miércoles, 12 de mayo de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami



Por Roque Domingo Graciano





ll) “vivíamos en una sociedad militarizada”



- Mi vida prosiguió en La Plata con un perfil bajo: estudiando, trabajando y por sobre todo, brindando un servicio a mis semejantes. En esa vocación de servicio, no siempre tuve la lucidez suficiente como para dar la respuesta precisa en el momento justo.

Casi dos años más tarde, me casé con la Gurisa. Después, la cosa se puso dura. La Gringa cayó presa y, como te conté, la asesinaron en Olmos. El Buda Cardozo, un ex novio de la Gurisa, cayó en un enfrentamiento. A la Gurisa, la metieron presa; fue una detención legal pero, como se sabe, la legalidad de la dictadura es lábil.

- Hoy, a 15 años de distancia, tu pregunta me desorienta. Tengo la sensación de que por ese entonces viví en un reñidero: una síntesis de Pelotón y Perros de la calle. Visto a la distancia, sólo tuve dos contactos con las fuerzas de la dictadura y en los dos casos creo que por error. El primer caso seguro que fue un error: en lugar de allanar el octavo piso “reventaron” el noveno, donde yo vivía. ¡Qué cagazo! ¡Qué cagazo! El segundo caso fue cuando la CNU y las 3A desolaban la ciudad; yo dormía en distintos departamentos de gente conocida “por si las putas”. Un anochecer lluvioso, golpearon suavemente la puerta del departamento donde yo estaba con dos flacas, escuchando el informativo de Radio Rivadavia. Adriana, la dueña del departamento, abrió la puerta y entraron tres gorilas como un tornado. “Manos arriba, cara contra la pared, ¡carajo! ¡No miren! ¡No miren!” Nos pidieron los documentos de identidad y, separadamente, nos preguntaron cómo se llamaban los otros. El objetivo era saber si todos los habitantes del departamento se conocían entre sí, porque los guerrilleros vivían en departamentos (y casas) sin que los otros habitantes de la vivienda conocieran la identidad del guerrillero. Era una manera de detectar guerrilleros; un procedimiento habitual en la ciudad de La Plata.

- Claro, hoy sería una situación inaceptable; entonces, vivíamos en una sociedad militarizada. Todo Occidente, no sólo Argentina, estaba militarizado. Te cuento un detalle de lo fino que se hilaba en materia de procedimientos militares, para–militares y policiales. Cuando se produce el allanamiento que te conté por parte de la patota de Esteban (un policía de Cañuelas), las pibas y yo nos cagamos en las patas pero no nos desesperamos, sabíamos que la cosa tenía un final feliz; ¿por qué?; un detalle, un pequeño detalle que los jóvenes de entonces manejábamos. “Si la taquería te ordena que no los mirés, la cosa no es brava. Están investigando y no quieren ser identificados. Ahora, si los tipos van de frente y se dejan ver e identificar sin inhibiciones, perdiste; sos un detenido ilegal, un desaparecido.”

- Si bien nunca fui detenido ni citado, había una atmósfera de temor, una sensación de náusea. Yo atendía una “salita de primeros auxilios” en Ringuelt, calle 3 y 514. Lo hacía gratuitamente, como parte de mi trabajo comunitario. Un día, un pastor adventista que tenía una iglesia en la zona y que colaboraba con la ´salita´ y con la comunidad, me aconsejó que me fuera y me orientó con precisión para que pudiera incorporarme a un grupo de trabajo humanitario en Mozambique.

Ese pastor fue mi primer contacto con los adventistas. Lo conocí a través de mis pacientes de la salita en Ringuelet. Muchos remedios que yo les recetaba, el pastor se los conseguía sin cargo. Me acerqué a la iglesia y él me contó cómo hacía. “La iglesia tiene fieles pudientes en la ciudad de La Plata, a través de ellos, consigo gratuitamente ropa usada de óptima calidad y en muy buen estado. En lugar de regalarla, la vendo aquí, en la iglesia y con el dinero recaudado de la propia comunidad, compro remedios para los más necesitados.”

Nunca hablamos de religión, de teología ni de política; tampoco de la Biblia. Fue excepcionalmente solidario conmigo. Cuando tenía que visitar un paciente de noche, pasaba por su casa y el pastor me acompañaba. Miope, delgado y amarillo como el girasol, esquivaba los charcos de agua y el barro con la habilidad de un Garrincha[1]. Regresaba con los zapatos y el pantalón negro impecables. Cuando el clima de represión era insoportable (enfrentamientos, detenciones, asesinatos en la zona), el pastor, con la excusa de traer medicamentos o leche en polvo, se daba una vuelta por la ´salita´ y me acompañaba a la tarde, hasta la parada del micro. Siempre estaba ahí.

Nos despedimos sin emoción: “Dios te bendiga.” “Dios nos bendiga.”



[1]bil jugador brasileño. Super estrella del mundial de fútbol de Santiago de Chile de 1962. (El Ordenador)


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