martes, 14 de julio de 2009

Biografía Criolla (II de VI) Los rasgueos de Adolfo

Por Roque Domingo Graciano


c) “sólo recuerdo un día de mi padre”


- La casa tenía una calefacción central; una caldera que se alimentaba con leña de ñandubay, que se traía del campo cada 3 ó 4 meses. Los radiadores, por los que pasaba agua hirviendo que calentaba los ambientes, estaban distribuidos por toda la casa. En la sala más grande, situada en la parte de adelante, donde funcionaba la “oficina”, había un hogar; se lo encendía pocos días en el año.
La casa era fresca en verano; los ambientes amplios tenían ventiladores “de techo” y nosotros teníamos ventiladores “de pie” en nuestros dormitorios.

- La comida se basaba en la carne, en harinas y en la verdura que se recogía de la huerta. Excepto las frutas de estación, las otras se compraban en el mercado. También, se compraban algunas verduras. El consumo de verduras no era de la cantidad y calidad que se da en la ciudad de La Plata. Comparado con La Plata, nosotros no comíamos verduras.
La carne vacuna se compraba en la carnicería del barrio; la carne de cordero, de cerdo, los pollos y las gallinas se traían del campo. Era muy raro que se comiera pescado. A veces, la casera, la mujer de Juan Aguirre, compraba pescado de río y preparaba alguna comida; era una comida no habitual que no gustaba mucho. Para semana santa, se consumía pescado de mar, “bacalao”.
Mi madre dirigía la cocina, siempre estaba presente en la cocina con delantal y cucharón en mano, no obstante, el peso de la cocina recaía en la casera. A mamá, le gustaba hacer pâté de hígado con manteca en la licuadora.

- Mi núcleo familiar estaba compuesto por mi padre, mi madre, una hermana (dos años menor) y yo. Estrictamente, sólo recuerdo un día de mi padre.
Mi padre murió el día en que cumplí 6 años. Exactamente, el día de mi cumpleaños, durante mi fiesta de cumpleaños. Estábamos reunidos en el comedor de la casa. Mi madre ordenaba y animaba a la concurrencia. En un momento determinado mi padre pasó y me acarició la cabeza. Se retiró. En algún momento de la fiesta, por indicación de mi madre, le llevé un vaso de vino a mi padre quien se encontraba en el dormitorio matrimonial recostado en la cama, leyendo. Recogió el vaso con vino e intercambiamos algunas palabras. A la hora de las velitas, fui a buscar a mi padre para que cantara el “cumpleaños feliz”; ingresé al dormitorio; el velador estaba encendido; mi padre estaba en la cama con la cabeza caída hacia delante; un vómito envolvía la revista que había estado leyendo un rato antes; su mano derecha colgaba de la cama y el vaso de vino roto y derramado, en el piso. Miré la lámpara encendida, su mano, sus cabellos, su rostro y metiéndome dentro de mí, absolutamente seguro de la muerte de mi padre y exigiéndome una continencia y cordura desmesurada, llamé a mi madre como quien la llama porque vino una tía a la casa. Algo más insondable sucedió. A partir de ese día, es como si yo hubiera vuelto a nacer porque olvidé todo, absolutamente todo, todo lo que me había sucedido antes de los 6 años y recuerdo todo, absolutamente todo a partir de ese momento, de ese día.

- Nuestra madre nos llevaba al colegio a la mañana y al mediodía nos pasaba a recoger. Si ella no podía ir, iba el casero; excepcionalmente, una tía, un tío o amigo de la familia. Al mediodía, almorzábamos los tres escuchando ópera o el noticiero de Radio Belgrano de Capital Federal. Era el escenario privilegiado para las peleas con mi hermana. Para la cena, habitualmente había alguna persona más: un familiar o amistades de mi madre con quienes ella prolongaba la sobremesa hasta cerca de la medianoche.

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