lunes, 5 de octubre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo



Por Roque Domingo Graciano"



n) "El Gato creía que los psicólogos enturbian las aguas para ocultar las cartas"



- Siempre, he tenido resistencia hacia los psicólogos. Desde que vivo en este departamento, me siento bien, en armonía conmigo mismo, como en una dimensión diferente. Cultivo nuevas amistades y nuevos entretenimientos que me gratifican. No me arrepiento de lo vivido y me agrada mi actual manera. Tal vez, hace un tiempo (durante los últimos años que estuve con Adriana), hubiera necesitado un apoyo psicológico. Sin embargo, resistí; rechacé al psicólogo.

- Recuerdo que, un poco en broma y un poco en serio, el Gato planteaba el siguiente escenario. Un psicólogo recibe un enfermo de agorafobia(1); la sanación, en esa hipótesis, es sencilla: debe salir todas las mañanas a realizar un corto paseo acompañado por una persona de su aprecio y confianza; progresivamente se irá recuperando ¿Qué psicólogo prescribiría ese diagnóstico? Ninguno, porque pierde inmediatamente un paciente, una fuente de ingresos. Peor. El paciente tratado y sanado divulga el tratamiento y el psicólogo pierde potenciales clientes de quienes vive, gracias a los cuales veranea, mantiene la familia, hace deportes y se da placeres varios.

- El Gato creía que los psicólogos enturbian las aguas para ocultar las cartas y, al respecto, contaba una anécdota. En su militancia, conoció a un tal Miguel Ángel López, albañil, habitante de la “villa” de 14 y 532, casado con 4 hijos (2 varones y 2 mujeres). López era un militante gremial de empuje y convocatoria; a un grito de él, los monos se descolgaban del andamio y paralizaban la obra. También, era alcohólico y golpeador. Le pegaba a su mujer y a la hija mayor (una chiquilina de unos 16 años). No le pegaba a los varones ni a la nena menor que tenía menos de 3 años. Esta conducta lo descalificaba como líder sindical y lo ponía bajo la suela de la taquería. El Gato se propuso recuperarlo e ideó una estrategia sencilla y aparentemente ingenua que le permitía controlarlo “políticamente” sin herir una personalidad difícil, con gruesas aristas. Lo visitaba 3 veces por semana en su precaria vivienda de la “villa”. Las charlas comenzaron siendo políticas y gremiales; a veces, se les incorporaba un vecino o un compañero de trabajo de López. Con el pasar de los días, las charlas se fueron haciendo cada vez más individuales y relegaban la problemática político-gremial. El punto de inflexión fue un hallazgo absolutamente casual. Una tarde en que López estaba trabajando, unos predicadores evangelistas dialogaron y le dejaron una Biblia a la mujer de Miguel Ángel. La Biblia quedó sobre la mesa y, al anochecer, mientras El Gato conversaba con López, la abrió y, distraídamente, leyó un fragmento. La conversación derivó hacia la religión y lo religioso. Miguel Ángel López se declaró ateo y descalificó a los curas y a los predicadores evangélicos. El Gato era agnóstico, de familia con reconocida militancia atea. No obstante, dejó discurrir el diálogo sin pronunciarse categóricamente. Más que lo que López decía, le interesaba el “cómo” lo decía. El Gato nunca había leído la Biblia y le pareció que era un discurso rico y enriquecedor que podía vertebrar su relación con el albañil. Así, día tras día, las charlas con López recaían en la Biblia y en la lectura de un fragmento que el Gato explicaba sin sectarismo y de acuerdo a su leal saber y entender. En entrevistas posteriores, sucedieron dos hechos que marcaron la relación. Una noche, el duro albañil estalló en llantos y le confesó que era alcohólico y golpeador. El Gato lo contuvo afectivamente y le dio comprensión. El albañil redobló la apuesta y le dijo que quería dejar de tomar, que no tomaría más. Esto lo sorprendió al Gato porque nunca se había hablado del tema; trató de calmarlo y sin presionarlo lo apoyó en su decisión. Tal como se había propuesto, Miguel Ángel López dejó de tomar.

El otro acontecimiento que lo sacudió fue cuando se percató que cuando él (el Gato) leía la Biblia, toda la familia lo escuchaba; la mujer, desde la cocina y los hijos, detrás de las cortinas, en el dormitorio. “Me sentí un vergonzante predicador evangélico.”

- El Gato no le daba una interpretación milagrosa ni religiosa a la curación de López. Para él, cualquier discurso compartido colabora en el equilibrio emocional, intelectual y social. Sea este discurso bíblico, deportivo, literario, televisivo, cinematográfico, político o el que fuere.



(1) Perturbación emocional ante los espacios abiertos. (El Ordenador)


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