lunes, 16 de agosto de 2010

“Biografía Criolla (V de VI)-El cuento chino de Celeste “Peky” Cardozo”




Por Roque Domingo Graciano



h) “Quieto y distante, desde la sombra de la higuera de un jardín vecino, observaba la escena”





- La muerte de Elvira no sorprendió a sus padres. La habían aceptado como una certeza ineluctable. Resignados, durante días, semanas y meses esperaron la información precisa que les llegó de una manera críptica.

El día en que Elvira se suicidó, en el jardín de la casa de Santa Teresita, apareció un perro viejo, sano y bien alimentado. Al principio, los abuelos pensaron que era el perro extraviado por algún turista y preguntaron a los vecinos si sabían quién era el dueño de ese perro negro, “lanudo” y de importantes dimensiones, “debe pesar como 50 kilos o más”.

Nadie supo indicar quién era el dueño, si bien coincidieron en que no era “un perro de la calle”. El tranquilo animal saludaba mansamente a los abuelos, bebía agua de un balde y merodeaba por la casa como una sombra.

Así, pasaron 2 días. A la mañana del tercer día, el perro (contra su costumbre) comenzó a ladrar insistentemente hacia la ventana del dormitorio de los abuelos. El abuelo se enfadó y le tiró con un objeto para que se callara y se alejara de la ventana. Fue en vano. Los ladridos terminaron despertando a todo el vecindario.

El enojo de los abuelos fue creciendo con el paso de las horas y fastidiados conversaron sobre cómo desprenderse de él.

En eso estaban, cuando a las 11 de la mañana el perro calló. En ese preciso momento, un jeep de la policía estacionó frente a la casa y un oficial le comunicó al abuelo que Elvira había fallecido.

El perro había recuperado su conducta habitual. Quieto y distante, desde la sombra de la higuera de un jardín vecino, observaba la escena.

Cuando la abuela partió hacia Buenos Aires para notificarse y recuperar el cuerpo de Elvira, desde la ventanilla del auto, lo vio echado a la sombra, moviéndole suavemente la cola.

Los laberínticos y dolorosos trámites duraron 7 días. Al séptimo día, el abuelo viajó hasta Berazategui donde cremaron el cuerpo de mamá. Ese mismo día, los abuelos regresaron a Santa Teresita con las cenizas. En el viaje, la abuela le preguntó al abuelo por el perro negro. “Desapareció. El mismo día en que te fuiste, también se fue el bicho”. Una pausa. “Hab encontrado a su amo”.

La abuela lo recordó bajo la sombra de la higuera y fue como un manso arroyo de paz y tranquilidad.

Al anochecer, los viejos fueron hasta el espigón de pescadores y arrojaron las cenizas de su única hija al mar. Después, en silencio, solos y sin llanto dejaron caer la urna a las aguas.

Abrazáme”. Emprendieron el regreso. La oscuridad de la noche se imponía. Cuando llegaron al comienzo del espigón, en la rambla, encontraron al perro negro y lanudo que los estaba esperando. “¡Qué raro! Se debe haber escapado nuevamente”.

El cortejo de tres silencios recorrió pausadamente el trayecto de 800 metros. Cuando llegaron a la casa, los abuelos lo acariciaron y la abuela le dio un plato con carne y un recipiente con agua. El perro ni comió ni bebió. Taciturno, se echó bajo el alero de la casa, al reparo del viento y de la humedad de la noche.

A la mañana siguiente, el perro había desaparecido para siempre. El plato con carne estaba intacto. Sólo había bebido el agua.


No hay comentarios: