domingo, 27 de septiembre de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo





Por Roque Domingo Graciano



m) "Hacé tu película. Hacé tu juego. No des explicaciones. No te justifiqués."(1)

- Vestía deportivamente. Camisa blanca, holgada; pantalón corto y zapatillas náuticas con vivos azules. Tenía un bolso “de club” en la mano que armonizaba con su ropa. Lo hice pasar vagamente satisfecho con su visita. Charlamos cerca de 1 hora, sobre mis viajes, Punta del Este, el club, la práctica deportiva, los medios de transporte y varias cosas más. Era una charla amena que se deslizaba con fluidez. En un momento determinado, me pidió permiso para pasar al baño. Le indiqué un baño interno, en la planta alta y bajé al vestíbulo. Puse música y preparé algo para tomar. Fácilmente, lo esperé media hora. Preocupado, subí y lo encontré en mi dormitorio, bronceado, desnudo en mi cama como un príncipe sensual y perverso.

- Nunca pensé que el cuerpo desnudo de un hombre me atrajera como me atrajo ni me sacudiera como me sacudió. Tampoco sabía lo bien predispuesto que estaba para gozar y sentir una relación con otro hombre. Mi cuerpo se encontraba henchido, saciado, satisfecho, en una nube, cuando se fue al amanecer.

Ese verano fue nuestro. En la oficina, sólo pensaba en él (su estremecimiento de ciervo herido cuando le lamía las tetillas) y las horas no pasaban. Al anochecer, en casa, se reanudaba el combate, sin tregua, hasta las primeras horas del amanecer.

Por suerte, las cosas en la empresa estaban quietas, tranquilas. Descansaba y dormitaba en la oficina o en el laboratorio.

- Para la segunda quincena de febrero, volvió Adriana y para marzo los chicos. Los encuentros con Simón se espaciaron y nunca más fueron en casa.

Pensé que esta separación, forzada por las circunstancias, me haría bien, que la necesitaba emocionalmente. Busqué acentuar la distancia; no iba más al kiosco a comprar cigarrillos. Esperaba que el auto llegara hasta el portón de mi casa para bajar. Adelgacé varios kilos y fumaba una barbaridad. No estaba nada bien. Ahora, la relación con Simón me producía desasosiego, confusión, temor. Miedo por sobre todas las cosas; miedo de no controlar la relación, de no controlarme, de que el otro me dominara, me manejara.

Los días pasaban y, a hurtadillas, vi que Simón seguía su vida de siempre: jóvenes y jóvenes. Ahora comprendía su código. Eso me tranquilizó por un lado; por el otro, se ahondó mi confusión sobre mi conducta, sobre mis inclinaciones sexuales.

- Pensé en un viaje. En eso estaba, ya era junio, cuando Simón, previo telefonazo, me visitó en la oficina. Era la primera vez que iba a la empresa. El padre de Simón había sido despedido con indemnización del trabajo y me pedía asesoramiento en cómo debía canalizar el dinero recibido y proyectar su nueva vida laboral. Era leal y persuasivo en los motivos de su visita. Lo invité a almorzar y aceptó. Me contó unas anécdotas con unas minas del barrio, nos reímos a carcajadas y me distendí. Le conté que, si conseguía el visto bueno en la empresa, pensaba tomarme unos 10 días para viajar al exterior. Me habló de una playa en Israel, “algo diferente a lo que vos conocés” Cuando volví a la oficina, me sentía bien. Había recuperado el humor y las ganas de vivir. Esa noche, me volteé una empleada que me andaba moviendo el culito.

- El viernes fui de consulta al médico. Hacia el final de la consulta, cuando le conté al médico que pensaba tomarme unos días para hacer un viaje al exterior, aprobó la iniciativa y me comentó que el invierno pasado, él había estado en Eilat, una playa al sur de Israel. “Es una playa angosta, con palmeras como algunas playitas sobre el río Uruguay pero rodeada de montañas. Algo diferente de lo que aquí se conoce. Es muy bonita. Internacional.” Justamente, de esa playa me había hablado Simón.

Cuando conseguí la autorización en la empresa para poder viajar, le hablé por teléfono a Simón y lo invité para que viajara conmigo a Israel. Se prendió de inmediato. Hicimos un vuelo directo de Ezeiza a Roma y de ahí en un charter hasta Eilat. Ninguno de los dos conocíamos Israel y, en verdad, tampoco lo conocimos en esa oportunidad, porque el avión nos dejó y retiró del pequeño aeropuerto de Eilat.

Tal como nos habían comentado, era una pequeña ciudad de 30.000 habitantes más o menos, al sur de Israel, sobre el Mar Rojo; una ciudad turística; vive sólo del turismo. Cuando íbamos aterrizando nos informaron que en Eilat hacía 38 grados de temperatura ¡y estábamos en las primeras horas de la mañana!

Una vez instalados, desayunamos distendidos con jugo de frutas, masas y dulces en Playa de los Delfines, donde tienen un criadero natural de delfines. Aproveché para charlar con Simón formalmente. Le dije que no estaba obligado a estar conmigo todo el tiempo. “Vos hacé tu vida y yo la mía. No vamos a andar juntos como dos boludos.” “Esta bien, está todo bien”, me respondió. Una hora después, una banda de dinamarquesas e inglesas en pelotas lo seguían a Simón, en las aguas tranquilas, limpias y transparentes del Mar Rojo buscando corales y peces de colores. No nos separamos en ningún momento pero después del primer desayuno, no estuvimos solos tampoco un solo instante; ni en el baño. Fue una fiesta las 24 horas del día. Una turista finlandesa me metió en una pieza rarísima; “bueno, hay tantas cosas raras en el mundo”, pensé. Cuando estábamos en lo mejor del coginche, un tipo del hotel nos sacó cagando. Era una pieza “hermética” que tienen en los hoteles de Israel por si hay una guerra química. A Simón, un guardacosta lo increpó duramente y le advirtió que del otro lado está Jordania, “un país enemigo”. Te imaginás, Simón y las holandesas borrachos y desnudos en manos de los árabes.

Fueron 8 días agitadísimos. Siempre en movimiento. El calor era intenso, más de 40 grados, sin humedad y la infraestructura de carpas o sombrillas era pobre en las playas. De tal manera, o estábamos buceando en el mar o mimándonos en el hotel.

No recuerdo cuándo embarqué de regreso. En Roma, una inglesa me hablaba y despedía efusivamente. No le entendía una palabra y no tenía la menor idea de quién era. Simón se reía y se reía, aunque él tampoco comprendía.

Nos despertamos en Retiro. Me desperecé como los perros durante varios días. Ese viaje, pese a lo tumultuoso, al torbellino en que viví, marcó un hito en mi vida. Comprendí quién era. Debía asumirme como lo mandaba mi semilla.

- Charlé con Adriana. Nos separamos legalmente y de hecho. Vendimos la casa y compramos un piso para ella y los chicos y este departamento para mí.

- La cosa no fue fácil: ninguna separación es indolora, ni siquiera la nuestra donde las gastadas cartas estaban harto jugadas. De cualquier manera, había una firme e inequívoca voluntad de separación. Los chicos habían crecido como pudieron; de cualquier manera.


(1) El Sopa. (El Ordenador)


No hay comentarios: