jueves, 6 de agosto de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo

Por Roque Domingo Graciano

e) un flaco, Famularo, le pegaba duro a un desafinado piano con "Moliendo Café"

- Las reuniones adolescentes (escenario para la socialización) comenzaron a los 13 ó 14 años, con los pantalones largos y la escuela secundaria. Ahí, comenzó el juego sucio y sabroso como la pasta con tuco. Las más lejanas reuniones que recuerdo fueron en el segundo piso del Rowing Club. El salón estaba en penumbra porque los grandes ventanales estaban encortinados y un flaco, Famularo, le pegaba duro a un desafinado piano con Moliendo café. Las gurisas usaban el pelo tirante con una cola para atrás; “cola de caballo”, se le decía a ese peinado; mocasines sin medias; pollera escocesa; camisa y una campera liviana de tela sintética y algodón. “Por entre la camisa, se adivinan las anheladas tetitas que se ofrecen y se niegan en su grito de libertad y pavor”.

Los varones usábamos mocasines, pantalón tiro corto, camisa y pulóver. El vaquero de jean no era una prenda conocida en Paraná. Nuestra trasgresión era usar pantalón sin calzoncillos para escándalo de nuestras madres que solían sorprenderse con nuestros pantalones cagados.

Se bailaba abrazado. Los muchachos tratábamos de apretar y las chicas te separaban con el brazo. Cuando una pareja bailaba apretadita era porque había algo más que una simple amistad. Los cruzamientos eran frecuentes pero las flacas no se zarpaban porque cuidaban su reputación, la imagen; aunque muchas veces, las hormonas se imponían al “deber ser”.

Una flaca muy relajada perdía “handicap”, siempre y cuando el viejo no fuera miembro de la Corte Suprema, en cuyo caso imponía un estilo a imitar.

En el Rowing, bailábamos foxtrots y boleros. En bailes familiares, con personas adultas, se bailaba rumba, conga o La Raspa. Estos eran bailes sueltos; los bailarines no establecían contacto corporal. Nuestra generación detestaba el tango aunque los viejos lo bailaban.

Cuando las reuniones de adolescentes para bailar, se realizaban en casas de familia, se llamaban asaltos. En los asaltos, las mujeres llevaban tortas y dulces para comer y los varones bebidas: gaseosas y alguna Coca-Cola. Por ese entonces, la Coca-Cola estaba prohibida en Entre Ríos; la traíamos de Santa Fe y era una mezcla de trasgresión y de ostentación de poder. La primera vez que tomé Coca-Cola, me pareció un medicamento; fue en Buenos Aires; después, mi paladar se acostumbró y la tomábamos mezclada con whisky.

Como un derivado de los asaltos, se armaron los mate cocido. Los mate cocido en su apariencia externa eran como un asalto pero eran cualitativa y cuantitativamente diferentes. Se hacían, también, en casas de familia, en grupos más pequeños. Ya no iba el que quería sino a quien personalmente se invitaba. No se bailaba sino que se guitarreaba y se cantaba. Ya no era el foxtrot sino la López Pereyra la que reinaba. No se tomaba gaseosa sino mate y ginebra; se fumaba fuerte. Ya no se anhelaba un par de tetitas sino que se acariciaba un clítoris arisco y querendón. Era otra cosa. Nosotros tampoco éramos los de 3 años atrás. Estábamos para mayores y muchos se quebraron en el intento.

- Mi romance con la guitarra me viene desde la infancia; en los mate cocido de la ciudad de Paraná, le daba fuerte a la “escoba” aunque la época gloriosa fue en La Plata. El folklore en Paraná era casi de culto o secta, por lo menos en mi primera juventud. Hacíamos folklore en casas de familia o en alguna playita discretamente olvidada.

En La Plata, en cambio, el folklore tenía una presencia contundente en todos los sectores sociales. ¡Era una gloria! Multitudinario y singular. Frecuentaba la Escuela de Danzas Tradicionales donde se estudiaba danza y guitarra. A esa Escuela, iban familias enteras a aprender y practicar zambas y chacareras. Madres e hijas guitarreando, bailando y cantando. No sabías con quién quedarte si con la madre o la hija. Seducía que tanto la madre como la hija se vistieran iguales: mocasines marrones y pollera-pantalón de jean azul; blusas similares e idénticos peinados.

Desde la Vizcachera del Chango Nieto, brotaban las canciones protestatarias como el agua de un surtidor y Mercedes Sosa, desde lo alto del escenario del Club Atenas de calle 13, gritaba “!Qué vivan los estudiantes!” y nos mimaba con canciones de Violeta Parra y la Juana Azurduy.

- El movimiento hippy era, también, muy fuerte. Tuve escaso contacto con el universo hippy; recuerdo las flores dibujadas en las puertas de los departamentos y casas en manifiesta adhesión al movimiento de la paz y el amor. Un contingente importante de los adherentes al hippismo se fue a vivir a El Bolsón, al sur de Bariloche. Los llamaban “los bolsoneros[1]; no conozco otros matices.



[1] Del sustantivo propio El Bolsón, deviene la designación de “bolsonero/s” para quienes resisten el “orden social” establecido y son, simultáneamente, indiferentes a la política. Adjetivo despectivo usado frecuentemente por la militancia política de los años 60 y 70. (El Ordenador)

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