sábado, 3 de abril de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami




Por Roque Domingo Graciano



g) “Fue una defensa heroica, adolescente”

- Al golpe de 1955, lo tengo muy presente porque lo he ido reconstruyendo en el tiempo, a través de relatos orales, indicios y testimonios, más allá de lo que viví personalmente.

Córdoba era el foco antiperonista y Rosario era leal a Perón. Calle Córdoba (que en su prolongación es la ruta que une Rosario con Córdoba) estaba cerca de casa, a menos de 5 kilómetros. Sobre esta calle - ruta, los rosarinos salieron con revólveres, escopetas de caza y pistolas calibre 22 a enfrentar las tropas que venían de Córdoba. Los aviones bombardeaban a la gente del barrio que no tomaba conciencia de que podía morir. Tiraban bombas y ráfagas de metralletas y los pobladores, con pequeños revólveres, de forma anárquica, enfrentaban los aviones.

Cuando llegaron las tropas de Córdoba, pasó un hecho curioso. Los oficiales ordenaron que los soldados ingresaran al barrio y reprimieran pero los soldados cordobeses tiraban para arriba para no matar a nadie y sí engañar a los oficiales haciéndoles creer que cumplían con la orden de reprimir. Entonces, la gente del barrio quedó desconcertada porque cómo iban a matar a los soldados si ellos no querían matar a los vecinos del barrio.

Sobre calle Córdoba, había dos cafés. Uno reo (“El Indio”), con mesas de billar y vagos que se pasaban jugando a los naipes todo el día. El otro era decente (“El cacique”), donde se reunía la gente que trabajaba; aquellos que tenían trabajo estable y familia constituida. Allí, en “la esquina de los dos bares”, se parapetaron grupos peronistas dispuestos a impedir el avance de las tropas del ejército que venían de Córdoba. La gente estaba motorizada por los líderes de las Unidades Básicas peronistas, muchos de ellos, mujeres que también eran las encargadas de las tareas de asistencialismo, afiliación y gestoría.

A esos grupos, de manera desordenada, se le unieron, en la resistencia, soldados del Regimiento 11 de Rosario. Fue una defensa heroica, adolescente. Las veredas y paredes de “la esquina de los dos bares” testimoniaron, durante semanas y meses, lo desgarrador del combate: impactos de municiones de grueso calibre, rastros de cuerpos arrastrados, vestigios de masa encefálica, cabellos, uñas, dentadura y pedazos de telas ensangrentadas de camisas y pantalones.

Dada la cercanía del combate, mi familia decidió abandonar la casa en tres grupos y con un intervalo de 30 minutos para no llamar la atención. Huimos a pie, hacia el centro de Rosario, a través de barrios pobres y ahí, en esa huida (yo iba con mi abuelo y un perro callejero que nos siguió) vi muertos con uniforme y sin uniforme. Hasta el día de hoy, tengo la imagen de un soldado muerto: estaba tendido boca arriba con casco y tenía la mano derecha reventada como si le hubiera estallado una granada; unos jirones de carne por mano; no tenía otra herida. Yo le buscaba otra herida y no la encontraba, ni en el pecho, ni en la cabeza, ni en las piernas. Estaba rígido, muerto, en una zanja de aguas servidas. Más allá, detrás de los cercos de las casas había otros cadáveres. La mayoría con rústicas camisas beiges, pantalones de un algodón ordinario y alpargatas.

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