domingo, 5 de julio de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo

Por Roque Domingo Graciano



b)“El comisario no sabía si meterse el mondongo para adentro o manotear el 38 largo”



- La historia de este hombre tiene un cierre doloroso, se suicidó. Juan Aguirre era nieto del viejo Aguirre, un gaucho medio vagabundo que solía hacer trabajos temporarios en el campo de mi abuelo materno. Con el tiempo, el viejo Aguirre armó un rancho en el monte, en las cercanías del campo de mi abuelo y formó una familia. Poco a poco se fue integrando a las tareas de la finca y cuando ya era uno más, con mujer e hijos, mi abuelo se enteró que Aguirre, siete años atrás, había tenido un encontronazo con un comisario en una carrera cuadrera, en el pueblo de Federal. Por ese entonces, Aguirre era un muchacho de 16 años, “rápido para el cuchillo” y en la ocasión se sintió trampeado por el comisario y ahí nomás le abrió el mondongo sin que nadie supiera decir cuándo peló la faca. El comisario no sabía si meterse el mondongo para adentro o manotear el 38 largo. En eso estaba; fue un segundo, cuando Aguirre le dibujó un tajo de carrillo a carrillo. El comisario era un surtidor de sangre. Aguirre, reculando, sin perderlo de vista, manoteó su caballo y se perdió del pago.
Abrirle la barriga a un comisario, aún hoy, aquí, en Buenos Aires, te da chapa: lo que sería en un pueblito como Federal ¡y en ese entonces! Parece que muchos lo buscaron; también algunos, por simpatía o miedo, lo ayudaron y día tras día se fue alejando de Federal hasta llegar bien montado a la zona de Arroyo Cle. Fácilmente, 50 kilómetros hacia el este.

- Claro, se recibió de “gaucho malo”. En este caso, no siguió en las andadas. Después de matrerear algunos meses, se aquerenció cerca de La Palmita y nunca más tuvo una situación de conflicto. Yo lo conocí. Murió viejo, a los 70 ó 75 años. Era colorado, huesudo y fuerte; solía pasar con una damajuana de vino debajo del brazo; las piernas largas y arqueadas.
El hijo mayor del viejo Aguirre, era Jorge Aguirre y fue puestero en La Palmita, la estancia de mi abuelo. Jorge Aguirre tuvo como primer hijo a Juan Aguirre que trabajó en la casa de mi abuelo desde chiquilín e hizo toda la escuela primaria. Para su medio, era muy despierto e instruido.
Cuando mi madre se casó, lo llevó a su nueva casa como casero, junto a su mujer, la mujer de Juan. Con ellos nos criamos mi hermana y yo. Juan Aguirre tuvo tres hijos, dos mujeres y un varón. La mayor de las mujeres, que la ayudaba a la madre en las tareas de la casa, se casó y se fue joven, creo que a Concordia. El segundo era el varón y tenía mi misma edad; Ismael Aguirre se llama; cuando cumplió 14 años le dieron un trabajo en el campo y se estableció ahí.
Cuando yo ya estaba en La Plata, Ismael dejó el campo y volvió a la ciudad de Paraná con sus padres. Estuvo un tiempo buscando trabajo hasta que entró en un corralón de materiales de construcción como dependiente, en Bovril. Pronto, alquiló una vivienda por ahí; siempre iba a visitar a sus padres. Es decir, iba a casa. Ellos tenían una entrada independiente, por la huerta. Este es un dato relevante para comprender lo que pasó al año más o menos.
Un lunes, mi madre entró a la oficina de la firma, que está en la parte de adelante de la casa, en las habitaciones que dan sobre la vereda, y, sorprendida, comprobó que habían entrado ladrones. Habían entrado “sin ejercer violencia” como dicen los vigilantes. Sólo habían violentado cajones y armarios; no así, puertas o ventanas. Se habían llevado en efectivo una suma menor que no llegaba a los 300 dólares; también, habían sustraído chequeras, cheques nominales y cruzados, títulos y documentación valiosa. Las pérdidas para la firma fueron importantes aunque no significaban un beneficio para un ladrón común. En la recomposición del material y debido a la inflación que se vivía se perdió dinero. También, se perdió dinero porque se habían llevado los originales, sin registrar, de dos boletos de compra–venta de unas tierras. La inflación y la renegociación de los boletos fue un golpe duro. En un caso, hubo que rescindirlo. La investigación policial puso los ojos en Ismael a quien detuvieron cerca de un mes y lo liberaron porque no encontraron pruebas. No obstante, para mi madre y para mi hermana siempre quedó flotando la sospecha de que Ismael algo tuvo que ver. Quizá, facilitó el ingreso a alguien; quizá, brindó información. En la misma dirección, quedó la sospecha de que no fue un robo común, que más que el dinero en efectivo se buscaba “otra” cosa. Lo peor fue el ambiente de desconfianza y temor que se instaló en la casa. Ya ni Juan Aguirre dejaba de estar bajo sospecha. No hablemos de la mujer ni de la hija menor, Nora. Mi madre prohibió, innecesariamente, que Ismael entrara a la casa o al campo.
Eso fue en el mes de noviembre, antes de que comenzara el verano. Yo estuve en la casa desde fines de diciembre hasta la primera semana de febrero. Charlé con mamá el asunto largo y tendido. No llegué a ninguna conclusión inequívoca, excepto que los ladrones conocían perfectamente bien la casa; no así, la distribución de la papelería en la oficina. Podía tratarse de un ladrón despistado o de un ladrón por encargo y en este caso, de quién. El mandante podía ser un comerciante, un competidor de mi madre e incluso (lo pensé y lo callé) un amante despechado de mi señora madre. Las posibilidades se abrían como un abanico. Este ambiente de inseguridad e incertidumbre lo aprovechó mi hermana para darle a su novio “pensión completa” con habitación incluida. ¡Naide se rasca pa’ juera!
La cosa no terminó ahí. El robo fue en noviembre, yo estuve hasta la primera semana de febrero. El 2 de abril, se suicidó Juan Aguirre. Apareció ahorcado en el puesto que había sido de su padre, en La Palmita. Llegó a la finca a la mañana temprano. Ordenó que le ensillaran un caballo y sin vacilación enfiló hacia el puesto donde había nacido y que por entonces estaba abandonado. Ni siquiera se bajó del caballo. En uno de los tirantes de la galería, ató un lazo y espantó el caballo. Cuando el mecánico y los peones llegaron, el cuerpo aún estaba caliente. Nadie nunca supo la razón de esa decisión. A nadie le dijo una palabra, ni una alusión a su suicidio. Yo lo había visto reconcentrado, ensimismado y marcadamente callado; entendí que era consecuencia de lo pasado; jamás supuse que eso llegara al suicidio. A mi madre, la invadió un sentimiento de culpa. Pensó que había sido muy dura con él. Sobre llovido, mojado. La muerte de Juan la hizo pelota.

- Puede ser que él se haya sentido responsable del robo por acción u omisión, como dicen los leguleyos. Te cierro esta anécdota, si me permitís, con el “final” de Ismael Aguirre. Ismael, al año y medio, entró a trabajar en la policía como agente raso, como vigilante. Creo que se casó y tuvo un chico o dos. Habían pasado 3 años, más o menos, de la muerte de Juan Aguirre, cuando asaltaron y asesinaron al propietario de una línea de micros que unía la ciudad de Santa Fe con Paraná. Era una línea de media distancia. Una noche, uno de los propietarios, salió en una unidad de la empresa con la recaudación del día para su casa con el objetivo de depositar el dinero a la mañana siguiente. Jamás llegó a su casa. Apareció muerto de 3 balazos junto al micro, en las afueras de la ciudad de Paraná, cerca de los basurales de Betbeder. El dinero no estaba. Después de varios meses de investigación, se lo detuvo a Ismael Aguirre y a un ex policía (separado por un sumario de la fuerza), como los responsables del robo y asesinato. Según los jueces, Ismael Aguirre lo asesinó con la pistola 9 milímetros de “la repartición”.
Creo que hasta ahora está preso; le dieron reclusión perpetua.

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