lunes, 2 de noviembre de 2009

Biografía Criolla (III de VI) Las justificaciones de la Gurisa Martínez





Por Roque Domingo Graciano




b) “Yo acababa de entregar la casa de mi niñez y don Pascual seguía allí, en el sillón, en la vereda: eterno como la sombra y la humedad”


- No sé si contesto a tu pregunta o si la imagen que te voy a contar es representativa de mi barrio. Me ha quedado grabada. En mi cuadra, a tres o cuatro casas hacia calle 6 vivía don Pascual. Lo recuerdo desde mi infancia, desde que jugaba a la soga o a las figuritas en la vereda, desde que iba a los primeros grados de la escuela primaria. El viejo Pascual, para mí, nunca trabajó. Ignoro de qué vivía, cómo solventaba sus gastos. Era austero y vivía sin apremios económicos. En verano, todas las tardes sacaba un sillón de mimbre a la vereda y se instalaba 4 ó 5 horas a la sombra de un generoso olmo. Durante sus horas en la vereda desfilaban los vecinos (hombres y mujeres) que departían con don Pascual 20 ó 30 minutos. Todos de pie. Nadie se sentaba a su lado. Tampoco tomaban mate o bebidas. Simplemente charlaban. Conjeturo que hablarían sobre temas cotidianos: el clima, la temperatura, los impuestos, la política, el fútbol, la salud. Hablaban en voz alta, con franqueza, distendidos y saludaban a quienes pasaban por la misma vereda o por la vereda de enfrente. Cuando ya había oscurecido totalmente, don Pascual recogía el sillón e ingresaba a la casa atravesando el cuidado y húmedo jardín. En el comedor, lo esperaba la mesa con la apetitosa y oliente comida que su mujer había preparado. Ella nunca se instalaba en la vereda. Solía hablar desde el jardín mientras atendía las plantas. Durante la cena, dialogaban en voz alta, tapando la voz de la radio que en un rincón amenizaba como un tercer comensal. A veces, esporádicamente, solían compartir la mesa con algún hijo o nieto. Tenían dos hijos (una mujer y un varón) a quienes recuerdo casados desde siempre.

Cuando vendimos la casa de mis padres y me alejé para siempre de la cuadra de mi infancia, la última imagen que tuve fue la de don Pascual, infinitamente más viejo, sentado en la vereda. Lo saludé. Creo que no me vio. Quedé petrificada por dentro. Yo había vivido miles de vidas, mundos, combates, dolores, sufrimientos y alegrías. Mis padres habían muerto, también mi abuela y mi tía. Juan y mis primas se habían ido del barrio. Yo acababa de entregar la casa de mi niñez y don Pascual seguía allí, en el sillón, en la vereda: eterno como la sombra y la humedad.

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