sábado, 6 de marzo de 2010

Biografía Criolla (IV de VI) Las deliberaciones de Antonio "Pata" Beltrami



Por Roque Domingo Graciano



c) “un oasis inesperado, gratificante”





- Los jueves y domingos, en casa, se comían pastas. Las pastas de los domingos las amasaba mi abuela materna. Una comida entrañable: ravioles, ñoquis, “capeletis”, tallarines. Toda comida casera; absolutamente casera, desde las pastas hasta el relleno. Las pastas se acompañaban con estofado y salsa. El olor de la salsa de mi casa me ha acompañado y me acompaña en los lugares más insólitos. En los mares del sur o en las tórridas tierras africanas; los olores de la comida de mi casa paterna (a través de los años) me han abierto un oasis inesperado, gratificante.

Todo se lo empujaba con vino; los mayores, por supuesto. Vino y soda era la bebida de los mayores. Las mujeres mayores sólo probaban un poco, casi no tomaban. Nadie se emborrachaba; un borracho era alguien muy despreciado en mi familia. En mi familia, no sólo no había borrachos sino que no se aceptaba la amistad de un borracho. Era una prohibición fuerte.

En la adolescencia, mi hermana comía ravioles con un vaso de leche.

Los chicos no podían mirar el vino. Tomábamos soda, Bidú y Crush. En menor medida, Indian Tonic.

Los otros días se comía pastel de papas, puchero, milanesa, papas fritas, verduras, frutas ¡y la odiada sopa de verduras con fideos moñitos! Ahora, la sopa de arroz o de fideos dedalitos me gusta. Nosotros la sopa la tomábamos al final de la comida, mientras que cuando íbamos a los hoteles, nos servían la sopa al principio. La sopa en nuestra familia era como un bajativo, como un digestivo.

El asado lo hacía, y lo hace, mi viejo que ahora tiene 89 años. El asado, con la parrillita en un rincón de la huerta, era una comida excepcional; no era como suele ser ahora, en algunas familias, comida de todos los domingos. Era una comida para las fechas patrias: 25 de mayo y 20 de junio, Día de la Bandera; una fecha cara a Rosario. Ahora, cuando nos reunimos entre amigos enseguida hacemos un asado; cuando mi viejo recibía amigos no hacía asado. No era típico hacer asado. Las costumbres han cambiado. Los fines de semana, cuando mi papá recibía a sus amigos, charlaban y tomaban un whisky; hacían una picada con arenque pero el asado no era habitual.

Cuando papá hacía asado, el abuelo me daba una costillita y me decía: “Tenés que dejarla para tocar las castañuelas.” La tenía que dejar sin una pizca de carne.

La mesa de los domingos la componían mis padres, nosotros tres (los hijos) y mis tres abuelos porque mi abuela paterna murió cuando yo tenía 6 años. Todos habbamos; las voces se superponían unas a otras. No se esperaba que el otro terminara de hablar para introducir un “bocadillo”, no. Habbamos uno encima del otro. Todos juntos. Simultáneamente.

- Hoy he llegado a llorar por un mate. Si no tengo yerba, me agarra depresión. Comencé a tomar mate de grande. El “vicio” del mate lo adquirí en La Plata, después de mi primera separación. En mi familia, el mate no era bien visto. Mi padre, mis abuelos, mi hermano y yo no tomábamos mate. Mi mamá, mi abuela materna y mi hermana sí tomaban mate. Una costumbre de mujeres. Ellas tomaban mate moderadamente, a la mañana; sin ocultamiento pero sin ostentación. Los chicos teníamos prohibido el mate. Mi hermana, cuando niña, tomaba mate de contrabando, escondida de mi papá y con la distracción cómplice de mi mamá. A la mañana, mi abuela materna se sentaba a leer el diario La Prensa, con un brasero entre las piernas, el mate y la pava; mi hermana, se ocultaba detrás del diario, entre las piernas de mi abuela y chupaba el mate. Por supuesto, que era un elemento con el que la chantajeábamos con mi hermano. Si molestaba, la amenazábamos con denunciarla ante papá.

- Preparaban el mate con yerba, cáscara de naranja y una brasita dentro del mate que sacaban del brasero. A veces, le ponían menta y otras hierbas. No era el mate amargo de los bonaerenses y de los porteños.

- Tomo mate amargo.

- El brasero se encendía con carbón vegetal. Se lo usaba como estufa en los baños y habitaciones.

