Por Roque Domingo Graciano
a) “en las cuerdas de mi guitarra, ¡hasta las monjas bailaron!”
- Nací en la ciudad de Paraná, capital de la provincia de Entre Ríos. Vivíamos en una casa en el centro de la ciudad y mis padres se dedicaban, principalmente, a la explotación de un establecimiento agroganadero.
La casa de la ciudad tiene varias habitaciones para el uso de la familia y allí, también, funciona la “oficina” de la firma. A continuación de la parte principal de la casa, vivía un matrimonio que eran los caseros. En mi niñez, la señora del casero dirigía la limpieza y las compras de la familia y el hombre, a la mañana, hacía los trámites menores y de rutina de la oficina; a la tarde, cuidaba el mantenimiento de la casa y de la huerta. La casa tiene una huerta de 500 metros cuadrados con frutales y hortalizas.
Mi relación con el casero y su mujer siempre fue distante. La mujer entraba a nuestras habitaciones diariamente; sin embargo, no tenía una relación directa con nosotros. Ella no nos atendía “personalmente”; era la encargada de supervisar la limpieza de la casa e incluso de ayudar en la comida pero no nos daba de comer. Servía la mesa y se retiraba. Mi madre nos atendía personalmente. En cuanto a Juan Aguirre (así se llamaba el casero), tenía una presencia “cercana”; intercambiábamos algunas palabras, habitualmente algún pedido u orden de mi madre y nada más.
domingo, 5 de julio de 2009
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