Por Roque Domingo Graciano
ll) "la mejor venganza de la vida es pasarla bien"
- Después, vino el exilio, la etapa de Centroamérica. En Panamá, me encontré con Bachini; fue como cerrar un círculo. Gabriel estaba en Barcelona. Poco a poco, las reuniones, las delaciones, los egoísmos me hartaron; no obstante, no me abrí inmediatamente. Primero, conocí los “revolucionarios” de otros países de América meridional. No me convencieron. Un voluntarismo desmesurado. Un machismo de sainete. Adriana y yo teníamos otras posibilidades y poco a poco nos fuimos abriendo a esas posibilidades.
La pareja, como pareja, se fue a la mierda; no obstante, consolidamos una amistad que dura hasta hoy. Gran parte de mi transformación se la debo a Adriana. Ella me enseñó a volar de otra manera; a no rasparme el culo contra el suelo.
- Terminé la carrera en México, en
En Ecuador, hicimos dinero suficiente como para comprarnos una buena casa y si bien cuando estábamos en Quito soñábamos con
- Dejé de trabajar en Campana e ingresé a un laboratorio en
Los días transcurrían. Mi situación profesional y
Ella tenía una pareja virtualmente estable y yo picoteaba con algunas empleadas no muy convencido de que me gustaran. Habitábamos la misma casa, amplia y generosa, por conveniencia y necesidad pero básicamente por inercia. Pese a que la pareja como tal no existía, no faltaron los roces y alguna escena fuerte, si bien la cosa no pasó a mayores.
Por ese entonces, tenía 45 años y traté de no achancharme físicamente y de proveerme de un modelo ético religioso que me sostuviera. En lo que hace al cuidado de mi físico, a mi estado atlético, lo logré plenamente. Dedicaba 3 horas diarias al cuidado de mi cuerpo.
Los frutos eran elocuentes: las mujeres me miraban. Sencillamente, les gustaba, les atraía. En cuanto a lo otro, a lo espiritual: un desastre. Tenía la sensación de que me hundía, como cuando el mar te “chupa”. No hacía pie. Incluso, las distintas parejas me vanalizaban y pervertían. No tenía discurso ni autoridad ante los otros ni ante mí mismo. A los chicos, les huía.
Un auto contratado por la empresa me pasaba a buscar todas las mañanas; previamente, recogía a un ingeniero que vivía no lejos de casa. Yo salía a la vereda puntualmente a las 9 horas y caminaba una cuadra hasta el kiosco donde compraba cigarrillos. Habitualmente, el auto me encontraba en el kiosco o en sus cercanías.
Al kiosco, lo atendía un joven muy pintón, muy atento en su manera de vestir, en el cuidado de su figura. Como cliente diario, pude observar que trataba a los clientes de manera desenvuelta y simpática pero hacia mí guardaba una marcada distancia, cercana a
La información no me sorprendió. Más o menos era la imagen que me había hecho.
En una oportunidad, a propósito de una clienta que acababa de atender, le hice una broma sutil sobre el departamento de atrás. Se puso colorado. Me desconcertó. “¿Un flaco con tanta confitería sentirse molesto por eso?”
Durante los meses de diciembre y enero, yo viajaba a Punta del Este los viernes (o jueves) y regresaba los lunes o martes. Un lunes, cuando acababa de llegar de aeroparque, llamaron a
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