c)“la sala oscura donde un caballo blanco corría un tren o una mujer buena lloraba sobre un cuerpo querido”
- El cine tuvo una presencia fuerte en mi infancia. Los domingos, después del almuerzo, 10 minutos o 15 antes de las 13 horas, salíamos para el cine en caravana. Las matinés comenzaban a las 13,30 horas.
Éramos no menos de quince chiquilines. A medida que avanzábamos por calle 7, se iban incorporando otros chicos, compañeros de la escuela o vecinos del barrio. El despelote comenzaba antes de salir de casa. En la puerta, me esperaban cuatro o cinco compañeras y parientas; cantaban, chicaneaban, saltaban, se reían; cuando yo salía a la puerta me aplaudían, gritaban y nos poníamos en marcha, entre cantos, risas y peleas.
- Abundaban las películas nacionales, de Luis Sandrini, de los Cinco Grandes del Buen Humor, Olga Zubarry,
Las matinés terminaban a eso de las 17 ó 18 horas. Cuando salía, tenía frío; me sentía como viniendo de otro mundo. El sol ya no estaba. Anochecía en el empedrado húmedo de las calles. Estaba nublado y el viento del “este” presagiaba lloviznas. Si bien entrábamos en patota, regresaba con una o dos chicas, habitualmente, mis primas. Caminábamos presurosas; casi no hablábamos; como si toda nuestra energía y nuestra alegría de vivir la hubiéramos derramado en la sala oscura donde un caballo blanco corría un tren o una mujer buena lloraba sobre un cuerpo querido.
Tardaba horas en reencontrarme.
Los sábados íbamos al cine en familia, con mis padres o mis tías. Había doble función. A las 18 horas, veíamos una película, “la película de la semana” y a las 21 horas, en sección nocturna, veíamos dos películas más. De una sección a otra, a veces, cambiábamos de sala. En el trayecto, comíamos y tomábamos algo; rapidito, de pie. La sección nocturna terminaba después de la media noche. Regresábamos a casa en taxi.
Veía, como mínimo, seis películas por semana. Generalmente, eran más porque los miércoles me hacía una escapadita, con alguna prima o compañera del colegio, al cine San Martín donde daban películas policiales o de espías. Allí, conocí el cine francés y el cine norteamericano que no era de Hollywood.
- La censura en el cine argentino existió siempre, hasta entrada la década del 80, hasta el advenimiento del alfonsinismo. No obstante, cuando yo era chica no tenía idea de que una película podía ser censurada. Jamás, en mi familia o entre mis amigos, se habló de censura. Para mí, la censura como fenómeno cinematográfico apareció en la década del 60, fines de los años cincuenta. Cuando niña, íbamos al cine y veíamos una película con la espontaneidad con que te comías una manzana. Te gustaba o no te gustaba y listo. No nos problematizábamos. No teorizábamos. Conocíamos los nombres de los actores; no conocíamos los de los directores. Los directores me comenzaron a interesar en mi primera juventud, años después.
En los años 60, apareció un tal Tato, el gran censor. ¡Vaya a saber quién era ese tipo! Cuando no podías ver una película o una secuencia, el periodismo decía que Tato lo había prohibido. No sé si era un ser de existencia real o ideal. En ese entonces, vi El último tango en París; no entendí un carajo. Años después, la vi en Europa y comprendí por qué no la había entendido: la versión argentina carecía de la escena clave para desentrañar la psicología del protagonista.
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