Por Roque Domingo Graciano
m) "No te olvidés de las llaves, el dinero y los preservativos.
No pierdas las llaves; no gastés el dinero y usá los preservativos"(1)
- Fui a la escuela primaria número 43, en diagonal 79 y 115. Mi madre me llevó el primer día, a las 8 de la mañana y me dejó. A las 12, cuando salí, me estaba esperando. Nunca más me volvió a llevar ni a esperarme. Me levantaba a las 7 y 20 de la mañana, me higienizaba, me daba un suculento desayuno de café con leche, tostadas con manteca, dulce de leche, miel y me ponía, en la cartera, una bolsa pequeña de lino blanco que contenía una manzana colorada junto con un vaso plegable para que comiera y bebiera en los recreos. Me despedía en la puerta de casa. Yo, a la escuela y ella, a trabajar en el taller. Cuando volvía a las 12 y pico, almorzábamos los dos en el comedor. Le contaba, mientras comíamos, lo que habíamos estudiado y lo que me había acontecido o qué había sucedido en la escuela.
- Habitualmente era puchero: carne, zapallo, cebolla, verduras y papas hervidas. También hacía croquetas de acelga, milanesas con puré de papas y carne al horno con papas.
- Era fuerte la presencia de la papa.
A la tarde, después de la leche, me hacía un engrudo con harina y azúcar quemado que compartía con mis amigos de andanzas. Los fines de semana, hacía tortas y empanadas rellenas con las sobras de la semana o de verduras. También, en épocas de abundancia, empanadas de carne o de pescado.
- Las verduras, las traían los vendedores ambulantes que venían desde Los Talas[2].
Los vendedores venían por la llamada prolongación de calle 66[3] e ingresaban a la ciudad por diagonal 79 hacia plaza San Martín.
Eran 100 carros y jardineras, aproximadamente, tirados por caballos. No sólo vendían hortalizas sino también gallinas, pavos y huevos de gallinas. La clientela principal de esos vendedores estaba en el centro de la ciudad; a partir de 1 y 60, porque en mi barrio todas las casas tenían en el fondo una huerta, gallinas y frutales.
- Después de almorzar, ¡la calle hasta las cinco de la tarde! A esa hora, me bañaba y me llevaba al taller; mientras ella seguía trabajando, yo hacía los deberes o practicaba lectura o cálculo. Eran 3 horas de estudio. Durante toda la escuela primaria tuve un seguimiento riguroso de mis estudios. Cuando terminé la primaria, leía y escribía con idoneidad y resolvía cálculos y problemas matemáticos. Por ese entonces, había un manual de ingreso a primer año; creo que era de editorial Estrada; tenía tapas amarillas. Contenía lengua, matemáticas, física y química. Durante el último año de la escuela primaria, cumplimenté íntegramente el manual con el apoyo de mi vieja. Si ella algo no podía resolver, lo consultaba en el círculo de sus amistades, los anarcos, y alguien lo resolvía. Por ese entonces, un viejo militante me dio 10 clases de física y química; cuando estaba en cuarto año de la Escuela Técnica, seguía usando esos conocimientos para resolver problemas, sobre todo de química. Los anarcos son dogmáticos, tristes y perdedores natos pero algo les reconozco: su pasión por la cultura, por la ciencia. Amaban la letra impresa, el libro, la palabra, la inteligencia.
- Esa fue una etapa de armonía entre mi madre y yo. Después, todo cambió; si nos mirábamos era para insultarnos. Pero en esos años de la escuela primaria, mi madre me dio afecto, contención y seguridad.
[1] Labuela. (El Ordenador)
[2] Localidad de Berisso (sobre el Río de La Plata), a 37 kilómetros de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)
[3] Se trata de una lonja de tierra de 18 kilómetros de largo y 20 metros de ancho, que se extiende desde calle 122 y 66 hasta el Río de La Plata. Por debajo de esa lonja de tierra pasan las cloacas de la ciudad de La Plata. (El Ordenador)
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