domingo, 20 de diciembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez



Por Roque Domingo Graciano



j) “Viajamos a Europa”


- El Turco se separó de su mujer y se fue a vivir a un departamento de plaza España. Estaba dolorido, confundido. Durante una semana dejé de verlo. No quise presionarlo. “¡Qué se lama las heridas!” Después, reiniciamos la relación, con el mismo furor e ímpetu de antes. Cogíamos de claro en claro y de turbio en turbio. Había recuperado su confianza y su rendimiento era óptimo. Jamás acepté jugar el papel de esposa o cosa que se le pareciera. Nunca lavé un vaso ni hice un huevo duro. Me hacía servir como lo que era, su amante. Lo único que hacía en el departamento era arreglar las flores que las compraba a cuenta del Turco. Eso lo confundía al Turco. Conjeturaría con que yo iba a especular con un concubinato o matrimonio ahora que él estaba solo. ¡Jamás! Yo era su amante, su querida y no tenía otro proyecto que ése: ser su amante. Llegó a hacer, discretamente, ostentación de riqueza. Era el anzuelo. Supongo que a cambio de una posición más estable me exigiría fidelidad y honestidad. Mi atrevimiento en el sexo lo excitaba. Lo buscaba y lo temía. Me deseaba atrevida aunque a la vez, veía en mi conducta un impedimento para una relación estable, socialmente aceptable.

Viajamos a Europa: Madrid, Roma y París. De ahí a Nueva York y, por último, Río de Janeiro. Yo era una diosa. Acariciaba el universo con mis manos, con mis dedos. Pasado el tiempo, mi relación con el Turco se pudrió; no obstante, le debo días de gloria en mi vida. Me sentía eterna, inmortal, todo el planeta cabía en mis manos.

Madrid fue nuestra primera estadía. Todo bien. Magnífico. Comedores de lujo, cubiertos de oro. Una magnificencia imperial. En Roma, el Turco se descontroló por primera vez. Bebió dos o tres veces en exceso. Eso no era lo jodido. Lo embromado era que él, después, se sentía mal. Me miraba con desconfianza como pensando que yo lo llevaba a esos excesos. O que esos excesos lo ponían en inferioridad frente a mí, lo debilitaban. En esas circunstancias, tenía que trabajar para devolverle seguridad, confianza en sí mismo. En París, tuvimos un encuentro con gente de su colectividad y entre joda y joda fumó una hierba que ellos traían del Medio Oriente. Fumó fuerte y lo tuve 4 días descompuesto. De nuevo, un bajón anímico y ¡a levantarle el ánimo! En Nueva York, no bebió ni fumó en exceso. Fue un disloque inesperado. Fuimos a un club privado en donde, entre otros números, había un tipo que levantaba una botella de champagne con el pene. Era una pareja; la mina se desnudaba y lo excitaba; cuando el tipo estaba excitado venía el momento culminante: el levantamiento de la botella. Elogié el tamaño y la templanza del pene del tipo. El Turco, picado, me desafió a que me acostara con el tipo. Algo borracha, acepté el desafío. Llamamos al mozo y le enviamos la propuesta. El artista se excusó: “No es parte de su trabajo.” De alguno de los involucrados, salió la contrapropuesta de que podía tener sexo con otro tipo “mejor provisto” que el artista. En definitiva, no importaba el tipo sino la apuesta que teníamos con el Turco y acepté la oferta. En un apartamento privado, tuve el encuentro con el tipo. Realmente, cuando lo vi quedé horrorizada. Creía imposible que un ser humano tuviera un miembro tan grande: grueso y largo como el de un burro. Bueno, tuvimos nuestra relación y gocé. El tipo no sólo tenía tamaño sino también oficio. El Turco fue testigo de todo a través de unos vidrios colocados en la habitación. Cuando llegamos al hotel, el Turco estaba muy excitado. Con pequeños intervalos, tuvimos sexo hasta pasada la tarde, sin dormir y sin comer. Cuando ya anochecía, nos bañamos y nos dispusimos a bajar para comer algo. Me bañé primero y cuando me estaba cambiando escucho un golpe seco en el baño: el Turco se había caído. Llamé una emergencia médica y la misma situación anterior: deshidratación, cansancio muscular, arritmia cardíaca. Cuatro días en la pieza del hotel como unos boludos y, posteriormente, el mismo bajón anímico. Quería verme como una puta y cuando actuaba como tal, él se excitaba y en la excitación y goce, se quebraba. ¡Laberintos de la vida!

En Río, lo mimé. Me sentía triste porque tres meses de vacaciones llegaban a su fin. Paseamos por la rua do Branco como un matrimonio cuarentón. La llegada a Ezeiza me bajoneó. Sentía como que había perdido algo fundamental de mi vida. El Turco también estaba caído. En La Plata, durante la primera semana de nuestro regreso no nos vimos. Yo estaba muy bajoneada y no me alcanzaba a ordenar. Por consejo de una amiga, terminé yendo a un psiquiatra. Fue mi primer tratamiento de desintoxicación. “Nada de psicofármacos; nada de alcohol; nada de yerbas raras; sólo puede fumar tabaco. La cosa es seria y sería mejor que se internara 15 días”. Charlé con mamá y me interné 15 días. Cuando salí de la internación, estuve mucho con mis viejos, con mi hermano que andaba noviando fuerte y con otros parientes. El Turco pasó a un segundo plano; era consciente de que nos debíamos una charla. La charla se dio en un carrito de la costanera con una tira de asado, ensalada de lechuga, tomates y ¡agua mineral! El padre del Turco lo había apretado en forma: “Si seguís con la Gurisa Martínez no tenés más nada que ver en la sociedad. Si tu decisión es seguir con esa ‘bendeja’, te vas de la empresa y en lo posible te vas de La Plata. Nosotros nos hacemos cargo de tu mujer y tus hijos; vos, para nosotros, moriste.” Lo escuchaba lejano, lo veía en el medio del río aunque estaba a 80 centímetros de mis ojos. Sólo atiné a decirle “¡Andá a cagar!” Recogí mi abrigo, me subí a un taxi y volví a La Plata. Cuando cruzaba el parque Pereyra Iraola, en una hermosa tarde otoñal en la que se destacaba el amarillo de las hojas y el verde húmedo, decidí: “El ‘Turco’ murió”. Efectivamente, nunca más lo vi. Casi veinticinco años después, cuando asumí como subsecretaria en la provincia, me envió un fax felicitándome por mi cargo e informándome que se había retirado de los negocios y que tenía residencia permanente en Punta del Este. Le hice contestar su mensaje de salutación con una nota de rutina.


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