lunes, 16 de noviembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez




Por Roque Domingo Graciano



e)“Ya estaba clavado para siempre en la ciudad de La Plata



- Mi papá era entrerriano, como te dije, y él decía “gurisa” en lugar de piba o chica; a mí, me decía “Gurisa, no vuelvas tarde.” o “No sé dónde fue la Gurisa.” Entonces, desde siempre, los del barrio me llamaban “la Gurisa”, “la Gurisa Martínez”.

- La llegada de mi viejo a La Plata es una larga historia y un sinuoso itinerario. Comienza cuando los padres de mi padre que trabajaban en el frigorífico Liebig, a pocos kilómetros de la ciudad de Colón, lo ponen a trabajar con un comerciante, don Atilio Cámpora, que tenía un expendio de comestibles y bebidas a pocos metros del portón de acceso a “la fábrica”. Al año, el patrón de mi padre cerró el almacén que tenía frente al frigorífico Liebig y se llevó a mi padre (que por entonces era un chiquilín de 9 años) a la ciudad de Colón, donde tenía otro almacén que era el núcleo central de su actividad económica. Allí, mi padre siguió creciendo, mientras llevaba los pedidos de los clientes en una canasta de mimbre, haciendo la limpieza del local o del depósito de mercaderías y cuanta tarea más le ordenara su patrón. Su jornada de trabajo comenzaba antes de las siete de la mañana y terminaba a las nueve de la noche, con un paréntesis de 3 ó 4 horas al mediodía.

El matrimonio de don Atilio tenía tres hijos: dos varones y una mujer (varios años menor) y su obsesión, desde siempre, fue instalarse en Capital Federal para que sus hijos pudieran estudiar una carrera universitaria.

Cuando los hijos de don Cámpora estaban estudiando en el Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, este tenaz y astuto almacenero pudo concretar su deseo larga y laboriosamente trabajado: compró un inmueble en calle Lope de Vega, a 80 metros de la avenida Rivadavia en la ciudad de Buenos Aires, con sus ahorros y una herencia que recibió su mujer. Acto seguido, instaló a mi padre en la nueva propiedad para que la limpie y la cuide mientras él seguía atendiendo sus negocios en Colón.

Así, por decisión de su patrón, mi padre, por primera vez, se encontró con cierta libertad y autonomía en sus actos, con algo de dinero para disponer, en medio de una gran ciudad.

Algo más, como la propiedad necesitaba obras de ampliación y refacción para que pudiera funcionar como casa habitación, local de negocio y depósito de mercaderías, don Cámpora contrató al constructor Jorge Limares para las obras. Mi padre (que por entonces andaba por los 16 años) debió hacer las veces de peón de albañil y, a la vez, vigilar y proteger los bienes de su patrón, don Cámpora.

Entre pitos y flautas, mi padre estuvo viviendo solo casi 2 años en Buenos Aires. Cuando la familia Cámpora se estableció en la calle Lope de Vega y se habilitó el nuevo almacén, a mi padre no le gustó nada tener que ir a dormir, de manera precaria, al depósito de mercaderías entre escobas, yerbas y detergentes. Había conocido otra vida, cuando estaba “encargado” de la casa, y aceptó su nueva situación de mala gana. A lo anterior, hay que agregarle que los hijos del señor Cámpora se mostraron agresivos e hirientes con mi padre, tal vez fruto de la edad y como consecuencia de la convulsión emocional que les produjo el cambio de casa, de ciudad y el nuevo horizonte planteado.

Por estas desinteligencias y por el estado de insatisfacción que lo embargaba, mi padre decidió volver a su casa natal en San José, Entre Ríos. No obstante, tampoco la permanencia con su familia lo satisfizo: no encontraba trabajo que lo gratificara y anhelaba Buenos Aires.

Así, entre changas y trabajos temporarios en el frigorífico, fueron pasando los meses. En una ocasión en que acompañó a un camionero para entregar una carga en la localidad de San Justo, en la provincia de Buenos Aires, se reencontró con el constructor Jorge Limares quien estaba realizando unas obras en una textil de la zona. Limares (con quien mi padre había colaborado cuando refaccionó la propiedad de Cámpora en calle Lope de Vega) lo entusiasmó para que viajara con él a Mar del Plata donde tenía que realizar varias obras de envergadura. Mi padre aceptó y así se inició en un oficio que no abandonaría por el resto de su vida.

En la fría Mar del Plata, se hizo oficial albañil y consolidó su artesanía cuando le tocó hacer el “servicio militar obligatorio” en la ciudad de Concordia.

Por entonces, los ciudadanos que eran convocados al “servicio militar obligatorio” debían cumplir todas las tareas que se les ordenara, independientemente de si tales tareas eran pertinentes o no. Te podían ordenar jugar al fútbol, cortar el pelo, hacerle los mandados a la mujer del cabo, pintarle el auto al sargento y así, cualquier, absolutamente cualquier cosa.

Mi padre fue afortunado. A los 15 días de estar acuartelado en el Espinillar(1), el sargento Trigo lo convocó. “Según tu declaración, vos sos oficial albañil. Estuviste levantado chalets en el barrio ´Los Troncos´ de Mar del Plata. Bien, el capitán ordena que vengas a trabajar conmigo. Si todo marcha en orden, cuando terminemos la casa del capitán te doy licencia hasta la baja. ¿Entendido?”

El sargento Trigo cumplió con su palabra. A los 10 meses, cuando terminaron la casa del capitán Esgorfio, le dio licencia hasta la baja. Ahora bien, esos 10 meses fueron de trabajo intenso pero también de aprendizaje profundo. El sargento era una exquisita mano de obra y nada egoísta. Le enseñaba a sus subordinados todos los secretos de la construcción de edificios.

Mi padre siempre decía que con Limares había hecho la primaria y con Trigo la secundaria.

Una vez liberado del ejército (donde jamás tuvo en sus manos un arma ni usó uniforme militar) volvió a Mar del Plata a seguir trabajando con Limares.

Una tarde, cuando estaban trabajando en una obra en la ciudad de Miramar, reciben una visita inesperada: don Atilio Cámpora, el antiguo patrón de mi padre. La razón de su visita tenía una motivación puntual: una pirotecnia le había quemado el depósito de mercaderías, el local del almacén y parte de la casa habitación, en Lope de Vega. El inmueble necesitaba una refacción inmediata para poder seguir funcionando. Ahora bien, la convocatoria de don Cámpora no se limitaba a la refacción de ese inmueble. Tenía un proyecto más ambicioso que involucraba obras para el gobierno de la provincia de Buenos Aires, en la ciudad de La Plata.

De tal suerte, al cabo de 12 ó 15 meses, mi padre y el señor Limares se encontraban trabajando en la construcción de un edificio en calle 14 entre 56 y 57 (detrás del Ministerio de Educación) para el gobierno de la provincia.

A esta obra, le siguieron otras refacciones y ampliaciones. Por esos años, mi padre conoció a mi madre a través de mi abuelo materno que era carpintero de obras y vivía en una casa de “cuatro puertas"(2) en la zona de 16 entre 51 y 53. Se casaron y cuando Juan y yo éramos chicos, papá abrió una fábrica de mosaicos y calcáreos. Ya estaba clavado para siempre en la ciudad de La Plata.



(1) Acantonamiento militar, en las proximidades de la ciudad de Concordia. (El Ordenador)


(2) Conjunto de casas construido en el eje fundacional de la ciudad de La Plata (entre las calles 51 y 53), en la década de 1880. Eran conventillos habitados por inmigrantes. El conjunto estaba organizado en “cuatro unidades” funcionales con accesos independientes. (El Ordenador)






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