las vidrieras y las puertas tapiadas con madera de pino y clavos, como en Miami cuando se avecina un huracán. Me entró una sensación rara de soledad y temor. Había conocido una ciudad joven, llena de alegría, vida y sexo y ahora, me encontraba con una ciudad cerrada, clausurada donde el viento del mar y la arena danzaban como únicos dueños.

- Las cuentas las fuimos a cobrar al domicilio particular de los comerciantes porque los locales comerciales estaban cerrados bajo madera.

- Tengo entendido, aunque no me consta, que con las ganancias de la temporada (enero, febrero y marzo), los comerciantes vivían durante todo el año. Los comerciantes a quienes nosotros le fiábamos eran conocidos de Murgía; gente experimentada; varios de ellos tenían comercios en Córdoba, Tucumán, Mendoza y en las termas de Río Hondo.

Así, poco a poco y desde temprana edad, conocí el negocio de los libros en la Argentina; muy relacionado, en ese entonces, con la comunidad española y el devenir de la peseta española.

- Mientras viví en la Argentina siempre me mantuve relacionado, en alguna medida, con el negocio del libro. Tenía contactos; conocía el circuito. Siempre, alguna venta anual hacía.

- Espontáneamente, te diría que sí, que se ganaba buena guita para “esa” época, para “esa” sociedad. Una sociedad pobre, en donde una heladera era un lujo para pocos. Rosario tenía un puñado de televisores. No recuerdo más de 10 antenas de televisión; eran antenas gigantes, de 15 metros para captar “un” canal con neblinas e interferencias. Una porquería. Si veías 5 autos en una cuadra, era un velorio o un casamiento. Un viaje a Mar del Plata o Córdoba, una vez cada 2 ó 3 años, era lo máximo que un argentino de clase media podía aspirar. Dejemos de lado a quien viajaba por razones laborales o de negocio. Murgía era considerado de clase media alta: buena casa, auto, mujer, tres hijos, promotor de seguros con 3 ó 4 empleados; vendedor de libros con otros tantos dependientes. No obstante, jamás me enteré que se fuera de vacaciones con la familia. Jamás. Murgía tenía un ingreso similar o superior a un médico consolidado en su profesión, a un médico de 15 años de ejercicio profesional. La gente no gastaba dinero en vacaciones ni en esparcimiento; tampoco, en salud. El entretenimiento popular era el fútbol y el cine. Viajar a Nueva York o Europa era una fantasía que sólo la podían realizar los cogotudos, los bien cogotudos. En “ese” contexto, se puede afirmar que, en el último lustro de la década de 1950, la venta de libros dejaba guita.







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