sábado, 3 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami





Por Roque Domingo Graciano



h) Tenía el alma, el corazón y el estómago curtidos

- Lo político no era importante en mi familia. La caída de Perón se vio como un alivio porque había amenazas: obligación de colaborar con la Unidad Básica peronista, afiliaciones compulsivas, presión para que se usara ciertos emblemas peronistas (luto, escudo, bandera).

En mi casa se hablaba poco de política. No había discusiones políticas ni jamás hubo militantes políticos en la familia. Papá tenía un amigo que había sido funcionario peronista, sin embargo jamás habló de política en casa.

- Mi padre era un lector de novelas, raramente leía algo de política. Le gustaba la novelística norteamericana: William Faulkner, Ernest Hemingway, John dos Passos. Básicamente, era indiferente a la política y al fútbol. Mis abuelos sí, ellos eran futboleros. Mi abuelo paterno había jugado en Central entre los años 1918 y 25. Cuando yo era chico, mi abuelo me llevaba a la cancha; él tenía platea. Los domingos “a la cancha”; íbamos con dos o tres amigos de mi abuelo. Toda una vida ligada a “los canallas”.

Creo que el fútbol es un hecho social medular. Hace a la alegría, a la magia y es una ovación a la belleza física, al esfuerzo y a la destreza corporal. Es un hecho mágico donde mente y cuerpo brindan al unísono. Cuando llego a la Argentina, lo primero que hago es ver cuándo juega Rosario. Generalmente, en el avión ya me entero y programo mi vida a partir de dónde y cuándo juegan “los canallas.”

- A mi madre no le gustaba el fútbol y si le preguntaban de qué cuadro era decía “de Newell´s”, para llevarnos la contra.

- Como corresponde a una familia de origen italiano mi madre era católica y mi viejo, sin dejar de ser católico, era medio rebelde. En la vejez , va a misa regularmente. Por supuesto, tomé la comunión y todos los sacramentos. Soy católico.

- Tengo la fotografía con un gran brazalete blanco y riguroso traje azul, pantalón corto, zapatos negros y medias “Carlitos”, marrones.

- La parroquia estaba a 7 u 8 cuadras de casa y ahí teníamos una profesora de catecismo que nos enseñaba el camino hacia Dios y nos excitaba sexualmente con el par de tetas que calzaba.

Para la confirmación, teníamos al padre Tito, un cura gordo. Ahí comenzó mi experiencia de chupinero. Me iba a la plaza, a jugar al fútbol, a charlar con los vagos.

A misa, fui entre los 12 y los 15 años. En esa etapa, asistía a misa con regularidad, llegué a ser monaguillo y ahí me hice amigo de varios curas. A los 18 años, sí, me integré a la iglesia; no en la parroquia del barrio sino en la catedral de Rosario. Allí, comencé a estudiar documentos que después, en los medios de comunicación, se llamaron tercermundistas y documentos que vertebraron el Concilio Vaticano. Me empapé mucho de esa literatura; dediqué mucho tiempo y energía a esa problemática. Ese círculo de gente me marcó para toda mi vida. Gente que había hecho una opción por los pobres, a la luz de Juan XXIII. Desde ese haz de pensamiento, hice una lectura de la historia y la realidad social y política de la Argentina.

Ahí, comencé mi trabajo barrial y mi trabajo en “las villas”. Cuando mi ex mujer, la Gurisa Martínez, me decía en Mozambique que ella no se explicaba cómo yo podía aguantar “eso” (refiriéndose a la pobreza y miseria de la población), la comprendía. Yo había trabajado la miseria humana 15 años antes y no en África sino en la Argentina, en Rosario. Tenía el alma, el corazón y el estómago curtidos y un amor inquebrantable hacia el sufriente. Eso lo construí allá, en Rosario, lavando heridas infectadas y salvando mujeres que se habían hecho un aborto con una aguja de tejer.


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