- Mis vacaciones en verano, cuando niño, eran en las sierras de Córdoba: La Falda, Alta Gracia, Carlos Paz, Villa General Belgrano (donde había una importante comunidad alemana), La Cumbrecita, Tras las Sierras, Mina Clavero, Villa Dolores.

Toda la familia viajaba a Córdoba. Los primeros años íbamos a hoteles; después, alquilábamos un chalet en las sierras.

- Rescato los olores de las sierras de Córdoba, los espinillos, las ondulaciones (un camino con subidas y bajadas) y, por sobre todo, la gente de Córdoba; el cordobés de las sierras, gente morocha y amable. En mi infancia, yo no estaba acostumbrado a ver gente morocha. Mi gente era blanca, “gringa”. El cordobés no sólo es morocho sino con un acento, una tonada, un modo de hablar que a mí me resultaba gracioso y grato. En mi familia, mis abuelos no eran hablantes nativos del español y en Córdoba, el español tenía una presencia contundente. Eso me sorprendía.

- En la escuela secundaria era “chupinero” [1] viejo. Comencé yendo a la Escuela Superior de Comercio, en el turno tarde, y en cuarto año me expulsaron. Era un colegio dependiente de la Universidad Nacional del Litoral. Una escuela muy estricta en cuanto a la disciplina. Insoportable lo disciplinario. Un colegio particularmente autoritario. Cuando un chico no respondía a las pautas de conducta establecidas por el colegio se lo expulsaba; no se buscaba retenerlo, integrarlo. Era un colegio expulsivo. No había gabinete psicopedagógico ni asistente escolar o social; esas variantes de la educación se ignoraban olímpicamente. Quizá, sólo la Escuela Americana las tuviera por ese entonces. Te suspendían si tenías problemas de convivencia; peleas entre compañeros, por ejemplo. También te suspendían si no estudiabas pretextando algún desvío de las pautas de convivencia. Si no estudiabas, te expulsaban del salón y te mandaban a la biblioteca con lo que acentuaban la ruptura con la asignatura y con el grupo de compañeros. Cuando alguien trasgredía el Reglamento del colegio no se preguntaba el porqué de esa trasgresión sino que se lo marginaba, como la sociedad margina a los que llama “locos”.

- Frecuentemente, el Reglamento del colegio se trasgredía con las faltas, con las inasistencias, agrediendo algún profesor sin carácter; fundamentalmente, la trasgresión habitual era el cigarrillo. Si bien el fumar era sancionado, no se lo veía como ilegítimo. Los alumnos varones fumábamos en el baño. Todos sabían que allí se fumaba pero había una suerte de tolerancia. Al baño de los varones se lo llamaba “el garito del vicio”. No obstante, si el jefe de celadores que era un morocho con cara de malo, tipo sargento de caballería, te veía fumando te aplicaba una suspensión.

Tuve un solo profesor que fumaba en el aula mientras daba clase. Era un profesor de matemáticas, anarquista; creo que judío.

Las clases eran de 45 minutos con un recreo de 10 minutos.

- El baño de las alumnas estaba al lado del baño de varones; nosotros jamás entrábamos al baño de mujeres. Había celadoras; algunas había; eran pocas. Las mujeres no fumaban. Conocí una sola alumna que fumaba. En la escuela, no; a la salida, escondiéndose. En general, las mujeres no fumaban. Tampoco había droga ni consumo de alcohol.

- No recuerdo que en la escuela hubiera homosexuales. Quizá los hubo, pero no se manifestaron. Tampoco los recuerdo en el club. La homosexualidad era muy reprimida. En mi barrio, sí había un flaco que desde chico, muy chico fue homosexual; no tenía ninguna relación con nosotros y nos referíamos a él despectivamente. Si se cruzaba en nuestro camino lo maltratábamos, lo agredíamos verbal y físicamente. Ahora, creo que nuestro maltrato se debía a que nosotros, que éramos púberes, estábamos buscando nuestra identidad sexual.

- La homosexualidad femenina no se manifestaba socialmente. En mi adolescencia, se habló de “una” chica a quien habían descubierto en el Club Provincial en conductas homosexuales. Todo era muy lejano, impreciso. Por supuesto, eran conductas que se vedaban, se consideraban inadmisibles, pecaminosas.



[1] Chupina significa rabona o rata. Hacer la chupina es no asistir al colegio. Es hacerse la rata; ser ratero con el significado de inasistir al colegio. No asistir al colegio en contra de la reglamentación y sin causa que lo justifique. No asistir por estar enfermo o por duelo no es “una chupina”. (El Ordenador)


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